Se reproduce de la transcripción realizada para el libro Por la izquierda. Veintidos testimonios a contracorriente, selección y prólogo de Enrique Ubieta, Ediciones ICAIC – Editorial José Martí, 2007 . Este es mi homenaje póstumo a este gran defensor de los derechos civiles del pueblo norteamericano. Miguel Álvarez : Señor Leonard Weinglass, ¿cuándo comenzó su […]
Se reproduce de la transcripción realizada para el libro Por la izquierda. Veintidos testimonios a contracorriente, selección y prólogo de Enrique Ubieta, Ediciones ICAIC – Editorial José Martí, 2007 . Este es mi homenaje póstumo a este gran defensor de los derechos civiles del pueblo norteamericano.
Miguel Álvarez : Señor Leonard Weinglass, ¿cuándo comenzó su actividad como abogado del Movimiento por los Derechos Civiles?
Leonard Weinglass: Comenzó poco después que terminé mis estudios en la Escuela de Derecho y concluí mi servicio militar. A inicios de la década del sesenta me mudé para Newark, New Jersey, donde había entonces un proyecto de organización de Estudiantes por una Sociedad Democrática, que vino a la ciudad de Newark para organizar a la comunidad afroamericana. Yo pasé a ser abogado del grupo y después, de los activistas de la comunidad.
En 1967 se produjo una rebelión en la ciudad de Newark. Fue llamada la Guardia Nacional, la ciudad fue ocupada, veintisiete personas fueron muertas y yo participé en el trabajo legal que se derivó de esa actividad. Entonces un joven afroamericano llamado Ken Gibson, anunció que se postularía como alcalde de Newark. Se postuló, y yo lo representé; fue el primer alcalde afroamericano de la ciudad de Newark. Así fue como empezó todo. Mi familia es de la zona de Newark, yo crecí en esa área y tuve la suerte de regresar al concluir mis estudios.
M.A.: ¿Usted estuvo vinculado al famoso caso de los Papeles del Pentágono, no es así?
L.W.: Así es. Eso ocurrió un tiempo después. Fue en 1971. En ese caso, que se convirtió en un gran juicio que duró casi seis meses, testificaron más de cien personas acerca de las relaciones de Estados Unidos con Viet Nam, durante los últimos cuarenta años. El Pentágono había encargado realizar un estudio de esa historia y se habían compilado cuarenta y seis volúmenes que reflejaban esos cuarenta años de historia. Cada página de ese trabajo enciclopédico fue clasificada como «Top Secret» y solamente se hicieron cinco copias. Una para el presidente.
M.A.: ¿Para el presidente de Estados Unidos?
L.W.: Sí. Una para el Congreso, una para el Pentágono, una para el Departamento de Estado y una fue entregada a una organización de estudios consultivos, llamada Organización RAND . Esos documentos se controlaban tan estrechamente, que un miembro del Congreso sólo podía leerlos acompañado por dos marines, en el sótano del edificio del Capitolio. Pero uno de los asesores, un experto de la Corporación RAND, un hombre llamado Daniel Ellsberg, cuando leyó estos volúmenes -ya la guerra en Viet Nam se había iniciado y las bajas en ambos lados aumentaban-, tomó una decisión muy valiente: decidió que él debía entregar esos volúmenes al The New York Times. Y así lo hizo. Y The New York Times comenzó a publicarlos. Y por primera vez en la historia, el presidente de Estados Unidos prohibió la publicación de unos documentos en la prensa, y el caso llegó a la Corte Suprema. La Corte Suprema aprobó que el periódico continuara publicándolos. Pero el FBI arrestó a Dan Ellsberg, y este enfrentó cargos muy graves. Se le pedían noventa y nueve años de prisión por entregar este estudio al The New York Times. Había otra persona acusada, que lo había ayudado y que también trabajaba para Dan, llamado Tony Russo. Yo pasé a ser el abogado principal de Tony Russo.
El juicio debía dilucidar si Ellsberg había hecho algo correcto o no, y si había violado las leyes de Estados Unidos al entregar este estudio. La atención del país estaba centrada en este caso. Allí testimoniaron almirantes, generales, asesores presidenciales. Noam Chomsky, Howard Zinn, Robert Ser, Tom Hayden, testificaron. La intelectualidad de izquierda y el Pentágono asumieron posiciones básicamente opuestas. Y justamente antes que el caso fuera presentado para su decisión ante los doce miembros de la comunidad que componían el jurado, se reveló dramáticamente que la Casa Blanca había ordenado a un grupo que operaba desde allí, que entrara en la oficina del siquiatra de Daniel Ellsberg en Los Ángeles, y obtuviese información de los archivos del siquiatra para usarla en el juicio contra Daniel Ellsberg.
M.A.: ¿Por qué un historiador como Howard Zinn testificó en este juicio?
L.W.: Si. El testimonio de Howard fue muy interesante. Yo lo puse en el estrado porque queríamos demostrar que la esencia de esta historia era pública, que no debió haber sido considerada información secreta. Por tanto, cuando Howard fue a declarar yo le mostré uno de los cuarenta y seis libros del estudio y le pedí que abriera una página. Y le pregunté: «¿Qué hay en la parte superior de la página?» Y él me dijo: «Hay un cuño que dice «Top Secret». Entonces le dije: «¿Qué hay al final de la página?» Y él me contestó: «Hay otro cuño que dice «Top Secret». Entonces le dije: «¿Quisieras leer lo que hay entre estos dos cuños?» Él lo leyó y se volvió hacia el jurado: «Este libro lo escribí yo». Y entonces le explicó al jurado que había 30 000 copias de su libro en los puntos de ventas y que cualquiera podía leerlo. Por tanto, lo que él dejó sentado fue que el gobierno había clasificado equivocadamente estas páginas como si fueran secretas, cuando en realidad no lo eran. Debían ser ocultadas al público pero no podía otorgársele ningún grado de confidencialidad porque ya estaban publicadas. Lo que hizo Howard resultó muy efectivo.
M.A.: ¿Qué sucedió al final?
L.W.: Finalmente el caso fue descartado, porque justo antes de que pasara al jurado, ocurrió otro episodio muy dramático. Cuando en la Casa Blanca de Nixon se percataron de que el juez iba a ordenar que los hechos de la entrada ilegal en la oficina del siquiatra fueran comunicados a los abogados, invitaron al juez -en medio del juicio- para que se entrevistara con el presidente y le dijeron que el presidente quería nombrarlo jefe del FBI. Hoover estaba en proceso de retiro. Y entonces sacaron al juez de la Sala y lo llevaron al sótano del edificio del tribunal, lo metieron en una limousine con todas las ventanillas tapadas y llevaron al juez hasta la casa de verano del presidente, en el Sur de la Florida, donde se entrevistó con el presidente.
El juez respondió entonces que él quería pensarlo y varios días después hubo una segunda entrevista, en un parque, a las siete de la mañana. El juez se entrevistó, camino al edificio del tribunal, con el asistente del presidente y respondió que no quería aceptar el cargo. Pero los periódicos se enteraron y fue revelado espectacularmente que el presidente, en un intento por influir en el juez, se había entrevistado con él en privado y le había ofrecido un alto cargo. Debido a esa revelación, el caso fue descartado y Ellsberg y Russo quedaron en libertad.
M.A.: Posteriormente Nixon hizo cosas peores que esas.
L.W.: Sí. Fue bastante peor. Este episodio se conoció como el Watergate del Oeste, porque sucedió en California. Pero finalmente él fue destituido de su cargo debido al Watergate del Este.
M.A.: Hábleme acerca del juicio de los «Ocho de Chicago».
L.W.: El juicio de los «Ocho de Chicago» también fue un caso de alcance nacional. En agosto de 1968, el Partido Demócrata celebró su Convención en Chicago. El año 1968 es uno de los años más interesantes de la historia de Estados Unidos. Comenzó con el tema de la Guerra de Viet Nam y la Ofensiva del Tet y una extraordinaria derrota militar de Estados Unidos en Viet Nam. Inmediatamente, el movimiento contra la guerra se fortaleció; tanto, que Lyndon Johnson anunció que no se postularía para su reelección. Pero después de eso, que fue a finales de febrero, principios de marzo, Martin Luther King fue asesinado en Tennessee. Y, seguidamente, Robert Kennedy fue asesinado en Los Ángeles, en el mes de junio.
El país estaba enloquecido con estos acontecimientos. Parecía que todo se estaba deshaciendo. Y se estaba perdiendo la guerra. Entonces, los demócratas celebraron su convención en agosto, en medio de todo esto. Y por primera vez en la historia, las cámaras de televisión estuvieron presentes para registrar una demostración de masas contra la política del gobierno. Y el gobierno de la ciudad, el alcalde de la ciudad de Chicago, reaccionó de forma exagerada, y llamó a la Guardia Nacional.
Nosotros tomamos fotografías. Había tanques en las calles, había ametralladoras en las calles, había alambre de púas. Se usó gas contra la gente; las cámaras registraron cómo la policía golpeaba a las personas. Incluso los medios noticiosos …, Walter Cronkite dijo que era «igual que la Gestapo», una «situación fascista». Y el pueblo norteamericano vio esto en fotos. Por tanto, el gobierno necesitaba tener una razón para que todo esto sucediera, necesitaba un «chivo expiatorio», y escogieron a los líderes de la demostración. Dos de ellos, de entre los organizadores del campus universitario, Tom Hayden y Renny Davis; uno del movimiento pacifista, David Democh; dos del movimiento juvenil, la contracultura, Abbie Hoffman, Jerry Ruben, dos profesores universitarios; y finalmente Bobby G. Seale, el líder del Movimiento de Liberación Negro. Los ocho fueron incluidos en un caso y juzgados en Chicago.
Todo el país estaba atento. El juicio duró casi seis meses y otra vez testificaron figuras importantes: Judy Collins, los líderes del mundo intelectual, Norman Mailer. Líderes del movimiento contra la guerra, como Cora Weiss. El juicio fue seguido diariamente durante seis meses. Y la guerra fue llevada a juicio por la defensa, que tuvo una actuación política muy agresiva. Eso nunca había sucedido antes y hubo demostraciones de masas. La Corte estaba llena. La gente dormía afuera de la Corte para poder entrar. Al final, un jurado de doce personas de Chicago, los declaró «no culpables» de los cargos principales y declaró a cinco, de los ocho, culpables de cargos menores, lo cual fue rechazado en la apelación y nadie tuvo que ir a prisión.
M.A.: ¿Usted fue acusado al finalizar ese juicio?
L.W.: Sí. Al final del caso, mi colega, el abogado principal Bill Conseller, fue sentenciado a cinco años de prisión y yo fui sentenciado a dos años, debido a que las acciones agresivas de los defensores políticos no podían ser controladas por la Corte. Y la Corte trataba de culparnos a los abogados por las acciones de los defensores políticos. En la Sala su cedieron muchas cosas. Muchas de ellas fueron muy cómicas, muy ingeniosas, y la gente reía, y cantaba en la Sala. Esto nunca había sucedido antes en Estados Unidos. Las personas que eran juzgadas fueron actores principales, no acusados silenciosos, fueron los principales actores del caso. Y esto, el juez no lo admitía. Entonces culpó a los abogados y nosotros fuimos sancionados. Afortunadamente, ni Bill Conseller ni yo fuimos a prisión, porque la Corte de Apelaciones lo revisó todo y determinó que el juez estaba equivocado, que nosotros básicamente no habíamos hecho nada malo.
M.A.: Vamos a hablar sobre un caso bien conocido: Ángela Davis. Ella era mujer, negra y miembro del Partido Comunista. ¿Qué sucedió con ella?
L.W.: Fue acusada de asesinato. Inicialmente buscaron sancionarla con la pena de muerte, pero redujeron la solicitud a cadena perpetua justo antes del juicio. La vincularon al caso de George Jackson, un recluso famoso de una prisión de California, que también pertenecía al Partido de los Panteras Negras. Hubo un intento de su hermano menor, junto a otros, de sacar a George Jackson de la prisión; asaltaron el Tribunal cuando George fue llevado a juicio, tomaron al juez y al fiscal como rehenes, y a varias otras personas que se encontraban en la Sala. Ellos estaban armados y los sacaron de la Corte y los metieron en un vehículo que los esperaba. El vehículo fue detenido por la policía y se produjo un tiroteo. El juez resultó muerto, el fiscal también. Varios de los complotados resultaron muertos. El gobierno anunció entonces su teoría de que aunque Ángela Davis no estaba allí, tenía que ser parte del complot. Pero no tenían ninguna prueba de que ella fuera parte del complot.
Como usted dijo, ellos se apoyaban en el hecho de que era una mujer negra, comunista, que sería juzgada en un área rural por un jurado de blancos, que aceptaría el argumento del gobierno y la sancionaría a prisión perpetua. Ángela fue defendida por un equipo de abogados afroamericanos. Eran excelentes. Ellos me pidieron que me incorporara al equipo, cosa que hice. Pero yo no asistía a la Sala del juicio. Yo redactaba los resúmenes escritos, los argumentos escritos que se presentaban al juez para apoyar la posición que sus abogados adoptaban en la Corte. Y como ya usted sabe, ese jurado integrado totalmente por blancos, rechazó la posición del gobierno y liberó a Ángela.
M.A.: ¿Qué importancia atribuye usted al apoyo internacional en este caso?
L.W.: Fue absolutamente decisivo. El sistema y el jurado tenían que saber que todo el mundo estaría atento a este proceso, que no podían inventar truco. Y cuando el caso fue presentado, el jurado vio la verdad, porque el gobierno no podía presentar nada que fuera falso. Y con el poder de la vigilancia de la comunidad internacional, el proceso, incluso el juez, se comportó correctamente y de acuerdo a la Ley. Cuando eso sucede, el caso puede ser ganado. Desafortunadamente en nuestra historia -mire los Rosenberg, Sacco y Vanzetti y otros casos más-, con un apoyo importante, pero no tan poderoso, el resultado fue diferente. Ambos, los Rosenberg y Sacco y Vanzetti, llegaron a ser casos de alcance mundial, pero solo después del juicio, cuando ya se enfrentaban a la muerte.
En el caso de Ángela Davis se aprendió esa lección y el movimiento mundial fue convocado antes del juicio y tuvo su impacto en el caso, en ese momento preciso. Y yo creo que por eso se ganó el juicio. En los casos Rosenberg y Sacco y Vanzetti, hubo un error. Sacco y Vanzetti fueron a juicio como inmigrantes pobres, relativamente jóvenes. El respaldo llegó después que habían sido sentenciados a muerte. Los Rosenberg tampoco tuvieron durante el juicio el apoyo que debían haber tenido. Ellos no tuvieron el equipo legal que debieron haber tenido. Y por eso, aprendimos esa lección.
M.A. Nosotros tenemos que aprender esa lección también. ¿Usted representó a Jane Fonda?.
L.W.: Sí. Yo la representé. Como usted sabe, Jane llegó a ser líder en el movimiento contra la guerra, como actriz. En esa época ella estaba en la cumbre de su carrera profesional. Todo el mundo conocía a Jane Fonda. Había ganado varios premios. Ella era, y no quiero ser descortés, pero en términos de preeminencia común, pudiera decirse que era un símbolo sexual para el norteamericano promedio, como una gran estrella de cine. Pero hablaba contra la guerra. Y estuvo en Hanoi durante la guerra y posó detrás de una ametralladora antiaérea. Hizo declaraciones contra las acciones norteamericanas en Viet Nam. Por tanto, cuando regresó, el gobierno dio pasos significativos para desacreditarla. Tomaron una foto de su cara y con mucho cuidado hicieron un montaje en el cuerpo de otra mujer. Esta mujer portaba un letrero que apoyaba la guerra. Ellos la trabajaron en el FBI, para que se pareciera a Jane un poco más joven. Y la distribuyeron a todos los periódicos. Dijeron: «Miren lo loca que está Jane. Un día está a favor de la guerra y otro día está en contra. Nadie debe creerle». Fue un montaje fotográfico hecho por el FBI. Estaban ansiosos por acabar con Jane.
Por entonces, hizo un viaje a Canadá y habló contra la guerra. Al regresar, la detuvieron en la aduana, cogieron un pomo de sus vitaminas y dijeron: «esto es droga» y la arrestaron temporalmente, después la liberaron, porque sabían que no lo era. Pero salió en todos los periódicos que Jane Fonda había sido detenida por entrar drogas a Estados Unidos. Por tanto, Jane necesitaba la ayuda de un abogado para comenzar a luchar contra todo eso. Y yo establecí una demanda legal contra Richard Nixon y Henry Kissinger y el fiscal general y el FBI, por todas estas violaciones de sus derechos. Resultó que durante la demanda legal supimos que el presidente de Estados Unidos, en sus archivos privados de la Oficina Oval, tenía un expediente sobre Jane Fonda, con todas estas cosas. Y Henry Kissinger, en su oficina del Departamento de Estado, mantenía un expediente sobre Jane Fonda.
M.A.: Incluyendo fotografías.
L.W.: Incluyendo fotografías. Resulta que estos eran los asuntos importantes para el cargo más alto del país. Fue algo tan tonto y tan ridículo… Todos los meses antes de que el Banco entregara a Jane el informe sobre sus depósitos y sus cheques, el FBI iba al Banco, llevaba el estado de cuentas y anotaba todos los gastos que Jane pagaba en cheques.
M.A.: ¿Ella estaba siendo vigilada?.
L.W.: Estaba siendo vigilada. Nunca se comprobó totalmente, pero hubo una indicación de que por primera vez Estados Unidos utilizó un satélite para captar algunas de sus conversaciones cuando estaba en el patio de su casa. Tengo que decir que nunca establecimos eso, pero encontramos una referencia en un documento. Ya faltaba poco para ir a juicio y habría sido embarazoso para el gobierno que todo eso fuera revelado. Entonces el gobierno se nos acercó y nos preguntó: «¿Le interesaría llegar a un arreglo en efectivo?» Y ella dijo: «No, yo no estoy interesada en el dinero». Entonces entramos en negociaciones. El gobierno admitió que había violado sus derechos durante todo ese tiempo. Y acordó que nunca más haría eso contra Jane Fonda. Y el caso se cerró en esos términos.
M.A.: Pero yo sé que usted fue el abogado de un familiar muy cercano de otro presidente de Estados Unidos. ¿Eso es cierto?
L.W.: Sí, es cierto. Yo defendí a Amy Carter, la hija del presidente Jimmy Carter, en los años ochenta. Ella era estudiante y junto con otros cuarenta estudiantes de la Universidad de Massachussets, ocuparon un edificio y se negaron a abandonarlo. Ella fue arrestada junto a los otros. Era en protesta contra la guerra de los contra en Nicaragua. Realmente, la CIA se entrevistaría en ese edificio con los estudiantes que pretendía seleccionar para trabajar en sus filas. Los estudiantes, en protesta contra la guerra, tomaron y ocuparon el edificio para que las entrevistas no pudieran realizarse. Ella fue acusada por el delito de entrada ilegal, de entrar ilegalmente a un edificio y ocuparlo. Fuimos a juicio y nuestra defensa fue que en la Carta de la Universidad no se permite que una organización criminal venga al centro docente para reclutar estudiantes. En el caso, tuvimos que probar que la CIA era una organización criminal. Esa fue nuestra defensa.
En el juicio llamamos a Ramsey Clark -ex fiscal general de Estados Unidos-, quien testificó sobre la opinión del Tribunal Mundial acerca del minado de una bahía en Nicaragua por la CIA; llamamos a Daniel Ellsberg…
M.A.: ¿Se refiere a Ellsberg, el que entregó los Papeles del Pentágono?
L.W.: Así es. Esto fue después del juicio de los Papeles del Pentágono. Y él testificó acerca de la mentalidad criminal, del estado mental que existía en la CIA. Llamamos a Howard Zinn, quien testificó acerca de cómo históricamente los jóvenes norteamericanos habían luchado contra su propio gobierno cuando este había abusado de su autoridad y cuando defendía la injusticia. Él habló de la Guerra de Independencia contra la Inglaterra colonial. Habló de la esclavitud y de la lucha por liberar a los esclavos. Habló de las luchas por los derechos laborales. Habló de la lucha por la igualdad de género. Y llevó la historia exactamente hasta ese momento. Y cuando se terminó el juicio, un jurado de doce personas de la región agrícola de Massachussets, todos ellos de la zona rural, absolvió a Amy Carter y a todos los coacusados basándose en esa única defensa: que la CIA es una organización criminal y que no tenía ningún derecho a entrar en esa escuela. Fue una gran victoria.
M.A.: Usted utilizó lo que los abogados llaman «defensa de necesidad».
L.W.: «Defensa de necesidad», eso también formó parte de la defensa. Es un recurso muy respetado en la historia de la justicia criminal de Estados Unidos. Justifica que alguien cometa un delito, si con ello evita que se cometa un mal mayor. Usted, como vecino, puede entrar en el terreno de su vecino, con un cubo de agua, si la casa de su vecino está ardiendo, para apagar el fuego. Usted comete el delito de entrada ilegal, pero ese delito es justificado, porque la casa se incendiaba. Era necesario que usted lo hiciera para prevenir un daño mayor. En el caso de Amy Carter, nosotros también alegamos que los estudiantes tenían que impedir que la CIA hiciera reclutamientos en su campus, porque la CIA estaba cometiendo un daño mayor con la guerra de los contra en Nicaragua. Por tanto, el daño menor, la toma y ocupación del edificio, debía ser excusado.
M.A.: Correcto: Hemos hablado de los años sesenta, de los setenta y de los ochenta. Háblenos un poco sobre la situación actual, después del 11 de septiembre de 2001.
L.W.: El gobierno utilizó la ocasión del 11 de septiembre para alterar la naturaleza de los procesos legales y los derechos de las personas en Estados Unidos; la Ley Patriótica, con 354 páginas de nuevas leyes, fue aprobada en un lapso de semanas después del 11 de septiembre. Ello cambió la naturaleza de los procesos criminales en gran medida y redujo los derechos de los norteamericanos, su derecho a viajar, el derecho a la privacidad, el derecho a un jurado, el derecho a tener un abogado. Estos derechos, que han existido durante doscientos años, fueron reducidos, modificados o, en algunos casos, arrebatados, en un período de tiempo muy corto.
La lucha que se libra actualmente en Estados Unidos es realmente para tratar de restaura esos derechos. Muchos jueces y algunos legisladores que son de centro e incluso de centro-derecha, ven un gran peligro en la dirección que toman estas leyes. Temen que pudieran existir abusos de autoridad, pérdida de derechos, de derechos humanos, en Estados Unidos. Y señalan el hecho de que la tortura ha sido aprobada por abogados de alto rango -un abogado del presidente- y que se ha aprobado la negación del derecho a tener un abogado y que se ha aprobado incluso la negación al derecho a tener un proceso justo. Incluso, algunos importantes profesores de la Escuela de Derecho de Harvard, han aprobado la tortura, lo cual es traumatizante. Por eso actualmente se intenta detener la erosión de los derechos en Estados Unidos y se tratan de restaurar los derechos perdidos.
Aún existen muchas dudas acerca de lo que va a suceder. Pero hay algunas señales que indican que las fuerzas que están preocupadas acerca de lo que está sucediendo después de 2001, se están agrupando y uniendo para luchar contra lo que se percibe como una posible nueva intromisión en esos derechos, durante el segundo período de Bush.
Es difícil predecir cómo va a terminar esto. Históricamente, en Estados Unidos han existido períodos en los que se han perdido derechos, usualmente en el contexto de una guerra. Lincoln eliminó un derecho básico durante la Guerra Civil. Tuvo que ser restaurado posteriormente. Wilson eliminó derechos durante la Primera Guerra Mundial. Durante la Segunda Guerra Mundial se perdieron derechos. También en el período de McCarthy, en el pico de la Guerra Fría con Rusia, y cuando las guerras en Corea y en Viet Nam. Y ahora en Irak y en Afganistán. Pero en cada uno de los casos, se hicieron intentos para restaurar esos derechos. Por tanto, queda por ver lo que sucederá, pero al menos siento que se están uniendo esas fuerzas, que están muy sensibilizadas y muy perturbadas por la pérdida de los derechos individuales en Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001.
M.A.: ¿Es posible comparar el movimiento contra la guerra en Irak, con el movimiento contra la guerra en Viet Nam? ¿Cuáles serían las similitudes y cuáles las diferencias?
L.W.: Lo primero que se observa es que el movimiento contra la guerra en Afganistán y en Irak, creció rápidamente después del inicio de la guerra. En Viet Nam, las hostilidades fueron realmente una continuación de la guerra de los franceses, pero la participación norteamericana aumentó en 1963. Las demostraciones se hicieron grandes, cuatro, cinco años después. En 1967 ó 1968. En Irak, después que comenzaron las hostilidades, las demostraciones se hicieron muy grandes en el plazo de un año. Es decir, la movilización fue mucho más rápida. También la movilización ha sido mayor. En febrero de 2003 ocurrió una de las mayores movilizaciones en la historia de Estados Unidos. Yo creo que fue la mayor. Casi medio millón en New York y en todo el mundo fueron muchos millones más. Y en agosto de 2004, en la Convención Republicana de New York, había medio millón de personas. Durante la Guerra de Viet Nam nunca hubo demostraciones de ese tamaño. Es decir, las demostraciones empezaron antes y aumentaron más en la Guerra de Irak, que en la Guerra de Viet Nam.
M.A.: Usted habló durante una de esas demostraciones… ¿Cuál fue el tema que abordó?
L.W.: Si. Fue una demostración relativamente temprana. Fue en octubre de 2002. Me dieron tres minutos para hablar. Fue en Washington, en una gran concentración, la mayor ocurrida hasta ese momento. En un campo, detrás de la Casa Blanca, se me olvidan los estimados, pero tal vez había entre 80 y 100 000 personas allí. Me dijeron: «Tienes tres minutos para explicar el caso de los Cinco Cubanos». Había sido el juicio más prolongado en Estados Unidos hasta el momento en que ocurrió. Pero yo tenía tres minutos. Cuando comencé a hablar me presenté y hablé acerca de cinco cubanos, patriotas, héroes en su patria, de los cuales tres cumplen cadena perpetua y los otros dos, sentencias muy largas. Ellos no hicieron ningún espionaje, no dañaron a ningún americano, no hubo violencia, no hubo armas, ninguna explosión. Ellos estaban aquí para proteger a su país y para monitorear una red terrorista que había crecido y que se le permitía existir en la Florida. Entonces hablé del señor Orlando Bosch, que fue acusado y sancionado por colocar una bomba en un avión cubano, que mató casi a ochenta personas y que fue dejado en libertad, y que luego se le había permitido entrar a Estados Unidos, donde es un ciudadano, y camina con su perro por las calles de Miami. Y concluí diciendo: «La próxima vez que ustedes oigan a la gente en la Casa Blanca hablar de terrorismo, recuerden a Orlando Bosch, un terrorista que está autorizado para vivir en paz en la Florida y recuerde a los Cinco Cubanos, que lucharon contra ese terrorismo y terminaron cumpliendo cadenas perpetuas en prisiones de Estados Unidos». Eso fue lo único que pude decir.
Pero después se me acercaron muchas personas y me decían: «Nosotros no sabíamos esto. Es algo muy perturbador. No sabíamos que había cinco cubanos que habían hecho eso y fueron castigados tan severamente y que hay un terrorista a quien se le permite entrar a Estados Unidos y que Estados Unidos apoya el terrorismo contra Cuba». Eso encendió un pequeño interés en ellos y me sentí muy estimulado por eso.
M.A.: ¿Qué significa para usted estar trabajando en el caso de los Cinco?
L.W.: Bueno, es un honor y un privilegio y siempre ha sido así para mí, el defender a personas que han dedicado sus vidas a luchar por la justicia, con la verdad, con la paz. Los abogados somos privilegiados, porque nos vinculamos a un caso y nuestras vidas continúan. Pero las personas que representamos, como los Cinco Cubanos, enfrentan circunstancias muy difíciles. Y defenderlos, expresar su pasión y su compromiso con la justicia y con la verdad, es un privilegio. Yo me siento muy honrado con eso y siento que soy un hombre muy afortunado. Y espero que algún día pueda festejar con ellos su salida de la cárcel.
M.A.: ¿Cómo conoció por primera vez lo que sucedía en Cuba? Usted escuchó el discurso de Fidel Castro en el Parque Central de New York, ¿no?
L.W.: Sí. Esa fue la primera vez. Bueno, como muchos norteamericanos, seguí la lucha en la Sierra Maestra, leí el reportaje de Matthews en The New York Times y cuando la Revolución triunfó, me sentí muy feliz por el pueblo cubano, porque hubiese podido liquidar al régimen de Batista. Y Fidel Castro vino a New York para hablar, creo que fue la primera vez que lo hizo allá en público -creo que habló en Boston una vez y una vez en New York-, al aire libre, en el Parque Central. Fue un escenario muy dramático. Habrían tal vez unas 50 ó 100 000 personas en el parque esa noche, entre los árboles, en los espacios abiertos. Ese día los periódicos habían dicho que Fidel Castro sería asesinado si hablaba por la noche. Cuando él empezó a hablar, puso a un lado los micrófonos y se abrió la camisa. Entonces dijo: «Si ustedes piensan que pueden parar la Revolución matándome, deben disparar ahora». Y las 100 000 personas que estaban en la audiencia gritaron: «Que viva Fidel», «Que viva Fidel» Y ese fue el comienzo de su discurso.
Siempre lo recuerdo. Eso me emocionó mucho, quedé muy impresionado. Y, naturalmente, habló durante tres horas y media, en español, que yo no entendía, que nadie a mi alrededor entendía, pero nadie se iba. Eso me emocionó mucho. Después seguí el progreso de la Revolución. Y, en 1967, después que fueron asesinadas las veintisiete personas en Newark y la ciudad fue ocupada, Tom Hayden, que estaba en Newark como organizador del SDS, escribió un libro titulado Rebelión en Newark.
M.A. Tom Hayden, que fue uno de los «Ocho de Chicago».
L.W.: Sí. Después se casó con Jane Fonda. Él escribió un libro acerca del asesinato de estas veintisiete personas durante la ocupación, y ese libro llegó a Cuba y aparentemente Fidel lo leyó. Hayden fue invitado a Cuba, se entrevistó con Fidel y analizaron el libro. Parece que Fidel le preguntó a Hayden: «¿Cómo es posible que tú pidieras escribir un libro como ese, acusando a la Guardia Nacional, y no te pongan en la cárcel?» Y Hayden dijo: «Oh, ellos trataron. Hubo varios juicios y ellos trataron de encarcelarme, pero nosotros ganamos los casos». Fidel le preguntó: «¿Quién fue tu abogado?» y Hayden mencionó mi nombre. Entonces fui invitado a venir a Cuba para la celebración del 26 de Julio, creo que fue en 1968, en Camagüey. Ese fue mi primer viaje a Cuba. Ese 26 de Julio estuve en la inauguración de la nueva planta de cemento en Nuevitas, Camagüey. Ese día hacía mucho calor, había muchos miles de personas en el terreno y el discurso fue muy largo, pero increíblemente nadie se marchó. ¡Hacía tanto calor! Esa fue una experiencia maravillosa para mí.
M.A.: Muchas gracias, ha sido muy interesante su testimonio.