El ciclón, el gran peligro que se cierne sobre nuestro país y en especial en el occidente de Cuba y particularmente La Habana es el tema hoy. Diría que siempre las fuertes lluvias, los vientos terribles de un huracán de esa magnitud harán daño en nuestro patrimonio construido, en nuestras casas, en nuestros árboles. Lo […]
El ciclón, el gran peligro que se cierne sobre nuestro país y en especial en el occidente de Cuba y particularmente La Habana es el tema hoy. Diría que siempre las fuertes lluvias, los vientos terribles de un huracán de esa magnitud harán daño en nuestro patrimonio construido, en nuestras casas, en nuestros árboles. Lo más importante, como se ha dicho, como ha explicado en televisión el Jefe de la Revolución es proteger la vida y las personas, todo lo demás se recupera; todo lo demás podemos reencontrarlo. Lo que no podemos es perder a nuestros seres queridos, actuar con imprudencia, no tomar medidas oportunas. Todas se están tomando en todas partes.
Aquí particularmente en el Centro Histórico estamos desde hace ya varios días en una alerta absoluta, trasladando todo lo que tiene que ver con la memoria de nuestro país, el patrimonio. Trasladando las esculturas, protegiendo los monumentos, quitando todo aquello que se puede caer o se puede destruir. Pero sabemos el estado de muchos de nuestros edificios, conocemos la antigüedad de estos edificios y tenemos sobre todo, ante todo ante nosotros, la historia. Desde que se tiene memoria, las actas del Cabildo recuerdan la presencia del temporal hasta que el Padre Viñas, eminentísimo científico, precisamente aquí en la torre del Observatorio de Belén en La Habana Vieja, definió el ciclón como fenómeno de la naturaleza tropical, se hablaba siempre de temporal; un gran temporal.
Las actas cuentan del temporal de 1794, de 1797, el terrible ciclón de 1844 que destruyó la cúpula de la Basílica de San Francisco, gran parte del Templo, el de 1846 que provocó la destrucción de barrios completos de La Habana, del Teatro Principal cerca de la iglesia de Paula y de la casa de José de la Luz y Caballero. Ayer precisamente leía todas estas memorias y cómo los cronistas de la ciudad a partir de los medios que tenían en ese momento, las anotaciones del barómetro, etc., explican el fenómeno y sus terribles consecuencias.
El gran primer ciclón de que se tiene noticia en la historia reciente del continente americano, después del viaje de Cristóbal Colón es precisamente el que deja el Almirante como testimonio y que ocurre estando él en la Isla de Santo Domingo, cómo ve el cielo cambiar de color hasta convertirse en amarillo huevo, uno ve las aves volando contra el viento y él con su olfato de marino privilegiado se da cuenta de que se aproxima una gran tempestad nunca antes vista, y por eso advierte a las autoridades de la Isla, La Española, que no permitan la salida de las naves. Todas las que salieron se perdieron inexorablemente.
También tenemos testimonios de la conquista del siglo XVI en Cuba. Y el ciclón fue reflejado hasta por los aborígenes.
Recuerdo mis conversaciones con Antonio Núñez Jiménez en los círculos concéntricos en las cuevas de Punta del Este y otras representaciones que se hicieron de este tipo y que evocan el fenómeno más duro, más fuerte, más constante del clima tropical, quiere decir el ciclón.