Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, autor de Amianto: un genocidio impune, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra esta industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. *** De nuevo le robo su […]
Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, autor de Amianto: un genocidio impune, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra esta industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto.
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De nuevo le robo su precioso tiempo, querido y admirado amigo. Déjeme empezar por una pregunta demasiado general tal vez y poco concreta, ¿estoy muy equivocado si le señalo que tal vez, últimamente, algunos errores se están prodigando más, con ocasión de lo que se va publicando sobre amianto, tanto en internet como en televisión o en otros medios?
Agradezco la oportunidad de expresar lo que considero correcto, respecto a tres cuestiones.
Aludiré, en primer lugar, a lo dicho en el reciente reportaje emitido en el programa «Informe Semanal», del primer canal de RTVE, cuando se habla de «amianto caducado».
Perdone, en el programa que se emitió el sábado 27 de octubre.
Exacto, el 27 de octubre. Siendo el amianto-cemento el producto que representa el mayor tonelaje del amianto instalado, con mucha diferencia respecto de las restantes utilizaciones, en él, lo que caduca es el cemento, y no el amianto, que es virtualmente eterno, de tal forma, que si alguien que ha inhalado amianto durante mucho tiempo, fallece, y su cadáver es incinerado, en sus cenizas el amianto seguirá estando presente en la misma cuantía que la del que estaba acumulado en el cuerpo del fallecido, y si esas fibras se llegaran a dispersar en el aire, podrían volver a actuar de forma nociva, si llegaran a volver a ser inhaladas por otra persona o por un animal.
El cemento, por el contrario, se fragiliza y deteriora, por cristalización sobrevenida después de instalado el amianto-cemento, progresivamente, a lo largo de los años, permitiendo la liberación de las fibras de amianto, antes encapsuladas, lo cual, evidentemente, es lo peligroso, al propiciar que puedan ser inhaladas.
En segundo lugar, me referiré a la afirmación, que he visto reiteradamente reflejada en algunos comunicados signados por algún miembro del sindicato CC.OO., en el sentido de que en España fueron los trabajadores los que «se adelantaron» en denunciar la nocividad del amianto. Estimo que tal afirmación requiere de algunas matizaciones.
¿Qué matizaciones son esas?
Si nos referimos, en primer lugar, a dicha cuestión, a nivel mundial, diremos que fue el doctor Selikoff quien tomó la iniciativa, a través de su acercamiento y concertación de un extensísimo estudio, con el sindicato norteamericano de instaladores de aislamientos ignífugos, lo que hizo aflorar la elevada carga de enfermedades asbesto-relacionadas, que soportaban los trabajadores de dicha actividad, en la que el amianto era abundantemente utilizado en su modalidad más peligrosa, esto es, como borra de amianto, como fibra en bruto, amianto friable, proyectado y pegado a las superficies a proteger.
A mitad de la década de los años sesenta del pasado siglo, se celebró en Nueva York un congreso científico internacional, promovido por el doctor Selikoff, y en él quedó consagrado un consenso experto general respecto del nexo causal de esas enfermedades, con la exposición laboral al amianto.
En España, la celebración de ese congreso, y sus conclusiones, fueron publicados en un periódico no profesional, varios años después. Por lo que a mí respecta, que era un empleado de la empresa «Uralita», fue entonces cuando tuve conocimiento, por primera vez, de la nocividad del amianto.
En España fueron los doctores López-Areal, Rodríguez-Roisín y Picado, los que alertaron a los trabajadores.
Las enfermedades asociadas a la exposición al amianto, presentan unos síntomas genéricos, que no dan indicio específico y concreto de cuál es el origen. Podían, a lo sumo, sentirse enfermos, pero sin saber de qué, ni por qué. Si no hubiera sido por esos avisos, los trabajadores, por sí mismos, probablemente jamás habrían llegado a esa conclusión.
A nivel profesional, en España ya la registraban, desde hacía bastantes años, diversos artículos en las revistas profesionales, pero tal cuestión no llegaba al conocimiento de los potenciales o efectivos afectados, los trabajadores, y desde luego sus empresas y respectivos servicios médicos -algunos externalizados- tampoco lo estaban haciendo, con las tres excepciones antes señaladas.
El llamado «modelo italiano», de gestión de la prevención de los riesgos laborales, en el que son directamente los propios trabajadores los que ejecutan, de forma exclusiva o predominante, el mapa de riesgos de su centro de trabajo, resulta prácticamente imposible de aplicar, cuando los síntomas y secuelas no afloran sino hasta transcurridas varias décadas desde el inicio de la exposición, cuando ya es más bien poco lo que se puede hacer para paliar -que no evitar- las fatales consecuencias.
Es el llamado «tiempo de latencia», que tan dilatado resulta, sobre todo por lo que respecta al mesotelioma, el incurable y agresivo cáncer asentado en la pleura, o en el peritoneo, o en el pericardio, o en la túnica vaginal de los testículos.
Sólo después de haber asumido esa concienciación, fue ya cuando los trabajadores se movilizaron para hacer pública denuncia, no sin incomprensiones e indiferencias, tanto dentro del sindicato denunciante, Comisiones Obreras, en las demás secciones que no eran la de Construcción, como fuera de él, en las restantes organizaciones sindicales.
Paso finalmente, a la tercera cuestión que quiero abordar aquí, en lo relativo a conceptos equívocos o incompletamente explicados.
Cuando quiera. Lo que ha señalado es muy interesante, tanto desde un punta de vista histórico como sindical.
Aludiré, en esta oportunidad, al hecho de equiparar «cuerpos asbestósicos», con el polvo de amianto (reportaje en Internet, de la Agencia EFE, y publicado en varios medios, como, por ejemplo, en «ABC»).
Los «cuerpos asbestósicos» son unas estructuras reactivas generadas por el organismo del paciente, y compuestas por una fibra central (de amianto, o, eventualmente, de partículas silíceas alargadas), rodeada de una cubierta proteínica, que se acumula predominantemente en los extremos, dándole un aspecto característico de halterio o de pesas de gimnasia.
El detalle importante a retener es que, en cualquier tejido biológico, las fibras sueltas, sin encapsular, son muchísimo más abundantes que los «cuerpos asbestósicos», por lo que el recuento de estos últimos. que es lo que habitualmente se hace, cuando es el microscopio óptico el utilizado (más barato y fácil de manejar, que el electrónico), y que es el recurso habitualmente utilizado para los recuentos en el ámbito laboral, y en espacios confinados, en donde no hay perturbaciones importantes, causadas por corrientes de aire.
De todo esto se infieren dos consecuencias: que los recuentos hechos con microscopio óptico, no son representativos de la verdadera magnitud del número de fibras en suspensión en el aire, y por otra parte, que los recuentos correspondientes a las exposiciones medioambientales, generadas en espacios no confinados, deben de hacerse, para una correcta evaluación del riesgo, mediante microscopía electrónica, y haciendo uso de una sonda isodinámica, que neutralice las perturbaciones causadas por el viento.
Además, no todos los días son adecuados para efectuar tales mediciones, debiéndose evitar hacerlas con lluvia o en días en los que el viento es particularmente intenso.
Muchísimas gracias por sus aclaraciones. He leído un artículo sobre el fibrocemento en las redes de agua de Javier M. Elizondo Osés . Cuándo hablamos de este tema, ¿de qué redes hablamos? ¿La de toda España, las redes de una determinada comunidad? ¿Dónde se usaba el fibrocemento? ¿Se puede reemplazar? ¿Cómo? ¿Con urgencia?
Las tuberías de amianto-cemento se han usado para la conducción y distribución de agua potable para regadíos, para kilométricos desagües, en las pistas de rodaduras de los aviones, en los aeropuertos (por la resistencia que a los esfuerzos mecánicos exteriores, ofrecen este tipo de tuberías destinadas habitualmente a la conducción de fluidos a presión), para la conducción de gas ciudad, para las conducciones de alcantarillado (desagües de aguas pluviales y fecales), y para el aislamiento del cableado de conductores eléctricos o telefónicos, para aislarlos de la humedad del terreno, y para protegerlos de la acción de los roedores (topillos, ratas, ratones, etc.).
La substitución de estas tuberías, al término de su vida útil, o -preferentemente-, antes, se debe hacer por empresas especializadas y autorizadas, por personal debidamente equipado y entrenado, con aislamiento de la zona de trabajo, delimitando y restringiendo el acceso a la misma, con la ayuda de los adecuados medios técnicos de aspiración, filtrado y retención del polvo generado, con la elaboración previa de los oportunos planes de trabajo, debidamente visados y autorizados previamente por la Inspección de Trabajo, y con el encapsulado y transporte a vertedero autorizado, de los residuos generados, en cuyo destino quedarán almacenados en condiciones idóneas, y sujetos a eventuales inspecciones periódicas, por parte de la autoridad medioambiental competente.
Sin embargo, lo que habitualmente se viene observando, es que son los propios técnicos y operarios de los respectivos servicios municipalizados de abastecimiento de agua, los que directamente se vienen ocupando de realizar las reparaciones de las averías (cada vez más frecuentes, por la generalizada obsolescencia de la mayoría de las instalaciones), en sustitución y detrimento de remociones generales y planificadas, de la totalidad de las instalaciones, ya con evidentes signos del envejecimiento generado por el uso y el tiempo transcurrido desde que se efectuó la instalación y puesta en funcionamiento.
Es digno de ser destacado el hecho de que la entidad que agrupa, a nivel nacional, al conjunto de estos servicios municipalizados, en alguna de sus publicaciones viene a desdeñar la trascendencia del riesgo que así se puede generar, tanto para los propios operarios como para los vecinos y viandantes y curiosos que forman corro en torno a la zona de trabajo. Se trata de una situación, que por nuestra parte ha sido denunciada públicamente en nuestros escritos:
Antonio Bernardo Reyes, Paco Báez Baquet, Paco Puche Amianto por un tubo Revistas «Rebelión» y «El Observador». Diciembre 2014
http://www.rebelion.org/docs/192613.pdf
http://www.revistaelobservador.com/images/stories/envios_14/diciembre/amianto_tubo.pdf
Antonio Bernardo, Paco Puche y Paco Báez Amianto por un tubo (Segunda parte) «Rebelión», 20-07-2017 http://www.rebelion.org/docs/229327.pdf
La sustitución de las tuberías de amianto-cemento, es menos urgente que la de las cubiertas realizadas con dicho tipo de material, y ello por dos razones: porque se degradan antes, y porque la dispersión de fibras de amianto en el aire, es más directa y con mayor probabilidad de que se produzca.
Una información que, por supuesto, me llega de usted: «Publicada en Colombia una traducción de este apasionante artículo de contenido histórico, pero pleno de actualidad, vigencia e interés: https://fundclas.org/crisofilicos-versus-crisofobicos/«. ¿Por qué apasionante? ¿Conoces a los autores?
Apasionante porque nos pone de manifiesto la enconada pugna dialéctica y mediática, tanto en el ámbito académico como fuera de él, entre los expertos que se han manifestado detractores del amianto blanco o crisotilo, y los defensores de su supuesta inocuidad, mediante el «uso controlado» del mismo. Con una diferencia radical entre ambos bandos: que sólo entre estos últimos es donde se han podido detectar ejemplos de ocultados conflictos de intereses, con remuneraciones veladas, a cargo de la industria del asbesto.
Por lo que respecta a los autores del artículo, se trata de dos renombrados historiadores de la medicina ocupacional, en general, y de la historia de las patologías asbesto-relacionadas, en particular, y ello ha sido así, hasta el punto de que uno de ellos -McCulloch-, recientemente ha fallecido de mesotelioma, presumiblemente a causa de la contaminación por amianto, adquirida durante sus tareas «de campo», en su afán de comprobar in situ la realidad sobre la que versaban sus escritos.
Por cierto, ¿cuál es la situación del amianto actualmente en Colombia?
En el país hermano están actualmente, por enésima vez, intentado que sea prohibido el uso de todos los tipos de asbesto, crisotilo incluido. En dicho empeño se esfuerzan, tanto los activistas anti-amianto, como los políticos que, desgraciadamente de forma minoritaria por el momento, tienen el firme convencimiento de que tal proceder sería el correcto.
Eso, frente a la feroz acción de lobby de la industria del asbesto. En ese contexto, se está gestando la próxima aparición de un libro sobre dicho asunto, escrito por varios prestigiosos autores, y capitaneados por el relevante activista Guillermo Villamizar, con quien he tenido el honor de colaborar, aportándole mi modesta ayuda.
¿Y en Canadá?
En Canadá ha entrado en vigor una sumamente imperfecta prohibición, acerca de la cual, criticándola, publiqué:
El amianto en Canadá: una prohibición harto peculiar «Rebelión», 11/06/2018 http://www.rebelion.org/docs/242688.pdf
A su vez, «Rebelión» también ha publicado, atendiendo a mi ruego, la traducción de otro artículo sobre dicho asunto:
Kathleen RUFF Finalmente, Canadá prohíbe el asbesto «Rebelión», 22/10/2018 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248032
Tomemos un descanso si le parece. Proseguimos en breve.
De acuerdo, cuando quiera.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.