Ya en 2007, la subida de los precios del maíz sacudió los barrios más pobres de medio mundo, incluida América Latina. Las vendedoras de tortillas, que sacaban adelante a sus hijos comprando un kilo de harina y convirtiéndola en el alimento base de un continente -tras amasarla, hornearla, palmearla, volverla a hornear,venderlas en el barrio…- […]
Ya en 2007, la subida de los precios del maíz sacudió los barrios más pobres de medio mundo, incluida América Latina. Las vendedoras de tortillas, que sacaban adelante a sus hijos comprando un kilo de harina y convirtiéndola en el alimento base de un continente -tras amasarla, hornearla, palmearla, volverla a hornear,venderlas en el barrio…- y poder comprar, a través de lo que podríamos considerar casi un trueque, un puñado de frijoles, arroz, algún huevo los mejores días… Esas mujeres tuvieron que subir algunos céntimos el precio de la tortilla, muchas familias comprar alguna menos y el huequito en el estómago con el que muchos niños se iban al colegio se volvió más punzante en algunos hogares, hasta el punto de que algunas ONG tuvieron que desviar fondos de proyectos de educación, por ejemplo, para el sustento nutricional en los comedores públicos. Así lo vimos en persona en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, entre otros países.
Detrás de este hambre con nombres y apellidos empezaba a hacerse familiar el concepto de los biocombustibles como una de sus causas. Pero no sólo. Los incendios en Rusia provocados por una ola de calor ocuparon varios días las portadas de medio mundo durante el verano de 2010. Las cosechas de trigo fueron calcinadas, el gobierno ruso suspendió las exportaciones y el cereal se encareció inmediatamente un 33%, además de réplicas en los precios de la soja, el maíz y otros granos, como recoge La situación del mundo 2001, de The Worldwatch Institute. Los conflictos internacionales, las sequías e inundaciones, y la especulación también se empezaron a enfocar por entonces como condicionantes de qué y cuánta comida llegaba a la mesa de millones de personas en el mundo. Y ahora, un nuevo paso: en los últimos cinco años más de 60 millones de hectáreas de tierra han sido compradas por fondos de inversión en todo el mundo.
Con el colapso de las economías dominantes y su impacto en los países empobrecidos, pusimos el foco de atención en la subida del precio de los alimentos y en sus culpables, pero no en quienes más lo están sufriendo: los que nos dan de comer.
El 86% de la población rural del mundo, es decir, poco menos de la mitad de sus habitantes, unos 3.000 millones de personas, tienen su principal fuente de sustento en la agricultura familiar. Y son ellos los que están produciendo el 70% de los alimentos que nutren a la humanidad. Un modelo en el que los miembros de la familia están directamente implicados en la producción o gestión de la explotación que aporta la mayoría de los ingresos del hogar. Y la mayoría, o viven en la pobreza o están en riesgo continuo de ser empujados a ella. Un baño de cifras en el que a menudo se pierde de vista uno fundamental, la mitad, 1.500 millones, son mujeres. Invisibles hasta el punto de que hasta este mes de octubre no se ha aprobado en España la Ley de la titularidad compartida [pdf] por la que, por fin, se reconocen los derechos económicos y sociales de los cónyuges de los titulares de las explotaciones agrarias, la gran mayoría mujeres. Una noticia que llevan años esperando las organizaciones de agricultores, y para la se han esforzado especialmente las asociaciones de mujeres del mundo rural. «En Europa nos enfrentamos a un diagnóstico del mundo rural muy preocupante: está masculinizado, empobrecido y se está despoblando, pese a que en España, por ejemplo, somos más la población de mujeres. Y es consecuencia, entre otras causas, de no haber tenido en cuenta las necesidades de las mujeres. En las cooperativas agrarias españolas, sólo el 6% de los puestos de decisión lo ocupan las mujeres, en las comunidades de regantes el 3%». Es el resumen de Teresa López, la presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales de España (FADEMUR). Con esta ley, por ejemplo, las millones de jornaleras del sur de España que tras una vida partiéndose el lomo en el campo han tenido que sobrevivir en su vejez con pensiones no contributivas, como mi abuela, podrían haberse jubilado como una pensión que reconociese una vida de trabajo sacrificado y aún muy estigmatizado.
Cifras, muchas cifras que se han repetido en la Conferencia Mundial de Agricultura Familiar que se celebró la semana pasada en Bilbao. Más de un centenar de expertos, representantes de instituciones internacionales, ONG y agricultores pertenecientes a organizaciones agrarias de cuatro continentes que, a modo casi de terapia de grupo, han puesto en común datos que evidencian su peso en la alimentación del mundo y que llegan en un momento emblemático. Cuando sabemos que el mundo produce comida para 12.000 millones de habitantes cuando sólo alberga a 7.000; después de que decenas de protestas en todo el mundo por el encarecimiento de los alimentos en 2010 hayan sido relevadas por revoluciones, revueltas y movimientos sociales por la democracia y la libertad en el mundo árabe, Europa, América Latina, Estados Unidos… Y cuando una hambruna en el Cuerno de África ha vuelto a sacar los colores a los países ricos, por muy en crisis que estén. Más de 750.000 personas, un alto porcentaje de ellos agricultores, pueden morir en cualquier momento de hambre. La mayoría de ellos menores de cinco años. 300 criaturas ya mueren cada día.
Y la FAO acaba de publicar un informe en el que advierte que el encarecimiento de los alimentos impedirá reducir el número de personas que sufren hambre basándone en que las previsiones son «que los precios mundiales del arroz, el trigo, el maíz y las semillas oleaginosas en el lustro comprendido entre 2015-16 y 2019-20 serán un 40%, un 27%, un 48% y un 36% superiores en términos reales, respectivamente al lustro que abarca 1998-99 a 2002 -03″.
Mientras, esta casi mitad de la humanidad trabaja de sol a sol sus pocas hectáreas de tierra -la extensión puede variar de entre menos de una hectárea a más de una decena dependiendo del país- de la que sacan su propio sustento además de comercializar sus cosechas. Llevan años lanzando un desesperado llamamiento que apenas ha encontrado oídos y que sólo ha hecho empeorar: la situación que viven no sólo es límite, sino que el abandono del campo es cada vez mayor mientras la población mundial aumenta. «Somos el único sector que no somos dueños de lo nuestro, no tenemos capacidad de repercutir en los precios de nuestros productos. Ya no podemos más, no salen las cuentas«. Quien habla tan contundentemente es Lorenzo Ramos, vicepresidente del Comité de las Organizaciones Profesionales Agrarias (COPA).
Se acaba de publicar el Índice de Precios en Origen y en Destino (IPOD), que proporciona mensualmente COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos). En España, en el mes de septiembre, el kilo de patata se pagaba al agricultor a 0,08 € y se vendía a los consumidores a 0,67 €, es decir, se pagaba más de 8 veces su precio inicial. O de los 0,13 a los 1,03 € en el caso de la cebolla, casi ocho veces el precio pagado al agricultor. Porcentajes de beneficio que varían desde un 300 a un 800%, dependiendo del producto.
Y ante estas asfixiantes presiones a las que las grandes distribuidoras y superficies están sometiendo a los agricultores de todo el mundo, cada vez son más los que se organizan para intentar poner coto a tan desmedida avaricia. Javier Sánchez, de la Coordinadora Europea de Vía Campesina, una organización presente en 70 países, que engloba a más de 150 organizaciones y 200 millones de personas, expone: «Estamos en una crisis sistémica, donde los gobiernos han decidido ayudar a los bancos y no a la población, provocada por el neoliberalismo de instituciones como el Banco Mundial y el FMI. ¿De verdad pueden ser ellos los que de una forma sostenible den solución a los problemas cuando lo que hacen es mediar por esas transnacionales que son las que se han llenado los bolsillos a nuestra costa? ¿De verdad alguien se cree que Mercosur beneficia a los agricultores? A quien beneficia es a los que mueven los alimentos de un sitio para otro«. Y es que como recordaba Pedro Luis Uriarte, presidente de «Economía, Empresa y Estrategia» y en el pasado, entre otros cargos, consejero delegado del BBVA, en la Alta Edad Media en España, lo que se consumía procedía de un ratio de 5 kilómetros a la redonda. En 1989, el Departamento de Estado de EEUU calculó que los alimentos que comemos habitualmente recorren unos 2.400 kilómetros antes de llegar a nuestra mesa. Ante esto, la Vía Campesina tienen clara la primera respuesta: «Los alimentos, fuera de la Organización Mundial del Comercio. No puede ser que lo que necesitamos diariamente sea una mercancia cuyo precio se decide en la bolsa de Chicago. Los pueblos y los gobiernos tienen que tener políticas públicas que garanticen el derecho a la tierra, al agua… Podemos alimentar el mundo y enfriar el planeta».
De hecho, como destaca en su ponencia Javier Molina, de la oficina de enlace de la FAO con la ONU, «la agricultura industrial, la convencional, es una importante fuente de generación de gases con efectos invernaderos. La familiar ofrece alternativas para desarrollar políticas agrícolas ecológicamente sostenibles y ‘secuestradoras’ de CO2″. De hecho, instituciones internacionales, la comunidad científica y ONG coinciden en que la agroindustria, dependiente absolutamente del petróleo, es responsable de al menos el 40% de las emisiones de efecto invernadero. En el siguiente documental de la BBC, que acompaña a unos agricultores en Inglaterra en su conversión hacia un modelo sostenible ecológica y económicamente ante la crisis energética provocada por el encarecimiento del petróleo, que algunos expertos preven para el 2013. En el minuto 7, resume la cantidad de petróleo necesario para producir un sandwich empaquetado.
La mayoría de los participantes, procedentes de cuatro continentes (Asia, África, América y Europa), coinciden en la necesidad de políticas públicas dirigidas a proteger este modelo rural y la agroecología que, además, como señala el último informe del PNUD, el desarrollo de las zonas rurales es la forma más eficaz de reducir la pobreza y erradicar el hambre. Pero salvo algunos países emergentes como Brasil, son pocos los que lo han convertido en una estrategia nacional.
En el caso de la Unión Europea, en palabras de Antonis Constantinou, director de Programas de Desarrollo Rural de la Comisión Europea, la Política Agraria Común (PAC) ha vuelto a ser reformada para abordar «los dos principales problemas: la falta de control sobre los precios y la rentabilidad de las explotaciones en la UE, en la que el 90% es territorio rural y en el que trabaja el 50% de sus habitantes». Sin embargo, todo lo vinculado con el desarrollo sostenible, la volatibilidad de los precios, el cambio climático… son asuntos que no han sido desarrollados aún. La clave que presenta como bandera esta nueva PAC es la limitación de las ayudas a aquellos que recibían hasta ahora más de 300.000 euros -como Isabel II, reina de Inglaterra, o la Duquesa de Alba en España-, un volumen de producción que sobrepasa con creces las cifras de supervivencia que se manejan en la agricultura familiar. Y de hecho, no fueron pocas las caras de desaprobación que atendieron su discurso.
Entre ellos, la de Mamadou Cissokho, presidente de Honor de la Red Rural de Organizaciones y productores agrícolas de África del Oeste. «Durante la colonización fue en las explotaciones familiares en las que organizamos la resistencia de nuestra cultura y la lucha por la independencia. La multifuncionalidad de gestionar explotaciones agrarias, ganadería e incluso, a veces, pesca es la que nos permite gestionar los riesgos. Cuando se habla de financiación siempre se viene a la mente el Banco Mundial, pero somos los hombres y las mujeres del mundo los que conseguimos el 85% de los recursos. Pero este modelo de producir, consumir, cuando los recursos naturales son limitados ha tenido un resultado dramático: millares de nuestros hijos han tenido que emigrar. Así que no podemos esperar a abordarlos a nivel general, sino en nuestra tierra, dar respuesta a los problemas concretos y respetar los valores que son parte de la belleza de esta agricultura familiar». Y reincide en señalar a los responsables más repetidos durante las jornadas: «Tenemos que volver a desarrollar las estructuras rurales que desmantelaron durante los años 80 y 90 el BM y el FMI, obligando a los gobiernos a implantar el neoliberalismo a cambio de sus préstamos. Cuando en el mundo rico los supermercados tiran un 10% de la comida producida porque tiene fecha de caducidas, se está tirando energía: agua, tierra, minerales…».
«Hay tratados de comercio que son libres pero no son justos. La globalización y la competitividad ha supuesto un impacto negativo en la población mundial porque el propósito de la agricultura ha sido transferido a la industria. En India, frente al crecimiento del sector tecnológico, la producción agrícola está siendo transferida a grandes monopolios. Tenemos que luchar para que se reconozca nuestro papel fundamental en la subsistencia». Quien habla es Basaraj Ingin, del Consorcio Indio de Federaciones Agrarias, un país donde 49 millones de personas son granjeros en explotaciones menores de 2,5 hectáreas. Hay dos mantras fundamentales que recorren la sala durante los tres días: la desconexión entre su función vital de «alimentadores» del planeta y su empobrecimiento; y la necesidad de recuperar los conocimientos tradicionales de cada región, a la vez que invertir en innovación, para fortalecer el rendimiento del modelo agroecológico familiar.
En Chiapas, por ejemplo, Claudio Figueroa nos cuenta cómo el gobierno ha creado «ciudades rurales para concentrar las comunidades indígenas dispersas y, supuestamente, poder prestar servicios. Pero no toma en cuenta su cultura, su relación con la tierra… Así que como no tienen dónde cultivar se les está condenando a una pobreza peor aún que la anterior porque ya ni siquiera tienen sus cosechas de subsistencia». Otros de los aspectos en los que trabaja su ONG Enlace Comunicación y Capacitación es el cambio en los hábitos alimenticios provocado por la emigración. El aumento de la carga laboral de la mujer le deja menos tiempo para cocinar por lo que ha aumentado el consumo de comidas envasadas y refrescos azucarados, gustos reforzados también por los migrantes que vuelven a la comunidad. Por ello, la población está desatendiendo los cultivos locales, lo cual ante un mínimo descenso de los ingresos puede poner en riesgo de hambre a parte de la población. Esta organización, entre otros planes de acción, está recuperando los cultivos tradicionales introduciendo innovaciones que aumentan la productividad y disminuyen el esfuerzo empleado.
Para todo ello, en la declaración final del Foro, destaca la petición a los gobiernos que «frente al análisis crítico del orden internacional económico y de los tratados de libre comercio, impulsen una reforma e integración de los mercados regionales que proteja a las familias agricultores de los efectos de la volatibilidad de los precios. Y que impidan que los productos de la agricultura puedan ser objeto de especulación». Para darles más difusión a estos planteamientos, el Foro Rural Mundial lleva dos años trabajando -y parece que con éxito- para que el 2014 sea aprobado por la Asamblea General de la ONU como el Año de la Agricultura Familiar. Mientras, la mayoría coinciden en que ante un contexto internacional de gobiernos neoliberales, impulsores del modelo agroindustrial, parece poco probable que vayan a desarrollar políticas públicas favorables. La Revolución Verde, impuesta por los organismos internacionales a partir de los años 40, y basada en el uso de semillas más productivas, fertilizantes, herbicidas e insectidas, ha demostrado su fracaso al no mejorar las pobres condiciones de vida de la mayoría de los agricultores, y por su impacto medioambiental. Ahora varios de los participantes advierten sobre «una nueva operación de maquillaje: el capitalismo se está pintando de verde». Javier Sánchez, de Vía Campesina: «La PAC dice que priorizará los cultivos verdes, pero no sabemos a qué se refieren, la FAO descubre ahora que lo más eficiente es el modelo agroecológico… Y los grandes intereses ya están pensando en dar limosnas a los agriculturores «sostenibles», con los mismos objetivos y medios que antes: capitalizar el modelo agroecológico… Y tenemos que aceptar que igual no podemos pararlo, pero es el planeta lo que está en juego. Un modelo de vida humano».
Fuente: http://periodismohumano.com/economia/en-peligro-las-manos-que-nos-dan-de-comer.html