La noticia es escueta, el jueves 23 de mayo, la magistrada juez, Rosario Fernández Hevia, falleció después de una larga enfermedad. Natural de Mieres (Asturias) y afincada en Gijón, ejerció durante más de tres décadas en diferentes localidades, principalmente en Gijón durante 23 años. La balanza de la justicia no adornaba su mesa de trabajo, […]
La noticia es escueta, el jueves 23 de mayo, la magistrada juez, Rosario Fernández Hevia, falleció después de una larga enfermedad. Natural de Mieres (Asturias) y afincada en Gijón, ejerció durante más de tres décadas en diferentes localidades, principalmente en Gijón durante 23 años.
La balanza de la justicia no adornaba su mesa de trabajo, sino que formaba parte de sus principios. Siempre tuvo la toga encima de los hombros y no, como sucede habitualmente, nunca se le subió a su cabeza.
Conversadora y buena amiga, no anteponía barreras en el trato, ni sus responsabilidades ni su cargo fueron obstáculo.
Literalmente perseguida por el «poder» desde todos ámbitos, supo mantenerse en su sitio, a pesar de las sanciones, amonestaciones y toda clase de presiones. Se diría que no estaba de parte del poder sino de la justicia, sobre todo de la justica de lo social, algo políticamente incorrecto.
Ante la acusación de su «bajo rendimiento» en el número de sentencias dictadas, esbozaba una irónica sonrisa y encogía los hombros con un gesto, no sé bien si de indiferencia o de no hacer ni caso, sabiendo de por qué y de dónde provenía tal amonestación. Algo similar ha podido suceder con la sentencia sobre el caso de La Camocha, cuya anulación se basa en la «parcialidad» de la juez en el transcurso de la vista y de los interrogatorios.
Mujer activa en todo lo que fueran movimientos sociales, se manifestaba públicamente contra la guerra de Iraq, allá por el 2002, pocos meses antes de que el trío de las Azores iniciara el bombardeo y destrucción de Iraq.
Sorprendía acudir a los juicios que Charo presidía. La diferencia era apreciable. La sentencia se daba después de celebrado el juicio, no antes. La presunción de inocencia era la norma. En el proceso se trataba de probar la culpabilidad, no lo contrario como tantas veces sucedía de hecho. En la vista se trataba de probar los hechos imputados, pero no se daban por cometidos sin más, había que probarlos fehacientemente.
Parece que era práctica habitual que, por ejemplo, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, después de prestar declaración, generalmente acusatoria, se retiraran a la misma sala en donde aguardaban el resto de los compañeros para prestar declaración. Así lo puede presenciar en varios juicios a los que asistí. Pero contrariamente y de modo sistemático, en los juicios presididos por Charo, la juez tenía que repetir una y otra vez, después de cada declaración que, por favor, permaneciera en la sala o que la abandonara, pero que en ningún caso, se reuniera con los que todavía no habían prestado declaración. Es decir, todo indicaba que era norma que después de cada declaración todos volvieran a la sala en donde estaban el resto de los declarantes, con la contaminación que esta práctica podría suponer en cuanto a la veracidad del contenido de cada testimonio. Algo muy grave que, a mi entender, debería de invalidar las declaraciones que posteriormente se tomaban como prueba inculpatoria sobre la que se basaba la condena. Lo mismo sucedía con las declaraciones de la fuerza pública, las afirmaciones debebía de ser verosímiles, como cuando en una ocasión, en una reivindicación laboral de los astilleros de Gijón, reconocieron a varios acusados, de noche cerrada, lloviendo torrencialmente y decenas de metros. Ejemplo contrario como cuando un juez no admitió como prueba un vídeo grabado por la propia policía en la que se demostraba que los acusados no parrticipaban en los hechos y, sin embargo, tal prueba sí fue prueba y soporte de la condenda dictada por dicho juez, condena que posteriormente fue rartificada por el TSJA.
Sobran ejemplos y anécdotas, y también sobraban motivos para que las autoridades la persiguieran y para que hasta muchos de sus compañeros de toga le dieran la espalda, además de participar en el acoso de algún modo. Charo resistía, le sobraba dignidad y convicciones para ello.
Con una trayectoria supeditada a su ética y no al poder, lo normal y nada extraño es que el «poder», los cuatro poderes (político, económico, judicial y hasta el mediático) no estuvieran de su lado, sino claramente en frente, apostando por el acoso y derribo. Solo una persona tan íntegra como tenaz ha podido sobrevivir y no doblegarse a la presión de estos poderes.
Orgullosos de haberte conocido, no te olvidamos, mucha gente te recordaremos. Descansa en paz.
Foto. Charo Fernández Hevia. Atlántica XXII, Pol.
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