Después de cada tremenda explosión todos quedamos asustados y tocados, como si de una tormenta de truenos y rayos se tratara y ante la que nada podemos hacer, pero esto no es así; en el manejo del gas sí podemos hacer mucho y bien, con la condición de que «alguien» nos lo diga con claridad. […]
Después de cada tremenda explosión todos quedamos asustados y tocados, como si de una tormenta de truenos y rayos se tratara y ante la que nada podemos hacer, pero esto no es así; en el manejo del gas sí podemos hacer mucho y bien, con la condición de que «alguien» nos lo diga con claridad.
Es grave la frecuencia con que se producen los accidentes con víctimas mortales y los enormes daños materiales y, no es menos grave, que ni antes ni después, se facilite una información adecuada, por parte de las autoridades (que para algo están) o de las empresas suministradoras, sin hablar de las responsabilidades, que las hay, y que subyacen en cada siniestro. El mutismo oficial es clamoroso.
La pregunta y la denuncia obvia es: ¿alguien sabe ahora algo más sobre el uso del gas, en los domicilios, de lo que sabía antes de este o de cualquiera de los accidentes que con frecuencia se producen? La respuesta es un rotundo no.
Es más, se produce una gran «alarma social» en medio de la dejación e indiferencia de las autoridades con lo que seguimos peor de lo que estábamos y resignados hasta la próxima, con el único consuelo de que no nos toque a nosotros, sino al vecino, y a ser posible que sea al otro lado del país, cuanto más lejos mejor, de modo que esta es la única tranquilidad que nos queda.
A lo práctico y lo más sencillo posible: en los domicilios usamos gas butano (y propano) en bombonas y gas ciudad. Estos gases vienen a muy baja presión y la explosión siempre será por las fugas, si llegan a formar una atmósfera explosiva, y nunca por la presión.
El quid de la cuestión es que los domicilios (cocina, salón, habitaciones) son espacios pequeños, cerrados y poco o muy poco ventilados.
El butano es más pesado que el aire y, como el agua, tenderá a salir de la habitación por debajo de la puerta o por la rejilla que ha de estar a ras de suelo y libre de obstáculos.
El gas ciudad, es más ligero que el aire, sube e intentará salir por arriba, como el humo de un cigarro, por ello para este gas la rejilla ha de estar cerca del techo.
En una habitación, cocina o salón, cerrada como es lo normal, una sola rejilla puede no ser suficiente ya que no se establece una corriente de aire que arrastre con facilidad el gas que pudiera haber en caso de una fuga. Por esta razón son necesarias dos rejillas, una a ras del suelo y otra cerca del techo.
El problema no es que haya un escape de gas, pues una avería siempre puede ocurrir. No es posible garantizar que no haya una fuga de gas; una avería, una llave defectuosa o abierta, o una llama que se apague. La cuestión es que en cualquier espacio cerrado donde haya una combustión, o simplemente se almacene gas, ha de tener la ventilación suficiente; la de las dos rejillas arriba y abajo, en prevención de cualquier avería que pudiera provocar una fuga. Las rejillas han de dar a la calle y no a terrazas cerradas sin rejillas. En sótanos, el butano prohibido y similar para el gas ciudad.
Pero aún más, el gas al quemar consume Oxígeno y en una habitación cerrada o poco ventilada, el Oxígeno va disminuyendo con lo que la combustión comienza a ser incompleta y así en lugar de producirse Anhídrido Carbónico CO2, que es un gas inofensivo, se produce Monóxido de Carbono CO, que es uno de los gases más peligrosos existentes y tan fácil de obtener. Es además imperceptible; inodoro e insípido y en cantidades extraordinariamente pequeñas, al respirarlo, se combina con la hemoglobina de la sangre ocupando el lugar del Oxígeno y produciendo un adormecimiento mortal, sin síntomas previos.
Los calentadores de agua o calefacción, al quemar y expulsar los humos directamente por la chimenea, no ocasionan peligro por el Monóxido de Carbono, pero sí han de cumplir lo dicho sobre las rejillas.
Una explosión puede producirse por una llama o chispa insignificante; al encender o apagar un interruptor, o al enchufar o desenchufar cualquier aparato y siempre que haya una cantidad apreciable de gas. En espacios abiertos no hay este peligro de concentraciones de gas-aire que puedan explotar, dentro de los usos y consumos domésticos.
Los combustibles líquidos; alcohol, gasolina, etc. son peligrosos por su inflamabilidad, han de manejarse con atención y quemarse siempre en abundancia de aire en habitaciones ventiladas; nunca sin ventilación. Las estufas (y braseros) con cualquier tipo de llama, en recintos cerrados, son siempre un gran peligro, y las de gas, con el riesgo añadido de las fugas. Con el frío aumenta el consumo y la necesidad de más aire, pero se cierran más las habitaciones, impidiendo la renovación del aire, lo que multiplica el peligro.