La sorpresiva pandemia del coronavirus revela cuán frágiles son nuestras sociedades. En este complejo momento, ante el derrumbe del viejo mundo hay voces que reclaman un golpe de timón. Se reclama por senderos de postdesarrollo, postextractivismo, decrecimiento, convivialidad.
Crédito Fotografía: Miguel Morey.
“Los ratos de ocio son la mejor de todas las adquisiciones«. (Sócrates)
Nota: Este texto es el posfacio actualizado del libro Tourism and Degrowth – Towards a Truly Sustainable Tourism, editado por Robert Fletcher, Ivan Murray, Asunción Blanco-Romero y Macià Blázquez-Salom, y publicado en Routledge, abril 2020. Fue enviado a sus editores el 6 de enero del 2020, con el título: “Tourism on the path to post-development” y, por su actualidad, se difunde por separado con algunas apostillas puestas entre [corchetes].
6 de enero del 2020 [revisado el 6 de mayo del 2020, en plena cuarentena]
Luego de constatar crecientes y graves problemas sociales –particularmente económicos, culturales y ambientales–, en diversas partes del planeta se cuestionan cada vez más las ideas convencionales del progreso y de su principal vástago, el desarrollo. Incluso se ha comprobado que varios “grandes logros” (por ejemplo tecnológicos) son insuficientes –y algunos hasta contraproducentes– para resolver los graves problemas de la Humanidad. Y en este escenario dominado por tendencias globalizantes muchos de los grandes empredimientos que se expanden por el mundo –como el turismo de masas– provocan nuevos y masivos desequilibrios.
[Ahora, esos desequilibros, sumadas a crecientes desigualdades e inequidades, aparecen con mucho más fuerza en un escenario inédito: una pandemia que paraliza el mundo, ya afectado por una severa recesión económica en marcha desde antes, y la constatción de que la única certeza real es la incetidumbre…]
La peligrosa inercia de una cruzada fallida
Lo que interesa ahora es superar el concepto mismo de “desarrollo”, atado a una serie de apellidos con los que se le ha cubierto tratando de encontrar respuestas que viabilicen su cristalización. Recordemos que, en el camino, perseguido incansablemente en las últimas siete décadas, cuando los problemas comenzaron a minar nuestra fe en el “desarrollo” y cuando sus teorías hieron agua, buscamos alternativas de “desarrollo”. Como un hijo sin padre que lo reconozca, le pusimos apellidos al “desarrollo” para diferenciarlo de lo que nos incomodaba. Pero aun así, seguimos en la senda del “desarrollo”: económico, social, local, global, rural, sustentable… “desarrollo” al fin y al cabo.
El “desarrollo” –devenido en una creencia nunca cuestionada– simplemente se le redefinió destacando tal o cual característica. Y la gran mayoría de críticas nunca fue contra el “desarrollo”, sino contra los caminos a seguir para alcanzarlo.
En esa atolondrada carrera en búsqueda del “desarrollo” se perdió mucho, como son las culturas de las comunidades para que éstas devengan en mano de obra para asegurar la acumulación del capital, al tiempo que se amplía la masiva extracción de recursos naturales. No solo eso, la vida comunitaria, la ruralidad y la misma alegría de vivir sin prisa fueron miradas –y siguen siendo vistas– como ociosas y causantes de la pobreza y el “subdesarrollo”. O, en el mejor de los casos, siempre para mantener rodando la rueda de la acumulación del capital, a las comunidades, a la ruralidad y a la alegría de vivir se las asume como como actividades programables. En suma, todo se mercantiliza, inclusive el bienestar y la felicidad organizada de la gente.
A la postre tanto esfuerzo ha resultado inútil. Persisten plagas como la pobreza, la miseria, las inequidades, tan propias del “subdesarrollo”. Pero también –y simultáneamente– aquellos países que se asumen como “desarrollados” están presos en la trampa del “progreso”; basta ver las graves contradicciones, conflictos y dificultades que padecen, como lo es, para mencionar apenas una patología, insatisfacción creciente inclusive en los beneficiarios de una mayor acumulación material. Mientras que en esa acelerada carrera por el desarrollo se acelera la feroz destrucción de la Naturaleza.
En medio de esta vorágine de la Modernidad, se ha ido transformando el fenómeno del “ocio”. En vez de expresar libertad y autonomía, el “ocio” vilmente devino en un espacio mercantil de la vida misma. De ser una parte integral de la vida en muchas comunidades, un momento de creatividad y celebración de lo sagrado, el “ocio” pasó a ser un mero espacio de descanso para reponer la fuerza de trabajo y seguir produciendo, o simplemente se convirtió en una oportunidad de negocios. Aquí se destaca la masificación del turismo como opción que promete momentos de vida en “el paraíso”.
Esta actividad, considerada como “la industria sin chiminea”, se ha expandido aceleradamente al ritmo de la globalización. Del turismo de élite se ha pasado al turismo de masas. Muchos países le han transformado en una actividad económica prioritaria: así, el turismo supera –en muchos casos largamente– el 10% del PIB; el número de turistas –sea cual sea la vía de transporte– crece exponencialmente a la velocidad que aumenta la capacidad de consumo de nuevas clases medias y se instrumentan mecanismos para maximizar los ingresos abaratando costos… todo con efectos sociales, económicos y ecológicos cada vez más perniciosos para amplios segmentos de la población receptora de este turismo de masas: tanto que en algunas partes aflora con creciente fuerza el grito “tourist go home”.
Ahora, el “ocio” –incluyendo un creciente turismo de masas– es uno de los mayores negocios del mundo pues convoca a millones de personas, movilizando cantidades enormes de capital. Y, para colmo, ese “ocio” refleja su “utilidad” con la “métrica del placer”: nacida desde el utilitarismo y hasta del hedonismo. Por eso el “ocio”, en tanto mercancía de consumo, es también objeto de políticas estatales donde se lo planifica, organiza e instrumenta como herramienta para controlar y disciplinar la sociedad: el “pan y circo” del Imperio romano se reproduce –a escala ampliada– con la velocidad e intensidad de los “logros” tecnológicos y de la acumulación del capital. Y en ese empeño, al turismo, en un paralelismo con el “desarrollo”, se busca enfrentar con una serie de apellidos como lo son el turismo ecológico, comunitario, solidario… sin que se llegue a liberarlo de sus elementos consumistas, cada vez más alienantes.
Así, el “ocio mercantil” –en el que incluímos el turrismo de masas– es un reflejo más de un mundo “maldesarrollado” (Tortosa 2010). [Y ese “maldesarrollo” podríamos encontrarlo en lo que sería el “mal-turismo”: sobre todo el turismo masificado, que ha sufrido un duro batacazo con la generalizada cuarentena derivada de la pandemia del coronavirus; basta imaginar el impacto que tendrá en la memoria de la gente aquellas flotas de grandes cruceros atracados en los puertos cargados de personas, muchas de ellas infectadas con el Covid-19, sin poder descender a tierra].
El complejo encanto de las transiciones
Superar esta compleja realidad demanda una tarea que implica un esfuerzo de largo aliento y de profundas transformaciones, en el marco de transiciones múltiples, cuyas connotaciones adquirirán una creciente urgencia en tanto se profundicen las condiciones críticas desatadas nacional e internacionalmente, en lo social, ecológico y hasta económico provocadas por el capitalismo globalizante. El turismo es uno de los temas pendientes.
No se trata solo de repensar el turismo y menos aún de prohibir todos los viajes, cuyo potencial es enorme, en tanto “matan los prejuicios y la ignorancia” (Mark Twain). Requerimos revisar el estilo de vida sobre todo el de las elites y que sirve de –inalcanzable– marco orientador para la mayoría de la población; una revisión que tendrá que procesar, sobre bases de real equidad, la reducción del tiempo de trabajo y su redistribución, así como la redefinición colectiva de las necesidades en función de satisfactores ajustados a las disponibilidades de la economía y la Naturaleza. Más temprano que tarde, aún en los mismos países “subdesarrollados” –no se diga en los “desarrollados”–, tendrá que priorizarse la suficiencia en tanto se busque lo que realmente se necesita, en vez de una siempre mayor eficiencia –desde una incontrolada competitividad y un desbocado consumismo– que terminará destruyendo a la Humanidad.
Imagen de Miguel Morey
Quizás ha llegado la hora de hacer realidad las reflexiones de Paul Lafargue (1848), John Maynard Keynes (1930), Bertrand Russell (1932), Karl Goerg Zinn (1998), Niko Paech (2012), entre otros, quienes desde diversas lecturas sugieren reducir la jornada de trabajo (a 3 o 4 horas, por ejemplo) [1]. Este es un reto complejo, porque en sociedades atravesadas por el productivismo eso resuta una herejía.
En síntesis, individuos y comunidades deberán “ejercitar su capacidad de vivir diferente” (todos y todas en dignidad, en armonía con la Naturaleza, NdA), como plantea el economista alemán Niko Paech. Esto exige propuestas conviviales(Illich 2015) creadas desde abajo, por individuos y comunidades que presionen a que los gobernantes las incluyan en sus políticas. En esta línea caben las propuestas de Pierre Rabhi (2013), un agricultor, pensador y escritor francés de origen argelino, que invita a caminar hacia una sociedad de “la sobriedad feliz”.
En definitiva, la tarea es repensar el mundo del trabajo vinculándolo con otros mundos de los que nunca debió aislarse. [De plano no se puede confundir el ocio con el tiempo libre del no-trabajo provocado por el desempleo o por una cuarentena] [2]. Y en ese empeño toca repensar también el ocio, no para normarlo, sino para liberarlo; no para hacer de él un negocio, sino para desmercantilizarlo ampliando su potencial comunitario, creativo y lúdico, diversificándolo desde la enorme pluriversidad cultural del mundo. ¿Cuál es el espacio que le cabe al turismo en ese otro mundo?, es entonces una de las preguntas indispensables.
Es hora de pensar en mundo donde quepan todos los mundos: el pluriverso (Kothari, Salleh, Escobar, Demaria, Acosta 2019); un mundo donde todos los seres humanos y no humanos puedan vivir con dignidad,en donde las personas pueden organizarse para recuperar y asumir el control de sus propias vidas, de su trabajo y de su ocio. Desde dicha visión, vinculada con la Madre Tierra, podría ser el espacio para impulsar los buenos convivires (Acosta 2013).
No nos olividemos que los seres humanos, en tanto Naturaleza, no somos individuos aislados, somos comunidad social y natural; una comunidad que tiene que ser repensada y construida cada vez más de lo local: ¿seremos capaces de construir “el paraíso” en esos ámbitos y no buscarlo desesperada e inútilmente en regiones distantes, incluso con actividades mercantilizadas que prefiguren torpemente la felicidad? Eso nos conmina a dar un salto civilizatorio en donde el “ocio mercantil” y alienante sea reemplazado por el “ocio emancipador”.
[¿Aprenderemos de las lecciones de la pandemia?
La sorpresiva pandemia del coronavirus revela cuán frágiles son nuestras sociedades. De un día al otro el mundo se paralizó y quedó envuelto en el miedo. La actividad económica cayó aceleradamente. Muchas advertencias realizadas por años parecen convertirse en realidad. El crecimiento económico imparable se estrella con los límites biofísicos, sin que los avances tecnológicos resuelvan estos complejos retos.
Las capacidades de respuesta y resiliencia de las mismas sociedades y de la Naturaleza son cada vez más limitadas mientras más avanzan las relaciones globalizantes: la interconexión centrada en imparables productivismos, consumismos e individualismos avasallan a las interdependencias humanas en beneficio de la acumulación de capital…
En este complejo momento, ante el derrumbe del viejo mundo hay voces que reclaman un golpe de timón. Se reclama por senderos de postdesarrollo, postextractivismo, decrecimiendo, convivialidad, buenos convivires… Parecería llegado el momento para una gran transformación, en los términos planteados por Karl Polanyi.
Y algo parece cambiar…
El Estado social emerge asumiendo temas que no debieron mercantilizarse, como la salud. Algunas rigideces fiscales pierden fuerza. Los políticos empiezan a escuchar a los científicos, a ratos de manera muy lenta, errática y mortal (como en EEUU o Inglaterra). Pero a la vez afloran cambios para que no cambie nada: el Estado despliega viejas prácticas para reparar el sistema preocupándose por los grandes consorcios económicos, al tiempo que amplía sus prácticas autoritarias para controlar este tipo de pandemias sanitarias… y así sostener y reforzar el estatu quo.
Tiempo habrá para analizar lo sucedido y las respuestas adoptadas. Lo que preocupa es saber cuánto de este impacto global realmente se interiorizará por las diversas sociedades y sus gobernantes. Es muy probable, como sucedió luego de la crisis financiera de 2008-2009, que los poderosos, incluso en complicidad con sus víctimas, deseosas de superar su arresto domiciario colectivo, vuelvan a las viejas andanzas. El capital, con “hambres atrazadas”, acelerará el paso. Los Estados, en contubernio con los poderes económicos transnacionales, procurarán mejorar su control y disciplinamiento social con nuevos esquemas tecnológico-represivos. Y muchísimas personas tratarán de adaptarse para seguir persiguiendo perversamente la promesa de “progreso” y “bienestar”, cobijada por mandato global del “desarrollo”, sacrificando a millones de sus propios congéneres y a la Madre Tierra.
La memoria de estas complejas y trágicas horas de cuarentena obligada y de dolor acumulado deben llenarnos de más fuerza para seguir cambiando el mundo y transformarnos en todos los ámbitos de la vida: salud y alimentación, campo y ciudad, producción y consumo, igualdad y libertad, trabajo y ocio… recuperando el turismo no como un simple negocio, sino como una opción de relacionamiento social y cultural para realizar una vida plena, que a contrapelo de las desbocadas demandas del capital, nos conmina a una desaceleración comunitaria creativa, llena de alegrias genuinas.]
Notas:
[1] [Habrá que construir sociedades en donde ya no sea “el tiempo de trabajo la medida de la riqueza, sino el tiempo libre” (Marx, 2009, p.232), pues “una nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6’” (Marx, 2009, p. 229)]
[2] [Recomiendo la lectura del siguiente texto: Acosta, Alberto. Por el derecho al ocio, no al trabajo – Un textito recuperado en medio de la pandemia del Covid-19, Ecuador Noticias, 03/05/2020]
Referencias:
Acosta, Alberto; El Buen Vivir Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos, ICARIA, (2013); disponible también en francés, alemán, portugués, holandés.
IlIich, Iván (2015); Obras reunidas, Fondo de Cultura Económica, México.
Keynes, John Maynard (1930); “Posibilidades económicas de nuestros nietos”, Economic Possibilities for our Grandchildren, en: Essays in Persuasion, New York: W. W. Norton & Co., 1963.
Kothari, Ashish; Salleh, Ariel; Escobar, Arturo; Demaria, Federico; Acosta, Alberto: editores (2019); Pluriverso – Diccionario del Postdesarrollo, ICARIA, Barcelona; disponible también en inglés
Lafargue, Paul (1848); El derecho a la pereza (2011), Editorial: MAIA EDITORES, Madrid.
Marx, Karl (2009[1857-1858]); Grundrisse, tomo II, Siglo XXI, 20ª ed., México.
Paech, Niko (2012); Befreiung von Überfluss- Auf dem Weg in die Postwachstumsökonomie, oekom verlag, München.
Rahbi, Pierre (2013); Hacia la sobriedad feliz, Errata Natrae, Madrid.
Russel, Bertrand (1932); “Elogio de la ociosidad”, Universidad Complutense de Madrid: http://webs.ucm.es/info/bas/utopia/html/russell.htm
Tortosa; José María (2011); Maldesarrollo y mal vivir – Pobreza y violencia escala mundial, en Acosta, Alberto y Martínez, Esperanza (editores), serie Debate Constituyente, Abya–Yala, Quito.
Zinn, Karl George (1998); “Machtfrage Vollbeschäftigung”, in der Zeitschrift Sozialismus N° 3.
Alberto Acosta es economista ecuatoriano. Profesor universitario. Fue ministro de Energía y Minas, presidente de la Asamblea Constituyente, candidato a la Presidencia de la República. Es juez del Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza y sobre todo compañero de ruta de movimientos sociales dentro y fuera de su país.