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Estados Unidos: El juego de las prioridades

Fuentes: Rebelión

La portavoz de la Casa Blanca Jen Psaki declaró a inicios de marzo pasado que, de momento, “un cambio de postura sobre Cuba no está actualmente entre las prioridades del presidente Joe Biden”.

La afirmación ha llamado la atención a funcionarios y analistas en ambos extremos del estrecho de La Florida, máxime teniendo en cuenta tres antecedentes muy cercanos a esa declaración:

1-Sólo una semana antes, un grupo de ochenta congresistas demócratas le remitieron una carta al nuevo gobernante solicitándole un cambio hacia las “crueles” políticas y restricciones impuestas desde Washington hacia la isla hace durante la anterior administración de Donald Trump.

2-Aún varias semanas antes, Biden ordenó una revisión de las políticas de Trump hacia Cuba, lo cual creó expectativas sobre nuevos aires de mejoramiento luego del deterioro sufrido por los nexos entre La Habana y Washington, durante los cuatro años de gobierno de Donald Trump.

3-Pero antes aún, durante su campaña electoral, el aspirante demócrata a la presidencia de 78 años, había prometido revisar las 240 sanciones “trumpistas” contra Cuba.

Muchos analistas vieron en ello atisbos de que el político oriundo de Scranton, Pensilvania, acaso pretendería retomar la senda del ex presidente Barack Obama en las relaciones con la Isla, una etapa en la que Cuba y Estados Unidos adoptaron 22 acuerdos en diferentes esferas, algo inédito en las relaciones bilaterales entre ambos países.

Pero si vamos al tradicional quehacer de los once gobernantes norteamericanos que han ejercido su mandato bajo la etapa revolucionaria en Cuba, se puede ver fácilmente que esta nación caribeña ha sido prioridad declarada de la política de la Casa Blanca sólo para dos de ellos; uno fue Dwight Eisenhower, al final de su mandato en 1959, cuando trató a toda costa de evitar el triunfo de la Revolución y al fracasar en el intento, en contubernio con la Agencia Central de Inteligencia, comenzó a organizar una brigada de asalto mercenaria para derrocar al joven gobierno encabezado por Fidel Castro, un nuevo esfuerzo que culminó en el fracaso de Bahía de Cochinos el 19 de abril de 1961.

El otro fue John F. Kennedy, quien tuvo como prioridad inicial de su mandato en 1960, culminar los preparativos de esa fuerza integrada por soldados de fortuna y lanzarla contra Cuba el 16 de abril de 1961. Tras el fracaso de ese intento, comenzó a preparar la Operación Mangosta destinada a la subversión total contra el gobierno cubano, lo cual debería culminar con una invasión a la Isla por parte de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos.

El 3 de febrero de 1962, el mandatario firmaría la Orden Ejecutiva 3447 que oficializó el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba y del 15 al 28 de octubre de ese año, tendría lugar la crisis de los misiles durante la cual las tensiones entre Cuba y Estados Unidos involucraron también a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los manejos del desencuentro, llegaron a poner al mundo al borde de una confrontación nuclear.

A partir de la era Kennedy, el entramado de medidas y acciones de Estados Unidos ha sufrido una tenebrosa metamorfosis siempre tendiente al refinamiento en su quehacer anticubano.

El 23 de octubre de 1992, en plena campaña electoral, George Bush padre, firmó la Ley Toricelli con el propósito entre otros, de ganarse al electorado de la Florida. El engendro legal llegó con el objetivo fundamental de aislar totalmente a Cuba del entorno económico internacional y hacer colapsar su economía.

Esta “creación” legislativa inició las pretensiones extraterritoriales de Estados Unidos en su diferendo con Cuba en tanto involucra y afecta a naciones que tengan o pretendan iniciar nexos comerciales con la Mayor de las Antillas. Es así que constituyen un atentado contra las normas internacionales que rigen la libertad de comercio y navegación e irrespetan la soberanía de terceros estados.

Más tarde, el presidente demócrata Bill Clinton, firmaría la Ley Helms-Burton, proyecto legislativo nombrado oficialmente “Ley para la libertad y la solidaridad democrática cubana», que contempla la internacionalización del bloqueo.

Exactamente el texto legal contempla la negativa de créditos y ayuda financiera a países y organizaciones que favorezcan o promuevan la cooperación con Cuba, esquema dirigido a dificultar o evitar totalmente la inversión extranjera en la Isla.

Todos esos pasos han devenido todo un sistema de accionar permanente contra La Habana.

Finalmente durante sus ocho años de gestión presidencial, Donald Trump se encargó de perfeccionar el engendro anticubano, dándole los toques más diabólicos.

Cuba, realmente no ha sido prioridad para ninguno de los gobernantes que siguieron al dúo Kennedy-Eisenhower porque no les ha sido necesario. La infernal maquinaria anticubana funciona sola. Cada gestión, cada paso de la Mayor Isla Caribeña en materia económica, comercial o financiera es anticipado, escudriñado y obstaculizado buscando lograr su fracaso.

Para la actual administración norteamericana, Cuba no puede ser prioridad pues disímiles desafíos internacionales y domésticos le roban el sueño y parecen encabezar su agenda de urgencias.

Los retos de política exterior incluyen explorar un regreso al acuerdo nuclear con Irán, buscar progreso entre Israel y Palestina, y encarar el fantasma de las supuestas amenazas por parte de China y Rusia.

Se añaden cuestiones tan candentes en el plano interno como la creciente brutalidad policial contra los afrodescendientes; las continuas masacres producidas por tiroteos, que ponen sobre la mesa nuevamente la necesidad del control de armas, tema demasiado espinoso al chocar contra los intereses de oponentes tan influyentes y millonarios como la Asociación del Rifle y también debe atender el auge logrado en la “era Trump” por los llamados “grupos de odio” que protagonizaron el asalto al Capitolio el 6 de enero del actual año y se erigen, más que nunca, como una amenaza al establishment.

En tanto Joe Biden diluye su accionar en otros rumbos, Cuba mantiene su ritmo de acción enfrascada en sus propias prioridades sin esperar nada por ahora. ¿Cuándo soplarán aires más favorables en las relaciones Cuba-Estados Unidos? Imposible saberlo.

Mientras, la maquinaria que pretende la mayor suma de daño posible contra la economía cubana, la mayor cuantía de sufrimiento para su pueblo y en lo relativo a sus designios el más completo sometimiento, no deja de funcionar, no se da respiro en tratar de moler, triturar y pulverizar, las esperanzas y esfuerzos de su pueblo.

Biden, como cualquier otro presidente norteamericano más y el duodécimo bajo la era revolucionaria en Cuba, aún no hace nada en favor de un cambio de las cosas con relación a ésta. El archipiélago caribeño no entra por ahora en el juego de las prioridades.