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El ejemplo de la Revolución cubana

El valor de la solidaridad no tiene precio

Fuentes: Rebelión

Tomo la licencia para utilizar un hermoso titular, procedente del cuaderno Perspectivas en movimiento. Una loable iniciativa a la cual ya me referí en un artículo anterior. La solidaridad hacia Cuba Quienes defendemos determinados valores, compartimos, entre otras justas luchas, la defensa de la revolución cubana. Desde las posibilidades y conocimientos de cada cual, se […]

Tomo la licencia para utilizar un hermoso titular, procedente del cuaderno Perspectivas en movimiento. Una loable iniciativa a la cual ya me referí en un artículo anterior.

La solidaridad hacia Cuba

Quienes defendemos determinados valores, compartimos, entre otras justas luchas, la defensa de la revolución cubana. Desde las posibilidades y conocimientos de cada cual, se van reforzando y armando las redes de solidaridad que trabajan no sólo para colaborar con el proceso cubano, sino también para denunciar y tratar de frenar la agresión diaria del sistema capitalista contra la isla.

En nuestro caso concreto desde internet y, de manera más amplia, desde el campo de la información intentamos romper el muro de desinformación y manipulación construido entorno a Cuba, facilitando la difusión de noticias e iniciativas que conscientemente son silenciadas por los grandes medios de propaganda. Bien sea escribiendo para desmontar las burdas mentiras de éstos, bien dando a conocer (como en el caso de Perspectivas) el trabajo y las inquietudes que cada vez más personas en Cuba plasman en sus bitácoras, como se muestra en ‘El valor de la solidaridad no tiene precio‘, que da nombre a este artículo.

Pero, a pesar de este esfuerzo por compensar la ayuda que Cuba ha ofrecido durante años a diferentes pueblos del mundo, la deuda moral es tan grande que se tardará tiempo hasta que sea correspondida. Por ello, es una cuestión de dignidad reconocer y contar lo que supone la práctica concreta de esa solidaridad, que nada tiene que ver con los grandes discursos sino con las hermosas acciones llevadas a cabo por decenas de miles de voluntarios, a lo largo de los 47 años de Revolución. Ello constituye la antítesis de lo que son esas campañas de marketing -muestras de propaganda- que en Occidente se ha dado en llamar Cooperación.

La solidaridad de Cuba

Desde que en el año 1961 Cuba brindara su colaboración a la revolución argelina y concediera, ese mismo año, las primeras becas a 15 jóvenes guineanos para cursar estudios superiores en la isla; hasta lo más cercano en el tiempo como la ayuda a Pakistán tras el terremoto, la Misión Milagro o la alfabetización en México; muchos miles de cubanos han dado su tiempo, sus conocimientos e incluso sus vidas de manera desinteresada, con los únicos objetivos de favorecer el desarrollo y la libertad de los pueblos.

Para las naciones colonizadas y neocolonizadas, los países desarrollados podrían ser definidos con mayor propiedad -según la certera definición de Fernández Retamar- como países subdesarrollantes. La solidaridad por parte de éstas es una compensación histórica, una obligación moral.

Aunque para Fidel Castro, la colaboración internacionalista en la lucha contra el subdesarrollo no es una deuda de las antiguas metrópolis; es un deber solidario y ético de todos los países desarrollados, capitalistas y socialistas; es incluso un deber de los propios países del Tercer Mundo con mayor desarrollo relativo hacia los países más atrasados.

En el caso cubano, esta afirmación no ha sido únicamente una declaración de intenciones sino una máxima llevada al terreno. Durante 47 años más de medio millón de cubanos han servido en misiones internacionalistas en 160 países del mundo. Unos 380 mil, entre los que se incluye el Che Guevara, lo hicieron combatiendo en África, gracias a los cuales se consolidó la independencia de Angola y se ayudó a liberar Namibia y Zimbabwe. Más de 160 mil han brindado, durante todos estos años, asistencia técnica en sectores como la salud, educación, construcción, deporte, agricultura, pesca, cultura y otros.

Además, para garantizar la continuidad de los servicios en lugares donde era casi imposible mantenerlo con personal cubano, el gobierno de La Habana comenzó -desde los inicios de la Revolución como hemos visto- a ofrecer becas para que jóvenes de países pobres pudieran cursar gratuitamente estudios técnicos o superiores. En el periodo que va de 1963 a 2001, casi 40 mil personas se graduaron en Cuba gracias a estos programas de ayuda. De éstas, 16.400 lo hicieron en carreras del nivel superior. También es interesante saber que, del total de estudiantes, 3 de cada 4 eran africanos.

Siguiendo esa línea de cooperación, a finales de los 90 se crearon la Escuela Latinoamericana de Medicina, que acoge a jóvenes de 24 países (entre ellos los EE.UU.), y la Facultad Caribeña de Medicina en Santiago de Cuba. En la actualidad cerca de 7.500 alumnos cursan sus estudios en ambas universidades.

Cuba ha promovido igualmente el intercambio Norte-Sur, mediante proyectos denominados de cooperación triangular. En ellos intervienen el beneficiario, el donante de los recursos materiales y Cuba, que facilita los recursos humanos y pone en práctica el proyecto. De ese modo se inició en la isla el tratamiento de los niños afectados tras el accidente nuclear de Chernobil. En diez años (datos de 2001) se atendieron a casi 20 mil pacientes de los cuales el 85% eran menores. O la ya citada Misión Milagro, creada para realizar operaciones de la vista a personas sin recursos, con la que e n apenas año y medio se han operado a 210 mil personas de 24 países latinoamericanos de forma gratuita.

Defensores de la injusticia

Hace unos años, Fidel Castro hizo la propuesta de que Cuba podía apoyar con personal médico a las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud y a los pueblos de África, para crear con el financiamiento de los países subdesarrollantes una estructura compuesta por unos 3.000 médicos y técnicos de salud con la que hacer frente a la pandemia del SIDA en el continente africano. Pues ni aun entregando los medicamentos de forma gratuita, existen las condiciones necesarias actualmente para hacer frente a la enfermedad. El ofrecimiento cayó en saco roto, y se comprende. Porque viendo la guerra con las multinacionales farmaceúticas que monopolizan las medicinas contra el SIDA, se entiende perfectamente que el interés de Occidente no pasa por solucionar lo que para la humanidad es un problema y para el capitalismo una oportunidad de negocio. Más que salvar vidas, de lo que se trata es de hacer clientes y aumentar el mercado.

En el libro La utopía rearmada, Enrique Ubieta relata una anécdota que le sucedió en la Nicaragua convaleciente tras el huracán Mitch. En su visita a la misión médica cubana, destacada en la zona de Río Coco, Ubieta constató que «los pobladores sacian la sed en el río contaminado» pues no existe agua potable, tampoco escuelas ni consultorio médico, salvo el establecido por sus compatriotas de manera temporal. Una mañana encontro una hoja de periódico, con la que los doctores cubanos habían envuelto un pequeño lote de medicamentos. La página recogía unas «sabias reflexiones, ahora estrujadas por un destino superior», su contenido era la carta abierta del peruano Vargas Llosa al escritor japonés Kenzaburo Oe. «Después de haber soñado también, de joven, con la sociedad perfecta, hace tiempo que me convencí de que es preferible, para la supervivencia de la civilización humana, conformarse con los lentos y aburridos progresos de la democracia, en vez de buscar la inalcanzable utopía que genra hecatombes», afirmaba el ilustre ex soñador. Y continuaba, «(…) No es posible ni deseable renunciar al cielo y las estrellas. Pero, a sabiendas de que aquel mundo coherente, bello, racional, justo, sin mácula, a la medida de nuestros deseos, no existe fuera del dominio del arte, la literatura y la fantasía, o del solitario destino de un puñado de personalidades excéntricas».

Ubieta que es infinitamente más sensible, vivo y soñador, se queda corto al considerar que el discurso de Vargas Llosa «es una petulancia intelectual por creer que el horizonte visible es sólo una construcción literaria». Pero acierta al decir que si Colón impuso a los europeos de su tiempo un horizonte nuevo, distinto pero muy real, la Revolución cubana ha hecho lo propio con los latinoamericanos, «aunque Vargas Llosa, sentado en el malecón de la añoranza, un cómodo malecón retro que abolió por decreto los años sesenta, se aferre al horizonte de los que regresaron mentalmente a tierra». Ubieta recuerda una conversación mantenida con el gran poeta Cintio Vitier, quien ante la pregunta ¿la justicia siempre será el horizonte inalcanzable? contestó que «lo importante es que siempre haya un horizonte. Eso es lo que el hombre necesita. (…) lo que sería terrible es carecer de horizonte, que era lo que nos pasaba antes de la Revolución. (…) Pienso que la historia, como los poemas, está hecha de éxtasis y de discurso. (…) Enero de 1959 fue el éxtasis de la historia, sin ánimo religioso, éxtasis en el sentido de suspensión del tiempo: pareció que se producía una visión, ya no una metáfora o una imagen, sino una visión de algo que se realiza y que parecía imposible. Pero lo cierto es que el imposible aquel de pronto se hace posible, cuando entra en La Habana un ejército de campesinos. Si eso no es poesía, yo no sé lo que es. Ahí sí que la poesía y la historia se fundieron absolutamente».

Y fruto de esa unión surge el ejemplo y el servicio que el pueblo cubano viene dando desde entonces, en beneficio de quienes sufren la injusticia y la opresión. Soñar con un mundo mejor -como lo hace la Revolución cubana- es trabajar para conseguir lo imposible y avanzar hacia ese horizonte de justicia social. Sentir la imperiosa necesidad de descubrir un mundo nuevo y vivir la esperanza de poder lograrlo no es esperar sentado, ni renunciar a la utopía en beneficio de lo establecido. Y ese es el compromiso internacionalista y solidario de Cuba.

Pero Enrique Ubieta lo explica mucho mejor que yo:

La justicia social es el acto fundacional de la independencia cubana. Cuba es la esperanza, en un mundo cada día más viejo. No somos nosotros los náufragos. Cuba es una isla que navega. El planeta es una isla que naufraga y que puede hacernos naufragar. La Revolución martiana y fidelista es hoy un hechpo de trascendencia mundial. En Centroamérica, en el Caribe, en África hay y habrá Revolución cubana, porque en cada puerto hallaremos la manera de volvernos al mar.