Traducido del gallego para Rebelión por Sara Plaza
Veo con preocupación la cobertura mediática en el caso de difteria ocurrido en Olot. A raíz de este, proliferan los argumentos contrarios a la vacunación, en ocasiones opuestos a otros a favor (y a veces ni siquiera), como si estuviesen al mismo nivel. Es decir, se presenta una opción minoritaria y acientífica en pie de igualdad con otra fundamentada en datos ciertos y casi un siglo de inmunización. No existe debate científico en torno a la vacunación, como no existe debate en torno a la teoría de la evolución. Trataré de rebatir los principales argumentos que se han vertido en los medios desde una posición de izquierdas y, por lo tanto, materialista y científica.
1. Lo primero que se insinúa es que los padres que no vacunan a sus hijos son conscientes y responsables, al contrario de los que vacunan, que únicamente siguen a la masa. La inmensa mayoría de la comunidad científica está de acuerdo en que la vacunación es positiva y necesaria. Las madres y los padres que deciden conscientemente no vacunar están siendo engañados por personas que se mueven por otro tipo de intereses, de tipo económico o de otra índole. Como ejemplo, el famoso artículo que vincula las vacunas y el autismo, a raíz del cual su autor, Andrew Wakefield, resultó finalmente inhabilitado al demostrarse que promovía un lucrativo negocio en torno a alternativas «naturales» a la vacunación. Los argumentos de estos padres y madres pueden ser bienintencionados, pero parten de una profunda ignorancia de cómo funcionan las vacunas, el sistema inmune y la prevención sanitaria en general. Puede que tengan más información, pero es información errónea, acientífica y muchas veces directamente fraudulenta. Artículos de opinión como el de Ilduara Medranho [1] son el ejemplo perfecto de información errada, partiendo de la base de que por el hecho de que algo sea «alternativo» es mejor o más fiable.
2. ¿Por qué los niños que no se vacunan no padecen más enfermedades, si las vacunas son realmente necesarias? Esto es así gracias a la inmunidad de grupo. Dado que los otros niños con los que se relacionan están vacunados, es poco probable que se contagien. Por otra parte, sí pueden actuar como vector de enfermedades hacia otros niños de menor edad que todavía no estén inmunizados de acuerdo con el calendario de vacunación. Por lo tanto, el que no se vacuna se aprovecha de que los otros sí lo hacen, en una actitud que, de ser consciente, es profundamente egoísta y muy apartada de lo que una esperaría de una persona supuestamente comprometida con el colectivo.
3. También se escuchó en los medios que se sigue vacunando de enfermedades ya erradicadas. Erradicada solo está la viruela, el resto de enfermedades infecciosas pueden no darse en un determinado territorio, pero como comprobamos tristemente, no están erradicadas, pueden reaparecer. Por eso es importante continuar vacunando. Por cierto, de la viruela ya no se vacuna porque, como ya dije, está erradicada.
4. Se afirma que los casos de enfermedades que se dan no están relacionados con la no vacunación, sino con otros factores, pero los casos de reaparición de dolencias ya desaparecidas en un territorio dado tienen que ver directamente con la no vacunación, que va de la mano de la exclusión social. La inmensa mayoría de la población no inmunizada no lo está por motivos socioeconómicos (inmigrantes que no se vacunaron en su país de origen, niños nacidos en situación de exclusión social sin acceso al sistema de salud) y no por decisión «libre y autónoma». Si el 100% de una población está vacunada de una enfermedad, la posibilidad de que reaparezca es ínfima, independientemente de las condiciones de vida. Por supuesto que mejorando las condiciones de vida y la higiene disminuyen las enfermedades, pero los virus y las bacterias son seres vivos con los que compartimos medio, y no van a desaparecer únicamente por una mejor higiene y alimentación. De hecho, la vacunación, junto con el tratamiento de las aguas, fue uno de los motivos del descenso de la mortalidad en las clases populares en el siglo XX. No tiremos piedras contra nuestros propios tejados de clase.
5. La falacia de lo «natural». Otro argumento que se empela es la idea de que las enfermedades son «naturales», y no pasa nada por padecerlas, mientras que las vacunas son «artificiales». Enfermedades aparentemente banales, como el sarampión, pueden producir complicaciones graves e incluso la muerte, por lo que lo más recomendable es que no aparezcan. Por otra parte, la inmunización es una práctica que se lleva realizando miles de años por simple observación, por ejemplo, forzando el contagio de la tuberculosis bovina porque se sabía que protegía de la humana, más agresiva. La vacunación moderna vuelve el proceso universal y accesible a todas las personas. Además, utiliza el propio sistema inmunitario humano y sus mecanismos para lograr un proceso que se da de manera aleatoria, haciéndolo sistemático. Aún así, el conocimiento científico no se juzga por lo «natural» que sea, sino por su grado de efectividad y por las vidas que logra salvar.
6. Se relaciona las vacunas con los intereses de las grandes farmacéuticas. Las grandes farmacéuticas son el mal, completamente de acuerdo. Es un problema del modelo económico capitalista que debemos luchar por cambiar. Pero las empresas farmacéuticas ganan mucho más con otro tipo de tratamientos que con las vacunas, que además, en muchos casos, ya no tienen patente o ésta fue liberada por su descubridor, como en el caso de Jonas Salk, que liberó automáticamente la patente de la vacuna de la polio después de descubrirla.
7. Dicen que las vacunas contienen productos tóxicos. Naturalmente que cualquier producto puede producir una reacción alérgica en un pequeño porcentaje de casos, incluidos alimentos, semillas, etc. Por otra parte, determinados minerales supuestamente tóxicos existen en nuestra dieta de manera natural (aluminio, magnesio…) y son necesarios en pequeñas dosis, los llamados oligoelementos. Lo que pasa es que, desde la ignorancia más absoluta, hay quien juega a colocar ciertos elementos de la tabla periódica (elementos esenciales presentes en todo el universo) como «buenos» y otros como «malos». En esta argumentación, el hierro es «bueno» pero el magnesio es «malo», no se sabe muy bien porqué. Estamos expuestos incluso a radioactividad a bajas dosis de forma natural, y esto no es perjudicial. Las reacciones alérgicas que se pueden dar, la mayor parte de ellas leves, son las mismas que se pueden dar con ciertos alimentos, y no tienen que ver con que los componentes de las vacunas sean tóxicos. Hay gente con alergia a la proteína de la leche, o a los cítricos, y no se nos ocurre decir que son tóxicos. Cuando hubo problemas con una partida concreta de vacunas, igual que de otros fármacos o de algún alimento (los pepinos, hace pocos años) se retiró del mercado. ¿Son tóxicos los pepinos?
En una simple búsqueda en Internet, la inmensa mayoría de las páginas que aparecen sobre las vacunas son anti-vacunas, y eso no refleja para nada la posición científica. Solo refleja dónde está el dinero: en los grupos neoliberales que promueven la libertad individual como bien supremo (los principales defensores del movimiento anti-vacunas son los lobbies ultracapitalistas norteamericanos), y cuál es la actual deriva de la planificación en salud, afectada cada vez por más recortes y deslizándose peligrosamente hacia la privatización. En otras palabras: quieren que paguemos por las vacunas, y el primer paso es convencernos de que es una cuestión de opinión individual, y no de salud pública. No les hagamos el juego desde la izquierda en el mercadeo de nuestros derechos sanitarios.
Iria Veiga es médica del Sistema Gallego de Salud
Nota:
[1] Publicado el día antes en Sermos Galiza con el título «O vírus do medo», puede leerse en gallego aquí (N. de la T.).