Desde el terremoto y tsunami que el 11 de marzo destruyeron la aldea costera de Minato donde vive, la japonesa Masami Endo pasa las noches con su hija de tres años llorando y aferrada a ella. «Mi hija, Sakura, nunca lloró por temor a la oscuridad hasta que ocurrió este desastre. Ahora es completamente distinta […]
Desde el terremoto y tsunami que el 11 de marzo destruyeron la aldea costera de Minato donde vive, la japonesa Masami Endo pasa las noches con su hija de tres años llorando y aferrada a ella. «Mi hija, Sakura, nunca lloró por temor a la oscuridad hasta que ocurrió este desastre. Ahora es completamente distinta a la niña alegre e incluso estoica que era antes», dijo a IPS esta madre soltera.
Endo está muy preocupada por la pequeña. Las dos vieron al tsunami azotar su pueblo y abrirse paso a través del primer piso de su casa, a cuya estructura causó severos destrozos. La ciudad de Ishinomaki, donde se ubica Minato, está en la nororiental prefectura de Miyagi.
La historia de Sakura es apenas un ejemplo de los miles de relatos sobre horrores similares que ahora comparten los sobrevivientes del terremoto de nueve grados y del posterior tsunami que devastaron la costa norte de Japón. Especialistas en género también agregan que quienes sufrieron los peores efectos fueron mujeres, niños, niñas y la población de más edad.
Buena parte de estas personas aún viven en centros de evacuación y representan a grupos vulnerables que corren el mayor riesgo durante los desastres, por lo que necesitan ayuda a la brevedad posible. «Un mes después del desastre, la atención se centra en ayudar a las mujeres y a sus hijos. Tenemos que actuar rápidamente para asegurarnos de satisfacer sus necesidades para impedir que ocurran nuevos problemas en el proceso de recuperación», dijo Hirano Keiko, directora del Centro Morioka de Mujeres, vinculada al capítulo japonés de Oxfam, que está brindando suministros de emergencia a la población femenina.
A medida que cede, lentamente, la conmoción inicial del peor desastre natural de la posguerra en Japón, muchas organizaciones de mujeres actúan con celeridad para llegar a las afectadas.
«Hay una palabra que describe la situación de las mujeres afectadas por el desastre: ‘paciencia’, en el sentido extremo», explicó Yasuko Arai, portavoz de la Asociación por la Igualdad de Género de Sendai, que funciona en la órbita del gobierno de esa ciudad, capital de Miyagi. «Ellas han tolerado condiciones terribles en los centros de evacuación que les brindan poca privacidad, han perdido a sus familiares cercanos, entre ellos a sus hijos, y se han convertido en madres solteras de la noche a la mañana», añadió.
Sendai es la ciudad más grande de la región de Tohoku. Según Arai, el terremoto y el tsunami causaron los peores estragos en las pequeñas aldeas de pescadores de la costa, así como en áreas agrícolas de la región. El departamento de igualdad de género está creando una nueva red que apoye a las mujeres, dijo Arai.
Esa red ayudará a recabar testimonios, elaborar listas sobre las necesidades especiales, y también urgirá a las mujeres a opinar sobre qué dirección deberían tomar las operaciones de recuperación.
«La cultura social tradicional ha restringido a las mujeres a la hora de manifestar sus opiniones. Esto iba contra la norma, ya que se esperaba que los hombres fueran los líderes. Ha llegado el momento de cambiar este modelo», sostuvo Arai.
Aunque la policía local ha realizado meticulosas tablas de cifras sobre los muertos y desaparecidos, no hay un desglose de estos datos en base al género. Cálculos aproximados difundidos esta semana en los periódicos Asahi señalan que los ancianos representan más de 55 por ciento de las víctimas fatales en las 12 prefecturas afectadas.
Más de 15.000 personas siguen desaparecidas.
Kaori Tano, directora de la asociación de madres solteras de la ciudad de Koriyama, en la prefectura de Fukushima, sobrevivió al terremoto que destruyó partes de su casa, y ahora lidera un movimiento para brindar apoyo y aconsejar a sus pares que lo han perdido todo.
«Las mujeres solteras que vivían solas y perdieron todo enfrentan problemas enormes», dijo Tano. «Las que me llaman me dicen que padecen una constante ansiedad y estrés porque no saben cómo seguir adelante», añadió.
La organización cuenta con 75 integrantes y Tano se ocupa de evaluar las necesidades de cada una de ellas. El panorama que surge, dijo, es que las mujeres solas afectadas han reprimido su desesperación mientras hacen frente a cuestiones como hallar nuevos hogares, mantener sus empleos e intentar preservar su seguridad física.
Tano y el personal voluntario de su organización empezaron a visitar centros de evacuación en Fukushima. Allí, las mujeres manifestaron temores y preocupaciones, entre las que se encuentran: impedir que ex esposos las encuentren, ansiedad por haber perdido su trabajo, dificultad para mantener sus empleos actuales porque no tienen quién cuide a sus hijos en los centros de evacuación, y una falta general de servicios de salud mental para mujeres. «También es obvia su reticencia a pedir ayuda para estos asuntos», dijo Tano. «Las mujeres sienten que parecerían egoístas y demandantes si solicitaran esa ayuda a las autoridades, porque los funcionarios están demasiado ocupados con preocupaciones más importantes», explicó.
Los grupos de apoyo social también se preparan para un aumento de los hogares liderados por mujeres que han quedado solas tras las muertes de sus esposos o padres en el desastre.
La organización Ashinaga Ikueikai, que otorga becas a estudiantes, señaló que, según las cifras iniciales, tras el desastre recibió a más de 100 huérfanos y otros casi 2.000 niños que perdieron a uno de sus padres.
«Más de 60 por ciento de nuestras becas se extienden a niños que viven solamente con sus madres porque enfrentan la mayor pobreza. Esta cifra aumentará en Tohoku», dijo Yoji Yamamoto, quien está a cargo del programa de Ashinaga Ikueikai dedicado al apoyo en situaciones de desastres.