Los restos de María Rosa Clementi de Cancere, empleada de la Embajada de Cuba en Argentina y secuestrada en tiempos de la dictadura militar, fueron identificados por el Equipo de Antropología Forense del país sudamericano. En excavaciones realizadas en la municipalidad de San Fernando, por instrucción del juez federal Daniel Rafecas, apareció el cuerpo de […]
Los restos de María Rosa Clementi de Cancere, empleada de la Embajada de Cuba en Argentina y secuestrada en tiempos de la dictadura militar, fueron identificados por el Equipo de Antropología Forense del país sudamericano.
En excavaciones realizadas en la municipalidad de San Fernando, por instrucción del juez federal Daniel Rafecas, apareció el cuerpo de María Rosa, nacida en Capital Federal el 19 de abril de 1945 y quien fuera secuestrada el 3 de agosto de 1976 a la salida de la Escuela anexa a la Embajada de Cuba en la capital argentina, donde ella ayudaba en el cuidado de los niños de los diplomáticos.
María Rosa estaba casada y tenía una hija de seis años cuando fue secuestrada por sicarios que operaban bajo el mando de la Operación Cóndor, nombre con el que es conocido el plan de coordinación de operaciones represivas entre las cúpulas de los regímenes dictatoriales del Cono Sur -Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y esporádicamente, Perú, Colombia, Venezuela, Ecuador-, con la CIA de los EEUU, llevada a cabo en las décadas de 1970 y 1980.
Fuentes judiciales señalaron a Télam que según «los estudios genéticos realizados los restos encontrados en San Fernando «correspondían al diplomático cubano Crecencio Nicomedes Galañena Hernández; a María Rosa Clementi de Cancere -empleada de la Embajada de Cuba en nuestro país- y a Ricardo Manuel González, todos ellos secuestrados durante el mes de agosto de 1976″.
En ese lugar la Policía Científica de Gendarmería Nacional y el Equipo Argentino de Antropología Forense, ya identificaron una serie de puntos críticos durante los sondeos exploratorios previos.
«El descubrimiento de los restos del diplomático cubano, quien fue mantenido en cautiverio y torturado en el centro clandestino de detención ‘Automotores Orletti´ y la circunstancia de que la introducción de los cadáveres en tambores cementados fuera una práctica sistemática de los represores de ese centro clandestino para ocultarlos, lleva a concluir que las otras dos víctimas también habrían estado secuestradas allí», explicaron los voceros.
Las fuentes indicaron que «esta clase de tareas tendientes a determinar el destino final de las víctimas de Orletti se vienen realizando desde 2003″, y entre ellas citaron «la realización de excavaciones en Florencio Varela y la realización de un barrido de rastrillaje del lecho del canal de San Fernando realizado por buzos tácticos de la Prefectura Naval».
Las medidas se ordenaron en el marco de la «megacausa» que tramita Rafecas por los delitos de lesa humanidad cometidos en el ámbito del Primer Cuerpo de Ejército durante la última dictadura militar y que fue reabierta tras la derogación y declaración de «nulidad insalvable» de las denominadas leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
María Rosa: Flor de la escuela
José Luis Méndez Méndez
La Escuela «José de San Martín» comenzó a funcionar después del restablecimiento de relaciones entre los dos países. La llegada a Argentina de funcionarios diplomáticos y comerciales cubanos, con sus familiares, supuso la presencia de niños que habían arribado en edad escolar y debían iniciar o continuar sus estudios primarios.
La decisión fue crear esta escuela anexa a la Embajada de Cuba en Buenos Aires. Para dirigirla fue seleccionada una joven pedagoga cubana con años de experiencia, que en el momento de su nombramiento era metodóloga provincial del Ministerio de Educación de Cuba y muy capacitada, Sanchica Tirsa Guevara Valido, esposa de un funcionario diplomático acreditado.
Se seleccionó el local apropiado, ubicado en la calle Arribeños, casi esquina a Teodoro García, en el barrio de Belgrano, a tres cuadras de la sede de la Embajada de Cuba. Hoy es un predio de la Universidad de Belgrano, sita muy cerca de ese lugar.
La escuela comenzó a funcionar en septiembre de 1973. El claustro se nutrió de personal mixto argentino y cubano, las tareas administrativas fueron asumidas por laboriosas jóvenes argentinas, asistidas por las madres de los menores, que de forma voluntaria apoyaban el normal funcionamientodel centro.
Sanchica ofrece su testimonio: «Recuerdo que llegamos a tener cerca de 20 niños y adolescentes de diversas edades, desde los años de primaria hasta toda la secundaria. Incluso, había de pre escolar y más pequeños. Se había formado un equipo docente muy preparado, María del Carmen Izaguirre, era maestra titular, ella impartía las asignaturas del nivel secundario, yo asumí las clases de español en ese nivel. Su esposo se llamaba Carlos, era chofer en la Embajada. Eran argentinos muy nobles y trabajadores, sentí mucho cuando los secuestraron, el mismo día del golpe militar. Nunca más los vi. Me alegra saber que viven, pensé que habían desaparecido, todo fue tan terrible».
«Mirtha Cobelo Martínez, otra cubana esposa de un funcionario, era maestra de primaria, junto a Dalia, de quien no recuerdo su apellido, compartían los deberes. Cuando viajábamos a Cuba de vacaciones nos actualizábamos de los programas de estudio. Si había un solo niño en un grado, se le daba lo correspondiente a ese nivel. Había que realizar un esfuerzo grande, los niños eran aplicados, con buena disciplina, formamos un equipo cohesionado».
Una de las jóvenes argentinas contratadas para labores de apoyo, fue María Rosa Clementi de Cancere, argentina, nacida en Capital Federal el 19 de abril de 1945. Era casada y tenía una hija menor y se caracterizaba por su responsabilidad y cumplimiento cabal de sus obligaciones. Su trato jovial, alegre, la destacaba en el colectivo. Era muy querida por todos. Sanchica, tiene de ella los mejores recuerdos:
«María Rosa era muy activa, cuidaba de los niños menores con amor y dedicación, ayudaba en la limpieza como hacíamos todos, pero su labor era el cuidado de los menores. Sentí mucho su secuestro, fue tan abrupto… ese día. Nos despedimos cerca de las 4 de la tarde, y nunca más la vi. Para nosotros los cubanos el secuestro y desaparición eran algo nuevo, no lo entendíamos, una experiencia tremenda, una impotencia total. Una amiga se había perdido y no podía hacer nada, solo consolar a su esposo Antonio. Cuando mi esposo Orlando y yo regresamos a Cuba, por haber terminado la misión diplomática, en noviembre de 1976, no habíamos recibido todavía noticias de ella, creo que nunca se encontró, ni se supo a dónde la llevaron, qué fue de ella… algo muy triste».
El martes 3 de agosto de 1976, María Rosa llegó temprano a la Escuela. Tenía deberes por cumplir y lo haría antes de la llegada de los chicos. El día laboral transcurrió normal, todavía se comentaba lo bonita y alegre que había estado la conmemoración del 26 de Julio, fecha Patria, que tradicionalmente se festeja en Cuba, ocasión en que los estudiantes realizaron actuaciones de canto y baile.
Concluida su labor, María Rosa, como de costumbre, se dirigió a su casa en San Blas 5333 departamento No. 1, donde su esposo y su hija Paula Andrea, la esperaban. Nunca llegó, fue secuestrada en el trayecto. Nunca más se supo de ella. Tenía 31 años de edad.
La noticia conmocionó a familiares y compañeros de trabajo, de inmediato se hicieron indagaciones y denuncias de su desaparición, el tiempo era vital en estos casos. Su esposo, Antonio Alberto Cancere, era miembro del Comité Central del Partido Comunista Argentino, entonces todavía en la legalidad.
Cancere presentó su solicitud ante la Conferencia Episcopal Argentina, con el ruego de ser recibido por su Presidente, el Sr. Cardenal Raúl F. Primatesta. El 6 de agosto, el Secretario General de la misma, Monseñor Carlos Galán, acusó recibo del pedido informándole que el Cardenal no lo recibiría en audiencia, pero tomaría nota para obrar dentro de sus posibilidades.
Tres días después, el 9 de agosto, nuevamente la Nunciatura envió una nota al afligido esposo, en la misma se decía haber recibido la nota de Cancere del día 5 y expresaba: «Lamento sinceramente lo ocurrido, de la misma manera que mucho me afecta el dolor de otros hogares que se dirigen al Nuncio Apostólico en busca de una solución al angustioso momento en que viven».
«Puedo asegurarle, que dentro del límite de mis posibilidades, me interesaré del caso, señalando a las autoridades el hecho, por eso no es necesario que venga a la Nunciatura. Dios nuestro Señor, en cuyas manos están los corazones de los hombres no faltará de ayudarle. Así lo espero y para ello rezo».
Cancere se dirigió también al Arzobispado de Buenos Aires que, el 9 de agosto, respondió a su nota del 5 de agosto por indicaciones del Sr. Vicario, donde acusaba recibo de la denuncia. El documento lo firmaba Carlos Hernando, Prosecretario y Vicecanciller.
El 17 de agosto, Cancere recibe una carta del Comandante del 1er Cuerpo de Ejército, donde le daban respuesta a su denuncia. Se le informaba que, pese a las exhaustivas averiguaciones realizadas, no existían antecedentes de la presunta detención de su esposa en el área correspondiente al mencionado Cuerpo de Ejército. El 24 del propio mes, le reiteran la respuesta a su carta con igual contenido.
El 5 de septiembre, Cancere envía una carta al Comandante en Jefe de la Armada Nacional, Almirante Emilio E. Massera, en la que le remite un resumen de sus acciones para encontrar a María Rosa. En el primer párrafo de la misiva escribió: «El día tres de agosto próximo pasado mi esposa María Rosa Clementi de Cancere, salió de la Embajada de Cuba, sita en Virrey del Pino 1810, Capital Federal, donde se desempeñaba como empleada administrativa, para dirigirse a nuestro domicilio alrededor de las 16 horas, pues debía esperar a nuestra hijita que volvía del colegio».
Después expresaba que desde esa fecha no había podido localizar el paradero de María Rosa, a pesar de las gestiones realizadas y que describía en la carta. Enumeró doce acciones, dirigidas al Presidente de la Nación, instancias de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior, a religiosas ya descritas y los recursos de Hábeas Corpus interpuestos ante un Juez Penal.
Avanzada la carta, Antonio intercala un párrafo, que denota la acción de los cuerpos represivos argentinos previos al secuestro en contra del personal de la Embajada. Así lo describe: «Debo decir al Señor Comandante, que pese a conocer las vicisitudes del momento histórico en que nos toca vivir, no entiendo cómo puede ser, que no se pueda conocer el paradero de una ciudadana, que fuera seguida por personal de los servicios de seguridad y que pese a ello no recurrió a ningún subterfugio, ni a ocultarse pues su proceder siempre ha sido correcto y el indicado en la defensa de las libertades y de las instituciones».
Cancere pide una entrevista al golpista Massera y en su argumento le dice en la misiva: «…le pido me conceda una entrevista personal, pues creo que podré aportar datos que serán de suma utilidad para la ubicación de mi esposa por parte de la Marina de Guerra».
El 7 de septiembre de 1984, el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Criminal y Correccional Federal No. 3 Secretaría No. 9, a cargo del Juez Federal Dr. Néstor L. Blondi, recibe la documentación acumulada sobre el caso de María Rosa, en el expediente 2053, en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
El 24 de mayo de 1995, la Subsecretaria de Derechos Humanos y Sociales del Ministerio del Interior expidió una certificación de la Ley 24.321, solicitada por Paula Andrea Cancere, hija de María Rosa, nacida el 20 de diciembre de 1969 a las 13 y treinta horas, para poder recibir la indemnización compensatoria que esa Ley le otorga a los familiares de desaparecidos. Ella recibió la certificación conforme el 27 de junio de 1995.
El 10 de febrero de 1998, se expide un duplicado de la certificación, nuevamente solicitada por la hija de María Rosa, la retira la abogada Wanda Fragale. Con igual fecha Paula Andrea envía una comunicación a su, hasta entonces, representante legal por medio del correo argentino, donde le in- forma que revocó el poder general judicial y administrativo otorgado y lo insta a abstenerse de realizar cualquier gestión en representación de ella.
El 16 de marzo de 1999, otro abogado, Roberto Javier Sortino, retira otro duplicado de la certificación, igualmente solicitada por Paula Andrea, el 4 de marzo, a la edad de 29 años. Alegó ante la policía de Olivos, provincia de Buenos Aires, el extravío de la anterior recibida.
Antonio se casó nuevamente con la uruguaya María Elizabeth Matonte Ojeda, nacida el 1 de abril de 1949, de cuya unión tuvieron dos hijos varones, llamados Emilio Cancere, nacido el 28 de marzo de 1988 y Pablo Daniel Cancere, el 25 de enero de 1992. En 1999, residían en la calle José Barros Pazos 1.724, Buenos Aires, Capital Federal. Antonio Alberto murió y su hija y nueva esposa, tramitaron la terminación de su juicio sucesorio, por medio de un poder que otorgaron a un abogado.
María Rosa vive en la memoria de Sanchica, de su esposo Orlando Hernández Rodríguez, también funcionario diplomático de la Embajada de Cuba y de otros compañeros que compartieron momentos de alegría con ella. Su hija Paula Andrea, recibió asistencia médica especializada para reponerse de la pérdida de su madre, ella tenía 6 años cuando su madre le dio un beso de despedida antes de salir para la escuela donde estudiaba. Prefiere recordarla así, no ha sido posible entrevistarla para conocer de primera mano lo acontecido, el dolor está aún presente en la familia.