Desde que los huesos de Lucy, aquella homínida que vivió en Etiopía hace unos 3,5 millones de años, fueron descubiertos en 1974, sabemos que la especie humana siempre estuvo vinculada a la tierra, al ambiente rural. Con el devenir de la historia natural fuimos transformándonos de cazadores a recolectores, a sembradores, a mercaderes, a empresarios, […]
Desde que los huesos de Lucy, aquella homínida que vivió en Etiopía hace unos 3,5 millones de años, fueron descubiertos en 1974, sabemos que la especie humana siempre estuvo vinculada a la tierra, al ambiente rural. Con el devenir de la historia natural fuimos transformándonos de cazadores a recolectores, a sembradores, a mercaderes, a empresarios, a agentes de bolsa… Abandonamos el nomadismo y nos concentramos en comunidades cada vez más complejas. De los poblados a las aldeas, de éstas a los pueblos y villas, y después a aquellas primeras ciudades levantadas entre el Tigris y el Éufrates hace 4.000 años. Más tarde vendría la locura de las metrópolis, y así desarrollamos como ninguna otra especie el gregarismo interesado y el estatus de superdepredador por antonomasia.
Según el informe «State of the World 2007», del Instituto Worldwatch (WI), en algún momento de 2008 vamos a dar, como especie, un salto etológico sin precedentes. Por primera vez la población urbana del planeta -3 200 millones- superará a la rural. Si el siglo XX fue por excelencia el de la urbanización, el XXI será el de las ciudades. En 1900 la población urbana mundial era el 10 por ciento y en 1950 sólo Nueva York y Toquio superaban los 10 millones de habitantes. Hoy, cada año 60 millones de personas migran a las ciudades, ya hay más de 20 gigantescas metrópolis y unas 60 con poblaciones entre 1 y 5 millones. Incluso en África, con el 35 por ciento de población urbana, se llegará al 50 por ciento en 2030.
No obstante, la urbanización de nuestra especie fue, y es, casi siempre caótica, sin planeamiento y sin sustentabilidad alguna. Las ciudades ocupan sólo el 0,4 por ciento de la superficie planetaria pero producen casi todos sus males, desde la contaminación a la sobreexplotación de los recursos, y de la gente. Una tercera parte de la población urbana vive en suburbios, sin las necesidades básicas de agua potable, saneamiento y vivienda. A causa de ésto mueren 1,6 millones de personas cada año.
El desafío de este siglo será el de romper con esta urbanización de la pobreza humana y ambiental. Reasignar las prioridades de lo que se invierte en desarrollo -sólo un 4% se dedica a las ciudades-, especialmente dónde las urbes crecen más (Asia, África y América Latina) será fundamental, como cuidar por la eficiencia energética y la protección de los recursos. «Irónicamente la batalla para salvar la salud de los ecosistemas no se va a ganar en los bosques tropicales o en las barreras de coral, sino en las calles de los paisajes más antinaturales del planeta» (C. Flavin, WI).
*Manoel Santos es biólogo y director de Altermundo