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Ética y estética de la condena de ETA

Fuentes: Rebelión

Si un servidor tuviera cierto predicamento entre la autodenominada izquierda abertzale oficial, propondría que en el seno de las diversas estructuras de ANV se condenase sin paliativos la violencia de ETA. No es una broma. Tampoco una sobreabundancia ideológica. Ni tan siquiera un juego grosero de despiste. Es, sería, la prueba del algodón para evidenciar […]

Si un servidor tuviera cierto predicamento entre la autodenominada izquierda abertzale oficial, propondría que en el seno de las diversas estructuras de ANV se condenase sin paliativos la violencia de ETA. No es una broma. Tampoco una sobreabundancia ideológica. Ni tan siquiera un juego grosero de despiste. Es, sería, la prueba del algodón para evidenciar la perversidad del discurso políticamente correcto, para comprobar la ineficacia de ciertas estrategias políticas a uno y otro lado del llamado conflicto político vasco. Y lo propondría con luz y taquígrafos y en riguroso directo. Para que la máxima representación abertzale del momento dijese abiertamente que condenaba la violencia de ETA, la de ahora y la que se prolongue hasta el Juicio Final. Ustedes se están imaginando que tal situación sería inconcebible. No van desencaminados. Pero imagínense que ocurre. Que la ficción se sobrepone a la infesta realidad. Y acontece porque ANV se fuerza a sí misma y, en un ejercicio de catarsis ideológica, se la juega, aun a riesgo de desafiar abiertamente a ETA. Se la juega además, colaborando con la política desplegada en torno a esa idea-estrategia de la condena ética como requisito imprescindible para que esa izquierda sea creíble y aceptada políticamente. Estoy convencido que el día después no pasaría absolutamente nada. Y que el Gobierno no cambiaría su posición de fondo respecto a la negociación necesaria, ni respecto a la situación política vasca. Y tampoco ANV se liberaría por ello de la presión jurídico-policial.

Y es que la condena que se pide a esa izquierda es más que ética. Ustedes renieguen de la violencia, le dicen. Háganlo ya, y verán como son bien recibidos en el reino de los justos. Pura estética. Pero lo que no les vamos a mostrar es nuestra agenda oculta, la del Estado con mayúsculas. Porque nuestros intereses políticos más íntimos no se conforman sólo con esa condena ética. Porque vamos más allá, exigimos la condena política de ETA. Y eso, sabemos que ustedes lo tienen difícil. Por el lastre de sus propias hipotecas históricas, por las dependencias estratégicas de ETA y por las directrices impuestas por ésta. Porque si hubo un tiempo en que ustedes, la izquierda abertzale, tuvieron la idea de romper amarras con ETA, hoy eso es inviable. A no ser que se produzca el temido cisma en el seno de la izquierda abertzale más radical. Y esa condena, esa ruptura, es la que la izquierda abertzale no se atreve, ni quiere hacer. Porque hacerlo supondría entregarse, renunciar al tutelaje, a la auténtica autonomía política, al salto al vacío de la responsabilidad de la gestión del propio presente. Porque eso sería interpretado como alta traición histórica, como una ruptura interna que lleva a la humillación y a la derrota. Pero hay más. Uno cree que el Estado y los grandes partidos tampoco están ya para grandes apuestas. Porque el gran pecado de ETA les sirve como coartada para comer caliente cada día. Y eso engancha. Y es que uno cree que hay algo en todo este perverso estado de zozobra que no interesa eliminar y que las posibles soluciones ya no despiertan entusiasmo alguno. Ello viene a confirmar la ley de la importancia creciente de las sobras: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye.

Pero además, hay algo en el corpus reflexivo de ANV que no encaja. Que no es fácil de digerir por la ciudadanía más crítica e incluso por la más aséptica. La no condena de la violencia de ETA por parte de ANV no se sustenta desde el punto de vista metaético. Pese a que ANV explique su dolor rechazando el término condena. Y es que detrás de la no condena no hay otra ética alternativa, ni paralela ni otra visión de la ética que justifique mirar para otro lado. Hay un blindaje político. O una ética política alejada de la moralidad consensuada. Y ese blindaje ético particular no se sostiene. Porque no se pueden tapar dos cabezas con una misma boina. Me explico. No se puede lamentar la muerte de Isaías Carrasco y no condenar abiertamente a quien lo ha ejecutado. Porque ello es una contradicción axiomática, además de un requiebro a la lógica auto impuesto para no encarar la verdad y la realidad. Incurre ANV en la misma contradicción cuando exige la condena de la práctica de las torturas y ella no se aplica ese mismo concepto ético de condena cuando la sociedad política le requiere la condena del asesinato. Y es que para ANV no es lo mismo una cosa que otra. Cierto. Se trata de dos niveles bien distintos. El ético y el político. ANV sabe que condenar éticamente el asesinato le lleva implícitamente a condenar políticamente a ETA. Es decir, desafiar abiertamente a quien le procura el corpus ideológico. Porque ello supone desatar un cisma de incalculables consecuencias. Por eso prefiere mantenerse en la contradicción negándola y columpiarse en el retruécano de la moralidad.

Pero vuelvo al principio. Si ANV condenara éticamente la violencia de ETA, a modo de farol, o de órdago a muerte al Estado para provocar su movimiento delatorio, no pasaría nada. Uno cree que no se produciría ningún movimiento estratégico de altura en el seno de las relaciones jurídicas entre esta organización y el Estado. Porque esa condena no le serviría al Estado para nada. A lo más, para una semana de eufóricas tertulias y editoriales rimbombantes. Nada más. Se evidenciaría así la perversidad de todo este carnaval dialéctico de las condenas encubiertas, simuladas, semiéticas y demás productos derivados de los últimos tiempos. Entre otras cosas porque ciertos partidos solo buscan la rentabilidad política del conflicto. Porque este conflicto es un negocio. Y cada uno lo aprovecha como puede. Porque se está utilizando la condena o las mociones de censura contra ANV como instrumentos de presión y tensión política de uso exclusivamente partidista por un lado, o como elementos propiciatorios del victimismo por otro. Y sé que entre una y otra posición hay diferencias. Pero cada uno debe gestionar su propia realidad e interpretar y reformatear los presentes que generan sus acciones y reacciones.

Insisto, si ANV condenara la violencia, tal y como le exige el poder mediático y el político, no pasaría nada. Porque el Estado, como supra entidad política, no se conformará sólo con la condena ética de ETA, aunque éste sea el mensaje fuerte que le interesa poner en circulación. Y, si bien insiste en ello porque ese es el mensaje que le dignifica como institución de valor ético, lo que realmente busca es la condena política. Porque esta es la importante. Porque esa es la que significaría la ruptura entre ANV y ETA. Porque eso sí generaría activos novedosos en el juego político. Porque detrás de ella, el Estado exigiría la rendición y la entrega de las armas y el perdón impuesto, sin reconocer que un perdón impuesto es una humillación encubierta. Algo por lo que nadie estaría dispuesto a pasar. Ni yo mismo. Y ese desafío estratégico serviría para evidenciar a unos y otros. A unos más que otros, cierto, pero certificaría hasta qué punto está enmarañado el conflicto y sus periferias, hasta qué punto las estrategias actuales no sirven o están contaminadas. Por ambos lados.

Las recientes mociones de censura contra ANV han probado la utilización sectaria de esta herramienta política en clave partidista. Porque las mociones no estaban fundamentadas en la ética del discurso. O en el discurso de la ética. En la agenda oculta de cada partido había otros intereses. Y eso ha reforzado las tesis de ANV respecto a su idea ética de la política de condenas y ha confirmado que, hoy por hoy, ANV no está dispuesta a renunciar a la tutela política y militar de ETA. Y esto puede ser éticamente reprobable, pero no políticamente condenable y mucho menos punible o judicializable. Finalmente, uno cree que la posición de ANV respecto a ETA viene a confirmar que si un día la izquierda abertzale apostó por la vía política, al margen de la presión de ETA para interferir en la solución del conflicto, hoy ETA no está dispuesta a cederle un estatuto de autonomía. Y ANV sabe que esta posición la estrangula civil, social, política y jurídicamente. Y este será uno de los grandes antagonismos futuros a tener en cuenta, más que el surgido entre nacionalistas o entre nacionalistas y socialistas. ETA no propiciará la autonomía de ANV porque esa autonomía significaría su propia sentencia de muerte. La única muerte que en realidad le preocupa.