Gregorio Morán ha subvertido algunos de los mitos fundacionales de la Transición Española. Con la reedición de su historia del PCE del periodo 1939-1985, el periodista asturiano vuelve a discutir el relato oficial de un partido puesto al servicio del deseo de cambio e introduce nuevos factores que permiten conocer cómo se produjo el batacazo […]
Gregorio Morán ha subvertido algunos de los mitos fundacionales de la Transición Española. Con la reedición de su historia del PCE del periodo 1939-1985, el periodista asturiano vuelve a discutir el relato oficial de un partido puesto al servicio del deseo de cambio e introduce nuevos factores que permiten conocer cómo se produjo el batacazo electoral y político de un partido que había sido irresistible en la clandestinidad.
Humo de tabaco, miradas huidizas, algunas razones y pocas explicaciones sobre la mesa. En tres sesiones de comienzos de un mes de noviembre de 1982, se produjo la caída -que, él pensaba, no iba a ser definitiva- de Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España.
Habían pasado cinco años desde las primeras elecciones democráticas. Cinco años desde la legalización. En 1977, el PCE, el partido sobre el que había girado la resistencia contra el Franquismo, cosechó unos resultados modestos. No importaba. La militancia podría sobrellevarlo si así era necesario para llevar acabo el plan trazado por la élite del partido.
Las explicaciones, hace 40 años, sonaban más plausibles que cinco años después. Cuando, entre el humo de los cigarrillos y los suspiros de agotamiento, se certificó que la táctica de Carrillo para entrar en el Gobierno había sido un fracaso rotundo, ya no había vuelta atrás. El partido había dejado de ser lo que fue durante el periodo franquista. Muchos de sus cuadros se enrolaron en el PSOE. Su militancia, simplemente, pasó a enrolarse en las filas del desencanto.
La enfermedad de la que habla Gregorio Morán (Oviedo, 1947) en su Miseria, grandeza y agonía del Partido Comunista de España (Akal, 2017) no tardaría en situar al partido ante una salida inevitable: el cambio de siglas y la crítica, primero implícita y, últimamente, abierta, al papel desempeñado en el periodo 1976-1982.
Con la reedición de este libro, Morán devuelve a muchos de los militantes de aquel partido parte de su patrimonio. Aquel que permaneció oculto para «dejar trabajar» a sus dirigentes. La casi desaparición de la edición de 1986, coincidiendo con la consolidación del PSOE, poblado ya entonces de exmilitantes del PCE, dejó muchas líneas vacías en la historia del período que conocemos como Transición. Hoy, más de 30 años después de aquella primera impresión, Morán sigue sin abjurar de un partido en el que militó y continúa empeñado en retirar las ruedas de molino del menú que cada día nos sirven los medios de comunicación y los consensos largamente establecidos.
Se cumplen 35 años de las elecciones del 82. Has escrito que es una derrota que va más allá de lo electoral ¿qué supuso para el partido el batacazo frente al PSOE?
El 82 la victoria arrolladora del PSOE, en muchos aspectos, significaba el vaciamiento del PCE. Porque no hay que olvidar que la mayoría absoluta de octubre del 82 se consigue en la campaña contra la OTAN, que lleva en buena parte el PCE. Fue la demostración que el país quiere un cambio, que el modelo de la UCD y Ss sucedáneos está acabado y que «la gente», como decía la campaña de Felipe González y Alfonso Guerra quería cambio. El PCE prácticamente se queda en cuadro, porque a partir de entonces se inicia una diáspora de militantes comunistas hacia el PSOE que no terminaría pronto, sino que acabaría vaciándolo. Creo que fue la demostración palpable o la solución de una paradoja que se había dado que era cómo un partido que había superado 40 años de dictadura con una represión brutal, como era el PCE, entraba en una crisis definitiva en los cinco años de democracia. Cómo es posible que frente a la dictadura mantuviera el tipo y sin embargo en la democracia se transformara en todo lo contrario.
Cinco años antes, se firmaron los Pactos de la Moncloa, que constatan una renuncia a la lucha obrera que el PCE pudo pagar caro.
Los pactos no eran más que un jalón dentro de la política de la dirección entonces del partido, Concretamente Carrillo, en esa obsesión que le entró en aquel entonces por formar un gobierno de coalición. Creo que no la entendimos del todo pero había que interpretarlo en clave personal. Nosotros, los analistas, los que habíamos estado en el partido, los periodistas, los que seguíamos la vida política atentamente, no lo captamos en su auténtica dimensión. Y es que para Carrillo el Gobierno de Gran Coalición significaba el cierre de su vida. No hay que olvidar que él llevaba en la política desde los 15-16 años y no había llegado ni a subsecretario. Y se murió sin serlo. Para él se trataba del último tren en el último vagón. Y hace todos los esfuerzos por entrar, por formar una gran coalición con Suárez, o con el que fuera (le daba absolutamente igual, se hubiera adaptado a Manuel Fraga o a otro cualquiera).
Creo que los Pactos de la Moncloa, que elabora sobre todo Fuentes-Quintana para una situación económica de emergencia, que era la que se vivía entonces, y para una situación política delicada, que también es la que se vivía entonces, tuvieron una importancia relativa. Eran más un símbolo, una metáfora que una realidad. No invirtieron las coordenadas en las cuales se estaba desarrollando la realidad política. Era un eslabón tan político que el PSOE fue muy reticente a la firma del pacto, y no hay que olvidar que Alianza Popular, el precedente del PP, no firmó la parte política del pacto. El pacto tenía una especie de anexo político que Fraga no quiso firmar. Lo que demuestra que la política estaba muy por encima de la economía.
Otra oportunidad perdida para el comunismo español se produce en Catalunya. El PSUC, en el 77, con el 18% de los votos dobla la media nacional del PCE. Entonces se produce la Operación Tarradellas, ¿qué significa la asunción de este político del Gobierno provisional de la Generalitat?
La Operación Tarradellas es la operación de la derecha asustada ante los resultados electorales del 15 de junio del 77. No hay que olvidar que las primeras elecciones dan una radiografía en Catalunya en la que la izquierda arrolla absolutamente. Tiene una mayoría absolutísima. Entonces, ¿cómo neutralizar ese efecto? con el catalanismo. Pujol no era nada entonces. Era un aspirante. Tardaría apenas tres años en ser mucho, en incrustarse en la Generalitat y no salir en 23 años. Pero en el 77 no era ni un asomo de lo que fue posteriormente. Entonces, sencillamente se hace una operación buscando a un hombre conservador que pueda neutralizar el efecto de la izquierda y que además cuente con las tradiciones de Catalunya. Y es que la vieja Esquerra Republicana (ERC) que siempre fue un partido de un oportunismo -no hay que olvidar que ERC llega a pactar con el PSUC y con la izquierda en un momento determinado- luego se pasa a Pujol.
Pero, concretando en la Operación Tarradellas, es montada por los servicios de información que envían emisarios para que confirmen la bondad y las buenas intenciones de Josep Tarradellas, y descubren primero que es un veterano de la política, segundo que tiene muy claro que la izquierda es un peligro en Catalunya. Sencillamente se presta al juego y explica a unos novatos, a unos novicios en la política como son Suárez, Martín Villa y compañía, e incluso unos novicios de la clandestinidad como el PSUC, el PSC (que se inventa entonces) cómo se hace política a lo grande… Ese es Tarradellas.
Dos años antes, en 1975 se produce el triunfo social e internacional de Carrillo. Has reflejado el entusiasmo internacional que hubo hacia a su figura. Él da comienzo a la búsqueda de una hegemonía blanca, que suavice completamente el perfil del partido. Se renuncia entonces al derecho de autodeterminación, se acepta la bandera y la figura del rey, etc. ¿Por qué se toma esta decisión? ¿Hacia dónde conduce al PCE?
Parte de lo mismo que comentábamos antes. Hay que analizarlo en clave personal. Para Carrillo todos esos giros y aceptaciones tienen importancia en función de qué es lo que le puede dar a él una chance política, y le convierten en el eje político de la Transición anterior a las elecciones del 15 de junio, que rompen el encanto de la Cenicienta. Pero hasta el 15 de junio del 77, entre la muerte de Franco y las primeras elecciones, Carrillo es el que corta el bacalao, el que administra de alguna manera los patrimonios. Y renuncia a absolutamente todo lo que fuera menester. Ahí nace la liquidación del partido. Porque la liquidación del partido no consiste en aceptar la monarquía, ni la bandera… si no en el procedimiento. Sencillamente, entre esta mañana y esta tarde él ha tomado la decisión y por lo tanto hay que aceptarla y el partido como un solo hombre -castrado- acepta esa decisión como si fuera colectiva.
Evidentemente, tú no puedes borrar 40 años de historia en una mañana. Para Carrillo esto no tenía ninguna importancia porque su destino estaba vinculado a prepararse para esas elecciones del 15 de junio del 77. Hay una cosa importante, en la que no insisto a veces lo suficiente, y es que ese partido, que era el representante de lo más joven que había en España, se presenta a las elecciones del 15 de junio con las candidaturas más viejas que había en el país. Mientras que el PSOE logra arrinconar el pasado, esos cien años que representa Rodolfo Llopis y el viejo PSOE, el PCE, que había llevado una lucha joven frente a la dictadura, aparece como un partido viejo con Ignacio Gallego, Delicado, Romero Marín, Dolores Ibarruri, Wenceslao Roces, etc. Era el partido proporcionalmente más viejo. En algunos aspectos más viejo que Alianza Popular, incluso.
¿Qué pudo haber sido el partido que había funcionado en la clandestinidad, que había demostrado su capacidad de movilización durante el Franquismo?
Es muy diferente hacer trabajo de resistencia a gobernar. Nosotros, una parte importantísima de la militancia de la época clandestina estábamos allí no por cuestiones de clase, si no por cuestiones éticas. Nuestra clase no era la clase obrera precisamente. La ética desempeñaba un papel clave. En la resistencia la ética desempeña todo, pero en el gobernar -lo que se llama ahora la gobernanza- la ética tiene un papel muy secundario. Nadie apela a la ética, sencillamente se trata de ser lo más correcto posible y robar lo menos posible. Entonces, ese partido (ninguno lo está) no estaba preparado para asumir lo que significaba gobernar, y Carrillo menos. Venía de unas tradiciones estalinistas, etc.
Es destacable, también, el nivel más bien tirando a muy bajo de la inteligencia en la cúpula del PCE. No estamos hablando ni del PC italiano ni del francés, esto era un partido realmente de residuos de la historia. Wenceslao Roces que era la gran figura, el traductor del capital de Marx, era un catedrático de numismática romana de Salamanca, ¡qué sabía él de otras cosas! Evidentemente, acabará volviendo inmediatamente a México y dejando el Senado español porque bastante lío y edad tenía él para soportar todo el peso de los jóvenes que le azuzaban.
¿Por qué un partido de la izda transformadora en este país no ha logrado conectar con las clases populares?
El PSOE, en la primera etapa, el PSOE… Quizá por la propia composición de la clase obrera. La derrota de la clase obrera -y esa sí que es indiscutible- en la Guerra Civil y en la Posguerra, ha condicionado mucho el miedo, la falta de salidas, la emigración económica, que muchas veces se olvida. Creo que pasando a etapas actuales, los partidos no definen las clases ni las clases los partidos, al contrario, los partidos son interclasistas. Además, el significado de clases se ha atenuado mucho. Sigue existiendo la lucha de clases, pero salvo eso, lo demás está muy atenuado.
Comentabas a Eduardo Maura en una entrevista para la Circular, que estábamos ante una segunda oportunidad después del catálogo de renuncias que trajo la Transición. La entrevista ya tiene un tiempo ¿sigues pensando igual?
La situación actual no invita al optimismo, más bien todo lo contrario. No. En este momento hay que achicar toda ambición de esperanza. Creo que vivimos tiempos no felices para las transformaciones pero sí para cambios personales. Como colectivo vivimos en una sociedad, la española, donde los medios de comunicación son pobres tirando a misérrimos, donde la censura ha vuelto, donde la libertad de expresión es un vocablo, y los partidos políticos, que tienen una responsabilidad no solamente en la corrupción si no en lo que se llama el deterioro de la vida ciudadana, no dan ninguna esperanza de un cambio en los próximos meses, mínimo. Porque, eso sí, han dejado heridas muy importantes en el cuerpo social que tardarán -y no solo en Catalunya- años en cauterizarse. Si es que se cauterizan.
¿Qué queda del PCE hoy? ¿Qué nos puede aportar conocer su historia?
Darwin solía repetir que la historia se repite, pero que sobre todo se repiten los errores. Es verdad. A mí hay cosas de las historias últimas de Podemos, por ejemplo, que me recuerdan mucho a las peleas cainitas del PCE. Ese suicidio de los partidos políticos… El PCE, además, fue una levadura que se metió en la masa de pan de todos los partidos. Desde el más obvio que es el PSOE hasta el PP tienen levadura del PCE. No digamos ya los nuevos movimientos, Podemos, etc. Ahí llevan todos una impronta para bien y para mal de la historia del PCE. Creo que sería muy conveniente echar una ojeada a esa historia. El momento es oportuno.
Fuente: http://www.elsaltodiario.com/historia/entrevista-gregorio-moran-miseria-grandeza-agonia-pce