Es asombroso ver cómo se puede especular tan tranquilamente sobre el desarrollo futuro de un país, cómo se pretende disponer en nombre de ese mismo pueblo y cómo pueden, incluso a cara descubierta, decir que sólo ellos tienen el derecho de monitorizar un evento que no sucederá jamás: esa mal llamada transición política, esa vendetta […]
Es asombroso ver cómo se puede especular tan tranquilamente sobre el desarrollo futuro de un país, cómo se pretende disponer en nombre de ese mismo pueblo y cómo pueden, incluso a cara descubierta, decir que sólo ellos tienen el derecho de monitorizar un evento que no sucederá jamás: esa mal llamada transición política, esa vendetta que algunos políticos han hecho en los antiguos países y repúblicas socialistas hundiendo a sus pueblos en las garras del mercado libre y empobrecedor, en el consumismo, en la drogadicción, en la falta de seguridad social y en todos los posibles males que este tipo de sociedad genera para la mayoría del pueblo mientras unos pocos festejan el botín del saqueo y la traición. Es de ilusos creer que el pueblo cubano, tantas veces amenazado, golpeado hasta la saciedad por las carencias materiales en la década del 90, que ha sido capaz de enjuiciar a sus hijos a cara descubierta con la responsabilidad y el dolor que eso conlleva, cuando han equivocado el camino, se desmorone porque repentinamente su líder histórico principal esté enfermo.
Deben aprender la lección que nosotros hemos recibido siempre: para la revolución ninguna persona es indispensable, lo que son indispensables son las ideas, el sacrificio, la honestidad y el coraje para denunciar y transformar lo mal hecho siempre, en cualquier circunstancia. Nadie tiene el derecho de creerse el principio y el fin de un proceso social revolucionario. Esa lección también nos la han enseñado nuestros líderes históricos, desde los primeros guerreros aborígenes hasta los mas recientes jóvenes que en las calles de la ciudad andan dando soluciones a problemas cotidianos de nuestra vida.
Repito: es muy fácil reducir la revolución a una ecuación matemática -según los entendidos en «exterminio y democracia»- de que sin Castro no habrá revolución. Pero olvidan un detalle: Fidel nació, creció y se formó en este pueblo y en él y en sus compañeros cristalizó un proceso de más de cien años de lucha, y de ese mismo pueblo salieron miles de de héroes laborales, sociales y militares que perfectamente llevan el nombre de cubanos, de revolucionarios.
Fidel hace mucho tiempo que dejó de ser un hombre independiente. Es la vanguardia de la revolución, su maestro, su líder, que ha podido cosechar en vida el fruto de su trabajo y ya para siempre su pensamiento y acción regresan al mismo pueblo que lo formó. Eso no se puede olvidar a la hora de sacar esa ecuación. Fidel, Raúl, al igual que Camilo, Che, Echevarría, Lage, Valenciaga, Alarcón… llevan ante todo el nombre de Pueblo, y sólo eliminando al pueblo se puede diezmar la revolución. No hay otra variante posible. No es a un pueblo de ignorantes, de personas rencorosas divididas por sectarismos a lo que se enfrentan; se encuentran a un pueblo que, a pesar de sus necesidades materiales, es capaz de formar profesionales para ayudar al bienestar universal. Es a un pueblo que estudia, que se sacrifica y se prepara para afrontar los evidentes cambios que el mundo está teniendo gracias a la irresponsabilidad de muchos hombres en el descuido de la naturaleza. Es un pueblo que cuya visión está más allá de un anuncio publicitario.
Sabemos a ciencia cierta que el estupor ya se está apoderando de aquellos que inútilmente festejaron la enfermedad por trabajo de nuestro líder, cosa que muy pocos países pueden conocer al tener dirigentes decorativos que, cada vez más, se desentienden de sus electores. Ahora que han pasado los días y el cubano sigue trabajando, sigue levantando la cabeza y divisando donde está el deber y dónde la mano que lo necesita, llevando adelante la revolución de la patria grande.
*Karel Leyva Ferrer, nacido en Santiago de Cuba en 1975, es poeta y escritor.