¿Cuál es el coste humano de la migración en Senegal? Según los últimos datos oficiales, un total de 26.585 migrantes han llegado al Estado español en lo que va de 2024. La ONG Caminando Fronteras afirma que más de 5.000 personas habrían perdido la vida en esta ruta en los primeros 5 meses del año.
En una habitación de un pequeño edificio de tres plantas en el pueblito de Thiaroye Sur Mer, los amigos de Mamadou se reúnen en su casa para ver la final de la Champions. Él no está, nadie sabe nada de él.
Este pueblo, situado en la costa sur de Dakar, está formado principalmente por pescadores. Aquí se repite frecuentemente: «si un día no entro al mar, me pongo enfermo». Algunos pescan, otros bucean, pero todos dependen del mar. «Desde que nací no conozco otra cosa que el mar. No fui a la escuela, no he ido a ningún sitio, solo he conocido el mar», dice Abdoulaye, el mejor amigo de Mamadou, que trabaja desguazando barcos sumergidos en el puerto de Dakar.
Es 1 de junio y empieza el partido. Los amigos de Mamadou se han reunido en una especie de ritual, no solo porque es la final de la Champions, sino también porque Mamadou, del cual no saben nada desde hace casi un mes, era un gran aficionado. Cuando hablan de él, aún lo hacen en presente. Y es que partió el 5 de mayo junto a 52 personas más desde Yennée -10 de ellos eran de Thiaroye Sur Mer-, y nadie ha vuelto a saber nada de ellos.
En el mismo bote iba Dour, quien dejó de hablar con su esposa a las 2 a.m. del 6 de mayo. «Salieron en coche hacia Bargny con sus mochilas. Mi hijo ya me había dicho, ‘Cuando pueda, me iré’». Era pescador en el pueblo de Mbour y a veces pasaba meses en el mar. Puede que eso le hiciera creer que él sí podría conseguirlo.
La ruta atlántica es muy peligrosa, especialmente al perder de vista la costa. La mayoría de los botes que salen de Senegal intentan llegar a la isla de El Hierro, evitando a las guardias costeras de Mauritania y Marruecos, y a menudo se pierden en el Atlántico. «Cuando te desvías, vas al centro del Atlántico, pero no hay búsquedas activas por parte de las autoridades. Los medios aéreos están para interceptar salidas, no para realizar búsquedas de rescate», explica Helena Maleno, directora de la ONG Caminando Fronteras. «Cuando alguien se muere en la barca, lo tiran al mar. Si alguien se vuelve loco en la barca, lo tiran al mar. El número de personas que mueren no se puede calcular, pero de cada casa, si cinco han logrado llegar a las islas, tres se han quedado en el mar», asegura Abdoulaye.
Abdoulaye revisa los vídeos de su amigo y los grupos de WhatsApp mientras recuerda sus conversaciones. La última foto, el último mensaje… «El problema es que hemos perdido muchas vidas, muchas, muchas, muchas vidas», dice. «A veces estoy sentado hablando, tomando el té con amigos y me pongo a pensar en ello… se me rompe el corazón. Tenemos un problema con los clandestinos».
Viendo el partido se encuentran varios amigos de Mamadou, entre ellos Ahmed Yi Mohamed, que intentó migrar en 2015 por la ruta terrestre, para cruzar el Mediterráneo por Libia. «Salí con mi hermano pequeño». Cruzaron Malí, Burkina Faso y Nigeria hasta llegar a Agadez (Níger). Tenían mucho miedo porque realmente veían sus vidas en peligro. Mientras cruzaban el desierto de Malí en un autobús en medio de la noche, un grupo de yihadistas les asaltó, dispararon en la parte inferior del vehículo y les obligaron a bajar. «Entraron con metralletas y nos quitaron el equipaje, el dinero y los móviles a todos los pasajeros», cuenta Ahmed. Él y su hermano iban hacia Agadez para intentar el cruce por Libia. «Cuando llegué a Agadez, decidí volver. Vi las heridas de la gente que regresaba de Libia y preferí no seguir el camino», recuerda. Ahmed lleva puesta la camiseta de Tommy Hilfiger que le ha traído su hermano mayor desde el Estado español. «Volví a casa y ahora soy buceador. Salgo todos los días a bucear a recoger Walan (unas grandes conchas marinas). Unos días gano 20.000 FCFA (30€), otros, 30.000 (45€) y, otras veces, nada».
A Abdoulaye, que cuando no trabaja sale a pescar, muchos amigos le preguntan si con su experiencia y conocimiento del mar no querría capitanear un barco hacia las islas Canarias, pero se niega. No quiere que los jóvenes se vayan, que la gente de Thiaroye se arriesgue. Y le preocupa demasiado que su hijo un día se vaya sin avisar.
«Cada persona que decide marcharse se gasta 300-400.000 FCFA (615 euros) en ese viaje, pero si se invirtieran estos recursos en Senegal, podríamos construir algo para ganar más», dice Mame Thierno, uno de los amigos del hijo de Abdoulaye. «Tienes razón… si llevas este dinero al banco, y después abres una cuenta, el banco te puede ayudar para darte un crédito para levantar un proyecto», dice Jofra, apoyando a su amigo, a pesar de que su sueño es ir migrar para ayudar a su familia.
«Yo no pienso retener a nadie, quien quiera irse, que se vaya», le contesta Thierno, que sabe que el resto quieren intentarlo, pero él solo espera que un día haya una forma de migrar en paz.
«El que pueda, que se vaya», replica por su parte Babacar. «Los blancos saben enseñar mejor y también tienen dinero».
«Mira, cada día me dan 200 FCFA (0,50 céntimos) por la mañana y otros 200 FCFA por la noche, y con esto tengo que pasar el día. Para estar aquí sentado, prefiero sacrificarme para luchar por mi familia, hay que darlo todo…», contesta enfadado Abdoulaye hijo.
Son los comentarios habituales que realiza el grupo de amigos del hijo de Abdoulaye mientras esperan en las escaleras de la plaza central del barrio, un campo de tierra que es también el campo de fútbol. Ellos son el siguiente equipo que saldrá a jugar, como cada tarde. Mientras el resto del pueblo sigue con sus vidas, los jóvenes de Thiaroye juegan en la plaza. Algunos tienen apodos como ‘el Messi de Thiaroye’ y otros creen que el fútbol se convertirá en su ticket hacia Europa, por eso entrenan y se pasan la tarde siguiendo la pelota en este campo de arena, desnivelado, donde las líneas del campo las marcan los muros de las casas.
MUERTOS Y DESAPARECIDOS
Desde que la embarcación de Mamadou desapareciera el 5 de mayo, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha contabilizado 279 migrantes muertos o desaparecidos en la ruta atlántica. Y, en lo que va de año, el número de personas muertas o desaparecidas en esta ruta asciende a 1.307. Sin embargo, mientras que las cifras oficiales dicen que 1 de cada 13 personas que intentan cruzar fallece o desaparece, las cifras de la ONG Caminando Fronteras son completamente diferentes.
«Las cofradías de pescadores nos decían en 2023 que el número de muertos era de 7.000 personas, pero nosotros solo conseguimos confirmar 3.000», dice Helena Maleno, directora de la ONG Caminando Fronteras, quien añade que llevan cuatro meses trabajando 12 horas diarias para confirmar los casi 5.054 casos de muertos y desaparecidos en lo que va de 2024. De ser así, 1 de cada 4 personas que intenta cruzar por la ruta atlántica habría fallecido o desaparecido, aunque Maleno asegura que «sabemos que no son menos, pero sabemos que son más».
La diferencia entre las cifras de la OIM y las de Caminando Fronteras se basa en las fuentes. Mientras que la OIM solo utiliza los datos de informaciones oficiales, las cifras de Caminando Fronteras se nutren también de informadores locales, cofradías de pescadores y familiares. Por ejemplo, es muy probable que hasta que este reportaje no se publique, los 52 desaparecidos que salieron de Yennée el 5 de mayo no cuenten en las cifras oficiales, lo que significa que, si no hubiera nadie contabilizándolos, probablemente estos desaparecidos nunca fueran reconocidos por la OIM.
RUTA MÁS LARGA
El problema de esta ruta, a diferencia de la mediterránea, es que es mucho más larga. Hablamos de una duración media de una semana, que puede alcanzar incluso las dos semanas de navegación. Muchas embarcaciones, para no ser interceptadas por las autoridades senegalesas, mauritanas y marroquíes, se adentran en el mar. «Si se pierde la referencia de la costa, es muchísimo más peligroso, porque entre vientos y corrientes puedes acabar arrastrado al centro del Atlántico», explica Maleno.
En 2021, una investigación de AP encontró al menos siete barcos de migrantes provenientes del noroeste de África que se habían perdido en el Atlántico y fueron encontrados a la deriva en el Caribe e incluso frente a las costas de Brasil, llevando únicamente cuerpos sin vida.
«No hay coordinación entre países, por lo que no se realizan búsquedas activas de rescate. Hay medios aéreos, pero se utilizan para que las embarcaciones no salgan», asegura Maleno. «Nosotras consideramos que hay una omisión del deber de socorro, no se les hace morir, se les deja morir».
-¿Y tú, quieres cruzar el mar?-, le pregunta Abdoulaye a su hijo.
-Sí… sí que quiero-, dice cabizbajo, sin querer enfrentarse a su padre.
-¿De verdad?
-Sí, quiero…
-Pero tú sabes que solo el mes pasado salieron 5 piraguas y no sabemos nada de ellas.
-Lo sé-, contesta Abdoulaye hijo, mirando al suelo de una barca en la playa del pueblo, intentando no generar contacto visual con su padre para no enfadarle.
-Pero es que aquí me voy a quedar solo, todos mis amigos se están yendo. Mis amigos no paran de enviarme notas de voz diciendo “ven, ven, ven”- contesta-. Me preguntan cómo está la situación aquí en Senegal y yo les digo que sigue igual porque aquí nada cambia.
-¿Tú sabes por qué tu madre no te ha dejado irte?- pregunta el padre-, porque eres su único hijo, imagina que un día te vas como Mamadou, y estamos un mes sin noticias tuyas, tu madre se moriría de tristeza.
En Thiaroye, todos conocen a alguien que se ha ido, ha desaparecido o ha intentado cruzar. Entre los jóvenes se repite «quien no arriesga, no gana». Pero la migración se está convirtiendo en un conflicto en este pueblo pesquero en la costa sur de Dakar, donde muchos mayores han empezado a llamar a la Policía cuando se enteran de que sus hijos se han subido en una embarcación para cruzar. «Las madres prefieren enviar a sus hijos a la cárcel que dejarlos cruzar», asegura Abdoulaye. Por eso cuando salen las barcas, lo hacen por la noche en las horas más oscuras, en otros pueblos que no sean los suyos, con el fin de que nadie los reconozca y las familias no puedan saberlo. «Hay padres aquí que, cuando sus hijos se han quedado en el mar, se han muerto de tristeza», lamenta.
Pero, ¿qué opciones quedan aparte de la migración ilegal? Xavier Sangenís, abogado especializado en extranjería, estuvo trabajando el año pasado para una empresa que necesitaba traer senegaleses. «Para conseguir visados, se necesita una cita. Actualmente se trata de un proceso en línea que se realiza a través de una subcontrata. Las citas para los visados salen una vez al mes. Necesitábamos 10 citas para las personas que tenían que viajar a España. Nos coordinamos con los solicitantes para que estuvieran conectados una hora antes de que se abriera el plazo. Cada uno en un ordenador. Las citas se abrieron a las 14:00, a las 14:01 se habían acabado, no porque llegamos tarde, sino porque directamente la página web bloqueaba todas las citas».
Una vez obtenida la cita por canales extraoficiales, la documentación que se tiene que presentar solo para viajar de turismo al Estado español desde Senegal es la siguiente: Pasaporte, fotos de carnet, formularios oficiales cumplimentados, carta de motivación del solicitante, reserva de billetes de ida y vuelta, reserva de hoteles, seguro de viaje, certificado de empresa que acredite el motivo del desplazamiento, nota de servicio, las tres últimas nóminas originales, certificado original de cuenta bancaria de los últimos seis meses, carta de invitación, libro de familia, certificados de convivencia, documentación que acredite titularidad de propiedades y capacidad económica, además de otros documentos extra que puede exigir el consulado.
En 2006, con la primera “crisis de los cayucos,” los presidentes español y senegalés, José Luis Rodríguez Zapatero y Abdoulaye Wade, llegaron a un acuerdo. El Gobierno de Madrid ofrecería vías legales para que senegaleses pudieran desplazarse con contratos de trabajo. Mohamed Lamine Ba lleva desde 2006 en el Estado español, él fue uno de las 75 personas que se acogió a aquel acuerdo. Para él la migración es una suerte de colonialismo moderno. «Antes los europeos tenían que viajar hasta Dakar para ir a buscar a los esclavos, ahora ya vamos nosotros». Mohamed, que se siente frustrado por la falta de valentía de la diáspora senegalesa en mostrar la verdadera realidad de la situación de los inmigrantes, ha vivido, viajado y estudiado en Europa sin volver un solo día a Senegal, porque dice que cuando vuelva será para quedarse.
DUELOS IMPOSIBLES
Pero, ¿cómo hacer el duelo si aún siguen desaparecidos? ¿Cuándo se agota la esperanza? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para asumir lo peor? La madre de Adama se sienta acompañada por su hermana y su madre en el porche rojo de su casa. Sus hijos, los hermanos de Adama, también están allí. Hemos acudido a ellos porque hace unos días salieron pidiendo ayuda en la televisión senegalesa. Nadie les decía nada. Ndeye Astou Niang lleva dos meses sumida en la tristeza. Su hijo iba en la patera del 5 de mayo, junto a Mamadou y Dour, él era otro de los ocho de Thiaroye. Le cuesta hablar y es la tía de Adama quien nos explica que, a pesar de que todo el mundo sabe que el mar es peligroso, Adama decidió salir por la precaria situación económica que vivía su madre. «Aquí los jóvenes solo quieren irse, nada más. Si fuera por nosotras, nadie se iría y nos quedaríamos aquí con ellos, pero quieren ayudarnos y nos dejan aquí con este dolor. Pero si se quedaran aquí con nosotras, sin nada, sería mejor que este dolor», dice desconsolada la tía de Adama, que es la única que tiene fuerzas para hablar.
Es 2 de junio y, a pesar de que aún quedan días para el Tabaski, la fiesta del cordero, Abdoulaye esos días tiene que trabajar durante más horas para poder pagar los costes de los festejos. Está sentado en el espacio de reunión donde toma el té con sus amigos, frente al mar. En la playa, cientos de niños disfrutan bañándose. Son cientos, están por todas partes y pasan las horas jugando en la calle. La edad media en Senegal es de 19 años y eso se nota en cada rincón. La arena se mezcla con las cáscaras de los Walan que han pescado, mientras un puestecito improvisado fríe el pescado que han capturado esa mañana los pescadores. La gente se ríe, los niños corren y la vida sigue en Thiaroye, a pesar de todo porque, como dice Abdoulaye,« aquí no podremos enterrarlos, porque los muertos nunca vuelven».
Fotografías: Samuel Nacar y El Hadji Moktar.
Fuente: https://www.naiz.eus/es/info/noticia/20240806/en-las-horas-mas-oscuras