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Cuba, Céspedes y el 10 de octubre

«Era la lucha para mí la gloria… ¡levantémonos!»

Fuentes: Rebelión

«El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!» Carlos Manuel de Céspedes es una personalidad que estuvo marcada desde su juventud por aspiraciones y motivaciones espirituales elevadas. Referencias a este periodo de su vida, brinda […]


«El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!»

Carlos Manuel de Céspedes es una personalidad que estuvo marcada desde su juventud por aspiraciones y motivaciones espirituales elevadas. Referencias a este periodo de su vida, brinda Céspedes en su poema Contestación, publicado en la Prensa el 28 de enero de 1852, con indudable contenido autobiográfico, que refleja la ampliación de la visión del joven en sus viajes a varios países y que le permitieron regresar a su terruño de Bayamo con motivaciones personales y sociales.

He aquí sus confesiones en algunas estrofas de este poema:

«Todo en mí era fuego, era viveza, / todo era inquietud y movimiento: / me gustaba del monte la aspereza, / y del mar el rugido turbulento: / yo aspiraba a vencer por la victoria, / era la lucha para mí la gloria.

Quise ser el apóstol de la nueva / religión del trabajo y del ruido, / y ya lanzado a la tremenda prueba / a un pueblo quise despertar dormido, / y ponerlo en la senda con presteza / de virtud, de la ciencia y la riqueza.»

El hombre que unos veinte años después murió en las estribaciones de la Sierra Maestra, cuya cima más conspicua es el Pico Turquino, en el poema Al pie del monte Turquino, cantó sus emociones ante la grandiosidad de la naturaleza y tal parece que dialogara con esa elevada cumbre, según se refleja en estos versos:

«Rompe el silencio desdeñoso y fiero / que has guardado en presencia de las gentes, / habla, lanza la voz, monte altanero; / si el murmullo importuna de tus fuentes, / hazlo callar, anubla el día sereno, / y si ésa es tu voz, que ruja el trueno.

Yo la puedo escuchar. Yo tengo audacia / para arrostrar el viento en la floresta, / y cuando el rayo anuncia la desgracia, / la frente suelo levantar enhiesta, / al pálido terror mi alma no cede; / nada en el mundo amedrentarme puede.»

He aquí una posible definición sobre el carácter de la personalidad de Céspedes, pues su vida demostró que su espíritu indomable no cedía al terror en sus diversas formas de manifestación y que, por otra parte, nada en el mundo le podría amedrentar. Siempre solía levantar enhiesta la frente rebelde ante los avatares adversos del destino.

Un hito importante de su despunte como líder futuro del movimiento revolucionario cubano, que refleja su espíritu rebelde y la visión singular de apreciar la venidera confrontación armada con España, se manifiesta en la Arenga de Céspedes en la Convención de Tirsán, primera reunión de los representantes de los grupos de conspiradores de Oriente y Camagüey anteriores al alzamiento. San Miguel del Rompe, 4 de agosto de 1868.

«Señores: La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!»

Y cuando llegó el momento de desatar y encabezar la insurrección armada que hubo de surgir adelantada por las circunstancias de la orden de arresto contra él y otros revolucionarios, Céspedes no titubeó en declarar el inicio de la lucha armada contra España en su ingenio La Demajagua. En el Juramento de Céspedes el 10 de octubre de 1868, dirigido a la bisoña tropa de sus soldados, se muestra la determinación y convicción de las ideas contenidas en el mismo.

«¿Juráis vengar los agravios de la patria? -Juramos, respondieron todos-. Juráis perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda? -Juramos, repitieron aquellos-. Enhorabuena -añadió Céspedes- sois unos patriotas valientes y dignos. Yo, por mi parte, juro que os acompañaré hasta el fin de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes patrios y el odio que todos debemos al gobierno español. Venganza, pues, y confiemos en que el cielo protegerá nuestra causa.»

Así se inició la primera guerra por la independencia en Cuba el 10 de octubre de 1868 y se declararía la República de Cuba en Armas, bajo el liderazgo de aquel grande de Cuba y de América, que tal como lo demostraría la historia posterior «estaba fabricado de la madera de los libertadores» y siempre lucharía frente al destino, y que el devenir de la lucha contra el coloniaje y sus sacrificios como primer presidente lo consagrarían como Padre de la Patria.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.