El controvertido CEO de Tesla se ha erigido como el salvador del planeta ante la crisis climática, pero su visión es parte del problema.
Elon Musk. Daniel Oberhaus (2018).
Hace dos años, cuando el mundo entero estaba pendiente de doce niños atrapados en una cueva inundada en Tailandia, Elon Musk no pudo contenerse y acudió al rescate. De un día para otro, el controvertido CEO de Tesla se presentó en el país asiático con un sofisticado submarino que, según el magnate, resolvería al instante la difícil operación de salvamento. Los niños salieron con vida de la cueva, pero no fue el submarino lo que les salvó. De hecho, el aparato ni siquiera llegó a entrar en la gruta. Era demasiado grande.
Pero el ‘heroísmo’ de Musk levantó más de una ampolla en Tailandia. Uno de los submarinistas británicos que participó en las tareas de rescate, Vernon Unsworth, aseguró que la aparición estelar de Musk no era más que una “treta publicitaria” y sugirió que su presencia no era bien recibida. “Se le pidió enseguida que se fuera, así tendría que haber hecho”, dijo en una entrevista a la CNN. La disputa acabó en los tribunales después de que el multimillonario llamara al buzo “pedófilo” en un mensaje de Twitter.
Elon Musk tiene una habilidad extraordinaria para acaparar titulares cada vez que pulsa la tecla de enviar en la red social, pero tiene una especial virtud para hacerlo en momentos delicados. La mayor pandemia que se ha visto en el último siglo no es una excepción. Así, durante las últimas semanas, Elon Musk ha usado los 280 caracteres que ofrece Twitter para atacar las restricciones impuestas por la crisis del coronavirus que le obligaron a cerrar la planta de Tesla en California. “Devolved la libertad a la gente”; “es el momento de liberarnos por el bien del progreso”, han sido dos de las quejas que ha tuiteado.
La guinda la puso la semana pasada cuando el empresario anunció que la fábrica reiniciaría la producción a pesar de que las restricciones seguían en pie. “Tesla va a restablecer la producción hoy en contra de las normas del condado de Alameda. Voy a estar en la línea con todos los demás. Si alguien es arrestado, pido que sea sólo yo”. De nuevo, su nombre y el de su empresa salían en las noticias; de nuevo, Musk conseguía una campaña de imagen tremendamente barata. Y, de paso, que el condado cambiara las reglas y le permitiera abrir.
Los aires de grandeza han acompañado a Musk desde que el huracán mediático pusiera sus ojos en él. “Los héroes de los libros que leía [cuando era joven], El Señor de los Anillos o la Serie de la Fundación, siempre me hacían sentir el deber de salvar el mundo”, le dijo a un periodista de la revista New Yorker en una entrevista para un perfil publicado en 2009. Entonces, el Roadster, el primer vehículo eléctrico de Tesla, llevaba poco más de un año en circulación y la cuenta de Twitter de Musk sólo tenía unos meses. Pero el artículo ya se hacía eco de las muchas controversias que el sudafricano -nació en Pretoria aunque se mudó a Canadá y después Estados Unidos- causaba en Silicon Valley. “La gente que normalmente me conoce se lleva una buena impresión. En general; [es decir] si no los he despedido”, respondió Musk a esos comentarios. La polémica aumentó con los años, y en los documentos del caso legal contra el buzo, Musk era descrito como “un multimillonario con la piel fina que está obsesionado con su imagen pública y que tiene un historial en el que ignora la verdad de forma intencionada y vengativa para mantener una imagen publicitaria creada”, según Forbes.
Pero la grandeza no es sólo de ego, también de anhelos. Así, el perfil del New Yorker dibuja a un tipo que tiene hijos sólo porque “es el deber de los inteligentes y los educados el reproducirse”, pero también un soñador incansable que no para hasta lograr sus objetivos.
Con la muerte de Steve Jobs en 2011, Musk se postuló como el candidato perfecto a nuevo gurú del sector tecnológico. Y no le falta currículo. Su nombre ha estado asociado a algunos de los grandes proyectos tecnológicos de las últimas décadas, como PayPal, SpaceX, o la ya mencionada Tesla.
Su campaña más exitosa ha sido, tal vez, el culto que se ha forjado como salvador del planeta ante la emergencia climática. Tiene sentido cuando Tesla se dedica, fundamentalmente, a fabricar vehículos eléctricos y a promover la energía solar. Musk, por supuesto, ha sido una pieza central de esta estrategia de marketing con sus charlas, sus tweets, y su continua presencia en los medios. Si tuviera que depender únicamente de sus ventas, Tesla probablemente habría cerrado sus puertas hace mucho.
Muchos temen que detrás haya poco más que una cortina de humo que funciona a base de subsidios estatales. Según la página de la compañía, el principal objetivo de Tesla es “acelerar la transición mundial a una energía sostenible”. Y no se puede negar que están poniendo su parte, no sólo por los millones invertidos, sino también por liberar sus patentes para que cualquiera pueda utilizarlas.
Pero la visión de Musk se basa sobre los mismos principios que crearon el problema: un mundo de sobreconsumo que deja las opciones más sostenibles a los que más abusan de ellas, los ricos. Y esto hace que pierdan todo su sentido. Él mismo es parte de ese modo de vida y, según The Washington Post, Elon Musk recorrió en 2018 casi 250.000 kilómetros en avión -seis veces la circunferencia del planeta por el ecuador-, no sólo para viajar largas distancias por motivos laborales, sino para ir también de una punta a otra de Los Ángeles y ahorrar tiempo en los trayectos. “El calendario frenético de Musk fue posible gracias a un nivel de comodidad y lujo que pocos pueden permitirse”, decía el periódico norteamericano. Quizá así se entienda mejor la obsesión de Elon Musk con establecer una colonia humana en Marte. Ni él mismo está dispuesto a hacer lo que realmente sería necesario para frenar la crisis climática.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/elon-musk-un-heroe-fallido/