Quienes alegan que Cuba exagera la gravedad de los daños que a su pueblo causa el bloqueo dispuesto hace más de sesenta años por el gobierno de Estados Unidos contra la Isla (calificado eufemísticamente de «embargo» en la prensa occidental) están, de alguna manera, haciéndose cómplices del objetivo criminal básico de esa política de inspiración […]
Quienes alegan que Cuba exagera la gravedad de los daños que a su pueblo causa el bloqueo dispuesto hace más de sesenta años por el gobierno de Estados Unidos contra la Isla (calificado eufemísticamente de «embargo» en la prensa occidental) están, de alguna manera, haciéndose cómplices del objetivo criminal básico de esa política de inspiración genocida.
La fundamentación original del bloqueo la dio el seis de abril de 1960 Lester D. Mallory, Vice Secretario de Estado Asistente para los Asuntos Interamericanos, en un memorándum secreto del Departamento de Estado desclasificado en 1991, que fue incluido en la página 885 del Volumen VI del Informe del Departamento de Estados de Estados Unidos de 1958 a 1960 que textualmente dice:
«La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno».
Está claro que la estrategia ha consistido, durante las casi seis décadas transcurridas, no solo en llevar hambre y miseria al pueblo cubano, sino también y sobre todo, en hacer ver que la causa de tales desventuras ha estado siempre en la ineficiente gestión del gobierno cubano y no en las «sanciones» de Washington.
De ahí que quienes, deliberadamente o por ignorancia, restan importancia al bloqueo, o simplemente lo consideran un pretexto de las autoridades cubanas para justificar sus propias deficiencias y errores, se convierten en cómplices de esta política de EEUU. El bloqueo a Cuba parece irracional, pero no lo es tanto si se le entiende como medio para el logro de un objetivo criminal definido: frustrar la voluntad a de la mayoría de los ciudadanos de un país empeñada en ejercer la soberanía de su patria.
Además, el bloqueo contra Cuba tiene la característica de que incluye la persecución, a veces despiadada, de quienes intentan evadirlo en cualquier terreno, incluso en los más inusitados.
Quienes cuestionan la real intensidad del bloqueo económico, financiero, comercial, mediático, político y cultural que ha sufrido el pueblo de Cuba por más de medio siglo como castigo unilateral de la superpotencia por su afán de defender su independencia y soberanía nacional, no tienen más que acceder al testimonio de un muy prestigioso intelectual franco-ibérico, Ignacio Ramonet, acerca de lo que le ha costado escribir lo que le dicta su conciencia sobre la vida y el pensamiento del líder de la revolución cubana, Fidel Castro, a los largo de muchos años.
En un artículo publicado en el sitio digital «Rebelión» con título de «La dictadura mediática en la era de la post-verdad», Ramonet aporta, -movido por el hecho de que la muerte de Fidel Castro ha dado lugar a la difusión de innumerables infamias contra el líder cubano en algunos grandes medios de prensa- su testimonio personal sobre otro aspecto poco o nada conocido del bloqueo contra Cuba cuyos azotes a él le ha tocado vivir.
«La represión contra mi persona empezó en 2006, cuando publiqué en España mi libro Biografía a dos voces o Cien horas con Fidel, fruto de cinco años de trabajo y centenares de horas de conversaciones con el líder de la revolución cubana. El diario El País de Madrid, en el que hasta entonces escribía regularmente, me sancionó y cesó de publicarme sin ofrecerme explicación alguna. No se volvió a reseñar un libro mío, ni se hizo nunca más mención alguna de actividad intelectual mía. Un historiador del futuro que buscase mi nombre en las columnas de ese diario deduciría que fallecí hace una década.»
Lo mismo ocurrió en el diario La Voz de Galicia, donde también escribía desde hacía años una columna semanal. A raíz de la edición de mi libro sobre Fidel Castro, y también sin la mínima excusa, me reprimieron. Dejaron de publicar mis crónicas. De la noche a la mañana: censura total. Al igual que en El País jamás, a partir de entonces, la mínima alusión a cualquier actividad mía. Tratamiento de apestado.
Lo ocurrido a Ignacio Ramonet, aunque indignante, no es algo novedoso. Luego de que el prestigioso sociólogo estadounidense Charles Wright Mills escribió en 1960 su libro Escucha Yanqui (Listen Yankee), a raíz de una entrevista con Fidel Castro en Cuba, sufrió un período de silenciamiento y un acoso por el FBI que muy probablemente fue causa de su prematura muerte a los 46 años de edad por crisis cardiaca. Varios han sido los intelectuales eminentes que han sufrido «sanciones» en todo el mundo desde entonces por escribir o hablar de Cuba honestamente.
Y téngase en cuenta que el bloqueo afecta de manera análoga a todas las esferas de la producción, el saber y la vida cotidiana.
Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.
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