La conmemoración del desembarco de Normandía me ha atrapado leyendo al marido de Virginia Woolf, esforzado militante y teórico del laborismo británico que formó parte de la Fabian Society, una visión gradualista del socialismo, opuesta a la revolución y el marxismo. Los fabianos propugnaron una táctica escalonada de pequeñas reformas para evolucionar paso a paso […]
La conmemoración del desembarco de Normandía me ha atrapado leyendo al marido de Virginia Woolf, esforzado militante y teórico del laborismo británico que formó parte de la Fabian Society, una visión gradualista del socialismo, opuesta a la revolución y el marxismo. Los fabianos propugnaron una táctica escalonada de pequeñas reformas para evolucionar paso a paso hacia una sociedad igualitaria. El ejemplo más representativo de esta visión es el modélico servicio de salud británico instaurado por los laboristas tras la Segunda Guerra Mundial, ahora en peligro, como tantas otras conquistas sociales.
Esta visión prudente y escalonada del progreso social se inspiraba en la concepción militar de Quintus Fabius Maximus, llamado el Cunctator (el retrasador). Estamos en tiempos de Aníbal. El líder cartaginés ha atravesado los Alpes y se propone asaltar la península Itálica en dirección a Roma. Los comandantes romanos se afanan por combatir frontalmente al poderosísimo, moderno y muy entrenado ejército de Cartago, pero son aplastados con suma facilidad. Quinto Fabio, en cambio, propugna una táctica diferente. Nunca se enfrenta a campo abierto al cartaginés: le hostiga lateralmente. Le persigue y se ausenta. Despista, molesta. Quinto Fabio no ataca, distrae. No gana, retrasa. No se enfrenta: impone jornadas extenuantes al enemigo, le hace perder tiempo, provisiones y energías. Sin embargo, puesto que nunca acaba de vencer, la táctica de Fabio empieza a ser considerada negativamente en Roma. ¿Es prudencia o es miedo? ¿Es control del tiempo o cobardía?
La guerra de desgaste no es heroica, no fabrica emociones, no es excitante. En Roma se cansan de Quinto Fabio: el Senado lo destituye. A continuación, el ejército romano es destrozado en la batalla de Cannas. Más de 70.000 muertos. Aterrorizados, los romanos ya imaginan a Aníbal entrando a sangre y fuego en su capital. La guerra continuará todavía durante años. Vencerán finalmente los romanos, que pasarán al ataque hasta sitiar Cartago. Con el tiempo, la táctica prudente y gradual de Fabio será valorada como el capítulo esencial de la segunda guerra púnica. La guerra de desgaste es metáfora del reformismo y la prudencia política, en contraste con el radicalismo revolucionario o los arrebatos rupturistas.
El escritor Leonard Woolf en su casa de Sussex en los años cincuenta (Getty)
Es evidente que Quinto Fabio podría inspirar reflexiones sobre el pleito catalán, pero hoy sólo quería hablarles de Leonard Woolf (que, además de teórico del laborismo, fue un gran editor). La muerte de Virginia (editorial Lumen) contiene páginas preciosas sobre la relación de amor de una pareja que comparte la vocación literaria y que supera con afecto y lealtad los estragos del trastorno bipolar y las voces que se fueron apropiando del cerebro de Virginia. La nota que ella le deja para explicar su suicidio es una de las más bellas cartas de amor. «No creo que haya habido dos personas más felices hasta que llegó esta terrible enfermedad… Si alguien hubiera podido salvarme, ese habrías sido tú. Lo he perdido todo excepto la certidumbre de tu bondad».
Por alguna razón tan sabia como oculta, este libro cayó, literalmente, en mis manos, proveniente de un estante demasiado alto en el que guardo los libros que no tengo tiempo de leer. Me poseyó desde la primera página. Arranca comentando que la Primera Guerra Mundial, después de muchos años de paz, pilló completamente desprevenidos a los ingleses de su tiempo, cual rayo catastrófico cayendo del cielo. Durante los años treinta, en cambio, esperaron la Segunda Gran Guerra como el pasajero que, en una sucia y anodina estación de tren, se aburre, impotente, imaginando el horror, la brutalidad y el duelo que están por llegar.
Con triste fatalismo, el marido de Virginia Woolf esperó la llegada de los bárbaros, que siempre regresan. Pero esta lúcida desolación no le impidió dedicar su vida a contrarrestar el poder de la desigualdad y la fuerza de los bárbaros, con una admirable persistencia, a la manera de Quinto Flavio. Reconoce que buena parte de su esfuerzo ha sido inútil, pues el progreso social siempre es mínimo, incluso irrisorio. Pero nunca quiso dejar de luchar. Sostiene Woolf que hay tres maneras de resignarse a las inercias negativas de la historia. La primera es desentenderse de los asuntos colectivos: ganar pasta, vivir bien y procurar que el ruido del mundo no amargue el partido de golf o la cena con los amigos. Esta es la más frecuente de las actitudes. La segunda es la de los artistas: levantar una torre de marfil, un mundo aparte, un lugar de belleza y creación en el que aislarse del malestar del mundo.
La tercera es la que Leonard practicó, impulsado por una exigencia del corazón, más que de la ética: «No puedo desentenderme del mundo; no puedo resignarme del todo a mi destino; en algún sitio en la boca de mi estómago hay una chispa de fuego o de calor que en cualquier momento puede convertirse en llamas y obligarme a seguir algún camino o perseguir un fin». La diferencia entre civilización y barbarie depende de si esta pequeña llama ilumina nuestro interior; o se apaga.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/opinion/20190610/462761649945/fabio-y-leonard.html