Trabajar con un pesticida en campos de banana los dejó enfermos y estériles. Décadas después, cientos de campesinos nicaragüenses aún buscan que las empresas responsables paguen por los daños, posibilidad que fue diluida este miércoles tras el rechazo de una demanda por la Justicia francesa.
En el municipio de Tonalá aún se observan algunos barriles oxidados
donde se envasaba el Nemagón, un producto usado como pesticida en las
plantaciones de banano en el departamento de Chinandega, al noroeste de
Nicaragua. Los recipientes eran reutilizados a veces para guardar agua.
Atraídos
por el empleo que ofrecían las compañías bananeras, allá en la década
de 1970, Tonalá, cercana a los cultivos y con solo 600 habitantes, vio
multiplicar sus residentes.
Las bananeras se establecieron en el
noroeste de Nicaragua, de tierras fértiles, clima tórrido y copiosas
lluvias, a finales de 1960 hasta inicios de la década de 1980.
«Había
como cuatro haciendas en Tonalá, con hasta 4.000 trabajadores en cada
una. Era donde mejor pagaban, tenían albergues para empleados y el
embarque de banano era de tres a cuatro días», cuenta Luis Gómez hoy de
60 años.
«Era bien bonito, venía gente de todos lados, pero esa
alegría vino quedando en la tristeza de no tener hijos», detalla Idalia
Paz, de 55 años, esposa de Luis, un agricultor que quedó estéril por su
exposición a estos químicos.
El DBCP, un pesticida prohibido a
finales de los años 70 en Estados Unidos y comercializado hasta mediados
de los 80 en Nicaragua como Nemagón o Fumazone, ha sido objeto de
numerosas demandas en América Latina.
Fue usado en las bananeras y
acusado de provocar cáncer e infertilidad. Los riesgos para la salud
fueron reconocidos en 1977, tras detectar numerosos casos de esterilidad
entre trabajadores de una fábrica de California.
«Si hubiéramos
sabido que había un peligro nos hubiéramos cuidado de otra manera. Pero
nosotros no sabíamos eso, hasta después supimos que ese producto era
dañino (…), tengo un poco de enfermedades, además de la esterilidad; si
estoy con vida es porque Dios es grande», confiesa Pedro Regalado, de 74
años, quien trabajó en la hacienda El Paraíso.
«No admiten el reclamo»
Un tribunal de Chinandega condenó en 2006 a las compañías de
agroquímicos Shell, Dow Chemical y Occidental Chemical a pagar 805
millones de dólares a unos 1.200 extrabajadores de fincas bananeras por
el impacto que les causó el pesticida en la salud. Pero nunca recibieron
nada y varios damnificados ya murieron.
El fallo fue confirmado
en casación en Nicaragua y en 2008 los demandantes llevaron el caso a
Francia en virtud del procedimiento ‘exequátur’, que permite aplicar en
este país un fallo de un tribunal extranjero.
Esperanzados, los
agricultores esperaron este jueves en Tonalá la resolución del tribunal,
mientras comentaban cómo utilizarían el dinero en su salud.
Pero
el tono parco y apagado en la voz del abogado Barnard Zavala al otro
lado del teléfono, aniquiló sus sueños. «No nos admiten el reclamo
porque los jueces no tenían jurisdicción sobre las empresas», explica
Zavala, en contacto con el equipo en París.
El tribunal consideró
que el juez de Chinandega, que condenó en primera instancia a las
compañías, «no era competente», ya que las empresas denunciadas habían
pedido que el caso se juzgara en Estados Unidos, amparados en una ley
nicaragüense de 2001.
«Nos sentimos decepcionados (…) Aquí [en
Tonalá] fue donde se regó [el pesticida], aquí fue donde se afectó, en
Nicaragua. Esperábamos un fallo a favor de los enfermos», reprocha
Idalia. Los demandantes han avanzado que apelarán.
En su casa de
amplio patio y rodeada de árboles frutales, Luis vive con su esposa
Idalia y tres perros. Idalia llora cuando recuerda que su esposo quedó
estéril por exponerse al químico.
Para toda la vida
«Cuando me dijeron que era 100% estéril, que estaba dañado y que nunca iba a procrear hijos, sentí una profunda decepción, son cosas que duelen y deja marcado para toda la vida», cuenta por su parte el exobrero Pedro Fletes, de 57 años.
«A veces por la misma sociedad somos rechazados. He pasado por momentos muy duros cuando me dicen: ‘vos no viniste a nada a este mundo, no procreaste [hijos], no viniste a nada», comenta, mientras se le escapan algunas lágrimas que intenta contener con el torso de la mano.
Cuando tenía 10 años, Pedro fue llevado por su padre a trabajar en las bananeras de Tonalá, donde tuvo contacto con el químico. A los niños que andaban con sus padres les decían «cabra», rememora.
Además de su esterilidad, Pedro afronta desde hace unos 12 años dolencias en los riñones, dolores de huesos y adormecimiento de pies y manos. Vive con quien es su tercera compañera. Otras dos lo dejaron por su esterilidad. No tiene un techo y sobrevive cuidando la propiedad de un familiar lejos de Tonalá. Aún cultiva banano, pero en forma particular.
«Pienso que fue más que injusto, fue un crimen» lo que hicieron las transnacionales en Nicaragua. Aunque haya una indemnización «a mí no me pagarían el daño, el daño ya está, es irreparable», asegura.