Introducción Desde siempre se viene planteando la diferencia entre lo masculino y lo femenino, reproduciendo sistemáticamente nociones convencionales (Bonder 1998:2) desde una óptica biologista, binaria y jerárquica que asume a la mujer situada en un estamento inferior, devaluado, discriminado y subordinado. Interpreto al concepto de «género» llevado al plano de clase, es decir analizándolo a […]
Introducción
Desde siempre se viene planteando la diferencia entre lo masculino y lo femenino, reproduciendo sistemáticamente nociones convencionales (Bonder 1998:2) desde una óptica biologista, binaria y jerárquica que asume a la mujer situada en un estamento inferior, devaluado, discriminado y subordinado.
Interpreto al concepto de «género» llevado al plano de clase, es decir analizándolo a la luz de la lucha de poder entre sectores, buscando, a diferencia del pasado teórico marxista, un espacio concreto de igualdad de oportunidades, de relación, de poder.
En ese sentido pretendo canalizar la construcción de este trabajo demostrando el proceso de sometimiento y exclusión de determinada clase/género, y dentro de ese sumario de expulsión, identificar categorías que pertenecen o están determinadas directamente por el mismo.
Quiero decir que la clases/géneros masculino/femenino enfrenta situaciones de desigualdad en los planos tanto público como privado.
La presente labor tiene como objetivo exponer a la luz pública el efecto socio-cultural de dominación, subordinación, discriminación y también de exclusión que surge en el «espacio privado» emergiendo lo que particularmente rodea el comúnmente denominado «trabajo doméstico».
Es necesario tener presente que el trabajo doméstico es ejecutado en gran parte por mujeres, y que sufre, en latinoamérica y en este caso en Argentina, de una real y transversal discriminación. En ese aspecto, este sector es indirectamente marginado de la agenda de las decisiones de políticas públicas, y además no es contemplado este servicio como una relación incluida en nuestro régimen legal de contrato de trabajo (Argentina), por lo tanto está excluído.
En una primer parte, comenzaré definiendo conceptualmente el espacio privado, luego, en el desarrollo, identificaré la actividad en sí misma del trabajo doméstico, y los efectos que produce, interpretado en dos esferas:
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El trabajo doméstico no remunerado, interpretando el proceso como tal.
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El trabajo doméstico remunerado, describiendo su funcionamiento, desde la etapa de selección, incorporación y consecuencias de su arrastre connotativo.
En una segunda parte, trataré de interpretar la situación de esta clase manipulada, intentando visibilizar la profunda desigualdad producida en este espacio, y que origina tanto hacia arriba como hacia abajo, en la cadena de relaciones sociales, resultados no deseados, no queridos pero automáticamente reproducidos por cada miembro social activo.
La intención es producir ciertas reflexiones acerca de nuevas miradas hacia la equidad de género en este campo de acción, impulsando la modificación del esquema de poder tradicional, dando lugar a la emergencia natural de un inicial proceso de inclusión poniendo a la luz pública los problemas que siempre estuvieron bajo el dominio y control privado.
Por último, abordaré la problemática desde la definición del campo político como escenario específico, aportando a través del debate público y de la transformación de ciertos marcos interpretativos, entendiendo que la ciudadanía latinoamericana se torna cada vez más permeable a situaciones de cambio que van generando la emergencia de innovadoras políticas públicas, construyendo nuevos espacios de consenso y arrojando como resultado, mas compromiso, participación social e inclusión.
En síntesis, pretendo humildemente, acercar un granito de arena a la construcción de un determinado paradigma, referencia y reconsideración social, cultural y política de las personas que realizan el trabajo doméstico en latinoamérica y que representan una determinada clase/género en condiciones desiguales.
Espacio privado
El advenimiento de la modernidad significó un cambio radical en los discursos. Pero a través del tiempo se conformó una lógica ordenadora que estratificó a la sociedad excluyendo a vastos sectores, entre ellos a la clase/género femenino, reduciéndola a los espacios privados.
«Privado» en el sentido que no tiene la visibilidad social necesaria, ni contiene consideración pública atendible, y también por el tipo de relaciones que en ese mismo espacio se dan, manteniéndose lejos de alguna forma sistemática de control estatal, y menos aún de implementación de específicas políticas públicas que afecten directamente esta clase especial de problemática.
Siguiendo esta línea, me interno en un espacio privado particular, con poca luz pública y visibilidad social. Me refiero al espacio privado donde se desarrolla el trabajo doméstico. Trabajo realizado en su inmensa mayoría por la clase/género femenino, pero que en sí encierra una especial falta de consideración, no como trabajo en sí mismo sino por la connotación que ello implica, esto es, como un «quehacer obligatorio» encargado y responsabilizado «naturalmente» al género femenino, ya sea en su papel de esposa, madre, y también en muchos casos como hija.
Digo «encargado», porque, entiendo, hay una delegación histórica y digo «responsabilizado», porque le toca a la mujer moderna, que tiene que trabajar afuera y que además no puede desprenderse de ello, por lo tanto es un doble esfuerzo – mayor si no tiene dinero para contratar a un tercero/a -, o bien una doble responsabilidad – porque tiene que descargar la tarea en un tercero/a contratado/a, que casi siempre es mujer, y que a su vez sufre un tratamiento desigual.
Trabajo doméstico
El trabajo doméstico está íntimamente referido, enmarcado e influido por las relaciones personales y de clase/género que nacen y permanecen en este espacio, y es parte inherente de un tratamiento desigual. Analizando este tipo de trabajo, en el marco de la concepción capitalista de lucro -no se considera productivo, por la sencilla razón de que no es una actividad mercantil y estructurada. Por lo tanto se entiende que es inactiva, y que es un trabajo que no se paga o se paga muy poco. Desde esta referencia cultural hay una relación directa con la desigualdad, subordinación y discriminación de la clase/género que lo realiza (JorgeRuiz. 2002).
El trabajo doméstico, también es desconsiderado porque no requiere calificación y consiste en la organización de múltiples tareas que son especializadas pero muy distintas entre sí. También su escasa valoración tiene que ver con que es invisible para el que no lo realiza y porque además se le impone a la clase/género femenina una apropiación obligatoria e impuesta del espacio de trabajo doméstico.
El doméstico es el que presta servicios de naturaleza continua y de finalidad no lucrativa a una persona o una familia en el ámbito de su residencia, siendo indiferente que su trabajo sea prestado en una residencia tanto urbana como rural. O sea personas de uno u otro sexo que desempeñan en forma habitual las labores de aseo, asistencia y demás del servicio interior de una casa u otro lugar de residencia o habitación particular.
A su vez el trabajo doméstico se subdivide en dos esferas. La primera, como trabajo doméstico no remunerado, realizado por la esposa, ama de casa, madre, y también hija. La segunda, como trabajo doméstico remunerado, ejecutado por terceras personas, ajenas al grupo familiar empleador, que en su gran mayoría pertenece a la clase/género femenino.
Trabajo doméstico no remunerado
El trabajo doméstico propiamente dicho, ejecutado en exclusividad en su inmensa mayoría por mujeres y que no ostenta lucro alguno y es realizado «obligatoriamente» por poseer la condición de «esposa», «madre», y en muchos otros casos de «hija»
El trabajo doméstico no remunerado se cristaliza en el ámbito del espacio privado donde se expone una relación asimétrica entre clases/géneros basadas en la jerarquía y autoridad que emana de la estructura cultural de la institución familiar. Por lo tanto entendemos que en este ámbito se da la relación privado-doméstico dentro de ese esquema.
Es preciso describir características del espacio doméstico-privado donde se desarrolla el trabajo doméstico. Uno de los atributos centrales del reino de lo privado, es un tipo de poder basado en la autoridad y la jerarquía, lo cual, como dice Claudia Bonan (2003:21), se traslada a las relaciones asimétricas de género. Otro es el sentido de la relación de la persona con su derecho inalienable de autodeterminación, el cual es ignorado. La domesticidad, por lo tanto, pasa a ser concebida como espacio privado de relaciones entre personas en situación de desigualdad.
En consecuencia lo privado-doméstico tiene que ser definido como espacio regido por relaciones voluntarias, simétricas y de carácter político. Relaciones basadas en diálogo, negociación, acuerdos, elecciones y consentimientos.
La idea de equidad de género en este espacio hace necesario tomar precauciones para evitar la desigualdad. Desigualdad surgida en una sociedad fragmentada y polarizada económicamente, como efecto consecuente del proceso de globalización.
La tradición de la estructuración familiar tiene relación directa con una relación asimétrica entre clases/género donde la masculinidad se impone terminantemente por sobre el sexo opuesto, limitándolo a este a ejecutar las obligaciones impuestas «naturalmente» y por delegación cultural.
La literatura sobre trabajo doméstico procuró, de varias maneras, hacer visibles los trabajos de reproducción de la fuerza de trabajo en las sociedades capitalistas. Esto significó tener que reconceptualizar el trabajo necesario para incorporar los procesos de reproducción de la fuerza de trabajo.
El trabajo necesario tiene dos componentes. El primero, señalado por Marx, es el trabajo necesario que produce el valor equivalente en sueldos. El segundo componente del trabajo necesario, descartado por Marx, es el trabajo no asalariado que contribuye a la renovación diaria y a largo plazo de portadores del bien fuerza de trabajo y de la clase obrera como un todo. Esto al decir de Lise Vogel (2003:8) es el componente doméstico del trabajo necesario, o trabajo doméstico. Definido de esta manera, el trabajo doméstico se convirtió en un concepto específico dentro del sistema capitalista y al principio sin la tarea fija del género. Esto lo rescató de varias suposiciones que frecuentaron el debate sobre trabajo doméstico, más especialmente la noción de que ese trabajo doméstico es universal y que es necesariamente trabajo de «mujeres», en este caso de la clase/género femenino.
Los componentes sociales y domésticos del trabajo necesario no son directamente comparables, pues el último no tiene valor. Esto significa que el sumamente visible y muy valioso componente social del trabajo necesario va acompañado de un oscuro, no-cuantificable, y (técnicamente) sin valor componente de trabajo doméstico. Aunque sólo un componente aparezca en el mercado y pueda verse claramente, la reproducción de la fuerza de trabajo trae consigo ambos. Los sueldos pueden permitir a los trabajadores comprar bienes, pero por lo general el trabajo que se considera adicional – trabajo doméstico– también debe realizarse. Hay que preparar los alimentos y cuidar y limpiar la ropa. A los niños no solo se les cuida, sino que también se les enseñan las habilidades que necesitan para convertirse en competentes adultos trabajadores. Se atiende a los individuos de la clase trabajadora que están enfermos, incapacitados, o debilitados. Estas diversas tareas son al menos en parte realizadas por el trabajo doméstico, y en su gran mayoría por la clase/género femenino.
En otras palabras, el trabajo doméstico necesario es una categoría conceptual más complicada de lo que se piensa. Tiene dos componentes, uno con valor y el otro sin él. El trabajo doméstico, sin valor, es diferente del componente social aunque igualmente indispensable para la reproducción social. Carece de valor monetario pero a pesar de ello juega un papel clave en el proceso de apropiación del valor excedente (en lenguaje marxista). Siempre existe un interés creado por los capitalistas que consiste en reducir el trabajo necesario (asalariado) y extender su componente (no asalariado).
Ese interés por reducir el trabajo necesario se expande como símbolo cultural a todas las capas sociales extendiéndose a su componente doméstico así como al social. Si algunas personas dedican mucha de su energía al trabajo doméstico – acarreando agua del pozo, cocinando en un hogar, lavando la ropa hirviéndola, enseñando a los niños lo básico de lectura, escritura y aritmética, etcétera – entonces están menos disponibles para el trabajo en la producción.
Para ciertas poblaciones como la femenina, su exclusión vino acompañada de otras discriminaciones, fundadas por lo demás en la separación de esfera pública y mundo privado (Fraser 1992:12). Para las mujeres, el quedar asignadas a un afuera vino acompañado de una subordinación cultural plasmada en representaciones denigrantes de sus diferencias. Por lo demás, quienes sufrieron las representaciones más difamantes terminaron trabajando en los puestos menos bien remunerados y más despreciados socialmente.
El trabajo doméstico, imperativo y exclusivamente asignado a la clase/género femenino, fue visto más y más como improductivo. Además, mientras en la esfera pública los nuevos órdenes dispusieron el diálogo entre pares como formas legítimas de dirimir los conflictos, en el ámbito privado se mantuvo incólume la Ley del Padre, una ley que le otorgó privilegios y ventajas al jefe del hogar, hasta el punto de aceptar implícitamente que éste utilizara métodos violentos para mantener su autoridad.
En otras palabras, las diferencias construidas como relevantes en el campo político justificaron la desigualdad social, cultural y política entre distintos, y el acceso privilegiado de unos individuos a los cargos de poder y autoridad (Fraser, 1997; Alvarez, Escobar y Dagnino, 2001).
«En consecuencia se hace necesario, entonces, construir colectivos concretos de agentes organizados, como no organizados – que comparten prácticas, ideologías, discursos, valores, sistemas de reglas, etc – con el objeto de plantear una verdadera lucha cultural por crear nuevas visiones del mundo, nuevas prácticas y nuevas formas de relaciones e interrelaciones sociales, nuevos valores y nuevos marcos cognitivos, esto es estructuras de significado y sentido compartidos que componen un modo de interpretar el mundo. Es decir que estas estructuras de sentido y de significado otorgan un tipo de poder simbólico y social»(Fraser).
Según Lise Vogel hay determinantes culturales y estructurales que relacionan el trabajo doméstico con la clase/género femenino:
Los estructurales como aquellos por los que se responsabiliza a las mujeres de la mayor parte del trabajo doméstico y del cuidado de la familia y que dedican mucho tiempo sin percibir nada. También impone restricciones a su participación en condiciones de igualdad en el mundo público. Dependencia económica respecto del hombre. Los culturales aquellos donde la determinación biológica de la procreación se proyecta en una función social del cuidado de los miembros de la familia. Así, se tiende a considerar a las mujeres como responsables «únicas» de la crianza de los hijos, el cuidado de los enfermos y los ancianos. Las responsabilidades familiares habitualmente no son compartidas en igualdad de condiciones por el padre y la madre. El trabajo reproductivo de la mujer carece de valor económico en las sociedades contemporáneas y es menos apreciado que el papel económico del hombre. Los escritos sobre trabajo doméstico identificaron el hogar familiar como un lugar de producción.
De estos principios surgieron una serie de preguntas: Si el trabajo doméstico es un proceso de trabajo, entonces ¿cual es su producto?, ¿gente?, ¿bienes?, ¿fuerza de trabajo?. ¿tiene un valor el producto?. Y si es así, ¿cómo se determina ese valor?. ¿Cómo y por qué o quién consume el producto?. ¿Cuáles son las circunstancias, condiciones, y limitaciones del trabajo doméstico?. ¿Cuál es la relación del trabajo doméstico con la reproducción de la fuerza de trabajo?, ¿con la reproducción social general?, ¿con la acumulación propia del sistema capitalista?. ¿Se podría postular un modo de reproducción de la gente, comparable a, pero separado del modo de producción?
Trabajo domestico remunerado
La otra fase del trabajo doméstico es de tiempo parcial y remunerado, casi siempre a conveniencia del empleador, porque es un trabajo asumido mayoritariamente por la clase/género femenino y oculto a los ojos sociales y del Estado -como policía del trabajo-, por lo que también implica subordinación discrecional, ocasión para su explotación informal y apropiación del trabajo excedente.
El aumento del empleo informal en la República Argentina afectó a todos los trabajadores, sin distinción de sexos, las mujeres son las más afectadas por lo que «técnicamente»se conoce como precarización del empleo.
Las mujeres más afectadas por esta precarizacion laboral son las que tienen mas de 50 años y las menores de 29 años. Según la calificación laboral, la mayor proporción, -como se señalo anteriormente-, se registra entre el personal no calificado (fundamentalmente servicio doméstico). «De las 900.000 empleadas domésticas que se estima que trabajan en casas de familia, apenas 50.500 están registradas oficialmente, hacen aportes y cuentan con obra social. El resto, según datos de la AFIP, trabaja en negro. Llamativamente, justo quedan fuera del sistema las mujeres que ayudan a otras a tener empleo, estudiar o seguir una carrera sin descuidar la casa y la crianza de sus hijos. ¿Discriminación, negligencia, falta de información? ¿A qué se puede atribuir esta irregularidad del servicio doméstico? «Yo hablaría de desinformación», responde Carmen Britez, secretaria de actas del Sindicato Unión Personal Auxiliar de Casas Particulares».
La economista Laura Pautassi señala que este vuelco de las mujeres al mercado laboral:»no puede ser interpretado como un indicador de liberación femenina o de mayor autorealización. Muy por el contrario, se produce por la necesidad de contar con otro ingreso familiar, como una estrategia de supervivencia». Corina Rodríguez Enríquez, del CIEPP (Centro Interdisciplinario para el estudio de Políticas Públicas) coincide en que: «el aumento de la participación femenina en el mercado laboral se dio de manera simultánea al aumento de la precariedad laboral». Y enumera los siguientes elementos:
– El alto peso de la ocupación femenina en el servicio doméstico.
– La participación mayor de las mujeres en las tareas no calificadas y a tiempo parcial, que favorecen la precariedad.
– Las mujeres ganan, en promedio, un 30% menos que los hombres en iguales condiciones educativas. Así, no solo trabajan en peores condiciones y sin cobertura social, sino que lo hacen más horas y ganan menos.
Cuanto mayor es la crisis económica y social, más son las mujeres que se dedican al trabajo de servicio domestico para solventar en muchos casos a toda la familia. Este empleo esta altamente precarizado y la mayoría de quienes lo desempeñan están en el «mercado informal» y carecen practicamente de recursos para su defensa. En estos términos, el Contrainforme de las ONG al CEDAW 2002 denuncio la falta de legislación que reglamente adecuadamente el trabajo doméstico. (Diario Clarín 26.07.2005 Clarín.com Mujer).
La reglamentación vigente que «custodia» a las trabajadoras/es del servicio doméstico en Argentina, data de 1956 y es provocativamente discriminatoria, excluyendo al que trabaja de manera discontinua: menos de cuatro horas por día o menos de cuatro días a la semana, marginando del régimen legal de contrato de trabajo a este sector, por lo cual no goza de los derechos laborales adquiridos por el movimiento obrero en Argentina. También reduce su remuneración cuando conviva con un miembro familiar, otorgando sólo un mes de licencia por enfermedad paga, cuyo vencimiento, si la trabajadora no puede reintegrarse, se considera terminada la relación laboral sin ningún tipo de obligación para el empleador, además no posee normas sobre protección a la maternidad y lactancia y tampoco está incluida en la Ley de Accidentes de Trabajo. Las modalidades laborales han sufrido cambios importantes. Habiendo crecido la proporción de las mujeres empleadas en el servicio doméstico que trabajan por hora. De esta manera quedan fuera del alcance de la ley numerosos contratos, situación que se agrava porque, por otro lado, hay un bajo acatamiento a sus disposiciones entre los sectores comprendidos en esta relación laboral.
Por contraste, cuándo el trabajo doméstico se reduce, fuerza de trabajo adicional se libera potencialmente para el mercado del trabajo. Mercado de trabajo que aprovecha la condición cultural, social y simbólica de la clase/género femenino para su propio beneficio sometiendo a la misma en situaciones de precariedad laboral.
El trabajo doméstico ha sido un proceso progresivo. A principios de 1900, la preparación de la comida llevaba menos tiempo, el lavado de ropa era de algún modo menos costoso, y las escuelas habían asumido la mayor parte de las tareas de enseñanza. Más recientemente, los alimentos congelados, microondas, lavanderías automáticas, y la mayor disponibilidad de atenciones diarias, jardín de infancia, guardería, y programas post-escolares han disminuido el trabajo doméstico aun más.
El sector dominante en latinoamérica como clase reproductora del actual esquema cultural se encuentra atrapado por diversas disyuntivas:
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Su necesidad a largo plazo de fuerza de trabajo.
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Sus demandas a corto plazo de categorías diferentes de trabajadores y consumidores.
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Su necesidad de ganancias y;
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Su deseo de mantener la hegemonía sobre una clase trabajadora/obrera dividida, pero que en algunos sectores importantes está encontrando denominadores comunes de lucha.
Estas presiones -desde abajo- contradictorias engendran tendencias. Tales tendencias no producen necesariamente resultados favorables para las clases dominantes.
En resumen, en las sociedades actuales, los empleadores, y dueños del capital adoptan diversas estrategias, algunas de las cuales implican manipular el trabajo doméstico de manera que pueda apreciarse como creador de valor absoluto o excedente relativo.
Interpretando a la clase manipulada
La vulnerabilidad de los hogares con jefatura femenina frente a la pobreza se deriva de su condición de monoparentalidad, situación que caracteriza a alrededor del 80% de éstos. Los hogares con jefatura masculina, en cambio, son mayoritariamente biparentales.
Así, muchos hogares con jefatura femenina se encuentran en una situación desventajosa respecto del resto, ocasionada, en parte, en la forma como se han convertido en tales: al asumir esta condición ante la ausencia de una figura masculina, sin tener las ventajas relativas de un hombre, es decir, su experiencia laboral, gama de empleos y salarios disponibles para ellos y poca o ninguna obligación doméstica. Dicha desventaja compele a estrategias familiares más complejas, tanto respecto al trabajo doméstico en sí mismo, como el remunerado. Al mismo tiempo que influye en una inserción laboral más intensa en la economía informal y de servicio doméstico, con mayor precariedad y peores remuneraciones.
Una situación de vulnerabilidad similar es la que viven las jóvenes madres adolescentes, incluso cuando permanecen junto al hogar de origen, ya que tienen que interrumpir sus estudios y proyectos de vida frente a su nueva responsabilidad, aumentando así las probabilidades de transmisión intergeneracional de la pobreza.
En este segmento, la incidencia de la pobreza es mayor, sus ingresos menores, el trabajo es más desprotegido y con menores posibilidades de organización y representación de intereses. Tales características son más marcadas en la clase/género femenino, tanto por su mayor peso respecto de la fuerza de trabajo masculina en la economía informal, como porque se concentran en los nichos más precarios, con peores condiciones de trabajo y salarios más bajos: como trabajadoras familiares no remuneradas, trabajadoras a domicilio, trabajadoras por cuenta propia muy precarias en el servicio de trabajo doméstico.
Este último es la fuente ocupacional más importante de las mujeres pobres. Concentra al 15% de la fuerza de trabajo de la clase/género femenina en la región y se registra una alta proporción de mujeres de origen indígena y afrolatinoamericanas(Valenzuela, 2003 ) Este segmento tiende a expresar la triple discriminación que experimentan las mujeres más excluidas:
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por su condición socioeconómica,
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género
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etnia o raza.
De lo anterior se deduce que la desigual composición por sexo de cada segmento laboral constituye un factor determinante en la brecha de ingresos de hombres y mujeres. Por ejemplo, en la economía informal(trabajo no registrado o en negro), donde se concentran las mujeres más pobres, éstas tienen una baja participación en el segmento patronal -el de mayores ingresos- y una alta presencia en el servicio doméstico y el autoempleo, con ingresos insuficientes y baja cobertura de seguridad social o de mecanismos de apoyo ante contingencias tales como enfermedad, maternidad o pérdida del empleo. Muchas de estas ocupaciones se desarrollan en ambientes de riesgo para la salud y seguridad de las trabajadoras e implican un menor nivel de organización social, por lo que sus posibilidades de hacer valer sus derechos son, adicionalmente, menores.
Es decir, que los/as trabajadores/as domésticos sufren una real marginación, puesto que sus derechos no pueden ser reclamados dentro del esquema legal y de seguridad social que rige para todos los demás trabajadores, por lo cual solamente los encuadran algunas normas desactualizadas y francamente discriminatorias. A esto se suma, por supuesto, que las víctimas de este sistema resultan ser las clases/género femeninas.( Caceres Patricia.2003)
Definición del campo político
Entiendo que la modernidad latinoamericana ha sufrido algunas transformaciones que han flexibilizado y abierto caminos que comienzan a obstruir diversos mecanismos de privación de poder para las mujeres. La creciente participación político-institucional de la clase/género femenino actualmente, sostiene lo antes expuesto. En este marco el resto de las sociedades modernas occidentales, mediante procesos culturales y políticos desarrollaron formas propias de regulación social. Con la contribución de diversos actores sociales hasta instituciones del Estado produciendo reflexiones acerca de nuevas miradas hacia la equidad de género, que al modificar el esquema de poder tradicional emerge naturalmente un proceso de inclusión poniendo a la luz pública los problemas que siempre estuvieron bajo el dominio y control privado.
En suma, a través del debate público y de la transformación de ciertos marcos interpretativos, la ciudadanía latinoamericana, se torna cada vez más permeable a situaciones de cambio que van generando la emergencia de innovadoras políticas públicas construyendo nuevos espacios de consenso, arrojando como consecuencia, mas compromiso, participación social e inclusión.
Tal como lo expresa Nancy Fraser: «El concepto de campo político se refiere a un conjunto históricamente estructurado de relaciones sociales, producto de procesos de interacciones entre actores sociales e institucionales, que tiene como especificidad ciertos objetos sociales cuya existencia puede ser comprendida solamente a través del análisis sociológico e histórico». El objeto social disputado en el campo político que estudiamos es la regulación social del trabajo doméstico.
Por su vez, en un campo político los actores manejan ciertos marcos cognitivos que en un momento dado del proceso histórico se difundieron y se legitimaron en él. Y que además configuran en estructuras de significados y sentidos compartidos por colectividades componiendo un modo de interpretar el mundo.
Es decir, son aquellas identidades sociales y humanas que están tan enraizadas y naturalizadas en la cultura, las ideologías y en las prácticas con las cuales los actores explícitamente o implícitamente justifican y argumentan sus creencias, opiniones, valores y actitudes incorporándolos como valor de verdad. Son aquellos presupuestos que para ellos no son cuestionables, hasta que surjan nuevos sujetos y desvelen nuevos conflictos. Modificando las estructuras de poder, que subyacen a los sistemas de racionalidad consolidados.
Conclusión
Se propone concienciar sobre esta problemática con el objeto de producir espacios «para la elaboración de nuevos marcos de interpretación de esta realidad social, de las relaciones de poder entre los distintos sujetos y actores sociales. y el establecimiento de estrategias políticas»(Guzmán 2001:11).
Adhiero a la idea de Nancy Fraser de desprivatizar el trabajo doméstico, esto quiere decir someterlo a exámen público permanente; sea desde el Estado en cuanto a la aplicación de políticas públicas específicas y encaradas directamente al efecto de producir un proceso de reivindicación de derechos postergados y velados explícitamente, como desde la sociedad civil de generar y articular corrientes de opiniones y movimientos relacionados con la idea de emancipación socio-cultural que eleve la consideración del trabajo doméstico y sus hacedores; y también de la opinión pública como factor de poder preponderante y definitorio a la hora de evaluar determinadas situaciones en el campo de las prácticas sociales y políticas concretas.
Estamos atravesando profundos cambios en la configuración de una nueva sociedad y un nuevo rol de los Estados nacionales, en el marco del proceso de profundización -y a la vez revisión- de globalización económica. Por ello creo indispensable discutir el rol y la participación de cada uno de los sectores y actores sociales integrantes de esta nueva distribución socio-política.
En este esbozo es necesario exponer a cada uno de ellos, los que actualmente son protagonistas y los que aún continúan excluidos, marginados y sometidos.
A estos deben dirigirse los mayores esfuerzos que diseñen políticas y prácticas con una mentalidad cultural inclusiva, esto es comenzar a incorporar nuevos actores en esta nueva construcción.
Particularmente, las trabajadoras domésticas que pertenecen a la clase/género femenino son las grandes ausentes en el discurso progresista, en el debate y en la agenda de las emergentes políticas públicas que deben surgir como producto de procesos de lucha histórica en Argentina y el resto de Latinoamérica.
También el trabajo doméstico en sí mismo merece un tratamiento especial.
En consecuencia, la inclusión debe comenzar ahora.
* Juan José Deliberto. Licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades. Universidad Nacional de Quilmes. Maestrando en Género, Sociedad y Políticas en FLACSO-Argentina. Profesor de EGB.
Argentina 2006
Datos Bibliográficos
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Bonder, Gloria. (1998). GÉNERO Y SUBJETIVIDAD: AVATARES DE UNA RELACIÓN NO EVIDENTE. En: «Género y Epistemología: Mujeres y Disciplinas». Programa Interdisciplinario de Estudios de Género (PIEG), Universidad de Chile. (Documentos. Prigepp. 2005).
Caceres, Patricia. (2003) Legislación comparada sobre Trabajo Adolescente Doméstico. El caso de Brasil, Paraguay, Colombia y Perú. O.I.T.
Fraser, Nancy. (1992). El trabajo de este seminario forma parte de la obra «HABERMAS Y LA ESFERA PUBLICA» en que la autora participó como articulista. La versión original en inglés fue compilada por Craig Calhoun bajo el título «Habermas and the Public Sphere». The MIT Press, Cambridge, Massachusets and London, England. (Documentos. Prigepp. 2005).
Guzmán, Virginia (2001) «La institucionalidad de género en el estado: Nuevas perspectivas de análisis». Serie mujer y desarrollo. Unidad Mujer y Desarrollo. Santiago de Chile.
Ruiz, Jorge; Sánchez Utazú, Yolanda y Valero Picazo, Josefa. (2002) Diccionario Crítico de Ciencias Sociales. Madrid. Por la autora para el Prigepp. FLACSO.
Valenzuela, María Elena (2003). (Ed.) Mujeres, Pobreza y Mercado de Trabajo. Argentina y Paraguay Santiago, OIT, Proyecto «Incorporación de la Dimensión de Género en las Políticas de Erradicación de la Pobreza y Generación de Empleo en América Latina», 160 págs. (Colección GPE-AL)
Vogel, Lise (2003). «Revision del trabajo doméstico». Ponencia para la Conferencia Internacional «La obra de Carlos Marx y los desafíos del siglo XXI», La Habana.