Ya se ha dicho todo, casi todo, sobre este fracaso político en que se ha convertido Nueva Orleans, una de las muchísimas tragedias humanas que se repiten a diario en el planeta. Vaya por delante, entonces, que del huracán Katrina se está hablando tanto estos días por dos únicos motivos: porque sucede en Estados Unidos […]
Ya se ha dicho todo, casi todo, sobre este fracaso político en que se ha convertido Nueva Orleans, una de las muchísimas tragedias humanas que se repiten a diario en el planeta. Vaya por delante, entonces, que del huracán Katrina se está hablando tanto estos días por dos únicos motivos: porque sucede en Estados Unidos -los medios españoles asumen bien su condición plebeya- y porque ofrece la oportunidad de debatir sobre el modelo político de aquel país, el más influyente del mundo.
Del mismo modo, también se discute mucho sobre un país pequeñito como Cuba porque representa otro modelo de organizar a la sociedad. El país caribeño podría pasar desapercibido y desatendido por los medios si sólo fuese uno de tantos países pobres en los que a diario mueren de hambre más personas que en Nueva Orleans. También es noticia -por su cinismo y el de los países que contribuyen a ello- que el mayor fabricante del mundo pida y reciba ayuda humanitaria, mantas y utensilios que probable y pre viamente hayan sido vendidos por una multinacional norteamericana y elaborados por un chino esclavizado.
El asunto, pues, no es lamentarse de los desgraciados que ya están muertos ni tomarse lo sucedido como una victoria ideológica -que no obstante lo es, comparándolo con los solidarios servicios de emergencias de la precaria Cuba- en medio de los ahogados. La cuestión es cómo convencer a buena parte de nuestra sociedad más próxima de que estos hechos no los produce la Naturaleza sino el modelo de organización que elegimos para vivir (puede parecer sencillo para lectores de Rebelion.org, pero hay un mundo real ahí fuera que se escandaliza con estos mensajes).
El siguiente paso, una vez que se conocen las causas del desigual reparto de riqueza, es rebelarse contra el conformismo y asumir nuestra responsabilidad colectiva. Y es que no se trata de adivinación, pero es cierto que a muchos no nos ha sorprendido en absoluto el alcance de los efectos del huracán Katrina en un país con semejantes bolsas de pobreza y marginación escondida a las estadísticas o directamente censurada. En televisión, los pobres y marginados sólo aparecen en las favelas de Brasil o en los dramas de países atrasados como Haití o aparentemente atrasados como Irak. En Estados Unidos, el país con mayor porcentaje de obesos del mundo, las televisiones difunden a los espectadores de todo el planeta sus iconos de cuerpos esculturales y así se llega al convencimiento de que el país tiene la cintura de Pamela Anderson o George Clooney. Los gordos están a la vista, por todas partes, pero cerramos los ojos a la realidad.
Hagamos un paréntesis para detallar algunos ‘daños colaterales’ de este modelo de repartir el poder y la riqueza. Ahí van algunos:
[-El 81 por ciento de las grandes empresas norteamericanas exigen y hacen a sus trabajadores -los de bajo nivel salarial, claro- un análisis de consumo de marihuana antes de ser contratados. Los fumadores de marihuana -aun siéndolo sólo en su vida privada- no tienen acceso a estos empleos. El primer paso de una entrevista de trabajo para un puesto bajo en estas corporaciones es hacer pis en un cacharrito y dárselo a un desconocido.
-La invasión de Irak, financiada con vidas e impuestos de la ciudadanía media estadounidense, se recupera económicamente trasvasando los ingresos directamente a multinacionales privadas y no al Estado/ciudadano. Estafa de guante blanco.
-La ley actual (Fair Labor Standards Act, 2000) permite reducir el salario base en los empleos que reciben propinas de los clientes.
-Una parte importante de los españoles no tendrían acceso a ningún tipo de sanidad -ni pública ni podrían pagar la privada- si se aplican los criterios de la Administración estadounidense.
-Hay millones de estadounidenses, millones, que ni siquiera están en las listas del desempleo porque no están en ninguna lista de nada, no están registrados en ningún censo de ningún tipo, lo que no sucede en ningún país mínimamente civilizado. Por eso se miente con mala fe cuando se dice que en EEUU no hay desempleo.
-Un informe de la Coalición Nacional para los Sin Techo de 1997 señala que una quinta parte de los miles de personas que viven en coches o furgonetas son empleados a tiempo completo o parcial. Por eso, también, se dice que en EEUU no hay desempleo ¿acaso no es peor ser igual de pobre trabajando?
-Hasta el mes de abril de 1998 no se aprobó un reglamento federal que garantizase en tiempo mínimo de un obrero de una fábrica para ir a hacer sus necesidades al lavabo. A buenas horas llega, con la deslocalización en auge.
-Un estudio de la nada sospechosa Monthly Labor Review advierte que 7,8 millones de personas tenían dos o más trabajos a la vez. De esta cantidad, un 4 por ciento tiene que trabajar en dos empleos a tiempo completo. Vivir para trabajar. -Noticia de periódico: Los metros cuadrados de las nuevas mansiones (en EEUU) han crecido un 39 por ciento en los últimos 25 años.
-Cientos de miles de empleados domésticos no aparecen en ningún registro de ningún tipo y carecen de los mínimos derechos. Esa bandera que tanto se manipula para aparentar unidad -como si fuera más importante ser ‘americano’ que las condiciones de vida- no ampara a todos por igual.
-La poderosa Wal-Mart, el mayor minorista del mundo, machaca a cada político honesto que trata de enfrentarse a esta empresa con cientos de miles de explotados.
-Puede ser maravilloso ser rico en EEUU, pero hay millones de personas que, incluso trabajando, acuden a centros de caridad o malviven en una minúscula habitación de un motel como única vivienda posible. Este tipo de motel no tiene nada que ver con los que hay en Europa, es otro concepto. Y el precio de la vivienda de alquiler es astronómico en relación con los salarios.
-Etc, etc.]
El ‘modelo americano’ -aunque con reservas y numerosas trampas de las que podríamos discutir otro día- puede ser interesante para producir riqueza local en cifras brutas y en pocas manos, pero genera unos niveles de marginación social que, de entrada, anulan el concepto mismo de democracia. Los que creemos que el primer rasgo de la democracia empieza por el sentido colectivo de nuestras acciones -y el sentido colectivo de nuestra propia libertad- no podemos aceptar un sistema que constantemente deja en la cuneta a nuestros vecinos.
Se trata de sustituir la caridad por la solidaridad, la compasión por la justicia. Es la diferencia entre el ‘modelo americano’ y la democracia real. A este debate sobre las causas del desastre del Katrina se suma un gravísimo lastre cultural, tantas veces denunciado por el profesor de Historia Howard Zinn (ruego y recomiendo la lectura de su magnífico libro sobre la Historia de EEUU) desde el propio nacimiento de ese complejo país, que es ese gesto casi reflejo de contemplar la violencia como un fin en sí mismo y la única solución, sea cual sea el problema.
Esta actitud inmadura -que perjudicó sobremanera la posibilidad de haber salvado más vidas en la ciudad del jazz- genera un evidente bloqueo en las mentes de las personas que se enfrentan a un desastre colectivo. Se ha elaborado así, durante décadas, un cóctel explosivo, que es la política ultraliberal y el individualismo -por otra parte, bastante extendidos y exportados a todo el mundo- con un culto casi religioso hacia las armas y la violencia como solución final de todos los problemas.
Existe el sentimiento generalizado en aquel país de que, aún existiendo la Razón, ésta se gana por las armas, por eso es el único país del mundo que, sin estar en guerra en su territorio, observa un culto extremo hacia las pistolas y los fusiles. Miles de niños aprenden a disparar con cuatro o cinco años y -como describió Moore- los bancos y centros comerciales regalan rifles por abrir una cuenta o comprar un lote de hamburguesas.
En Nueva Orleans se ha llegado al extremo -una visión orwelliana escalofriante- de que el propio ejército y la policía son los encargados de aumentar todavía más el miedo de la ciudadanía, de la ciudadanía teóricamente más soberana y libre del orbe. En lugar de una botella de agua potable, la policía mostraba a los vecinos aislados la punta de una ametralladora. Inaudito. Si esto hubiera sucedido en otros países, habría entrado la ONU para liberar al pueblo invadido por un ejército golpista. En esa cultura del miedo y la violencia como única vía para despejar todas las dudas, el primer gesto reflejo de un estadounidense medio es tomar un arma para defender su propiedad privada, un arma antes que una manta o una botella de agua.
Esto sólo se corrije con información y formación por parte del Estado, que es un derecho al que Bush o el presidente de turno que le suceda -el que sea- negarán partidas del Presupuesto nacional en favor de la Asociación Nacional del Rifle. Es decir, primero tenemos que aprender que hay obesos y luego decidir si estamos dispuestos a hacer dieta o seguimos mirando hacia otro lado. Estas reacciones extremadamente violentas son, en principio, impensables en Europa aunque, en mi opinión, el modelo económico europeo propugnado en los últimos años sí que lleva la misma dirección de propiciar la exclusión social de grandes grupos de su ciudadanía, lo cual pondría a estas personas abandonadas en situación de riesgo ante una catástrofe de similares características (dejando a un lado estas teorías con excesiva distancia, admitamos que estos ciudadanos ya viven su propia catástrofe desde que nuestro sistema les excluyó, sin necesidad de huracán natural alguno).
Es un hecho constatable que en Europa se recorta el gasto social y aumenta el número de personas en situación crítica. No obstante, deberíamos reflexionar más sobre la obsesión que los Estados de la UE empiezan a mostrar por la llamada ‘seguridad’. Corremos el riesgo de convertir esta seguridad en un ‘toque de queda’ en el que todos somos sospechosos de importunar a una élite que debe mantenerse en su lugar preeminente.
En España, el discurso político del ex presidente José María Aznar -cuyo partido político, en la oposición por un puñado de votos, sigue siendo votado masivamente- se sustentó en la criminalización de las ideas ajenas y en la idea de la fuerza para solucionar los conflictos internos (Euskadi) y externos (Irak, etc). Dudo mucho de que los países representen a su ciudadanía en general, por eso me molestan un poco las comparaciones morales que se hacen unos ciudadanos de países con otros, personalizando al propio Estado y asegurando que unos ciudadanos, por su nacionalidad, son mejores que otros. Se puede comparar la moral de un gobierno sobre otro y sus hechos concretos o señalar qué piensa, con sus excepciones, la opinión pública de un país, pero hay un trecho entre esto y ciertas exaltaciones de nacionalismo español que se suceden estos días para analizar el efecto político del huracán.
Por eso me pregunto si tiene España -así hablando, en conjunto- derecho alguno a dar lecciones de moral a los Estados Unidos, un país en el que, por cierto, viven y opinan algunas de las voces críticas más interesantes del momento, un país en el que nacen multitud de organizaciones ejemplares que están realizando altruistamente acciones que debería hacer, de oficio, la propia Administración.
Qué derecho tiene España -sigo jugando a personalizar a un país- cuando, por ejemplo, abro un periódico español de gran tirada y en una de esas páginas finales dedicadas a retales y esquelas, aparecen entre los anuncios de entierros dos noticias con la misma jerarquía informativa: la primera se refiere a la subida de la caña de cerveza y la segunda, al mismo nivel, anuncia que «Volkswagen recortará 14.000 empleos para subir sus beneficios».
Cuando se publican los informes anuales de la ONU sobre la pobreza en el mundo, los medios españoles de masas se niegan en redondo a abrir sus periódicos con esta cuestión que supera a miles de Nueva Orleans juntos, y los propios españoles nos negamos también a convertir esta cuestión en el centro de nuestras reflexiones en el café.
Me sigo preguntando qué altura moral tienen las críticas al modelo estadounidense cuando proceden de españoles que no tienen reparos en que se siga privatizando la educación -incluso financiando la privatización- a marchas forzadas y los centros públicos se queden en inferioridad de medios frente a los privados. Ahí empiezan las desigualdades, los ‘guetos’.
Podría preguntarme la altura moral de los españoles y de los políticos españoles que hacen campaña en favor de los planes privados de pensiones y de la reducción de las pensiones públicas como si fuera un hecho inevitable e incuestionable, lo que en el futuro convertirá en indigentes a miles de personas mayores. Podría hacerme muchas más preguntas pero el asunto que que nos las hagamos todos, obesos todos.