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Una aproximación a las posiciones de Manuel Sacristán

En torno a una política de la ciencia de orientación ecosocialista.

Fuentes: Rebelión

    (…) En un mundo en el que nos aseguraran cierta garantía contra desmanes de las fuerzas productivas, pero a cambio de una prohibición de la investigación de lo desconocido, probablemente todos nos sublevaríamos, o por lo menos todos los filósofos que merecieran el nombre. MSL, «Reflexión sobre una política socialista de la ciencia», […]

 

 

(…) En un mundo en el que nos aseguraran cierta garantía contra desmanes de las fuerzas productivas, pero a cambio de una prohibición de la investigación de lo desconocido, probablemente todos nos sublevaríamos, o por lo menos todos los filósofos que merecieran el nombre.

MSL, «Reflexión sobre una política socialista de la ciencia», 1979

 

Al finalizar su tesis doctoral sobre la gnoseología de Heidegger, Manuel Sacristán escribió un artículo inicialmente publicado en el suplemento de 1957-58 de la Enciclopedia Espasa. En este trabajo -«La filosofía desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial hasta 1958»-, se proponía trazar un cuadro, «necesariamente esquemático, de la filosofía en la última postguerra» (MSL 1958: 90). Además de unas, entonces, inusuales páginas dedicadas a la filosofía en el Extremo Oriente, y de las obligadas referencias a las principales escuelas tradicionales y a los «últimos filósofos clásicos», Sacristán centraba su atención en las tres grandes tendencias filosóficas de la postguerra: el existencialismo, el neopositivismo y las filosofías de «intención científica y sistemática». Entre estas últimas, destacaba el movimiento racionalista, la obra de Teilhard de Chardin y el marxismo, del que resaltaba tres personalidades: Mao, Antonio Gramsci y John Desmond Bernal.

Apuntaba Sacristán en su apretada exposición de la obra de este «científico positivo de relieve, que ha desempeñado importantes funciones técnicas en la administración inglesa» (MSL 1958: 182) que tanto la crítica de la «fobosofía» positivista como los estudios de historia de la ciencia y de las ideas, «confluían en el programa de humanismo racional del filósofo inglés» (MSL 1958: 185), humanismo que partía de la consideración crítica de la supervivencia de esquemas mentales periclitados en la interpretación de la vida y sociedades humanas.

Sirva este brevísimo apunte como reconocimiento de la figura de John D. Bernal y del papel pionero que en la difusión de su obra en nuestro país jugó Manuel Sacristán, así como del permanente interés de este último por la obra de científicos comprometidos, de autores que no sólo realizaron grandes aportaciones a su disciplina, y a la historia de la misma, sino que reflexionaron con acierto, y urgencia, sobre los urgentes temas relacionados con el papel social de la tecnociencia contemporánea. Pretendo aquí dar sucinta cuenta de las principales tesis de Sacristán en el ámbito de la política de la ciencia, asunto que sin duda consideró prioritario en los últimos años de su vida y que, desde luego, no era nada ajeno a los intereses del autor de Science in History, un clásico que fue traducido al castellano por Juan Ramón Capella. El núcleo central de su posición de Sacristán acaso queda formularlo en las diez tesis siguientes:

 

1ª tesis: Prioridad del enfoque ontológico.

Para Sacristán, el filosofar metacientífico había discurrido básicamente por dos vías diferenciadas si bien no siempre excluyentes (MSL 1979a). La primera perspectiva se había centrado en la relación entre la ciencia y la cultura, entre el conocer científico y la comprensión global del mundo y de la vida. Recordaba para ello el conocido aforismo de Heráclito: «El haber aprendido muchas cosas no enseña a tener entendimiento». A este tipo de consideraciones, las enmarcaba con el rótulo de «planteamiento o problemática epistemológica». Existía, sin embargo, otra línea de reflexión, cuyos antecedentes situaba en el idealismo alemán, o incluso en Leibniz, que proponía considerar la relación entre lo científico y lo metafísico, entre la ciencia y la reflexión metacientífica, en términos mucho más ontológicos. Heidegger era un representante destacado de esta segunda línea.

Consideraba Sacristán que el primer planteamiento era una línea que filosóficamente siempre estaría viva por la propia definición y autoconciencia del pensar científico, que se sabe, o debería saberse, inseguro, revisable y limitado. Sin embargo, aun suponiendo y admitiendo que estas cuestiones fueran inextinguibles, Sacristán creía que tenían una importancia secundaria, y que debían perder peso respecto a los temas enmarcables en la metaciencia ontológica, dada la potencial peligrosidad de muchas líneas de investigación de la tecnociencia actual.

 

2º tesis: Paralogismo de las concepciones neorrománticas.

Los peligros de la creciente y grave desorganización de la relación entre la especie humana y la naturaleza, fuertemente mediada por saberes y haceres científico-tecnológicos, habían facilitado un renacimiento de concepciones que Sacristán agrupaba bajo la denominación de «filosofías románticas de la ciencia» (MSL 1981: 453-455). Se refería a las corrientes emparentadas con el segundo Heidegger y con la literatura «contracultural» de los años sesenta y posteriores.

Aun apreciando las emociones que subyacían en la crítica de estas corrientes y aun reconociendo el valor de algunos de sus análisis y descripciones, Sacristán rechazaba su menosprecio, casi generalizado, por el mero conocimiento operativo e instrumental, y sostenía a un tiempo que no representaban una línea adecuada para salir del espeso bosque en el que nos encontrábamos inmersos, entre otras razones, por el peligro de «impostura intelectual» que en ocasiones les afectaba. Disertaban y sentenciaban sobre el conocimiento positivo hablando de asuntos que no eran, en absoluto, la práctica científica realmente existente.

De hecho, estas concepciones estaban afectadas por un notable paralogismo que dañaba su comprensión de la situación: confundían los planos de la bondad o maldad práctica con los de la corrección o incorrección epistemológica. Pero es precisamente la peligrosidad práctica de la tecnociencia contemporánea la que está relacionada con su bondad epistemológica. La maldad social, si se quiere, de la bomba atómica es netamente dependiente de la calidad gnoseológica del saber físico que le subyace. Si los físicos atómicos fueran unos simples ideólogos obnubilados que no fueran capaces de pensar correctamente, no estaríamos hoy preocupados por asuntos como los de la energía atómica o el de las armas nucleares. Más aún, en el supuesto no admitido de que existiera un saber gnoseológicamente superior al conocimiento positivo, como algunas de estas corrientes parecían defender, el peligro no sólo no se disolvería sino que se incrementaría. Recordando la versión kantiana del mito del Génesis acerca del árbol de la ciencia, Sacristán insistía en que era precisamente el buen conocimiento el que era peligroso moral, prácticamente, y, con toda probabilidad, tanto más amenazador cuanto mejor fuera epistémicamente. Las concepciones criticadas caían en las peligrosas aguas de la falacia naturalista: si la bondad teórica no lleva forzosamente implícita ninguna bondad práctica, la maldad moral no lleva adherida inexorablemente la invalidez teórica.

 

3ª tesis: Contra el progresismo irrestricto.

Fue en una conferencia impartida en la escuela de Ingenieros de Barcelona (MSL 1976), donde Sacristán empezó a referirse a la crisis que, en su opinión, acechaba tanto a la filosofía clásica de la ciencia como a las políticas científicas de carácter meramente progresista o desarrollista, defendidas por entonces con aquiescencia casi unánime. Esta situación de perplejidad creciente afectaba directamente al corazón del progresismo clásico, a la fe progresista de que toda acumulación científica y todo avance tecnológico eran buenos en sí mismos.

No había duda de que esta situación era netamente dependiente del carácter operacionalista de la ciencia moderna, del estrecho hermanamiento, cuando no identificación, entre la aventura de la ciencia y la empresa de la técnica. Pero Sacristán nunca sostuvo que fuera razonable una solución en negro que defendiera, sin más matices, una desvinculación de ambas y una consideración del ideal científico con helénica mirada estrictamente contemplativa y separado drásticamente del ámbito tecnológico. Y no sólo, aunque también, por lo que esta renuncia pudiera tener de irreal, sino porque, en su mirada, la práctica tecnológica era una parte imprescindible del avance científico ya que esa práctica era la que daba, en última instancia, intimidad al conocer. Lo expresaba así en una de sus notas de 1979: «La intención es buena y fundada: es la tendencia a restaurar la contemplación y preservar el ser, la naturaleza. Pero hay que saber que no puede uno ponerse a contemplar por debajo de la fuerza de sus ojos, y que el arte de acariciar no puede basarse sino en la misma técnica que posibilita la tiranía de violar y destruir».

 

4ª tesis: La necesaria rectificación de las concepciones emancipatorias.

Las dos principales corrientes del marxismo habían pensado la ciencia moderna como neto factor de emancipación. El esquema clásico de la idea de revolución emancipatoria en esta tradición era presentado por Sacristán (1976: 6) en los términos siguientes: se partía de la hipótesis inductiva, histórica, de que situaciones de contraposición entre el crecimiento de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que obstaculizaban ese crecimiento, junto con otros factores, constituían las condiciones de posibilidad de cualquier transformación, de lo que se infería, por lo que respecta a la política de la ciencia, «un progresismo sin nubes»: la ciencia era una fuerza productiva y toda política sensata de la ciencia tenía que consistir única y exclusivamente en su promoción. De ahí una receta de la mayor simplicidad: había que asignar a la tecnociencia la mayor cantidad posible de recursos. No había más limitación que la de los recursos existentes.

El esquema anterior, en su opinión, era por de pronto inactual. Difícilmente un autor de la segunda mitad del XIX podía imaginarse la productividad del trabajo alcanzada a finales del XX. De lo que Sacristán infería, prudentemente, que la situación no permitía otorgar una fe incondicional a la manera tradicional de presentar este esquema de transformación social, mas teniendo en cuenta que el mismo Marx ya había considerado que en la época de la gran industria toda fuerza productiva era, al mismo tiempo, una fuerza destructiva.

La principal rectificación que los múltiples condicionamientos ecológicos (y afines) suponían para el pensamiento revolucionario, en sus diferentes vertientes marxistas o libertarias, consistía (Sacristán 1979b) en el abandono de todo milenarismo, de toda consideración de la revolución social como plenitud de los tiempos, ansiado momento a partir del cual obrarían, al fin, las buenas y objetivas leyes del Ser, deformadas hasta ese instante por las pecaminosas e injustas sociedades clasistas. No hay ni habrá paraíso terrenal, no hay sociedad humana pensable en la que se disuelvan o superen todas las contraposiciones sociales y naturales. No habrá Juicio Final.

 

5ª tesis: Primacía del valor igualdad y control social de la investigación.

La política científica propuesta por MSL no tenía vocación de eternidad ni presuponía ni podía presuponer duración previa alguna y, en su opinión, debía estar sometida a revisión permanente. Se partía en ella de una primacía del valor igualdad sobre cualquier otro valor social, lo cual, obviamente, no implicaba anulación ni menosprecio alguno de otros valores, e implicaba, como decíamos, la necesidad de revisión de concepciones mayoritariamente aceptadas en las varias tradiciones emancipatorias.

El asunto afectaba indudablemente a la libertad de investigación, pero no forzosamente más que las actuales restricciones. Admitiendo una corrección a la elección sin límites del científico investigador, valor que, sin duda, en la tecnociencia contemporánea era más una formulación de deseos que una realidad alcanzada (Rubbia 1989: 17-19), sostenía Sacristán que ese límite debía ser instrumentado de la forma más liberal y libertaria posible. Era muy probable que estas restricciones no fueran muy distintas de las realmente existentes, concretadas en una falta o en una disminución en la asignación de recursos a determinadas líneas de investigación o, por el contrario, primando ciertos programas en detrimento de otros, pero presentaban una diferencia esencial: MSL defendía que estas limitaciones, fueran sólo económicas o distributivas, o incluso político-culturales, para ser tolerables y admisibles ética y políticamente, tendrían que estar controladas por la propia colectividad, con presencia del mismo científico afectado o del colectivo investigador al que perteneciese.

 

6ª: Por una dialecticidad temperada.

Hay, sin duda, en la propuesta sacristaniana una politización del concepto de práctica pero no en el sentido de primar o potenciar determinados programas de investigación, en línea lyssenkista, por supuestas coincidencias ideológicas o político-filosóficas, sino en el sentido de orientar la investigación a determinadas áreas por sus posibles aplicaciones prácticas, sociales o comunitarias, convirtiendo, por ejemplo, la salud laboral o la conservación del medio en tareas prioritarias de esta búsqueda sin término, pero no forzosamente sin finalidad, que es la ciencia.

El principio orientador general de esta política de la ciencia de inspiración socialista para esta federación de comunidades, como gustaba decir el Sacristán tardío, exigía una rectificación de los modos de pensar hegelianos clásicos de las varias tradiciones marxistas. Defendía MSL una dialecticidad que tuviera como primera virtud práctica el principio aristotélico de la mesura, fruto de la convicción de que las contraposiciones sociales eran de tal calibre que ya no podían considerarse resolubles al modo clásico hegeliano, por agudización del conflicto, sino mediante la postulación y creación de un marco en el que pudieran dirimirse sin catástrofe.

No había pues que pensar en una solución en blanco y negro por el simple juego de supuestos factores objetivos. Esa vía era simplemente irrealizable o recusable sin más: recusable si se trababa de continuar y apostar por el simple desarrollismo económico-tecnológico, dado que, según MSL, eso llevaría a la Humanidad al desastre; irrealizable, además de éticamente no deseable, si se optara, sin más, por el negro de la simple prohibición de la investigación.

 

7ª tesis: Preeminencia de la educación de la ciudadanía.

Justificado este principio general, que él mismo denominaba defensa de una «ética revolucionaria de la cordura», MSL concretaba su propuesta programática de política de la ciencia en los siguientes puntos:

Había que admitir la preeminencia de la educación de la ciudadanía sobre la investigación durante un cierto largo período de tiempo de imposible concreción, cuya variabilidad dependería de las circunstancias sociales, históricas y culturales de las diferentes poblaciones. Esta primacía educacional estaba orientada a evitar malas reacciones, por ineducación de las colectividades, a las consecuencias que la línea defendida de política de la ciencia iba a conllevar inexorablemente. Entre ellas, una importante reducción del consumo, amén de una adecuada y mucho más justa redistribución del mismo. En todo caso, esta reducción no debía entenderse como simple anulación estoica de las necesidades. Inspirándose en el viejo Marx y en coincidencia con algunas tesis de Paul Lafargue, Sacristán consideraba que las necesidades que siente un individuo son índice de su maduración, de su progreso vital, y que por ello cabía distinguir entre necesidades básicas y las de otro alcance.

Del punto anterior se colegía un corolario: la acentuación de la función educativa, formativa, de la enseñanza superior. Las facultades universitarias, todas ellas, deberían convertirse en centros donde, básicamente, se educase en los valores de una nueva sociedad. Esta medida significaría una menor «producción» de profesionales y un incremento en la producción de «hombres cultos», retomando la expresión de Ortega. Con ello, infería Sacristán, se produciría también un descenso del consumo, a través de la posible disminución de la productividad de bienes, por lo menos en una primera fase.

 

8ª tesis: Primacía de la investigación básica sobre la aplicada.

Sacristán proponía además una línea de asignación de recursos que primase la investigación básica respecto a la aplicada, en oposición a las políticas científicas seguidas por la mayoría de los gobiernos occidentales y, en algunos casos, reclamadas por importantes y poderosos colectivos de la sociedad civil. La justificación es, básicamente, la misma que la del punto anterior: repercusión negativa inmediata en el consumo y en la producción industrial de cierto tipo de bienes.

De ahí la conveniencia de apoyar, en el trabajo de los colectivos científicos, los aspectos contemplativos respecto de los instrumentales, sin que ello implique, como decíamos, una vuelta imposible a la concepción contemplativa de la actividad científica, por lo demás siempre recordada por Sacristán con cierta nostalgia. Se trataría, por ejemplo, de contratar a muchos más físicos teóricos que a ingenieros físicos. Las razones, las mismas: reducción del producto final consumible.

Igualmente habría que sostener la investigación de conocimiento directo descriptivo, no teórico. Para él, disciplinas menospreciadas en las universidades contemporáneas, como la Geografía o la Botánica descriptivas, eran buen saber para la época que se acercaba. Más aún: no sólo eran buen saber sino que, en algunos casos, podían ser mejor saber que el conocimiento teórico en su vertiente operativa.

Había que disminuir igualmente los recursos dedicados a tecnología pesada y otorgar preeminencia a la inversión en tecnologías ligeras, más intensivas en fuerza de trabajo y menos en capital, más limpias ecológicamente y más soportables por el medio. Investigación tecnológica que, por sus menores costes, en el sentido económico tradicional y en sentido social, estaría justificada aunque su ámbito de aplicación fuera más reducido que el de las tecnologías pesadas.

El objetivo central perseguido por esta última propuesta no sería tanto la disminución del producto final sino el aumento del tiempo colectivo de trabajo que evitara el creciente paro estructural, con sus secuelas sociales y culturales, aumento del tiempo de trabajo que, con toda seguridad, quedaría paliado si se eliminara la producción nociva y la enorme producción inútil existente, y, en la concepción por él defendida si antes se hubiera dado la condición previa y básica de toda su propuesta: la sustitución de los antiguos poderes por otros de motivación igualitaria que intentaran, esta vez en serio, la superación de la vieja división social del trabajo

 

9ª tesis: Actuación equilibrada y discriminada en el Tercer Mundo.

Sacristán se refirió sucintamente a la problemática de las poblaciones del Tercer Mundo. Era obvio, por ejemplo, que el tema del control demográfico había que tratarlo caso por caso. Parecía innegable su necesidad en el caso de países como China o India, pero era monstruosa la política maltusiana seguida por poderes y agencias norteamericanas entre la población amerindia en los años setenta.

Tampoco sostenía Sacristán que fuera necesaria una reducción del consumo per capita en estas sociedades empobrecidas. No había duda: tenía que aumentar pero no tal como lo estaba haciendo. En muchos de estos países, la actuación de las multinacionales era simple y llanamente criminal.

No había, pues, que intervenir con recetas preconcebidas pero tampoco pensando y defendiendo que determinadas industrias, ampliamente rechazadas en las sociedades avanzadas, eran, en cambio, convenientes para ellos. Tampoco allí la contaminación, el peligro atómico o muchas de las actividades de alto riesgo relacionadas con la biotecnología podían ser admitidos. De hecho, ésta era y es la tendencia de muchas empresas del Norte «civilizado».

 

10ª tesis: Por una racionalidad completa: contra las vías tecnocráticas.

Contraponiéndose un tanto a posiciones como las defendidas por Jesús Mosterín, Sacristán no aceptaba la posición de que sean los técnicos quienes tengan el poder de decisión exclusivo sobre los denominados «problemas técnicos». Defender esa posibilidad es ignorar que también ellos y los científicos son grupos humanos con intereses particulares, predispuestos a

reaccionar según sus propios intereses. Es ingenuo pensar que el ciudadano técnico va a decidir siempre según los intereses generales de la comunidad.

La solución criticada no tiene en cuenta que los problemas sobre la técnica no son técnicos sino políticos, en el sentido general de organización de la convivencia social. De ahí que los versos de Hölderlin reiteradamente citados por Sacristán («De donde nace el peligro / nace la salvación también»), sean interpretados por él en el sentido de que la actual situación de crisis, la contradictoriedad en la que nos encontramos inmersos, sólo puede disolverse o superarse a partir del uso de más razón, pero de razón en su totalidad, no de una razón meramente tecnológica o estrechamente cientificista.

En su propuesta de racionalidad completa, Sacristán incluye el control democrático, social, sobre el desarrollo la ciencia. Si se construyera una fracción, una razón que arrojara la tasa de dominio en nuestras sociedades de la ciudadanía sobre la ciencia, el valor de esta fracción sería irrisoria y trágicamente mínimo. No siempre ha sido así. En otras culturas, en la antigua civilización china por ejemplo, se habría obtenido seguramente una buena razón. Entre otras cosas, justo es reconocerlo, porque el denominador, la potencia científica de esa cultura, era bajo y el poder social sobre la ciencia era intenso. En la actualidad incrementar esa razón ya no va a ser posible reduciendo el denominador, disminuyendo la fuerza de los saberes tecno-científicos. La única solución razonable pasa por aumentar el numerador, la fuerza de la ciudadanía, el poder social sobre la ciencia. De ahí, la importancia de la función educativa y del primado de la asignación de recursos a este ámbito en la propuesta programática por él defendida, sin negar que esa tarea no era un camino fácil dada la creciente complejidad y especialización de los saberes científicos contemporáneos, aunque posiblemente no haya ningún tipo de control externo que pueda suplir el autocontrol de los científicos y tecnólogos conscientes de su responsabilidad moral y social.

Estas orientaciones de política científica presuponen, como decía, un cambio neto en la detentación del dominio social. Ni una larga y espléndida noche de vino, rosas y poesía, mucha poesía, puede hacernos creer en la proximidad de un cambio de esta naturaleza, pero escasos como andamos de nuevas ideas no es poca cosa ver estas reflexiones como un marco de agitación y combate políticos, en el mejor de los sentidos, que los hay, de los términos ‘combate’, ‘agitación’ y ‘política’.

Todas estas reflexiones, como los sentidos que Escoto Erígena atribuía a las palabras de la Escritura, pueden estirarse ilimitadamente, o, como diría más cautamente Borges, podemos biyectarlas con los tornasoles del plumaje del pavo real, pero, por otra parte, como casi todos los decálogos que se precien, permiten síntesis unitarias. Las palabras finales que René Char escribió en su dedicatoria de Pobreza y privilegio, y que yo les dio en traducción de Jorge Riechmann, pueden ayudarnos:

«No nos está permitido enloquecer en una época demente, aunque nos pueda quemar vivos un fuego cuyo igual somos».

Conjeturo, espero que sin extravío por mi parte, que el poeta no ha desenfocado su mirada.

 

Entre los libros y papeles de los que soy más deudor debo citar los siguientes:

 

Barret, S.M. (ed), 1975,Gerónimo.Historia de su vida, Barcelona, Grijalbo. Traducido y anotado por Manuel Sacristán.

 

Berry, Adrian, 1975, Los próximos diez mil años, Madrid, Alianza editorial.

 

Broad,W. y Wade, N, 1982, Betrayers of the truh, Nueva York, Simon & Schuster.

 

Char, René, 1999, Indagación de la bae y de la cima. Madrid, Árdora ediciones. Edición, traducción y notas de Jorge Riechmann.

 

Dennett, Daniel C., 1999, La peligrosa idea de Darwin, Barcelona, Círculo de Lectores.

 

Funtowicz, Silivo O-Ravetz, Jerome R, 2000, La ciencia postnormal. Ciencia con la gente, Barcelona, Icaria.

 

Harich, Wolfgang, 1975, ¿Comunismo sin crecimiento? Babeuf y el Club de Roma, Barcelona, Materiales.

 

Metropolis, Nicholas,1992,»The Age od Computing: A personal Memoir», Daedalus (invierno 1992), pp. 119-130.

 

Riechmann, Jorge, 1998, «Moratoria para los alimentos obtenidos por manipulación genética»,mientras tanto 72, pp. 53-76.

 

-, 1999, Argumentos recombinantes. Sobre cultivos y alimentos transgénicos, Madrid, Los libros de la Catarata.

 

Rubbia, Carlo, 1989, El dilema nuclear, Crítica, Barcelona.

 

Sacristán, Manuel, 1958, «Filosofía»,Papales de filosofía. Panfletos y materiales II, Barcelona, Itaca, 1984, pp.90-219.

 

-, 1976, «De la filosofía de la ciencia a la política de la ciencia»(Transcripción).

 

-,1977,»Galileeo Galilei» (Ficha para la proyección de la película sobre Galileo a estudiantes de BUP. Inédito).

 

-, 1979a, «Reflexión sobre una política socialista de la ciencia», Realitat 24, 1991, pp. 5-13. Transcripción de Pere de la Fuente.

 

-,1979b, «Comunicación a las jornadas de ecología y política», Pacifismo, ecología y política alternativa, Barcelona, Itaca, 1987.

 

-,1981a, «Sobre los problemas presentemente percibidos en la relación entre la sociedad y la naturaleza y sus consecuencias en la filosofía de las ciencias sociales. Un esquema de discusión», Papeles de filosofía. Panfletos y Materiales II, Barcelona, Itaca, pp. 453-467.

 

-,1981b, «La ciencia contemporánea», I.B. Boscán (Barcelona) (Transcripción).

 

-, 1985, Intervenciones políticas. Panfletos y materiales III, Barcelona, Itaca.

 

-, 1987, Pacifismo, ecología y política alternativa, Barcelona, Itaca.

 

Sanmartín, José, 1987, Los nuevos redentores. Anthropos, Barcelona 1987.

 

Sokal, A. y Bricmont, Jean, 1999, Imposturas intelectuales, Paidós, Barcelona.

 

Suzuki, David y Knudtson, Peter, 1991,GenÉtica.Conflictos entre la ingeniería genética y los valores humanos, Tecnos, Madrid.

 

 

Nota: Esta comunicación fue presentada a un congreso sobre John Desmond Bernal celebrado en Zaragoza en 2003, organizado por la FIM de Aragón y el grupo de Historia de la Ciencia dela UZ dirigido por Mariano Homigón y Elena Ausejo.