La reinstalación del “Día de la Raza” por parte del gobierno Milei no es una provocación aislada sino la expresión más cruda de un país construido sobre jerarquías raciales. Entre la negación reaccionaria y la corrección política progresista, la historia sigue siendo narrada desde la blanquitud. Porque en la Argentina, lo blanco sigue siendo el límite estructural del poder político.
La Argentina se debate entre dos espejos deformantes. De un lado, un gobierno que reinstala el “Día de la Raza” con la misma convicción con la que niega el cambio climático y reivindica la última dictadura militar. Del otro, un progresismo bienintencionado que, entre festivales de “diversidad cultural”, no se atreve a llamar al racismo por su nombre. Entre unos y otros, la historia sigue siendo contada desde el punto de vista del blanco. Y no se trata —como diría Jauretche— de una simple zoncera. Se trata de un proyecto de país, de una forma de ordenar el poder, de definir quiénes merecen vivir y quiénes son descartables.
Jauretche y las zonceras del blanqueamiento
Arturo Jauretche denunció como pocos el colonialismo mental de la élite argentina. En sus Zonceras argentinas, desenmascaró la fe ciega en Europa, el desprecio por lo propio, la autodenigración del criollo. Con ironía corrosiva, mostró cómo el liberalismo porteño había impuesto una pedagogía del desprecio, donde todo lo nacional era sinónimo de barbarie. Pero Jauretche, a pesar de su genio, se quedó corto. Su crítica se detuvo en el plano de la dependencia económica y cultural y no alcanzó a ver la dimensión racial que daba forma a ese sistema de ideas.
Cuando Alberdi escribió que “gobernar es poblar”, en realidad quiso decir “gobernar es blanquear”. Su fórmula condensó el proyecto civilizatorio de una Argentina de y para europeos: una nación sin negros, sin indios ni mestizos. Se mandó a importar cuerpos blancos y a matar, aculturizar, invisibilizar, negar y extranjerizar a la población originaria y afrodescendiente. Sarmiento completó la ecuación con su antagonismo criminal: civilización o barbarie. Alberdi y Sarmiento no estaban ni locos ni solos, representaban el sentir y el pensar de la mayoría de los miembros de las élites dominantes de entonces. Lo que Jauretche llamó “autodenigración” fue más que un error ideológico o una zoncera importada. Tal como los 30 mil desaparecidos no fueron producto de “abusos” o “excesos” sino de un plan sistemático y asesino, el blanqueamiento de nuestra sociedad vía importación, genocidio, invisibilización, negación y extranjerización no fue ni una excepción ni un desvío. Fue parte de un proyecto racista pensado, soñado, escrito, militado, sacralizado en la Constitución, llevado a la práctica. Fue la piedra fundacional del Estado-nación argentino.
Ese racismo criollo fundante devino institucional, naturalizado. Dejó el disfraz de supremacía blanca explícita y se escondió detrás de las categorías de clase, de mérito, de cultura, de “buena educación”, de “barrio tranquilo”, de “orden y progreso”. Pero siempre cruel y letal. Y el progresismo, en lugar de interpelar la raíz racial del problema, prefiere hablar de “sectores vulnerables”. Como si la vulnerabilidad fuera una categoría natural y no la consecuencia de siglos de expropiación racializada.
Milei y la restauración del racismo sin culpa
En 2010, el 12 de octubre, fecha que conmemora la llegada de Cristóbal Colón a América y que se celebraba como el “Día de la Raza”, pasó a denominarse “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”. El gobierno de los hermanos Milei, aunque no ha cambiado la ley que establece el nombre oficial de dicho feriado nacional, ha restaurado la antigua denominación en todas las comunicaciones oficiales. Tal gesto es la traducción institucional de un proyecto político que reivindica el orden colonial: un país de jerarquías económicas, sociales, raciales y patriarcales y que obedece a la metrópoli (hoy ya no España sino el norte global). El proyecto de Milei y La Libertad Avanza es el sarmientismo recargado, aggiornado al siglo XXI, con Twitter en lugar de pluma y furia libertaria en lugar de tinta ilustrada. Y su batalla cultural no es solo contra “la casta” y el Estado, es contra los cuerpos y las memorias que no encajan en el relato blanco de la nación.
Sin embargo, que Milei haya traído de vuelta el «Día de la Raza” no me hace extrañar al “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”. Ese cambio de nombre fue apenas un gesto de corrección política. El 12 de octubre no representa el neutro “encuentro de dos mundos” sino invasión, genocidio, racialización y una empresa de saqueo y acumulación que sentó las bases del capitalismo global. Sobre la sangre de pueblos originarios y afrodescendientes se edificó el mito de la civilización occidental. Por eso el 12 de octubre no se conmemora, se denuncia. Es el primer día de la resistencia, de negros, indios y americanos, que seguimos acá, que estamos vivos, que seguimos luchando, que no pedimos que los blancos nos incluyan en su relato, queremos el fin de la historia colonial y tutelar. “Celebrar la diversidad” sin cuestionar el racismo estructural es lo mismo que condenar un crimen pero suspender la sentencia. Esa tibieza discursiva, esa incapacidad para hablar de colonialismo, esclavitud y genocidio, también se tradujo en tibieza de acción en el proyecto progresista, lo que abrió la puerta a la ultraderecha para volver con todo su cinismo y crueldad.
James Baldwin dijo que no podemos seguir esperando a que los blancos progresen moralmente. En Argentina llevamos esperando demasiado. Y cada 12 de octubre, como cada octubre -mes de elecciones-, sin importar si son blancos progres o de derecha, nos lo refriegan en la cara. El campo nacional y popular debe dejar de sostener el mito de la Argentina blanca si quiere seguir llamándose popular. Porque la blanquitud sigue siendo el límite estructural del poder político: no hay representación negra e indígena antirracista entre quienes hoy disputan la elección. Todos son blancos. Como siempre. Esa es la verdadera casta: la del privilegio racial que se disfraza de mérito, de cultura, de pueblo, pero que sigue decidiendo quién puede representar y quién apenas puede resistir.
Es la raza, estúpido.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/864727-es-la-raza-estupido