El gobierno egipcio tiene en marcha la construcción de una muralla de 20 kilómetros de largo que separará la ciudad balnearia de Charm al-cheikh de una veintena de tribus que habitan las montañas cercanas. Como la única fuente de ingresos que tienen los pobladores de la región es el turismo, esta frontera artificial les impedirá […]
El gobierno egipcio tiene en marcha la construcción de una muralla de 20 kilómetros de largo que separará la ciudad balnearia de Charm al-cheikh de una veintena de tribus que habitan las montañas cercanas. Como la única fuente de ingresos que tienen los pobladores de la región es el turismo, esta frontera artificial les impedirá conseguir el sustento básico para la vida
En el sur del Sinaí, más precisamente en los alrededores de Sharm el-Sheikh, uno de los polos turísticos más importantes, los beduinos están shockeados. Pronto, van a quedar aislados del balneario por una muralla. Los cimientos de una muralla de 20 kilómetros de largo ya están plantados. No queda más que construir el muro de separación propiamente dicho.
Una decisión ordenada por los servicios de seguridad para proteger a los turistas después de los atentados de agosto de 2005, que causaron muertos, heridos y daños materiales importantes en este hito del turismo que es Sharm el-Sheikh. Con la convicción de que los principales responsables de ese acto terrorista fueron beduinos de la región montañosa próxima a la ciudad, las autoridades pensaron que un muro de estas características podría aportar más seguridad.
Desde que comenzó la construcción de la muralla, los beduinos entraron en pánico. Como el turismo es su única fuente de ingresos, ven que el futuro les deparará días negros. No podrán hacer safaris y tampoco el acceso a la ciudad les estará permitido. Cada mañana, Hamid va a echar un vistazo a los trabajos, esperando que el proyecto se haya suspendido. Desilusionado, vuelve y se reúne con el sheikh de la tribu para preguntarle por la situación. «No tengo más informaciones que vos, hijo. Como viste, nuestra suerte está en manos del gobierno. Algunas veces nos dicen que se va a suspender la construcción del muro y otras, el gobierno parece decidido a continuar los trabajos», responde el sheikh invocando a Dios para que venga en su ayuda.
En efecto, la zona que va a quedar aislada alberga a aproximadamente veinte tribus originarias del sur del Sinaí, es decir, un millar de beduinos cuya subsistencia depende del turismo. «¿Por qué tenemos que hacernos cargo de las consecuencias de un acto de odio cometido por uno de nuestros conciudadanos, como si todos fuéramos terroristas?», se pregunta Hamid. Desde el atentado, las rutas de estos beduinos están bajo una gran vigilancia, y es obligatorio para ellos pasar puestos de control. Además, agentes de seguridad vestidos de civil se desplazan por las montañas.
La vida cambió radicalmente para ellos. Su cotidianidad se resume así: mientras las mujeres confeccionan pulseras y collares de perlas, los hombres van a buscar turistas o hacer acuerdos con hoteles para organizar safaris en el desierto o en la montaña. Los beduinos no sólo les ofrecen a los turistas camellos y caballos, sino también buggys. Una vuelta de una hora sobre un camello cuesta 25 libras egipcias y sobre un caballo, 50, pero a bordo de un buggy, que permite explorar a fondo el desierto, las tres horas cuestan 120 dólares, con comida beduina incluida. «Al claro de luna, preparamos un buen cordero, con música y espectáculo de danzas beduinas. El té a la menta y la chicha forman parte de los servicios que ofrecemos a los turistas. Hoy, por razones de seguridad, ningún extranjero queda en la zona montañosa más allá de las 17», cuenta Mustafá, originario de la tribu khouroum. Y no solamente esto, los turistas están acompañados constantemente por agentes de seguridad, lo
que desagrada mucho a los visitantes, que quieren pasear en libertad y aprovechar el paisaje aun cuando llega la noche. Una italiana, Leonnelle, escandalizada por la construcción de este muro, dice: «No veo dónde está el peligro con los beduinos, que son extremadamente gentiles y están dispuestos a hacer cualquier cosa por nosotros. Si estuviera el muro, no me sentiría más segura que ahora». Y su marido le responde: «No te preocupes, querida, nos iremos más allá, a Siwa o al desierto blanco», es decir, a la otra punta del país.
A las cinco de la tarde, los turistas se apuran a salir de la zona presionados por los servicios de seguridad, que aparecen a esta hora exacta para verificar que no haya quedado ningún visitante en la región. En cuanto a los beduinos, sólo les queda obedecer. No les queda otra que volver a casa con la esperanza de encontrar más turistas al día siguiente. Pero cuando la muralla esté construida, no verán más a los extranjeros. Para que los beduinos puedan llegar a Sharm el-Sheikh para aprovisionarse, deberán mostrar un pase del Ministerio del Interior, como si no fueran ciudadanos de este país. Por otra parte, este carné, según los responsables de seguridad, no será dado a cualquiera. Las personas sospechosas o implicadas en cualquier asunto judicial no estarán autorizadas a pasar el muro. «Nos están marginalizando, nos tachan de beduinos, lo que nos provoca un problema de identidad», se indigna Awad bin Soliman, que agrega que además ellos están privados de agua y de electrici
dad. Awad asegura que nunca pudo encontrar responsables para presentarles sus reivindicaciones. Sólo en el momento de las elecciones legislativas, los sheikhs se reúnen para hacerle recomendaciones a la población para que vote a un candidato del Partido Nacional Demócrata. Ellos esperan así que las autoridades escuchen sus voces, pero no, los diputados, una vez elegidos, se transforman en marionetas del gobierno.
Según Awad, la construcción del muro no sólo los va a aislar de la ciudad y de los turistas, sino también se les hará más largo el camino para llegar a Sharm. En los 20 kilómetros de muralla, está previsto hacer tres puertas de acceso, lo que obligará a los beduinos a recorrer una gran distancia para salir de su zona. «Mi marido debe conseguir alimentos y agua todos los días. En lugar de facilitarnos la vida, nos la complican aún más. La única solución que nos queda es dejar la montaña. Pero para ir adónde, ya que a los ojos de los demás nos convertimos en apestosos», denuncia Mona, madre de tres hijos.
Hoy, cada vez que los ojos de los beduinos se vuelven hacia los cimientos de la muralla, ellos se convencen de que el Estado está cavando sus tumbas. Es posible que muchos se vean obligados a vender su única fuente de ingresos, los camellos, símbolo de honor en su cultura. «Sería la mayor de las humillaciones para nosotros», concluye con amargura Rabie.
La fuente: Al Ahram Hebdo 10.000 ejemplares, Egipto, semanario. Una publicación del grupo Al Ahram destinada a los francófonos. La traducción del francés pertenece a María Masquelet para elcorresponsal.com.
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