Título: Colonias Los organizadores de la Semana Galega de Filosofía, un congreso anual promovido por el aula Castelao en Pontevedra, tuvieron el acierto y la anticipación de invitar -a principios de 2004- a un líder político muy poco conocido entonces en España por la opinión pública e ignorado por la opinión publicada de los grandes […]
Los organizadores de la Semana Galega de Filosofía, un congreso anual promovido por el aula Castelao en Pontevedra, tuvieron el acierto y la anticipación de invitar -a principios de 2004- a un líder político muy poco conocido entonces en España por la opinión pública e ignorado por la opinión publicada de los grandes medios. Algunos curiosos llevábamos algún tiempo siguiendo la arriesgada carrera política de Evo Morales en un país, Bolivia, asediado desde hace siglos por sucesivos conquistadores que sólo han cambiado de nombre y de formas de dominación. En ese mismo país mataron al Che otros conquistadores del Norte casi al mismo tiempo que yo nacía en una familia de clase media española, es decir, en una familia de esas que viven con unos lujos que un boliviano medio de hoy en día no puede ni imaginar. A la vez, ese boliviano medio (el boliviano medio está empobrecido de solemnidad) convive con un reducidísimo grupo de bolivianos de adopción temporal -léase ejecutivos de multinacionales de la energía y de extracción de otros productos del país andino- que tienen una calidad de vida infinitamente superior a la de un español medio.
Morales ofreció una charla y unas explicaciones tan simples sobre el reparto de la riqueza -es decir, democracia real- en su país que casi defrauda las expectativas de los asistentes, en su mayoría sesudos profesores de Filosofía y algún periodista curioso -más por curioso que por periodista, que a esta profesión nuestra se le murió el compromiso. Habló para un foro de privilegiados que a lo largo de su vida tuvieron -tuvimos- el derecho de la formación y, sobre todo, el derecho que tenemos muchos europeos de disponer de tiempo para dedicar nuestra formación a la abstracción y a la reflexión sobre lo que sucede a otras personas. Ya sé que en Europa hay desigualdades y abusos, pero hacer ahora comparaciones con Latinoamérica es una frivolidad. Desde que hice un viaje a Nicaragua hace unos quince años, he adoptado la costumbre de medir los países por los escaparates de sus farmacias: en las europeas sólo se anuncian gilipolleces de consumo masivo y de ocio que no sirven para nada relacionado con la salud.
Somos esclavos de nuestro contexto físico e histórico, por eso Evo parece tan simple para un europeo y, sin embargo, tan auténtico para la mayoría de sus vecinos. Evo Morales es uno de esos casos en los que la Historia aúpa a lo excepcional a aquellos que mantienen una aparente normalidad enmedio de la anormalidad generalizada, según lo que nosotros, desde cierta opulencia, entendemos como anormalidad.
[Hoy es vano, hasta simplón, argumentar en España que las mujeres tienen el mismo derecho a voto que los hombres, pero hace relativamente poco la mayoría de los/las españoles/as coincidían con los que hoy llaman fundamentalistas y que entonces arrollaron a las personas ‘normales’ que exigían igualdad de género]
América sabe mucho de personajes así, desde Bartolomé de las Casas a Toussaint L’Ouverture o Martí, que preconizaron cuestiones que hoy nos parecen tan simples como superadas pero que, en su tiempo, los tres fueron aplastados por la mayoría. España, la España oficial, no reconocerá nunca a De las Casas porque tendría que condenar a los miles de Hernán Cortés que hoy se disfrazan tras una multinacional. Los abusos que se hacían al amparo del imperio y de la cristianización -excusas de corsarios- se hacen hoy en día empleando de modo perverso palabras como democracia, un concepto muy particular de democracia al margen del sentido colectivo, de la conciencia de especie (1).
Hay en Bolivia un semanario, Energy Press, especializado en la industria de los hidrocarburos y dirigido a servir los intereses de las grandes compañías de la energía, que es muy ilustrador de cómo se introducen estas empresas en la vida pública y cómo se postulan por una aparente igualdad de derechos entre ellos y el resto de la ciudadanía de aquel país, como si ya estuviesen en igualdad de condiciones. Recomiendo leer los artículos editoriales de los últimos meses -el Estado, por supuesto, es incapaz de invertir y operar como una gran empresa que crea riqueza, dicen- porque son reveladores: no se presentan como poderosos sino como cualquier otro agente social preocupado por el país, como un humano, un miembro más de la democracia.
Hace unos días, una emisora española entrevistó al editor de Energy Press, Eduardo Mendizábal, para preguntar cuáles serían, a su juicio, los pasos que debe seguir Evo Morales desde el Gobierno. No dudo del convencimiento con el que habló el editor, pero eso es lo más preocupante. El periodista dijo que el nuevo presidente boliviano tiene que encontrar un punto de equilibrio entre los derechos de los pobres, la justicia social, y los intereses de las grandes compañías de hidrocarburos ¡un punto de equilibrio! En otras palabras: es como si a usted le entran en su casa unos ladrones y, tras ocupar la práctica totalidad de su vivienda, exigen negociar cómo han de repartir la casa con usted para una buena convivencia; todavía le acusarán de intransigente si no se aviene a negociar, a encontrar un ‘punto de equilibrio’. Todo esto, claro, tiene sentido para los que pensamos que la economía es una ciencia social, es decir, que el beneficio general precede al beneficio particular y el segundo sólo se puede obtener cuando se haya satisfecho el primero.
Esto sucede porque nos hemos viciado y refugiado -en España, en Bolivia y en cualquier parte- en palabras vacías de contenido que usamos para excusar la ausencia de principios. Me refiero al miedo a desmenuzar la palabra democracia, pervertida hasta tal punto que nadie discute ya que democracia es la libertad para que un rico pueda explotar a miles de pobres, asumiendo que la pobreza no es una circunstancia política sino una desgracia natural para el que la sufre. La batalla de las palabras demagógicas, como he comentado otras veces, la ganan siempre los poderosos y sus publicistas. Hay que hacer un esfuerzo por repensar la palabra democracia y decir sin ningún tipo de reparo que no existe democracia donde hay desigualdades extremas, por mucho que se vote todos los días. En las democracias más presuntuosas, los políticos de la ideología dominante -incluida la izquierda dominante- asumieron hace años el debate sobre cuál es el nivel de pobreza y exclusión asumible en sus sistemas. Discuten sobre porcentajes ‘razonables’, no sobre una igualdad mínima de oportunidades.
A la cabeza pero no solo, el gobierno de Estados Unidos, con sus peculiares definiciones de terrorismo y de liberalismo, gana una y otra vez la batalla de las palabras vacías ante la opinión pública. El mismo país que arrasó Latinoamérica colocando tiranos durante todo el pasado siglo -hoy, muertos mediante, ya lo reconoce todo el mundo- es el mismo que pretende examinar a Evo Morales de «comportamiento democrático». Las declaraciones de Condoleeza Rice poniendo al líder aymara bajo sospecha ‘porque sí’ son un insulto a la inteligencia que la opinión pública digiere escandalosamente bien, y eso es responsabilidad de todas las personas que se niegan a reflexionar sobre la veracidad de unas palabras a las que están usurpando el contenido y nadie se atreve a discutírselo.
Un buen amigo, el escritor chileno Edmundo Moure, dice que hay conversos que se adhieren como lapas a la palabra democracia. Para él, que ha escrito valientes y hermosos artículos contra los reconvertidos pinochetistas, lo mejor es «prodigarles un despreciativo silencio». Escribió estos días para consolar mis rabietas y recuerda que Latinoamérica está llena de conversos. Yo no sé, Edmundo, si el desprecio es suficiente.
Así funciona la maquinaria capaz de hacer que la opinión pública vea democracia donde hay desigualdades y acuse de lo contrario a los que hacen esfuerzos de justicia social. Le sucede a la propia Iglesia, cuya cúpula se niega siglo tras siglo a predicar con el ejemplo. No obstante, una buena parte de la población medianamente formada conoce la realidad social del mundo pero prefiere acomodarse en su pedacito del pastel para no arriesgarse a perderlo.
Con todo lo expuesto en las líneas anteriores (otro ejemplo más: llamar terroristas a los rebeldes iraquíes o «conferencia de donantes» a los países invasores) resulta imposible que un ciudadano de a pie se haga una idea clara de lo que ocurre en Bolivia. Así es muy difícil comprender lo lejos que está Evo Morales de representar posturas radicales en el gobierno de su país. Muy poco, o nada, se ha explicado de la cantidad de movimientos sociales, indigenistas y sindicales que están, por decirlo de modo explícito, muy a la izquierda de Morales y que probablemente se decepcionarán con su política económica, que dista mucho de la nacionalización de las compañías de hidrocarburos, que es lo que venden los grandes medios de comunicación españoles. Se puede estar en contra o a favor de Morales, pero ningún analista sensato puede negar la cantidad de movimientos sociales bolivianos que exigen al cocalero más firmeza de la que ha prometido, y esto es un síntoma de que el abuso sobre la población ha sido de una magnitud enorme.
El nuevo presidente boliviano es, más que el líder de un gran partido con aparato, el aglutinador de numerosas y diversas organizaciones unidas bajo las siglas del Movimiento al Socialismo (MAS), algunas de las cuales sólo tienen en común entre sí el hartazgo de largas décadas de abusos desde el exterior y de la enorme corrupción del país. Es posible que esto evite la burocratización del país pero también puede poner las cosas más fáciles a la oposición y a la presión política que desde el exterior ejercen las grandes compañías. Si Morales es capaz de apoyarse en estas organizaciones para vertebrar la dirección del país, tendrá la ocasión de hacer reformas profundas. Hugo Chávez, en Venezuela, lo ha tenido todavía más difícil por la falta de una red consolidada de organizaciones sociales y sindicatos de verdadera izquierda (excepto la UNT) y, sin embargo, ha hecho ya cambios importantes. Pero si analizamos en serio las reformas -lejos de la demagogia alarmista que difunden los grandes medios- hay que decir que Venezuela todavía está lejos de cambiar el modelo económico capitalista, si bien hay reformas sociales extraordinarias. A pesar de las acusaciones, Venezuela y Bolivia están muy lejos de iniciar o promover un proceso como el cubano de 1959 (a algunos nos parece el único medio para tratar de llegar a una sociedad más justa). En muchos casos se trata, simplemente, de que algunas compañías paguen los impuestos que les corresponden, pues algunas pagan por debajo de lo que se fiscaliza en otros países. No hay que olvidar que en 1996 se promulgó una ley que trampea la Constitución para alterar los derechos de propiedad sobre la riqueza del subsuelo y la fiscalización de la misma. Al cambiar la propiedad de la riqueza extraída, la tributación se aplica de modo arbitrario.
Nota:
(1): Llevo bastantes años con cierta obsesión sobre la conciencia de especie en el ser humano. A mí, esto me ha permitido construir mi propia teoría sobre el sentido colectivo de mis acciones. Es el principio de la moral y puede ser el precedente de la ideología, y es a lo máximo que aspiran mis dudas existenciales, pues mi fe y mis dudas empiezan y terminan en lo humano, no más allá. Sigo con fervor todo lo que se publica y se opina en relación con los primeros homínidos y los primeros hombres del planeta. En los últimos tiempos se ha puesto de moda un debate -hoy todavía es un debate, no una sentencia científica- sobre la convivencia, hace unos 30.000 años, entre el hombre moderno de quien descendemos todos los humanos del mundo (los cromagnones de entonces, negros y provenientes de África) y el neandertal (el primer europeo, de piel más blanca). La extinción del segundo es un episodio que me llena de una tristeza incontenible, me produce una enorme sensación de soledad. Hay quien dice -aunque con pocos argumentos- que fue este el primer exterminio provocado por la especie más destructiva de todos los tiempos: la nuestra. El imperialismo, el colonialismo y otras formas de dominación cultural o económica de hoy en día confirman que no hemos tomado mucha conciencia de nosotros mismos, por eso no tengo dudas de cómo hemos ignorado a nuestros primos del valle del Neander. Cuando pienso sobre la conciencia de especie hace 30.000 años, pienso en Bush. El antropólogo Carles Lalueza, que ha publicado un interesante libro sobre la relación genética del cromañón y el neandertal, se pregunta si los conquistadores españoles del siglo XVI tuvieron conciencia de que los nativos americanos eran tan humanos como ellos cuando no tuvieron piedad para masacrarlos.