Es una obligación y una responsabilidad no solo de los trabajadores madrileños sino del conjunto de ciudadanas y ciudadanos. Frente al ataque despiadado de la clase política y los medios de comunicación que, con el pretexto de la preocupación por los usuarios, está descargando todo su odio sobre estos trabajadores que en un acto de […]
Es una obligación y una responsabilidad no solo de los trabajadores madrileños sino del conjunto de ciudadanas y ciudadanos. Frente al ataque despiadado de la clase política y los medios de comunicación que, con el pretexto de la preocupación por los usuarios, está descargando todo su odio sobre estos trabajadores que en un acto de dignidad colectiva están defendiendo sus derechos consagrados en el Convenio Colectivo frente a las agresión de los gobiernos del Estado y la Comunidad de Madrid obedientes de los designios de los mercados y los poderes financieros.
Les han tachado de egoístas aquellos que nunca bajan al Metro porque viajan en coche oficial ó de sus empresas.
Pregonan sus «privilegiados sueldos» para azuzar contra ellos el odio y el resentimiento de los trabajadores pobres y los parados de Madrid, esa inmensa multitud que cada día se arrastra a un trabajo mal pagado, precario y embrutecedor ó en busca de la oportunidad de ser explotado.
Lo dicen ellos cuyos ingresos obtenidos con el esfuerzo, el sufrimiento y la incertidumbre de esa multitud, multiplican por mucho los de los trabajadores del Metro.
Lo dicen esos políticos que regañan y amenazan a los huelguistas por no cumplir la ley. Ellos, el Gobierno del Estado, que acaban de violar el Estatuto Básico del Empleado público que consagra la obligación de cumplir los Acuerdos alcanzados con los representantes de los empleados públicos. O esos otros, el gobierno de la Comunidad de Madrid que acaba de violar el Convenio Colectivo del Metro, ley entre partes según proclama la Constitución y las leyes laborales.
Los gobiernos del Estado y la Comunidad de Madrid se burlan y desprecian las leyes cuando consagran los derechos de los trabajadores que estorban los planes al servicio de sus amos capitalistas. Pero las invocan para machacar la defensa de estos derechos, para sembrar el odio y la división en el mundo del trabajo, para desorganizar estos propósitos de recuperación de la dignidad y la identidad colectiva del mundo del trabajo.
Cada día millones de mujeres y hombres trabajadores somos conducidos a nuestros trabajos y nuestras casas por los trabajadores del Metro. Cada día la convivencia en esta ciudad es posible porque estos miles de trabajadores evitan que los desplazamientos por Madrid (un millón de trabajadores recorren más de 20 km. para ir al trabajo) se conviertan en el infierno de congestión, contaminación y agresividad al que la ordenación capitalista de la ciudad nos condena.
Esperanza Aguirre les amenaza con expedientar a los que hayan incumplido servicios mínimos que, por abusivos, representan una burla al ejercicio del constitucional derecho de huelga. Con el apoyo del gobierno de Zapatero, explícitamente agradecido, quieren hacer un escarmiento que atemorice de forma suficiente al conjunto de los trabajadores para este próximo período de guerra abierta contra los trabajadores y el conjunto de derechos ciudadanos. ¡Cuanta hipocresía la de esos gobernantes que invocan el respeto a la ley cuando ellos las violan sistemáticamente!.
No los podemos dejar solos frente a esta jauría de lobos sirvientes del capital. Defendiéndolos nos defendemos, luchando junto a ellos nos preparamos para las luchas que deberemos afrontar cuando vengan a por nosotros.
Solo si no luchamos nuestra derrota es segura. Si luchamos ahora con los trabajadores del Metro es posible que cuando tengamos que defender nuestros derechos, nuestros empleos, nuestro futuro y el de nuestros hijos, no estemos solos, se agrupen junto a nosotros cientos, miles de trabajadores y de ciudadanos que hayan comprendido que nosotros producimos la riqueza, hacemos la ciudad y la convivencia social, que no somos esclavos ni queremos serlo, que vamos a tomar nuestro destino en nuestras manos
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