Mientras el mundo sueña que la industria de la maquila en México ya no emplea mano de obra infantil, miles de quinceañeras cosen y cosen, en talleres semiescondidos de Hidalgo y Puebla, las prendas que enloquecerán esta temporada a las niñas y jóvenes de países lejanos. Cada día, y a la vista de toda la […]
Mientras el mundo sueña que la industria de la maquila en México ya no emplea mano de obra infantil, miles de quinceañeras cosen y cosen, en talleres semiescondidos de Hidalgo y Puebla, las prendas que enloquecerán esta temporada a las niñas y jóvenes de países lejanos.
Cada día, y a la vista de toda la gente, niñas de 13, 14 y 15 años entran puntuales a la planta de Rubie’s en Tepejí del Río, Hidalgo, para maquilar la ropa de Barbie, de la compañía Mattel, o los disfraces de Harry Potter para la licencia de Warner Brothers.
Esa es la vida de Alicia Zarco, quien no tiene tiempo para ir a la escuela porque tiene que trabajar todo el día, tal como lo denuncia el naciente sindicato de Rubie’s y la campaña internacional por los derechos laborales en US Leap y la Federación de Trabajadores Vanguardia Obrera.
En Tehuacán, Puebla, donde la industria de la mezclilla inició su boom hace 15 años, las pequeñas empresas que maquilan para otras plantas mayores los jeans de las marcas más famosas también contratan niñas, algunas de ellas de las cercanas poblaciones mazatecas, popolocas, mixtecas y nahuas.
«La Fleur», una de tantas maquiladoras medianas de Tehuacán, una de ésas que aparecen y desaparecen de un día a otro, es un ejemplo de ello, indica Martín Barrios, del Centro de Derechos Humanos del Valle de Tehuacán, autor de el más amplio estudio sobre la maquila en ese lugar.
LA INDUSTRIA AZUL
Producir un solo pantalón de mezclilla requiere del trabajo de casi medio centenar de personas, mujeres en su mayoría. Se deshebra la mezclilla, se limpia, se corta y se cose. Pero quienes cosen la bolsa secreta no son las mismas costureras que las que hacen las pretinas.
Cuando la prenda está armada, viene el trabajo de cargar los bultos de mesa en mesa y las personas que hacen el control de calidad tienen tareas diversas: revisar las bolsas, el cierre, las entrepiernas, en un trabajo repetitivo, constante. La parte más pesada y mal pagada es la que suelen dejar a menores de edad.
La crítica a la industria maquiladora se inició principalmente entre los movimientos de consumidores en los países industrializados que acuñaron el término sweatshop para referirse a las condiciones inhumanas que rodeaba la producción trasnacional de ropa.
Gracias a la presión de estas organizaciones, las marcas de jeans hicieron programas para auditar las condiciones de trabajo en las maquiladoras de Tehuacán, explica Martín Barrios, a quien acuden todos los días obreras de la maquila para conocer y defender sus derechos laborales mínimos.
Lamentablemente, refiere, estas auditorías son esporádicas y solamente en algunas de las mayores plantas. Pero otra parte de las 700 empresas registradas hasta el 2004, a las que se suman los talleres clandestinos que son subcontratados por maquiladoras más grandes, trabaja en la impunidad. De acuerdo con Tony Kuri, presidente de la Cámara Nacional de la Industria del Vestido, 10 mil de las más de 11 mil empresas de este ramo son compañías pequeñas.
EL SECRETO QUE TODOS SABEMOS
Lo que ha cambiado en Tehuacán es el tipo de empresas que contratan adolescentes y menores. Lo que seguirá igual es que, como ocurre desde hace más de una década, dejar de estudiar por ir a trabajar te resta posibilidades de buscar un futuro en otro lado.
Esa es la historia de Reyna Escamilla García, quien desde los siete años es trabajadora de tiempo completo y tiene mucho que contar a sus 35 años. Relata su vida a pesar del cansancio que le implicó la jornada de 10 horas como «obrera manual» de la maquiladora, parada frente a una línea de armado, sin hacer mucho ruido ni moverse más que para ir a los sanitarios o tomar su media hora de comida y revisar, una por una, las bastillas de un millar de pantalones.
Hija de una hermosa mestiza de piel blanca y un otomí repudiado por su familia en Tuxpan, al norte de Veracruz, Reyna fue estigmatizada y maltratada con golpes, sin alimentos, hasta que a los nueve años huyó de su casa para emplearse como trabajadora doméstica, y luego, como mesera. Con sus hijas llegó a Tehuacán a emplearse en la industria maquiladora.
También es la historia de Evarista Palancares, originaria de San Lorenzo, en la sierra mazateca, quien nos cuenta cómo desde los 15 años buscó trabajo en casa, pero ya antes, a los 13, trabajó en una de las mezclilleras en Tehuacan, donde refinaba la mezclilla y, hora tras hora, también se dedicaba a volterar la carrera de jeans de exportación
Para ella, la situación de las jóvenes indígenas que se emplean en las maquiladoras es dramática, puesto que «se aprovechan en los pueblitos» donde ellas «no protestan.»
BORDAN UN NUEVO HORIZONTE
Sin embargo, Evarista Palancares no ha sido de las que se quedaron calladas y conformes. Junto con trabajadores de la hoy extinta Tarrant, que llegó a emplear a siete mil personas, en 2003 lograron lo imposible: una liquidación digna.
Poco a poco, la población trabajadora de la maquila tehuacanera busca conocer sus derechos y se la ponen difícil a las empresas que antaño hubieran desaparecido por la noche. Se reúnen en talleres y grupos para conocer sus derechos laborales: vacaciones, aguinaldos, contratos, jornada laboral.
En Tepeji del Río también sigue la campaña en Rubie’s, donde Alicia Alejandra gana en una semana menos de lo que cuesta la capa del mago Harry Potter en Nueva York, es decir, 420 pesos, según consta en su recibo.
En una misiva firmada por ella y otras cuatro trabajadoras de Rubie’s pidiendo apoyo para su causa, las jóvenes solicitan «que nos eche la mano» para que Warner Brothers asuma su parte a la hora de subcontratar empresas.
Lo que ellas quieren son que Rubie`s y sus clientes se responsabilicen públicamente por las acciones de la empresa, respeto a sus derechos de asociación sindical, salarios caídos tras el despido y -aunque saben que seguirán trabajando- «un fondo de apoyo para las familias de nuestras compañeras menores que les permita seguir con su educación».