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ETA, 50 años de conflicto político

Fuentes: En lucha / En lluita

Tras 50 años de la creación de ETA, la lucha por el derecho a la autoderminación continúa adelante. Mientras la izquierda abertzale impulsa un paso adelante que supere la lucha armada, el Estado español sigue afrontando el conflicto mediante la represión policial y judicial que obvian las profundas raíces políticas de la realidad vasca. A […]

Tras 50 años de la creación de ETA, la lucha por el derecho a la autoderminación continúa adelante. Mientras la izquierda abertzale impulsa un paso adelante que supere la lucha armada, el Estado español sigue afrontando el conflicto mediante la represión policial y judicial que obvian las profundas raíces políticas de la realidad vasca.

A pesar de lo dicho por la misma organización armada en su 50 aniversario, aquel grupo surgido de una escisión en las juventudes del PNV que en 1959 adoptó el nombre de Euskadi Ta Askatasuna (Euskadi y libertad) poco tenía que ver en su orientación política con la ETA de hoy día; ni siquiera con la ETA de pocos años después. El nacimiento de esta organización estaba vinculado, por un lado, a la pasividad y acomodamiento del PNV y parte de su base social a las condiciones de la dictadura franquista. Por otra parte, no puede disociarse el surgimiento de ETA y su posterior evolución de los cambios sociales vividos en Euskadi y el resto del Estado español desde los años 50, así como de las luchas de liberación nacional surgidas en el contexto internacional.

Orígenes

Al calor de la huelga general de 1951 -en la que participó el PNV- y la posterior represión que conllevó, un grupo de estudiantes de la Universidad de Bilbao fundó en 1954 el grupo nacionalista Ekin. A pesar de la crítica de este grupo de jóvenes al PNV por su pasividad y su acción exclusivamente cultural, entre 1955 y 1956 Ekin se fusionó con Eusko Gaztedi (EGI), las juventudes del PNV. El grupo Ekin, en sus inicios, compartía con el PNV ciertas ideas chauvinistas -con planteamientos despectivos hacia los inmigrantes como causa del peligro para la propia existencia del pueblo vasco- y era partidario de la independencia más que de la autonomía. Pero la postura ofrecida por el PNV -apoyada en la exaltación de un pasado idílico pre-industrial y en los fueros como prueba de la existencia ancestral y superioridad del pueblo vasco- ofrecía muy poca ayuda para la orientación política en la Euskadi industrial de los años 50 y principios de los 60. El grupo Ekin se escindió entonces de EGI y comenzó a buscar una orientación propia, tras adoptar el nombre de ETA.

Desde sus inicios, el grupo precursor de ETA teorizó sobre la necesidad de la lucha armada. Posteriormente, se realizaron intentos de dar un sostén teórico más sólido a este planteamiento donde destaca el libro Vasconia, editado en Buenos Aires en 1962. En parte, la necesidad de la lucha armada se inspiraba en los procesos de liberación nacional en el Tercer Mundo. Esta visión estaba alimentada en un inicio por la interpretación de que Euskadi era una colonia del imperialismo español. La teorización inicial de la lucha armada se apoyaba en la espiral acción-represión-acción, fundamentaba en que cada acción de la vanguardia armada acarrearía acciones represivas por parte del Estado español sobre la población vasca y esto, a su vez, conllevaría un crecimiento del apoyo y la solidaridad con la lucha armada. El fin teórico de este planteamiento conduciría en última instancia a la formación de un ejército popular. Pero este ejército popular de vascos nunca llegó a formarse, y la acción de las diferentes ETAs, aunque con la ayuda de muchos simpatizantes y gran apoyo popular, siempre estarían restringidas a una minoría. A pesar de que todas las facciones de ETA incidieron siempre en la necesidad de un movimiento de masas, a partir de 1967 la violencia se convirtió en el rasgo definitorio de ETA, y no sólo una de sus actividades.

En 1961, ETA realizó su primera acción armada -el intento de descarrilamiento de un tren cargado de veteranos franquistas- que acarreó una enorme represión y la huída de muchos de sus pocos miembros al exilio. Tras sus dos primeras asambleas en 1962 y 1963, ETA fue distanciándose cada vez más del nacionalismo chauvinista y reaccionario del PNV. En torno a la posición hacia los trabajadores inmigrantes surgieron las primeras divergencias en el seno de la organización. A lo largo de 1964 y 1965, Zutik -la publicación central de ETA- comenzó a exponer artículos en los que se solidarizaba con aquéllos que se veían forzados a abandonar sus hogares y emigrar, buscando una vida mejor. El progresivo desarrollo de la solidaridad con los inmigrantes conllevó, cada vez de forma más clara, la adopción de ideas socialistas. Los ejemplos de la revolución cubana, la lucha anticolonial en Argelia y, más tarde, la resistencia vietnamita, ofrecían a su vez un puente aparente entre las ideas socialistas y nacionalistas. Como veremos, son dos los planos, íntimamente relacionados, los que desde entonces y hasta los años 70 dividieron a la organización.

Nacionalismo o marxismo: lucha armada o acción política.

La base social de ETA y su reclutamiento estuvieron siempre vinculados a las poblaciones de carácter rural, donde la dominancia de la estructura productiva poco tenía que ver con los centros industriales, que eran la base teórica de acción del socialismo marxista. Una adopción explícita de las ideas socialistas les alejaba de la base social tradicional del nacionalismo vasco y, por supuesto, del PNV, cuyos apoyos residían esencialmente en la pequeña burguesía étnicamente vasca.

El segundo plano de división, estrechamente vinculado al conflicto entre nacionalismo y marxismo, se producía en torno a la estructura organizativa de ETA. La adopción del socialismo como base general de orientación política a partir de su IV Asamblea en el verano de 1965 reflejaba el desarrollo de la idea de que la acción de la clase trabajadora, a través de la movilización de masas, era una pieza clave junto con la lucha armada- para alcanzar la liberación de los vascos y una sociedad socialista. Era consecuente, por tanto, el que ETA desarrollara una acción política dirigida a la movilización de masas. Pero la lucha armada era difícilmente combinable con la acción política pública o semipública. En torno a esta cuestión se produjeron gran cantidad de tensiones, enfrentamientos y, finalmente, escisiones en el seno de ETA.

Escisiones y cambios

En 1967 se produjo la primera escisión de ETA, ETA-Berri, en base a un distanciamiento radical respecto a quienes veían en la lucha obrera un alejamiento progresivo del nacionalismo y una infiltración de las ideas de la izquierda española. ETA-Berri acabaría efectivamente formando un grupo maoísta (el MCE) junto con otras organizaciones del Estado español. En 1970, en un proceso análogo, ETA volvió a dividirse en su VI Asamblea, entre ETA-V y ETA-VI. Este proceso merece una mención aparte.

El papel central de la lucha de los trabajadores en la oposición antifranquista condujo, tras la salida de ETA-Berri, al planteamiento de una estrategia que vinculara la lucha armada con la construcción de un partido marxista-leninista dedicado a impulsar la acción de masas. Ello implicaba la organización simultánea de comandos encargados de la acción armada, junto a otra sección de la militancia de ETA, que realizara un trabajo sindical y de agitación política en las empresas. ETA realizó considerables avances en este último campo, llegando a tener núcleos importantes de militantes obreros en algunos centros industriales de Bilbao. Tras la muerte de Txabi Etxebarrieta en 1968 -el primer militante de ETA asesinado por la Guardia Civil-, la organización había alcanzado un apoyo social y una popularidad sin precedentes. Etxebarrieta era un destacado miembro de la dirección de ETA y activista de CCOO.

Sin embargo, la estructura de doble actividad de ETA -armada y pública- era insostenible. Las tensiones en torno a la subordinación de la lucha armada a objetivos políticos ocasionó la salida de ETA-V en 1970. Ésta apostaba por una dominancia de la lucha armada frente a la política en lo práctico, y el retorno a un nacionalismo más puro en lo ideológico, sin abandonar ciertas posiciones socialistas. Tras esta escisión, se produjeron las movilizaciones en torno al Proceso de Burgos, un hito en la historia de ETA. En ese proceso, un tribunal militar juzgó a 16 activistas de ETA, acusados del asesinato del torturador Melitón Manzanas y otras acciones. La solidaridad abarcada en todo el Estado con los militantes de ETA no sólo debilitó al régimen que acabó conmutando las seis penas de muerte por cadenas perpetuas-, sino que también contribuyó de forma determinante a ampliar la base de la oposición antifranquista, movilizando y organizando a gente que hasta entonces había permanecido al margen de la lucha. Tras esos sucesos, ETA-VI -con el apoyo de los héroes de Burgos y la mayoría de los presos-, emprendió el camino de la transformación definitiva en una organización marxista revolucionaria, rebajando en consecuencia la importancia de la lucha armada y favoreciendo la acción de masas. A los pocos años, ETA-VI se fusionó con un grupo revolucionario marxista del Estado español, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) -perteneciente a la trotskista IV Internacional.

ETA-V -en un principio la minoría de ETA tras la ruptura de 1970 emprendió una recuperación que la hizo recobrar la legitimidad como única ETA, heredera de la original. Aun así, volvió a dividirse en 1974, por razones muy parecidas a las de anteriores ocasiones.

El asesinato de Carrero Blanco a finales de 1973 y la primera matanza de civiles achacada a ETA en la cafetería Ronaldo de Madrid de turbia autoría- acabarían ocasionando una ola de represión que se cebó especialmente con el sector político de ETA, mucho más vulnerable que el aparato militar. En consecuencia, cristalizó organizativamente la división en dos de ETA-M (militar) y ETA-PM (político militar). Durante un tiempo, ETA-PM fue la referencia del independentismo vasco, quedando ETA-M en una posición minoritaria. Pero con los años, ETA-PM fue decayendo y estuvo muy cerca de la extinción con el intento fallido de golpe de Estado de febrero de 1981, tras el cual comenzó su desintegración. En los años 80, ETA-M se convirtió en el único referente de la lucha armada para la izquierda independentista, hasta hoy día.

Las organizaciones políticas

A mitad de los años 70, el problema táctico de la combinación de la lucha armada con el trabajo político bajo el mando de una misma organización se había demostrado irresoluble. ETA-PM intentó mantener una estructura de dos organizaciones independientes, a través de la formación de Euskal Iraultzarako Alderdia (EIA): una dedicada a la lucha armada y la otra al trabajo político, pero ambas con una orientación estratégica común. Los lazos entre ambas organizaciones se hicieron cada vez más insostenibles, a medida que EIA -a través de su trabajo en el Congreso de Madrid y en el Parlamento Vasco- iba aceptando las limitaciones de la España constitucional y orientándose cada vez más hacía la derecha y a favor de una formación puramente parlamentaria.

En 1975, ETA-M decidió limitarse a las acciones militares, dejando al margen otro tipo de trabajo. Esto no implicaba que la dirección de ETA-M no considerase necesaria la organización de la actividad política de la izquierda abertzale bajo algún tipo de formación. Así, en 1977 se impulsó a través de la Mesa de Altsasu el diálogo entre la mayor parte de las organizaciones políticas de la izquierda abertzale, para constituir en 1978 la coalición electoral Herri Batasuna (HB). Mientras ETA-PM apoyó a su filial política EIA, ETA-M otorgó su respaldo a HB, mucho más crítica e intransigente. Al contrario que EIA, Herri Batasuna se apoyó desde entonces en una estrategia de movilización continua, esencialmente en torno a la cuestión nacional y los presos políticos, pero también respecto a luchas sociales y ambientales. Poco a poco, HB fue evolucionando mucho más allá de una coalición electoral para convertirse en el único referente político de la izquierda abertzale. El apoyo en las urnas de esta formación fue creciente hasta finales de los ’90, reflejando en cierto modo la simpatía de todas las personas que se habían sentido defraudadas con la evolución de la nueva democracia y su aproximación represiva a las demandas de independencia.

Tras la oleada represiva y de criminalización abierta con la ruptura del proceso de Lizarra en 1998, HB tras el estallido de la coalición Euskal Herritarrok- se transformó en Batasuna, sobre la que ha recaído, sin lugar a dudas, el recorte de derechos políticos más preocupante de la historia de la democracia en Europa.

Avanzar en busca de una solución

La violencia ejercida por ETA -en muchos casos de enorme crueldad y perjudicial para la estrategia política general del independentismo- ha conseguido perpetuarse y sostener un apoyo popular importante gracias a la monumental violencia ejercida a su vez por el Estado español, antes y después de la muerte de Franco. No ha habido gobierno desde entonces que no haya declarado en repetidas ocasiones que la solución al problema en Euskadi es puramente policial, y que el fin de ETA está cerca. Sin embargo, el Estado español ha sido incapaz de realizar ningún avance en el plano político, a pesar de que una mayoría social de Euskal Herria así lo ha demandado una y otra vez de forma democrática.

La capacidad de regeneración de la izquierda abertzale, tanto en su vertiente armada como política, es una muestra de las hondas raíces sobre las que está asentada el conflicto. Sin embargo, también es cierto que la estrategia de lucha armada de ETA ha acabado conduciendo a un callejón sin salida. Desde los años 80, la izquierda abertzale cuenta con un apoyo social y una capacidad de movilización única en toda Europa. Ha conseguido que el panorama político de Euskal Herria vire hacia la izquierda en multitud de cuestiones, influyendo incluso sobre el carácter reaccionario del PNV a favor de la modernización de sus posiciones, especialmente en asuntos sociales.

Hoy es necesario y urgente un cambio de estrategia, para superar la actual etapa de bloqueo del conflicto y apartheid político en el que vive la izquierda abertzale. Hace falta un reagrupamiento de fuerzas a la izquierda del PNV, que combine las demandas sobre el derecho a decidir con una base política más claramente de clase. La conformación de un bloque soberanista que incluya al PNV no permitirá avanzar en este sentido, ya que este partido ha demostrado que sólo le interesa el mantenimiento de su propio estatus como regidor de la vida política vasca, y se atiene a razones con el resto de fuerzas abertzales sólo cuando ve peligrar su legitimidad como principal motor del avance de la construcción nacional. Fuera de esta situación, ha estado siempre dispuesto a pactar y aprovecharse de la estrategia represiva del Estado central.

En cualquier caso, habrá que estar atentos a la nueva iniciativa política que la izquierda abertzale lanzó a mediados de noviembre. Esta propuesta se apoya en la experiencia adquirida en los últimos años de represión de la que la detención y los registros de miembros de Segi, y otros miembros de la izquierda abertzale, a finales de noviembre es la expresión más reciente, y parece buscar una nueva configuración de fuerzas soberanistas. A esta iniciativa se suma la manifestación en Donostia el pasado octubre para mostrar que existe la posibilidad de un cambio de escenario en Euskal Herria, donde el planteamiento estratégico de la lucha armada puede estar cuestionándose definitivamente.

Puedes encontrar una versión más extendida de este artículo en www.enlucha.org