Cuando escuché la pasada semana a su Santidad el Sr. Ministro de Interior explicando el acuerdo con el PP para reformar la ley electoral, cuando lo escuché aclarar que se hacía expresamente para evitar que la izquierda abertzale concurra a las elecciones bajo «el paraguas de EA», y hacerlo tan explícitamente (o séase, tan desvergonzadamente) […]
Cuando escuché la pasada semana a su Santidad el Sr. Ministro de Interior explicando el acuerdo con el PP para reformar la ley electoral, cuando lo escuché aclarar que se hacía expresamente para evitar que la izquierda abertzale concurra a las elecciones bajo «el paraguas de EA», y hacerlo tan explícitamente (o séase, tan desvergonzadamente) y quedarse tan ancho (oséase, tan calvo por dentro), como si eso fuera normal, no pude evitar reirme a carcajadas con las patatas que entonces pelaba. Y reí por no llorar.
Porque la cosa me pareció gravísima. Y no sólo porque es un atentado represivo más en la dirección de negar la realidad de la existencia de un cuerpo social -y por lo tanto electoral- abertzale con los derechos que le son inherentes (lo cual dificulta aún más el camino de una solución política para Euskal Herria), sinó porque, además, abre la posibilidad de establecer purgas arbitrarias sobre los resultados de las elecciones y, consiguientemente, supone una violación manifiesta de la esencia más profunda de la democracia. Y esto, como todos sabemos, equivale a decir una violación de lo más sagrado que hoy en día tenemos en España, de nuestro más venerado tótem, ese que tanto nos ha costado conseguir después de tantos y tantos años de dictadura… Violación perpetrada, dicho sea de paso, por los sacerdotes que la guardan, que son, paradojas del destino, sus mismos y principales proxenetas.
La cosa, como digo, me pareció muy grave, así que, como es lógico, no me resultó desmesurado el editorial de Gara sobre el particular, donde se califican estas prácticas como una suerte de «autos de fe» y la estrategia política que los inspira como una «deriva inquisitorial»(http://www.
Bien, el caso es que puesto a darle un par de vueltas al tema, y más allá del caso de E.A. o de unas elecciones concretas, encuentro que el cinismo con el que el tribunal político se conduce, sólo puede explicarse como muestra evidente de su confianza absoluta en la popularidad de la «medida», que no es sinó sentencia. Y ello me hace estremecer aún más. Porque resulta que estos «guardianes de la democracia» (de la democracia de oportunidad y de mercado), saben bien que en «esto», o sea, en suspender subrepticiamente la democracia cuando a sus intereses conviene, la mayoría les apoya; lo cual viene a significar que la mayoría está a favor de que vivamos en una dictadura, bien maquillada, bien revestida y pagada de si, pero dictadura al fin.
Así que no, no es exagerado el editorial de Gara si atendemos a la comunión de los santos «demócratas» que el dispositivo mediático ha conseguido forjar, al grado de eficiencia en la manipulación del tópico ETA y EH, y a la eficacia letal (para una verdadera democracia) de su gestión e instrumentalización política del miedo. Quien se salga del redil, quien se salga del reich democrático, hereje terrorista será, y como tal, sus derechos perderá.
Porque con esta nueva suspensión democrática, sumada a otras como la Ley de Ilegalización de Batasuna (que decidieron disfrazar de Ley de Partidos, aunque sólo pensaba en uno), esta banda de macarras acaba de convertir lo casi nada que quedaba de democracia en lo mismo que quedaba de su socialismo: puré de bellota televisiva para piaras muy poco exigentes. Asumámoslo, somos súbditos contentos de una Dictadura Democrática («dónde Yo digo quién se puede presentar a las elecciones y quién no») y en un Socialismo Neoliberal («dónde Los Mercados, esos amos invisibles y casi (¡casi!) impersonales, imponen duros ajustes que me veo obligado a aplicar»). Las palabras han muerto ya, pero nuestra estupidez aún no es tan ancha como la calva de Rubalcaba.
Así pues, ¿qué podemos hacer? Resulta que la mayoría «ha sido decidida» a ser esclava, y sus votos (avalados por sus porras y pistolas), son vinculantes.
Yo, por el momento, escribir para amarrar mi estupor a puerto.
Y escribiendo y escribiendo, ante el tribunal ante el que debo demostrar mi inocencia culpable, susurro bajito, muy bajito (a ver si sólo en rebelión y en internet…), que, aunque algunos no lo quieran ver y/o reconocer, en Euskal Herria, mal que les pese a muchos, aún queda mucha gente consciente, solidaria y organizada, que sufre la privación de derechos básicos, que es duramente reprimida, que vive en un estado de excepción…
¡…Eppur si muove!
¡Hacia adelante!
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.