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La muerte de soldados españoles en el extranjero frente a la de miles de civiles en su propia casa a manos de aliados de España

¿Es justo llamarle terrorismo?

Fuentes: Rebelión

La historia dice que España, a finales del XIX y de nuestro decadente imperio, se llenó de bobos belicosos que querían comerse a los Estados Unidos dando una bofetada sangrienta a la Cuba de Martí y del general Maceo, y que también pretendían prender fuego y muerte en Filipinas antes que rendirla y devolverla a […]

La historia dice que España, a finales del XIX y de nuestro decadente imperio, se llenó de bobos belicosos que querían comerse a los Estados Unidos dando una bofetada sangrienta a la Cuba de Martí y del general Maceo, y que también pretendían prender fuego y muerte en Filipinas antes que rendirla y devolverla a sus legítimos dueños. La mayoría de los periódicos atizaban un falso orgullo patriotero que así lo simplifica todo, anula la Razón y permite que el hombre corriente se aliste en cualquier causa criminal. El criterio -y, sin criterio, la posibilidad de justicia-, arrojados por el abismo. Son causas a las que la Historia no absolverá jamás, pasados los años. La mayoría de los ciudadanos de aquel tiempo, envalentonados por su complejo de superioridad y por una ira contagiosa, hablaba de los rebeldes de las llamadas colonias como de una propiedad nacional merecedora de sometimiento. La mayoría de los ciudadanos de este tiempo de hoy, una mayoría más bien simple, entiende que aquella España decimonónica degenerada se volvió loca, como la que 300 años antes avergonzó al visionario De las Casas, otro minoritario ante el mismo imperio en fase incipiente.

Poco ha cambiado este país cuando, hoy, los grandes medios y sus gobiernos emplean a su antojo y según convenga palabras como ‘terrorismo’ o ‘atentado’ para defender sus intereses por encima de lo que es justo o, cuando menos, lo razonable. Así se moldean los estados de opinión y se cometen delitos atroces que luego serán repudiados por la Historia, como los documentos que eventualmente desclasifica Estados Unidos en uno de los muchos gestos paradójicos de aquel país. Por cierto, estos documentos secretos nunca han revelado nada, jamás, que no haya sido previamente denunciado por sus víctimas ante el desprecio general de los ciudadanos del momento en que se perpetraba, los mismos que ahora dicen escandalizarse. Es preciso recordar que también hay españoles que dicen que no sabían que durante el franquismo se torturaba a la gente. ¿Se ha parado a pensar -lector- que los que más emplean las palabras democracia y libertad para denunciar a Hugo Chávez son muchos de los que estaban encantados con el modelo político del franquismo, una época que ni ahora tienen voluntad de criticar?

Pocos conceptos se han pervertido tanto en los últimos años como la definición de terrorismo, que no lo es invadir, arrasar y aterrorizar Irak o Afganistán (o morir de hambre, que es el primer terrorismo intencionado del mundo) pero sí lo es un ataque contra unos militares profesionales españoles en el Líbano. Se había llegado a una cierta convención internacional de que el terrorismo trata de aterrar a la población civil, no a un ejército armado, sea de la ONU o de cualquier otra fuerza. Con este lenguaje manipulado se trata de ocultar cuál es la parte de culpa nuestra, de ‘Occidente’, en el contexto internacional de abusos y desigualdades, la raíz de los conflictos en el planeta. No se trata de restar importancia a la muerte de estos jóvenes militares; se trata de situar su muerte en un gran contexto de una tragedia superior y de no consentir que se juegue con sus muertes para justificar otras muertes posteriores. La muerte de soldados españoles en un país ajeno debe encuadrarse en un contexto de terror muy superior: el de la muerte de miles de civiles en su propio país que son precisamente asesinados por los aliados de España, como sucede a diario en Irak o Afganistán.

Los países como España manosean como pueden su discurso a la ciudadanía para evitar reconocer que, detrás de muchas de las mal llamadas misiones de paz, su verdadera misión es recoger los platos rotos de las pifias que va dejando por el mundo el Gobierno de EEUU, consolidando y justificando así su dinámica de intervenir militarmente allí donde lo consideren sus intereses estratégicos y al margen de cualquier legislación. Es lógico que esta acción por todo el planeta acabe sembrando el mundo de rebeldes de toda procedencia y dispar motivación, muchos de ellos con toda la razón de ser, como hicieron millones de españoles siempre que fueron invadidos por potencias extranjeras. Lo que no se puede decir es que todo ese dispar ‘collage’ de desamparados, rebeldes, terroristas, guerrilleros, manifestantes y agraviados de toda índole conducen unívocamente a eso llamado Al Qaeda, dirigida por un solo hombre desde las montañas afganas. En este delirio de vértigo, se ha llegado al extremo de inventar -porque el concepto final es una invención- una organización terrorista planetaria llamada Al Qaeda, con ramificaciones en todos los países, con cientos de miles de militantes perfectamente organizados y jerarquizados. Inventado el enemigo, es innecesaria la autocrítica porque sólo hay que pensar en la guerra. Cuando la procedencia de un hecho se desconoce, se señala a ese ente maligno, que cuando interesa se emplea dotado de cierta personalidad jurídica y otras veces se deforma insinuando que es una cuestión casi genética del mundo musulmán. Es tan burdo como esos enemigos planetarios tipo Spectra de James Bond, que viene a cuento por aquello de la licencia para matar. Al Qaeda es el cajón de sastre en el que ‘Occidente’ coloca todo lo que no quiere comprender, como hizo Aznar cuando era presidente del Gobierno español y señalaba como proetarras a todos aquellos que no pasaran por su fino embudo ideológico. Era una aseveración insostenible pero que acabó calando por lo insistente y por la poca disposición de algunos ciudadanos a revisar lo que les dicen con tanta insistencia.

Cualquier persona que ha reflexionado a fondo sobre la violencia -las guerra civiles, las guerras entre estados, la violencia contra la mujer…- entiende que el primer obstáculo para la paz es la simplificación, la falta de análisis profundos de las causas y de respeto a las posibles motivaciones del ‘rival’. Con la denominada Al Qaeda sucede los mismo: es hora de que los Gobiernos empleen más argumentos antes de dividir irresponsablemente al mundo en dos partes.

Pero no sucederá. Estos días ha visitado China -el país de los fusilamientos en grupo en los que las familias del reo tienen que pagar las balas- una comitiva española escabezada por los Reyes. Todo aparece lleno de color, fotos reales con los osos Panda y ningún cuestionamiento sobre el modelo político de aquel país. No se discute si debería haber una reunión de los políticos españoles con la disidencia china, como sucede cada vez que Moratinos va a Cuba, insinuando de ese modo que hubiese una suerte de gobierno paralelo en la isla apoyado masivamente.

Hace unos pocos días, el periódico más importante y ‘progre’ de España, considerado por muchos un ejemplo de lucha por las libertades, la democracia y todas esas palabras que con tanta alegría se manejan, dedicaba las páginas 2-3, las más cotizadas, a una gran entrevista con el rey Abdalá, de Arabia Saudí. La entrevistadora -de acuerdo con la línea del periódico- no cesó en sus elogios hacia el archimillonario tirano árabe, un tipo que maneja un país en el que la mayoría de los españoles -y los venezolanos, cubanos o argentinos- no sobreviríamos sin pisar la cárcel o saborear la cimitarra a causa de nuestra cultura política. La población femenina de todos estos países, a efectos prácticos, desaparecería, empezando por la autocomplaciente entrevistadora. El periódico, como si fuese una revista del corazón, alaba los presuntos «gustos sobrios y discretos» del caudillo y llama «finca» a uno de sus palacetes en Marruecos, otro país con reyes ricos y ciudadanos miserables. Todo el artículo pretende disculpar a un tipo que no sabe qué es una urna o un partido político. Mejor dicho, no sabe qué es la política ni la libertad de expresión. Ese mismo periódico, El País, es el mismo que en las páginas siguientes dedica todo su esfuerzo editorial a prender fuego contra el gobierno de Venezuela, del que se podrá criticar todo lo que se quiera pero nadie podrá decir que no es un ejemplar gobierno democrático apoyado sobre media docena de referéndums populares que no ofrecen ninguna duda ni a la Fundación Carter, que ha supervisado las elecciones en aquel país. Reflexionemos un poco, juzguemos objetivamente los mensajes que nos llegan cada día y hagamos una definición justa y con perspectiva de la palabra terror antes de lanzarnos ciegamente a una causa subjetiva.