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En busca del partido orgánico: el 21 de diciembre amaneció y la guerra continúa

Fuentes: Rebelión

«Tras los resultados de las elecciones, se han puesto en claro dos cosas: el bipartidismo, como eje motriz del régimen del 78, ha perdido todavía más escaños, legitimidad y hegemonía cultural y política. El segundo aspecto es que la estrategia nacional-popular del siglo XXI, o «populismo de izquierdas», cobra una importancia decisiva a la hora […]

«Tras los resultados de las elecciones, se han puesto en claro dos cosas: el bipartidismo, como eje motriz del régimen del 78, ha perdido todavía más escaños, legitimidad y hegemonía cultural y política. El segundo aspecto es que la estrategia nacional-popular del siglo XXI, o «populismo de izquierdas», cobra una importancia decisiva a la hora de articular el nuevo proyecto de país.

Los resultados electorales no deben hacernos caer ni en la autocomplacencia ni en la flagelación. La batalla se ha librado bravamente con todos los obstáculos del camino, y como diría Manolo Monereo, «no es pequeña cosa», pero el objetivo debe ser ganar. El ciclo histórico abierto nos obliga a reflexionar sobre el ‘momento Podemos’, o cómo el partido-proceso abre camino hacia un sujeto popular que desborde las inercias conocidas hasta ahora. La cuestión a tratar es qué papel desempeña Podemos en el cambio y qué forma tornará la ruptura democrática, ahora que el Congreso de los Diputados ha cambiado cuantitativa y cualitativamente, y la sociedad civil se ve más cercana del cambio que del absentismo político que ha caracterizado el régimen del 78.

En primer lugar, el cambio cuantitativo avala a Podemos como primera fuerza de ruptura democrática; es la primera vez desde que se convocaron elecciones parlamentarias que una fuerza de ruptura con el ‘Establishment’ obtiene alrededor del 20% de los votos y 69 escaños (27 de los cuales quedan pendientes de formar grupos parlamentarios propios). A su vez, PP y PSOE no superan el 50% de los votos entre ambas formaciones, siendo el peor resultado de la historia del bipartidismo. Los resultados de IU son castigados por una ley electoral ya conocida, diseñada para asegurar el bipartidismo a través de circunscripciones pequeñas que penalizan el voto disperso: 2 escaños con algo más de 900.000 votos. Ciudadanos se desinfla de todas las encuestas interesadas, quedando como cuarta fuerza política, y verificándose una vez más lo que todos sabíamos: muchas encuestas pretendían dirigir el voto hacia el Íbex 35 en vez de reflejar la opinión pública.

De otra parte, se ha dado un cambio cualitativo en la correlación de fuerzas. El PSOE se encuentra en una encrucijada, con un Pedro Sánchez muerto antes de comenzar la partida. Si cede en las líneas rojas que marca Podemos para que sea investido Presidente, automáticamente será destituido por Susana Díaz quien, a su vez, tiene sentido de Estado y prefiere sacrificar al PSOE para mantener el régimen frente a posibles pactos que lo condicionen por abajo. En estos momentos, se está debatiendo la postura, pero todo indica a una salvación del régimen por parte del PSOE. Influirá también la decisión que tome la CUP sobre la investidura a Artur Mas, y la posibilidad de alimentar o desarticular el eje discursivo de España-Catalunya que emplea el bipartidismo. Por último, Mariano Rajoy es consciente que aun con el apoyo servil de Ciudadanos y su proposición de un gobierno tripartito PP-PSOE-C´s (a nadie le sorprende este giro de Albert Rivera, pues lo lleva haciendo desde que la formación naranja entró en otros parlamentos) su legitimidad se ha visto trastocada, y una repetición de las elecciones no supone un escenario tan lejano. La gobernabilidad, que ha sido uno de los ejes legitimadores del régimen, ha sido dinamitada por los aires; el bipartidismo ya no puede mantenerse cediendo muy poco, sino que sus victorias son pírricas, y en esos costes abrir brecha es una oportunidad.

Incidiendo en las fuerzas democráticas, Podemos es el protagonista de lo que ha pasado y lo que pasará. Tras una campaña hostil por parte de la izquierda, se invocan las posibles sumas de votos y siglas que no pudieron ser pero que debieron realizarse, poniendo a Cataluña y Galicia como ejemplos. En primer lugar, concebir la política como una simple suma aritmética de votos es un error, puesto que las realidades nacionales y socioeconómicas, y las pasiones populares propician sumas que pueden restar y multiplicar, sobre todo en función de una estrategia concreta. Una cosa es cierta: la unidad popular es necesaria; sin embargo, la unidad no es una sopa de siglas de interés jurídico-económico; la unidad popular es la estrategia política para construir un sujeto popular, esa parte de la sociedad civil articulada e instruida por el partido orgánico -en términos gramscianos- que le dota de voluntad para dejar de ser dominado y pasar a ser dominante. Y nuestro partido orgánico constituye la fuerza viva que organiza a la sociedad civil en el conflicto social, y a su vez prepara a los cuadros que lo integran; se materializa la simbiosis civil-organizativa que empieza y acaba las épocas históricas. El partido orgánico contiene la voluntad de conformarse como Estado, pues no es un «partido» al uso, sino que proyecta su ideología en el orden político-cultural-moral de ese nuevo Estado. Por tanto, es necesaria la unidad orgánica que desborde viejas lógicas y estructuras, y tienda a aglutinar a todos los actores posibles bajo relatos plebeyos-populares; esas identidades que la izquierda que recurre al repliegue identitario ha sido, y es, incapaz de generar.

Las premisas de la actualidad son complicadas, y sólo los audaces pueden cumplir con el reto que planteaba Marx. El neoliberalismo es una prisión; es fácil entrar en él, pero para salir sólo hay dos opciones: cumplir la condena o escapar, y el motín está asegurado. Ya que la sentencia es una cadena perpetua o una condena a muerte, se descarta la rendición. La Unión Europea, el principal marco de dominación, se ha construido sobre mecanismos para que el desafío a los mismos implique el castigo ejemplar para quien ose rebelarse, como hemos visto con Syriza en Grecia. Es por ello que las propuestas de abandonar estas estructuras, como la UE, la OTAN o el euro, exigen plazos, poder, voluntad y mucha astucia. Es importante recalcar que el miedo a la incertidumbre, presionado por una economía extorsionada por la deuda, condiciona los apoyos populares hacia planes de choque. Estos reductos conscientemente funcionales al régimen, junto a los aliados dogmáticos que consiguen ante la crisis organizativa, claman contra quienes no se han radicalizado en el discurso de manera cortoplacista; ciertamente, es fácil tender al maximalismo cuando se sabe que no hay nada en juego porque se es irrelevante en el mejor de los casos o, en el peor, se es parte de ese entramado de dominio. El dogma del neoliberalismo ha derechizado, aún más, la cosmovisión del mundo, por lo que cualquier propuesta de ruptura en clave de identidades políticas de los siglos XIX y XX se ve demonizada o ridiculizada por el propio imaginario que construyen los medios de masas. En el ‘mundo postsocialista’ que menciona Monereo en uno de sus artículos más recientes, hay símbolos difícilmente disputables, por lo que la búsqueda de otras formas de aglutinar a la ciudadanía es indispensable. Abrir brecha en los símbolos del régimen que identifican a todo el pueblo y generar contradicciones, es obligado ante un punto de partida de derrota política total; esto forma parte, me permito señalar, de lo que Gramsci denominaba «guerra de posiciones», la lucha por la hegemonía para la posterior ofensiva frontal al poder.

Es un deber para quienes queremos la emancipación de los ‘más’, construir una herramienta dinámica, en consonancia con el momento histórico y con visión larga. Para ello, los activos más valiosos -los cuadros que no se resignan a que las identidades organizativas frenen el proyecto de país- son imprescindibles para la estrategia nacional-popular y para que el sujeto popular, instruido por nuestro Príncipe Moderno, conforme el bloque histórico de poder. En este contexto, los dirigentes que reproducen las lógicas que impiden la ruptura constituyen un obstáculo residual para el cambio y para sus propios cuadros activistas; no obstante, una parte sustancial de la izquierda política continúa afín al proyecto de leer la Historia a través de una fotografía y no de una película donde los conflictos son dinámicos. Como hecho a valorar tenemos las dimisiones del ala más próxima a Alberto Garzón el pasado mes de noviembre, debido a una campaña que consideraban profundamente errónea, basada en confrontar con Podemos como vía de salvación organizativa.

La unidad orgánica de las mujeres y hombres justos no es un encaje de siglas, sino la fundación del espacio que articula al sujeto popular. Ahora mismo, es Podemos quien ha conseguido desarrollar la estrategia hacia el partido-proceso frente al inmovilismo de los elementos funcionales al régimen. La generosidad debe venir de todos aquellos que tengan un proyecto de país alternativo al de las élites; unos cedieron a la idea de partido-sigla como fin en sí mismo, que implicaba abandonar la comodidad para construir pueblo y disputar el país a la oligarquía, y ahora les toca a otros reflexionar sobre la estrategia sectaria del repliegue identitario, que se ha demostrado fallida y ha evitado el sorpasso al PSOE cuando ha sido posible. No son tiempos para irresponsables, sino para las personas valientes, las que construyen símbolos a partir de los relatos y los hechos, y no al revés. El 20-D ha abierto un nuevo ciclo en el que para ganar hay que anteponer lo colectivo a las pasiones personales.»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.