Que el Primer Mundo está habitado por un elevado número de arrogantes individuos es algo que se cae de la mata; hasta aquí nada nuevo. La novedad, si se puede calificar como tal, reside en que no poca cantidad de esas personas pertenecen a la izquierda que yo nunca entrecomillo, porque izquierda la considero; y […]
Que el Primer Mundo está habitado por un elevado número de arrogantes individuos es algo que se cae de la mata; hasta aquí nada nuevo. La novedad, si se puede calificar como tal, reside en que no poca cantidad de esas personas pertenecen a la izquierda que yo nunca entrecomillo, porque izquierda la considero; y he aquí la gravedad del caso.
Tenemos un ejemplo muy reciente y claro. Todos sabemos que en Cuba su gobierno ha realizado unos cuantos cambios, y que el compañero Fidel calificó a dos de los sustituidos, sin nombrarlos, de indignos.
Las reacciones no se hicieron esperar -los calificados de indignos eran dos personas bastante relevantes y carismáticas dentro de la Revolución; si los «indignos» hubieran sido cualquiera de los otros sustituidos, probablemente, desde el exterior, no se hubiera montado tanto revolico-. Lo curioso del caso es que en esta ocasión al gobierno cubano -y especialmente al compañero Fidel- las mayores críticas les han llovido desde no pocos autodenominados amigos de Cuba.
No pongo en duda de que éstos realmente lo sean -algunos, no todos-, pero lo que sí llama poderosamente la atención es el elevado tono de las críticas desatadas contra el gobierno que, al parecer, siempre han defendido.
Un dato muy significativo es que casi todos inician las críticas ensalzando a la Revolución cubana o al propio Fidel para, luego, aclarada su postura respecto al proceso cubano y a su máximo líder -no vaya nadie a pensar que son contrarrevolucionarios-, arremeter contra la dirección de la misma, especialmente, insisto, contra el Comandante. Una estrategia poco original, sin duda, por demasiado manida o recurrida; y además si la crítica es sana y constructiva, y por sus comportamientos habituales todos sabemos que son amigos de Cuba, ¿para qué tanta palabra previa antes de apretar el gatillo?
En sus críticas, algunos insisten en que es poco menos que imposible que los llamados indignos hayan cometido falta alguna, para, al parecer, recibir tan insultante trato y castigo. Como si aquellos dos no fuesen humanos y, por ende, estuviesen exentos de cometer errores de importancia que, obviamente, yo tampoco sé si han cometido. A otros lo que les ha molestado es que no ha habido explicaciones por parte del Gobierno cubano ni de Fidel -es probable que hasta estos dos individuos estén agradecidos de que el Comandante no se haya alargado un poco más en su reflexión-. Y se arrogan el derecho a pedir esas explicaciones en nombre de todos los amigos de Cuba -ejercicio de extrema soberbia, sin duda-, y, lo que es mucho más grave, de todos los habitantes de la Isla.
Casi nada. Cuando en no pocas ocasiones los gobiernos y la prensa reaccionaria han tratado de desacreditar a la Revolución, más de uno de los que ahora han vertido sus críticas han salido al paso en defensa de Cuba revolucionaria; y casi siempre han concluido sus defensas con algo parecido a que son únicamente los cubanos los que deben decidir sobre sus políticas internas, sobre su futuro. Receta que, curiosamente, en esta ocasión no se han aplicado a ellos mismos.
Como la mayor parte de las críticas que hago alusión parten del Estado español, haré un breve comentario sobre su izquierda. En este engendro que llamamos España la izquierda institucional está prácticamente desaparecida, más bien es un cadáver en avanzado estado de descomposición que, en vano, sus dirigentes tratan de resucitar. En cuanto a la otra izquierda, la que por uno u otro motivo no participa en las instituciones, no creo que esté muy extendida -ya quisiera estar equivocado-, y lo que es peor, por dispersa, está igualmente desarticulada. En resumen, ese es actual panorama de la izquierda sin entrecomillar en el Estado español; ¡y todo eso después de treinta años de «democracia»!
¿Por qué se habla, pues, con tanta facilidad en nombre de los cubanos y cubanas desde este lugar del mundo? ¿Acaso no son ellos lo suficientemente inteligentes para realizar sus críticas si realmente las consideran necesarias? ¿O es que acaso están reprimidos y necesitan voceros externos porque en su casa no se les permite abrir la boca? Puedo entender que la reacción quiera «aconsejar» al pueblo cubano, pero la izquierda no entrecomillada de cualquier parte del mundo… ¿tiene en verdad consejos que ofrecerles? Sinceramente, creo que muy pocos… o ninguno.
Desde fuera de la Isla se tiende a subestimar el nivel de cultura política de los cubanos. Quienes así piensan se olvidan de que la cubana es una población altamente alfabetizada; con niveles de acceso a la instrucción escolar muy altos y por encima de los nueve años como promedio; que ha conocido la URSS, Europa Oriental y África mejor que ningún otro pueblo de este hemisferio; que, como conjunto, ha leído más libros y visto más películas «diversas» que el resto de la región; que está acostumbrada a atender intensamente a lo que está pasando en el mundo; y a discutir de todo, desde el béisbol hasta los proyectos de ley que aprobará la Asamblea Nacional. […] Sin embargo, se le atribuye a este pueblo una extraña incapacidad para pensar con su cabeza, una absurda ineptitud para decidir por sí mismo lo que más le conviene y una desesperada necesidad de redención tutelar. [1]
Cuba es un país bloqueado y pertenece a lo que llamamos Tercer Mundo, pero ampliamente capacitado para discernir entre lo que le que conviene y no le conviene. Cuba vive en Revolución desde hace más de 50 años, y lo hace sin el permiso del imperialismo yanqui y europeo; algo que para los rojos del Estado español hoy todavía es una quimera.
No me voy a extender con el impresionante listado de los logros alcanzados por el pueblo cubano, porque la gente a la que fundamentalmente va dirigida esta nota lo conoce más que de sobra.
Esta evidencia no impide, sin embargo, que el «alumnado» trate a menudo de impartir clases a los «maestros». ¿Será que tanto amigos como enemigos se olvidan con demasiada facilidad que, desde el primero de enero de 1899, Cuba ya no es colonia española?
La arrogancia es un mal curable, pero, al parecer, su corrección es una meta harto difícil de alcanzar. No pongo en duda la buena intención de las críticas vertidas durante todos estos días por los diferentes amigos de Cuba. Pero lo que no se puede negar es que hasta la gente más válida de este lado del Atlántico apesta, en no pocas ocasiones, a estúpida soberbia primermundista.
[1] Rafael Hernández. Mirar a Cuba. Ensayos sobre cultura y sociedad civil (Editorial Letras cubanas, La Habana, 1999)