No se vota desde un programa electoral, ni desde una tabla comparativa de medidas, ni desde un excel de promesas que nadie cree que se cumplirán. Se vota desde la rabia, desde el cansancio, desde esa mezcla de bronca y hartazgo que crece en los barrios donde la política llega solo en forma de carteles cada cuatro años. Se vota desde el hueco vacío que dejaron las izquierdas al alejarse de la calle, del barrio, de la vida real.
Este texto no pretende explicar el voto con cifras frías o titulares prefabricados. Pretende hacer lo que la política ha dejado de hacer: parar y escuchar. Porque en ese silencio que nadie quiere mirar, en ese desencanto que huele a factura impagada y a futuro cancelado, alguien ha aprendido a hablar el idioma del enfado. Y sí, es la extrema derecha la que hoy mejor lo está haciendo.
Este es un artículo incómodo. Porque no ofrece consuelo fácil ni diagnósticos obvios. Porque nos obliga a mirar de frente lo que muchos prefieren barrer debajo de la alfombra. Pero también es una invitación: a recuperar las palabras perdidas, las causas olvidadas y los vínculos rotos. Porque solo desde ahí, desde lo que duele, puede empezar algo distinto.

El gráfico que aquí se presenta entrecruza dos mundos que, sin embargo, habitan los mismos barrios, las mismas aulas vacías de futuro y los mismos hogares donde la incertidumbre se sienta a la mesa cada noche. Por un lado, la juventud española en general: diversa, fragmentada, desilusionada pero todavía en disputa. Por otro, una juventud empobrecida, esa que sobrevive en casas donde no entran más de 1.100 euros netos al mes, donde las facturas pesan más que los discursos, y donde el futuro es una promesa rota.
Y el dato golpea: en ambos mundos, el partido más votado es VOX. No en términos abrumadores, pero sí lo suficiente como para hacer que a muchos se les atragante la etiqueta de “voto obrero”. Porque VOX no es un partido obrero, ni mucho menos popular. Es el hijo ideológico del neoliberalismo más salvaje, el que defiende recortes, privatizaciones y la recentralización del Estado. Sin embargo, logra presentarse como el “voto valiente”, el que “dice las cosas claras”, el que promete devolver el orgullo a quienes sienten que ya no les queda nada que perder.
Lo más paradójico y doloroso es ver cómo en los hogares más golpeados por la precariedad, el voto a VOX resiste en el mismo nivel que el PSOE, mientras que Podemos y Sumar, los que se suponía hablaban por “los de abajo”, desaparecen casi por completo. No es que VOX arrase, pero ocupa un lugar simbólicamente potente: el del grito, el de la rabia, el de la ruptura. Mientras tanto, las izquierdas parecen haber perdido el lenguaje del barrio, el de la bronca, el de la resistencia cotidiana.
Este gráfico no solo muestra porcentajes; muestra un fracaso colectivo: el de un sistema político que ha dejado de escuchar a quienes más necesitan ser escuchados. No se vota con la cabeza, se vota con las tripas, y la extrema derecha lo sabe. La pregunta que queda abierta es incómoda pero urgente: ¿será capaz la izquierda de reconstruir un relato que vuelva a enamorar a quienes hoy solo votan para castigar?
Este gráfico es un espejo incómodo. Pero también es una oportunidad para quienes se atrevan a mirarlo de frente y reconstruir desde lo que duele.
Victor Hugo Perez Gallo. Profesor asociado de la Universidad de Zaragoza.
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