Cuando el periodismo se mezcla con forofismo el resultado es calamitoso. Lo acabamos de ver en el Campeonato de Fútbol de Alemania. La participación española deja tras de sí un intenso ejercicio de periodismo digno de análisis. En no pocas ocasiones he pensado que la mala fama de los periodistas está ganada a pulso y, […]
Cuando el periodismo se mezcla con forofismo el resultado es calamitoso. Lo acabamos de ver en el Campeonato de Fútbol de Alemania. La participación española deja tras de sí un intenso ejercicio de periodismo digno de análisis. En no pocas ocasiones he pensado que la mala fama de los periodistas está ganada a pulso y, visto lo del Mundial, no cabe más que decir que es bien merecida.
Yo, que ejerzo el oficio, he sentido verdadero espanto ante la actitud de muchos medios de comunicacion españoles. Salvo contadas excepciones, periódicos, radios y televisiones se han embozado en la rojigualda hasta convertirse en auténticos hooligans. Una cosa es animar al equipo y apasionarse con sus resultados, y otra creerse los mejores del mundo y menospreciar a los rivales.
Con la primera victoria ante Ucrania, muchos ya vieron a España en la final. El equipo de Aragonés era, además, el gran animador del torneo, «la razón que espoleó a Argentina a golear a Serbia», en palabras textuales de un conocido presentador de televisión. Lo dijo en serio y se quedó tan ancho. Poco después, a la arrogancia se le sumó el desprecio; eso, sin duda, fue lo peor. Túnez y Arabia Saudí fueron objeto de más de una hiriente chanza por parte de ocurrentes periodistas deportivos. En el cruce de octavos nadie dudó de la victoria ante Francia, equipo que fue ridiculizado por su veteranía. Al finalizar el partido, hubo quien no pudo ocultar su mal perder ante millones de espectadores. Palabras textuales de un presentador de televisión, vestido con la camiseta roja: «Odio a los franceses, odio a Barthez» (portero de Francia). A su lado, un contertulio le dio consuelo: «La selección francesa está acabada. Ellos no tienen futuro y nosotros sí». Los dos estaban en el plató de una cadena que se estrenó hace poco anunciando a bombo y platillo una televisión «moderna, diferente y con estilo». El fútbol les ha dado mucha audiencia durante quince días, ahora han vuelto a la dura realidad y para el recuerdo queda la exaltación deportivo patriotera que pusieron en práctica.
El fútbol y el deporte en general se prestan a un estilo divertido, ágil y desenvuelto. Creo que ésa es una buena elección, una acertada característica, pero lo que hemos visto en el Mundial es el peor de los periodismos: arrogante, chabacano y faltón. Todo este desvarío no tiene ninguna justificación. No se explica ni por la audiencia ni por ese motivo «político» que ya nadie oculta en los medios españoles: «la selección es lo único que nos une, nuestra última seña de identidad». Mal asunto es que utilicen el deporte como excusa patriótica. Otros ya lo hicieron, y los resultados fueron desastrosos. Algún día, ojalá sea pronto, espero ver a la selección de fútbol de Euskadi en un campeonato del Mundo. Quiero pensar que en ese caso nuestro «entorno» no sería como el que ha tenido el equipo español. Quiero pensar que nuestros medios de comunicación no lo permitirían. El forofismo y el desprecio hacia el rival no sirven ni para crear afición, ni para hacer patria, y muchos menos para andar por el mundo.