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Comentarios sobre un texto de Julio César Guanche

Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre

Fuentes: Patrias. Actos y Letras

I

​El pasado 28 de enero, en la revista digital El estornudo,  apareció un artículo de Julio César Guanche “inspirado por la pieza de [el dramaturgo cubano Carlos] Celdrán”  y en el que Guanche «[repasa] algunos de los conflictos [de] que trata la obra»[2]. Se refiere Guanche a Hierro, hacía poco estrenada en La Habana y sobre la que existe abundante información en línea (véase, por ejemplo, aquí y aquí). No es, sin embargo, la pieza de Celdrán la que inspira los comentarios que siguen, sino el artículo de Guanche, y la lectura que trasuntan,  sobre esos “conflictos [de los] que trata la obra” de Celdrán.

​Para esclarecer los términos de mis comentarios, debo comenzar por decir que el pensamiento de Julio César Guanche se ha abierto a espacios de la reflexión y el debate sobre Cuba en la encrucijada de proyectos políticos concomitantes u opuestos, tanto ayer como hoy—pero sobre todo hoy, en que las alternativas parecen haberse reducido a la renovación del proyecto revolucionario (condición sine qua non para que su no menos necesaria continuidad sea algo más que un ejercicio o inercial o litúrgico) o la condena, sin más, y abandono de ese proyecto—, y que en esos espacios ampliados de reflexión y debate el ejercicio de la crítica concierne no sólo a lo sustantivo, sino también a lo constitutivo. Debo, además, precisar que no creo que Julio César Guanche intelectual revolucionario a quien conocí a comienzos de este siglo, haya sido nunca lo que suele denominarse, casi siempre de mala fe, un «intelectual oficialista», es decir, al servicio incondicional de la institucionalidad partidista y estatal cubana —desde esa institucionalidad, como jurista y pensador, Guanche se acercaba a la realidad del país y a su historia más reciente para comprenderla, contextualizarla, ponerla en perspectiva y defenderla desde presupuestos políticos y filosóficos voluntaria y conscientemente compartidos, no aceptados por debilidad o conveniencia, y, por ello mismo, sin hacer dejación de su derecho a ejercer la crítica de prácticas de gobierno en franco o presunto desacuerdo, a los ojos de Guanche, con esos propios presupuestos. La insistencia de Julio César Guanche, de otro modo legítima desde el punto de vista tanto historiográfico como axiológico, en la tradición republicana y democrática de la historia política cubana me llevan sin embargo a pensar que en esas nuevas perspectivas lo revolucionario, como fundamento y horizonte, se ha visto de algún modo desplazado por una apertura interpretativa que no puede ser coherente consigo misma sino tratando de situarse a una cierta equidistancia de los polos en pugna. Puedo estar equivocado. Fue, sin embargo, la aparición del artículo de Guanche en El estornudo lo que me movió a escribir estos comentarios, que no tratan de extraer de esa breve reseña crítica de Guanche de la obra de Celdrán más de lo que la reseña contiene, sino apenas partir de ella (y de las circunstancias de su publicación) para hilvanar una reflexión sobre la tensa, y a menudo polarizada, relación entre revolución y república. Sin por ello dejar de apuntar, lamentándolo, que figurar de facto en la lista de colaboradores de El estornudo se torna, quiérase o no—y nada nos hace pensar que Guanche lo haya querido—, por designio o por defecto, una toma de partido, o al menos el cruce tácito pero deliberado de una frontera: no hay ni puede haber inclusividad democrática que justifique comerciar con publicación tan militantemente hostil (y cabria decir que lo es, también, vulgarmente) a la Revolución cubana, siquiera en el mercado de las opiniones, sin a la vez verse asociado con su agenda. Y lo lamento porque la agenda de El estornudo es de por sí ajena a lo que informa y sustenta otros muchos textos de Guanche publicados en otros tantos medios. Pues la agenda de El estornudo no puede ser más clara: extirpar de la historia de Cuba toda posibilidad de continuidad y supervivencia de lo revolucionario cubano, y su matriz fundamental, la Revolución cubana de 1959, la única que llevó y ha mantenido en el poder el proyecto (que es siempre decir la posibilidad) de una Cuba mejor en su formulación no sólo teóricamente posible, sino también y sobre todo vitalmente necesaria: la del independentismo revolucionario, antimperialista y socialista.

​El artículo de marras de Guanche está enlazado, por los editores de El estornudo, con otro que no deja dudas del perfil político de esta Revista independiente de periodismo narrativo. Baste una oración de ese otro artículo para sancionar lo que apunto: “Castro era el hombre del momento, acababa de entrar en La Habana y la mayoría de los cubanos celebraban la derrota del Mayor General Batista(…)” (Los subrayados son míos.)[3]. ¿Derrota? Parecería que al autor estuviese hablando del resultado de unas elecciones. La revista digital que nos ocupa tiene como subtítulo alergias crónicas. ¿De qué alergias se trata? Fundamentalmente, de una alergia incurable al proyecto de la Cuba revolucionaria, al que, en un caso clásico de sintomatología reactiva, tildan de “nacionalista”, “autoritario”, “fracasado”, “en descomposición”, como si tales atributos lo fuesen exclusiva e imperdonablemente—e injustificadamente—de Cuba. ¿Qué son Argentina y Chile? ¿Glamorosas y pujantes repúblicas? ¿Y México, desde que los EE.UU. lo hicieran colapsar en 1994 con el «efecto tequila», resultado del tratado de libre comercio entre los tres países norteamericanos? ¿Y los EE.UU. posteriores a Reagan, en que fortunas enteras se han producido desde un ordenador y un teléfono, especulando con los precios de las acciones de la riqueza material por producir? Los mismos EE.UU. que en 2016 se dieron un presidente que recibió tres millones de votos menos que su contrincante, sin haber nunca antes ocupado ningún cargo político, frecuente centro de escándalos financieros y personales, nacionalista, autoritario, racista, xenófobo y misógino, además de vocero y paladín del chovinismo más vulgar, el que nace de la sublimación no de virtudes reales o aparentes, sino de presuntas superioridades que a su vez emanan no de la re-presentación—en el sentido en que el Émile Durkheim de Las formas  elementales de la vida religiosa es manipulado en aquel otro estornudo al que ya aludíamos[4]—, sino de una ficción: la superioridad del hombre blanco, con valor añadido, y norteamericano. Esa no es, ni ha sido nunca, la compañía natural y electiva no sólo de Julio César Guanche, sino de su pensamiento, ajeno a toda veleidad con una contrarrevolución y un anticomunismo a la vez desarraigados y diletantes, que es de lo que se trata, en definitiva, en el caso de El estornudo: condenar y denostar en bloque lo que ni se entiende ni se puede, intelectual o políticamente, emular.

II

​En «José Martí, hierro y fiebre», Guanche nos dice que José Martí es «capaz de ser compartido por un espectro político completo». Esto es, José Martí devenido ente suprapolítico; la obra del revolucionario reducida a la prédica de un visionario con un mensaje metahistórico. Lo suprapolítico y lo metahistórico privan de excepcionalidad la vida y la obra del referente histórico y simbólico no sólo más importante, sino imprescindible, de la nación cubana, y de toda incidencia positiva en la configuración y presencia de una identidad propia con la cual acceder a un mundo en el que las formas de dominación de lo que Alan Badiou llama capital-parlamentarismo vienen envueltas en un discurso de apariencias justicieras y democráticas. Al “democratizar” a José Martí, al reducirlo a apóstol del republicanismo y despojarlo de su carácter radical y revolucionario, se lo expulsa de su contemporaneidad—aquella en que conviven la suya y la nuestra— y se propone una nueva comprensión e interpretación de su palabra, como si sus textos fueran ahora la escritura apócrifa de un semidiós —textos que, sin ser divinos, alojan en su centro a todos, como los versículos de cualquier libro de la Biblia. En el establecimiento, y esclarecimiento, de la escritura canónica de José Martí, algunos textos tienen precedencia sobre otros —algunos prefieren privilegiar su carácter republicano y demócrata; otros, su carácter revolucionario.

​Para José Martí, Cuba no era simplemente una nación que debía darse una forma política «con todos y para el bien de todos», sino que era, ante todo, luz en la oscuridad del presente. De ahí que nos haya dicho que su otra patria era la noche —Cuba era la luz en la oscuridad de la noche. Cuba era no sólo el lugar político de la independencia, sino el lugar del ser, de la existencia y de las esencias, en el que la vida verdadera—la vida futura— habría de cobrar forma. De ahí, también que, para él, «patria [haya sido] humanidad» capaz no sólo de superar cualquier nacionalismo estrecho, sino, a la vez, de hacer que lo singular, para que no se corrompiera en su inevitable pobreza, trascendiera en lo universal, y que este, para que no se desvaneciera en lo incorpóreo, arraigara en lo singular trascendido pero concreto.

​Un José Martí republicano, no un José Martí revolucionario, es lo que parecen preferir los nuevos “reformistas” cubanos en estos “tiempos de transición” —la “transición” no sólo necesita de profetas que la anuncien, sino de sacerdotes que la consagren, el caos de la revolución debe ser aplacado por el orden de la república. No hay duda de que en el pensamiento político de José Martí, la república, lo republicano, tienen un peso fundamental. En su discurso en el Liceo Cubano de Tampa el 26 de noviembre de 1891, José Martí se refirió a la república, programáticamente, en seis ocasiones:

  • «…la república de ojos abiertos, ni insensata ni tímida, ni togada ni descuellada, ni sobreculta ni inculta…»;
  • «…que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre…»;
  • «…la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás…»;
  • «…la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos»;
  • «¡Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los habitantes leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del continente, de la república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de Rosas, o el Paraguay lúgubre de Francia!»;
  • «…cerrémosle el paso a la república que no venga preparada por medios dignos del decoro del hombre…»;

Vemos ahí depositada la simiente del pensamiento republicano de José Martí, el ordenamiento sociopolítico que debía reemplazar las estructuras de dominio y avasallamiento de la colonia. José Martí, hombre de su tiempo, no podía ser otra cosa que republicano. La república era la forma política natural escogida por los iniciadores de la Guerra Grande en Guáimaro: la república en armas; republicano era el orden social que nos dieron los constituyentes de 1901, aun cuando tuvieran que aceptar que a la Constitución se le impusiera la Enmienda Platt, dependencia humillante, amputación, por la que la república devino caricatura de sí misma, frustrada en lo esencial político[5]; esa misma república de cartón que es reciclada ahora en paradigma, en idílico Edén del que habríamos sido expulsados, en anhelo retrógrado de nuestros intelectuales de retaguardia; república siguió siendo Cuba después del triunfo revolucionario de 1959, ordenamiento sociopolítico reconocido en las constituciones de 1976 y 2019; porque la república, en Cuba—y no puede ser de otro modo—es la forma de lo soberano, lo revolucionario y lo emancipatorio. ¿Podría acaso imaginarse una revolución social y de independencia—condiciones que en Cuba son, por la naturaleza histórica del país, indisociables; no puede haber justicia sin independencia, y no puede haber independencia sin revolución, y no puede haber revolución sin socialismo— con otras formas políticas y jurídicas que no sean republicanas aunque al mismo tiempo y necesariamente revolucionarias? A lo que los nuevos ideólogos (y devotos) de la república apuntan no es al orden político en sí mismo, sino a los fundamentos y a las proyecciones que lo informan. Para la «nueva izquierda» (de la derecha), Cuba debería transitar de «lo revolucionario» a «lo republicano», sutil y académica manera de referirse a Cuba como a una anormalidad antirrepublicana, léase dictatorial, y de suyo antidemocrática. Para la «nueva izquierda» (de la derecha), después del fracaso del «socialismo real» lo único real es el nuevo orden político supranacional que nace de la globalización capitalista[6] y que incorpora elementos del constitucionalismo norteamericano, de la práctica parlamentaria británica y del pensamiento político italiano, además de proponer una nueva lectura de conceptos tales como soberanía, Estado-nación y clases sociales, a los que se dota de nuevos contenidos (post-)políticos a fin de desmovilizar cualquier capacidad transformadora —que «los cambios» no pasen de ser gestos de reforma en una república que tenga como única garantía la continuidad de prácticas democráticas más o menos eternas.

III

​Retomemos la cita de Guanche —Martí es «capaz de ser compartido por un espectro político completo»—, y recordemos la otra acepción de espectro—fantasma, espíritu, visión—y las tantas veces que se ha asociado lo político con lo espectral; lo hizo Karl Marx en el Manifiesto Comunista: «Un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo.»  Hoy, la política, independientemente de su signo, se ha vuelto toda ella espectral y ese es el espectro que recorre el mundo. Una política desfondada, sin propuestas ni referencias que trasciendan sus cálculos electorales o sus posicionamientos y ganancias a corto plazo, espectáculo con guion de reality show, en que se impone lo arbitrario, la fabricación de lo real, las lealtades criminales; una política, en fin, líquida como la modernidad que describe Zygmunt Bauman, liquidez que apunta a la disolución de lo que es «sólido» (aquí aparece, una vez más, el Marx del Manifiesto, y quizás ese retorno a las fuentes sea la medicina necesaria, más de Marx en estado puro y menos de marxistas genéricos) y a la «desautorización y negación del pasado, y primordialmente de la ‘tradición'»[7]. Ese José Martí que puede «ser compartido» por todos ha sido despojado de toda polemicidad, ya no es un ser histórico que se desmarca y toma partido, sino un ente suprapolítica con un mensaje conciliador; un José Martí que ha perdido no sólo su carácter, sino su vocación revolucionaria, a quien se le ha vuelto a colgar la toga republicana y quien profesa el credo de una democracia «de ciudadanos cubanos y de justicia cosmopolita»[8].

​Ese José Martí, apenas reconocible, ha sido transmutado de organizador de una revolución de independencia pero también social, de un partido político revolucionario «con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad»[9], en posesión de un pensamiento político original y de una escritura única en que política y poética se funden en una sola voz, soberana y plena, en un predicador cuyo mensaje es extrañamente polisémico, de una ambigüedad sospechosa, ampuloso y ramplón. Mediante una doble estrategia de mitificación/desmitificación, se ha desvirtuado la conversación orgánica sobre el legado de la vida y la obra del cubano a quien Rolando Prats ha llamado, con acierto, el Mejor de nosotros. Esa conversación no es sobre las dudas y pasiones del hombre, sino sobre la vida revolucionaria, el antiimperialismo, la pasión por la unidad latinoamericana y el culto de la virtud en el mismo hombre que se alzó sobre los límites de su tiempo—eso es lo que confiere trascendencia a la vida y obra del Apóstol.

Jose Martí por Fariñas.jpg

Ese José Martí que puede «ser compartido» por todos ya no es alguien que se desmarca y toma partido, sino un ente suprapolítico de mensaje conciliador; alguien a quien se le ha vuelto a colgar la toga republicana y quien profesa el credo de una democracia «de ciudadanos cubanos y de justicia cosmopolita».

Ese José Martí ha sido transmutado de organizador de una revolución de independencia pero también social, y de un partido político revolucionario, en un predicador cuyo mensaje es extrañamente polisémico, de una ambigüedad sospechosa, ampuloso y ramplón.

Al convertir a José Martí en un «mito político»[10]—»uno de los mitos fundadores» de Cuba, o de la nacionalidad cubana, se puede leer frecuentemente en textos producidos en Cuba, o fuera de Cuba, sobre el asunto— se lo reviste de imposibilidad e irrealidad, se lo exime, irremisiblemente, de cualquier responsabilidad no sólo política, sino histórica. Al restarle, o al anular más bien, cualquier vestigio de corporeidad e historicidad, José Martí es elevado al honor de los altares; al mitificar al hombre se invalida la obra, una obra ahora despojada de todo filo, de toda veta controversial, de toda áspera advertencia o ríspido comentario; y al desmitificarlo, se lo rebaja, no porque no haya sido como nosotros, sino porque se lo quiere hacer participar de la incapacidad para ser, hoy, lo que ya fue él ayer.

IV

​De la desaparición del socialismo realmente existente en la URSS y Europa del Este terminó emergiendo un nuevo orden mundial geopolítico que es también una entidad supranacional en la que no sólo las clases sociales y los conflictos sociales, sino el Estado-nación y la soberanía nacional se nos presentan como conceptos obsoletos o herramientas inútiles, un orden social  de filiaciones e identidades políticas porosas en el que se habría evaporado la distinción entre explotados y explotadores, mientras la riqueza se sigue concentrando en zonas geográficas, económicas, sociales y  culturales precisas y una multitud dejada atrás o dejada fuera merodea con resignación en los desolados espacios abiertos por la globalización, no del bienestar sino de la pobreza.

​El gran referente de los teóricos e ideólogos de ese nuevo orden siguen siendo la caída del Muro de Berlín, el derrumbe de la URSS y del campo socialista, el cierre de lo que Alan Badiou llama la segunda secuencia de la hipótesis comunista[11]. Para esos teóricos e ideólogos, el final de la guerra fría y el triunfo de la democracia liberal y de la economía de mercado marcan también el final de la utopía emancipatoria e igualitaria en que la ciudadanía no tiene otra opción que la de hacer los ajustes necesarios para poder acomodarse, siquiera precariamente, en los espacios todavía disponibles en la periferia del ordenamiento social exclusivo y excluyente del capital. Pocos de esos teóricos e ideólogos tienen en cuenta la gran recesión de 2008[12], al parecer sólo los banqueros y los especuladores de la bolsa tienen plena conciencia  de lo que, en verdad, estuvo en juego en esa recesión que desembocó en una crisis financiera cuyo precedente más cercano hay que buscarlo en el crash de 1929 y saben que la crisis detrás de la recesión de 2008 es terminal y que el sistema bancario y financiero internacional se recuperó en los Estados Unidos gracias al dinero de los contribuyentes que las administraciones de George W. Bush y Barak Obama le inyectaron[13]. El saldo real de esa crisis es que la ciudadanía salió de ella más pobre y hundida en la desigualdad y más escéptica respecto del sistema global capitalista propuesto desde la izquierda y la derecha como el único modelo posible de sociedad.

​Una consecuencia de esa crisis financiera, económica y política de la que somos testigos y víctimas hoy es la emergencia de un neo-nacionalismo de derechas que nos retrotrae a los ecos de la demagogia y el militarismo fascista y nazi de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. De ese nacionalismo apenas hablan algunos de los nuevos, y no tan nuevos, intelectuales contestatarios de la post-revolución cubana; estos más bien lamentan el «nacionalismo de Estado» que impone a todos lo que «es en realidad una función muy suya» —escribe Guanche—, proteger, en este caso, a José Martí de cualquier afrenta,  «… sea el caso —apunta Guanche—  una película mexicana o el proyecto en construcción de un joven realizador.» Algunos, por supuesto que no Guanche,  querrían incluir en la lista de casos reales o hipotéticos a unos individuos de pésimas credenciales, en Cuba algunos, en Miami otros[14], a quienes se les habría comisionado y pagado para que protagonizaran actos de protesta en Cuba, uno de ellos verter sangre de cerdo sobre bustos de José Martí en un intento de performance con muy poco de performance y mucho de delito común.

​Una zona cada vez más visible de esa nueva intelectualidad post-revolucionaria cubana, muy al tanto de incidentes, prácticas y manejos de esa índole, y endeudada con la retórica y el andamiaje conceptual e ideológico—a menudo pasados por el agua, aparentemente purificadora, de lo académico— que se desplaza desde la izquierda hacia un centro sin equidistancia ni gravedad, se acerca a José Martí desde dos perspectivas diferentes pero que persiguen una finalidad común: «desmitificar» a José Martí, des-deificarlo, volverlo un común más: toda su obra no sería entonces más que sueño de delirios febriles; su sacrificio, el gesto vano de un iluso; obra y sacrificio que habrían sido, según esa versión, aprovechados por un grupo de megalómanos que entronizaron el culto de sí mismos como mediación entre ellos, los próceres, y los (nos)otros, el pueblo. Esa suerte de tenaza se utiliza para, por un lado, amputar de toda historicidad y contemporaneidad a José Martí en la construcción de una identidad nacional en constante y fecundo trasiego con lo universal. Por el otro, para fomentar y aupar estudios académicos y obras artísticas que insisten en “desmitificar” a José Martí reduciéndolo al hombre de carne y hueso y pasiones que también fue. Y todo ello ignorando u olvidando a propósito el hecho singular de que habérsele atribuido a José Martí, en el año de su centenario, la «autoría intelectual» del gesto fundador de la construcción de un nuevo orden político de Cuba fue también un acto de “desmitificación”, sólo que uno que lo devolvió a lo histórico actuante, no que trató de reducirlo a lo ordinario.

V

​Refirámonos ahora a la carta de José Martí a Enrique Collazo a la que Julio César Guanche nos remite en su artículo. Carta fechada en Nueva York el 12 de enero de 1892, en respuesta a una de Enrique Collazo del mismo mes y año, y en la que este se hacía eco de reproches que se le habían hecho a Martí a raíz de un comentario crítico que, en «Con todos y para el bien de todos», discurso que antes citamos, Martí hiciera del libro de Ramón Roa A pie y descalzo[15].  Martí, «víctima de injurias y de actitudes anticubanas provocadas por algunos cubanos en la Isla»[16], apenas reprendía— con ese modo tan suyo de disentir sin escarnio — a quien había  «[escrito] un libro para atizar el miedo a la guerra”, pero había dicho en versos, muy buenos por cierto, que la jutía basta[ba] a todas las necesidades del campo en Cuba» por incitar al desaliento en momentos en que la emigración debía estar en «pie de guerra».

​En uno de los pasajes que podrían haber sido de mayor calado en el artículo de Julio César Guanche, este intercala una frase, que subrayo, que hace que el párrafo en cuestión haga aguas:

​»La insistencia de Martí en la calidad del idioma era correlativa a la obsesión por la cualidad de su gramática política preferida: la República. La propia madre de Martí, de pocos estudios, solía pensar que su hijo escribía todo en prosa, incluso la poesía, llevada a esa creencia por el solo hecho de que la entendía. Martí le enseñó a María Mantilla francés y le pidió que leyera la Edad de Oro [sic] para encontrar un español ‘claro y musical’ donde verter la lengua de su admirado Hugo. La fiereza de la revolución, y su exuberancia emocional, tenían que relatarse como la vida nueva que buscaba. Con el Diario de Campaña [sic] creó una escuela literaria en esa forma.»

​Si cupiese decir que la «gramática política preferida» de José Martí fue la república—que citó seis veces durante el discurso en el Liceo de Tampa antes referido y que provocó la carta injuriosa de Enrique Collazo—, habría también que recordar que al menos en la carta que Martí escribe en respuesta a Collazo utiliza quince veces la palabra «revolución» o «revolucionario» y ni una sola vez la palabra «república». Ello no niega que en el discurso de José Martí la idea de la república haya sido piedra de toque y horizonte de su pensamiento político. Recordemos que no llamó al Partido que fundara para llevar adelante la «guerra necesaria», partido republicano o demócrata sino partido revolucionario, cuyo objetivo era desatar «la guerra que se ha[bría] de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar al país la patria libre». Parece, eso sí, que en su muy particular «gramática política» hace la distinción entre «país» y «patria». El país son para José Martí las geografías locales, el ámbito que crea el lenguaje y sus entonaciones, el depósito material que conforman la naturaleza, la flora y la fauna —de ahí que su Diario de campaña, en el cual apenas se alude a otra batalla que la del hombre consigo mismo, sea escritura en la que se registran, en trazo rápido y minucioso, el paraje y la mirada: «Cae la noche, vela de ceras (…) me cuelga el General mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de Taveras»[18]—, mientras que patria alude a geografías, ámbitos y sedimentos entretejidos por enlaces continuos e invisibles[19], inefables: «A la patria, más que palabras»[20]. De las lecturas y apropiaciones de la vida y la obra de José Martí distingo aquellas que se apartan de la retórica academizante y del simplismo amanerado —distingo las que son agradecidas, aquellas que, con gesto mesurado y palabra digna, detienen su mirada en el hombre, no en su sombra.

Notas:

[1] El título de este artículo procede de José Martí, Diario de campaña. La cita se encuentra al final de la última entrada del diario, correspondiente al 17 de mayo de 1895, un día y pocas horas antes de la caída en combate de José Martí en Dos Ríos: “Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre,—y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo.” Véase la versión digital de la edición crítica del Diario de campaña de José Martí en https://www.patrias-actosyletras.com/de-cabo-haitiano-a-dos-rios.

[2] El artículo de marras se puede consultar también en el blog personal de Julio César Guanche. Véase «José Martí, hierro y fiebre», Blog La Cosa. Democracia. Socialismo. República. Disponible en: https://jcguanche.wordpress.com/2020/02/02/jose-marti-hierro-y-fiebre/.

[3] Yanko Moyano, “Martí era sagrado”, El estornudo, 29 de enero de 2020. Disponible en https://www.revistaelestornudo.com/jose-marti-cuba-simbolos/.

[4] Ibidem.

[5] José Lezama Lima, «Señales: La otra desintegración», Orígenes, No. 21 (1949), p. 60.

[6] Véase, a ese propósito, Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, Paidós Ibérica, 2005.

[7] Zygmunt Bauman, La modernidad líquida,  Fondo de Cultura Económica, 2004. Disponible en: https://catedraepistemologia.files.wordpress.com/2009/05/modernidad-liquida.pdf.

[8] Guanche, cit.

[9] José Martí, «Bases del Partido Revolucionario Cubano». Disponible en: http://congresopcc.cip.cu/wp-content/uploads/2011/02/bases-y-estatutos-PRC.pdf. Quizás en esa vocación y voluntad de José Martí de incluir siempre al mayor número posible de sujetos en la empresa revolucionaria hacia una república “con todos y para el bien de todos” pueda estar la raíz de ese malentendido respecto del Mejor de nosotros como comodín de todos los cubanos. Cabe recordar que no hay demagogia en esa vocación y voluntad, sino sentido de lo necesario político, como tampoco hay dejación de esa vocación y voluntad en la conciencia agudísima y agónica, rastreable y testimoniada en José Martí, de que no todos estaban movidos por todos y por el bien de todos.

[10] Guanche, cit.

[11] Veáse, de Alan Badiou, La hipótesis comunista, New Left Review 49 (español), marzo-abril de 2008, pp. 27-38, en que se ofrece un marco de referencia histórico y conceptual desde el cual evaluar el momento político que estamos viviendo, no sólo después de la desaparición de la URSS y del campo socialista, sino también de la Gran Recesión de 2008. Disponible en: http://www.lugaradudas.org/archivo/publicaciones/fotocopioteca/06_miguel_lopez.pdf.

[12] Para una rápida y accesible mirada al asunto, véase https://www.binance.vision/es/economics/the-2008-financial-crisis-explained.

[13] Véase, respectivamente, https://en.wikipedia.org/wiki/Emergency_Economic_Stabilization_Act_of_2008 y https://www.thebalance.com/2009-financial-crisis-bailouts-3305539.

[14] Véase http://www.granma.cu/cuba/2020-01-08/arrestan-a-autores-de-hechos-vandalicos-contra-bustos-de-jose-marti-08-01-2020-19-01-04.

[15] Se puede consultar aquí: https://www.latinamericanstudies.org/book/A_pie_y_descalzo.pdf.

[16] Lourdes Ileana Díaz Domínguez, Gretching Fátima Fernández Hernández y Lien Hernández Vázquez, “Cartas de José Martí a José Dolores Poyo y Enrique Collazo: discurso humanista y patriótico”, en: Atenas, vol. 1, núm. 37, 2017, Universidad de Matanzas Camilo Cienfuegos, Cuba. Consultado en https://www.redalyc.org/jatsRepo/4780/478055147008/478055147008.pdf.

[17] Guanche, cit.

[18] José Martí, Diario de campaña.

[19] “Del semillero de las tumbas levántase impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal (…) la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos; la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos e invisibles, se va tejiendo el alma de la patria.» Véase el discurso pronunciado por José Martí en Tampa el 27 de noviembre de 1891

[20] José Martí, Diario de campaña.

Fuente: https://www.patrias-actosyletras.com/humberto-t-fdez-sobre-guanche