Me comenta Marcel Hatch, un norteamericano residente en Cuba propietario de una agencia de turismo que lleva visitantes a la isla y tiene un largo historial de más de 20 años de solidaridad con este país, que las trabas para dificultar los viajes de ciudadanos estadounidenses a la isla que han planteado el Presidente Donald […]
Me comenta Marcel Hatch, un norteamericano residente en Cuba propietario de una agencia de turismo que lleva visitantes a la isla y tiene un largo historial de más de 20 años de solidaridad con este país, que las trabas para dificultar los viajes de ciudadanos estadounidenses a la isla que han planteado el Presidente Donald Trump y el senador republicano Marco Rubio (feroz anticubano que nunca ha estado en Cuba), descansan en el hecho de que en el imaginario del estadounidense común la referencia a «militares» es fundamentadamente escalofriante.
Ello ocurre porque inevitablemente se establece un nexo de similitud con el papel aterrador que juega en el mundo el Pentágono estadounidense como instrumento de la superpotencia para asegurar y ampliar su hegemonía global; como terrorífica organización ofensiva de operaciones encubiertas que opera en cientos de territorios para suprimir por cualquiera medio la oposición al expansionismo norteamericano, y como cuerpo administrativo que succiona la mayor parte de los impuestos que abonan los trabajadores estadounidenses que a su vez dispone de un presupuesto superior a la suma mayor que la sumatoria del Producto Interno Bruto (PIB) de la mayoría de las naciones del planeta.
Para el común de los estadounidense, las fuerzas armadas significan miles de millones de dólares en armas devastadoras con novísima tecnología y personal altamente calificado a la disposición del Presidente de la nación, quien cuenta con varios generales y una industria militar que deciden cuáles naciones sobrevivirán, cuales perecerán o quedarán sujetas a invasiones, bloqueos e intimidaciones, y como resultado de ello, cuales serán condenadas a sufrir hambrunas, empobrecimiento y epidemias.
Hay que recordar que el 17 de enero de 1961, en su discurso de despedida, el entonces presidente Dwight D. Eisenhower aconsejó a los estadounidenses cuidarse del poder adquirido por lo que bautizó como «complejo militar-industrial». Señaló que Estados Unidos había pasado, «de carecer de un ejército y una industria de la defensa, a disponer de unas Fuerzas Armadas con más de tres millones y medio de personas empleadas para proteger su seguridad a un costo mayor que todos los beneficios empresariales de sus grandes corporaciones juntas».
Su advertencia tuvo profundo impacto por provenir de un militar devenido Presidente que había experimentado -incluso en el ejercicio de la primera magistratura de la nación- la capacidad de ejercer presión que el Pentágono y la industria de la guerra habían adquirido «con fuerte influencia en cada ayuntamiento, legislatura estadual y oficina federal de la nación».
La Guerra Fría impuso la necesidad de disponerle esos recursos-justificó Eisenhower- pero no podemos pasar por alto las graves implicaciones derivadas de la concesión de tanto poder a los militares.
Así, con tales antecedentes, para muchos estadounidenses la sola idea de apoyar a los militares es algo repugnante y aterrador. Pero, en marcado contraste, es evidente que el ejército cubano es visto por su pueblo como su principal herramienta defensiva para la protección de la ciudadanía de las amenazas del exterior, y para asegurar que la soberanía nacional resida en el pueblo de la isla.
Las recientes directivas emanadas de las orientaciones del Presidente Trump no han hecho retroceder totalmente los discretos avances aportados por las políticas del ex presidente Obama pocos días antes de concluir su mandato, pero entre ellas destaca una que prohíbe a los ciudadanos y empresas de Estados Unidos participar en transacciones financieras directas con entidades o subsidiarias que «beneficien desproporcionadamente» a los militares cubanos.
Es un hecho cierto que, cuando los militares cubanos no están involucrados en tareas de la defensa, responsablemente y por conciencia de su papel en la sociedad, se involucran en objetivos civiles y en la protección de la infraestructura y el desarrollo de su país. En el pasado, atendiendo a reclamos de ayuda de pueblos en lucha por su independencia, civiles y militares cubanos han acudido en su apoyo solidario.
«Es natural, por tanto, que en épocas de paz relativa, el pueblo uniformado -como lo llamara Camilo Cienfuegos, uno de sus jefes iniciales- ponga sus recursos organizacionales y administrativos a disposición de la economía nacional. Tal es, a mi juico, el caso de su activa participación en el turismo y en muchas otras actividades sociales y productivas», enfatiza Hatch.
La sociedad cubana valora altamente los conceptos de unidad e igualdad. Es comprensible que con una óptica capitalista tan exagerada como la del «establishment» estadounidense, resulte embarazoso comprender la armonía cívico-militar que fortalece a la nación cubana en todos los ámbitos, y que los cubanos se sientan tan orgullosos de sus militares.
Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.
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