Le sucederá un retoño de 15 años
El árbol sagrado de las libertades e instituciones vascas -las Juntas populares- encarna en el reino selvático uno de los tótemes de ritual druídico que los indoeuropeos, los celtas para ser concisos, inculcaron en el alma primitiva de un pueblo de pastores, ganaderos, cazadores, pescadores, recolectores y forajidos que habitaba a caballo del Pirineo occidental y extendido hasta la Aquitania. Eran los euskos, los uaskos, en lengua céltica «los agrestes», los orgullosos. Fue la primera evangelización de unas tribus animistas que hasta entonces veneraban -o temían- a los fenómenos naturales incontrolables y cuyo Dios, por tanto, invisible y estruendoso, era Urzi, el Trueno. Enterraban a sus difuntos con ajuares, lo cual denota una cierta creencia en el más allá, y ejercían la magia asimilada al vudú de decorar sus cavernas con las presas que debían capturar o derribar para alimentarse. Figuras de asombroso y dinámico realismo. Al parecer los geniales autores de obra rupestre eran tullidos o inválidos inservibles para la acción cinegética directa. Poco a poco las cuevas pasan a convertirse en simples necrópolis y sólo los pastores poderosos (en euskera ‘rico’ se dice ‘aberatsa’, esto es, el que posee animales) merecen un dolmen. En bosques y riscos residen genios zoomorfos y caprichosos. La principal es Mari, ente volátil de multiforme descripción y atributos animales en su fisonomía. Resulta, según le da, provechosa, malévola o fatal. Una mitología tosca para estas tribus de cromañones francocantábricos y acogidos a territorios montuosos y quebrados. Habían domesticado al perro, al toro, la cabra, la oveja y el cerdo. Pero posiblemente no se habían domesticado del todo a sí mismos.
Los indoeuropeos aportan a esta civilización, más bien ruda, la amabilidad feérica de adorar fuentes, ninfas, cielos azules; al Sol, la Luna, el relámpago, los ríos, los árboles, algunos vegetales. De aquí el árbol-tótem. Latría que cuajó en aquella civilización excesivamente agnóstica. Los astros y meteoros adquirían una condición más próxima. Las náyades, los elfos, enanos, duendes domésticos o silvestres y algunos personajes mixtos de los celtas, todos ellos habitantes de los bosques altos, otorgaban al paisaje un alma mistérica. Agua, cortezas, lluvia, calor solar, fuego, panteísmo evidente e ignorado, pasaba a ser palpable e incluso placentero. Del mito se pasaba al rito. Lo propicio y lo útil era tabú. Mejor no ofenderlo.
Era costumbre céltica resolver sus problemas graves en torno a un árbol juradero, preferentemente un roble; y de allí procede, casi sin ninguna duda, como los castros y cromleches, como los avances técnicos en materia de metal, armamento y agricultura, por enculturización voluntaria, el progreso sociojurídico de que los vascos de poblados diversos comenzasen a realizar sus asambleas, en julio y cada dos años, bajo las ramas de un frondoso y venerable ejemplar. Sería prolijo y polémico entrar aquí en una descripción exacta y farragosa de cómo se gestaron estas juntas hoy supervivientes. Los primeros ecos nos hablan de cómo significaban un pacto de tú a tú y de toma y daca entre el símbolo del poder y la población llana. Dice la tradición que el primer Señor de Vizcaya, Jaun Lope Zuria, fue proclamado con tal título cuando hubo jurado respetar los usos y costumbres del territorio que se le encomendaba. Todos los demás señores que le sucedieron hubieron de pasar por idéntica ceremonia de compromiso. Cuando Vizcaya se confedera con Castilla, el monarca castellano es obligado en 1371 a una liturgia similar a la de los señores. Juró, pues, los Fueros de Vizcaya Juan I, y a partir de él todos los reyes que asimilaban a Vizcaya eran forzados a idéntico trámite, y lo cumplían, incluidos los Católicos. En la crónica de Enrique III, al referir su Viaje a Vizcaya para jurar los Fueros, se lee: «E decían los que demandaban el riepto (reto o pleito entre nobles) que si el Rey aquel día estando en Garnica non les otorgase el dicho riepto, que non le podía otorgar estando en Castilla, salvo tornando otra vez á Vizcaya, e faciendo Junta en Garnica. E el Rey ovo su consejo estando cerca de un gran roble do suelen los Alcaldes de Vizcaya juzgar e el Señor de Vizcaya ordenar sus fueros, e dixo…etc».
Resulta asimismo significativo que caudillos de la protohistoria y de la baja Edad Media, que no se sabe si son personas o personajes simbólicos, coincidan en algunos detalles a la hora de socializarse, y que caigan todos bajo una misma atmósfera de saga normanda. Una reunión bajo un roble se asimila a la síntesis contenida en la avanzada Tabla Redonda de los caballeros del Rey Arturo, quiméricos personajes, comenzando por el monarca de las nieblas nórdicas. Se aúnan embrujos y sistemas procesales, castas, derechos, obligaciones , usos y hábitos que incluyen al jefe. Arturo, Jaun Zuria y ese personaje posiblemente simbólico y legendario que inicia la dinastía navarra, Iñigo Aritza («aritza» = roble).
Las Juntas del árbol del Guernica se convocaban en sus primeros tiempos tañendo cuatro bocinas para que los vizcaínos concurriesen a reunión («batzarra») y este sistema se halla consignado en el Fuero general. Pero ya en la edad enciclopédica el marqués de Marichalar, autor de «Fuero de Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa y Alava» (1868) avisa de que tan obsoleto sistema lo ha substituido el progreso: «…hoy se expide la convocatoria por el jefe de la provincia, que toma en la circular el título foral de corregidor».
Lo de reunirse las Juntas a deliberar bajo el árbol (y después de la otra evangelización Junto a la Iglesia de la Antigua), erigida allí, mantiene, entre otras curiosidades, que en ellas no pudiesen zanjarse asunto judicial ni contencioso, adaptándose así al concepto moderno de separación – presunta – de poderes. Cada villa o anteiglesia envía un representante electo, que personaliza el número de «fuegos» o ciudadanos de su localidad. «Tienen derecho para elegir representante todos los vecinos, y las cualidades de elegibilidad son naturaleza originaria o propiedad territorial en Vizcaya. Todos los que han de asistir a la Junta se reunen en la villa de Guernica el día señalado, y desde allí en solemne procesión marchan y se colocan en el pórtico construido bajo el árbol tradicional. Si es nuevo el corregidor, presta sobre los evangelios el juramento de guardar y hacer guardar inviolablemente los fueros, libertades, buenos usos y costumbres del Señorío. Acto seguido el secretario de la Diputación va llamando uno por uno a los pueblos. Los representantes acuden a medida que se les llama y depositan sus actas en dos mesas de mármol colocadas delante del árbol. Concluido el acto, se trasladan todos al salón de Juntas, donde se dice la misa del Espíritu Santo (nótese el sincretismo) en el altar situado sobre el banco de la presidencia. Concluida la misa, se despeja el salón y se vuelve a llamar a los representantes, quienes uno por uno entran de nuevo en el local. Reunidos todos dentro en número a veces de más de doscientos cincuenta, se sientan indistintamente sin guardar orden de puestos. Preside el corregidor, quien dirige a la reunión un discurso análogo a las circunstancias, que se traduce al vascuence, se imprime y reparte, nombrándose en seguida la comisión de examen de poderes (…) Generalmente se discute en castellano, vertiéndose luego el diálogo al vascuence…». Marichalar (1868) aporta una apreciación significativa: «No arredra a los procuradores su escasa instrucción ni poca facilidad en expresarse, para tomar la palabra y herir con mucha frecuencia las dificultades, debiéndose algunas veces a las observaciones de un hombre rudo el acierto en las decisiones».
Como nada es eterno, el árbol de Guernica no ha sido nunca el mismo. Lo que no encajan son las fechas de desaparición y replanteo. Con toda seguridad, se desarraigaba al agonizante y se le sustituía por uno de sus esquejes o retoños. «Se sustituía cuando la vejez o esterilidad se apoderaban del tronco. El anterior al actual (hablamos del que se conoce como Arbol Viejo, cuyo tronco se conserva fosilizado en la Casa de Juntas), estuvo allí erguido, depende de los textos, entre los años 1742 y 1892. No obstante otro documento más preciso lo destrona «el 2 de febrero de 1811». Existe noticia de alguno muy anterior, seguramente el que deberíamos aplicar a los turbulentos años medievales en el Señorío, con la guerra sañuda e irreconciliable entre los bandos oñacino y gamboino que provocó que, avanzados los siglos y desaparecido el conflicto, en las Juntas se eligieran siempre de forma bienal la mitad diputados de Oñaz y la otra de Gamboa, por precaución. Este pretérito árbol de Guernica, según datos, vivió 450 años y se le conoce como «El Padre». Se plantó, o escogió, en el siglo XIV.
Al roble ahora cadáver se le conceden 146 años, lo cual supone que se le plantó en 1858. O que estaba ya crecido para suceder al otro, ya decadente. El fallecido actual ya arrastraba problemas desde 1970, y se logró alargar su vida combatiendo su virus, que era el hongo «armilaria mellea». La sequía de agosto del año pasado lo remató, impidió que las hojas entonces marchitadas se revitalizaran. El retoño de su savia que lo ha de sustituir ocupará el mismo emplazamiento, ante la tribuna juradera, símbolo de las libertades del Pueblo Vasco ante el cual los reyes de España debían jurar solemnemente respetarlas y hoy en día los sucesivos lehendakaris han jurado sus cargos. Entre la canícula y un ‘fungus’ invisible han tumbado lo que no pudo la Legión Cóndor. Si los árboles hablaran.
Hoy Europa inicia un proceso similar al de unos, ahora, primitivos aldeanos, pastores, cazadores, condes y gentilhombres que optaron por la palabra como vía de debate. Y que exigieron desde el siglo XV que el corregidor, que representaba al monarca, fuese «letrado, doctor o licenciado», aceptándolo primero en la Junta de Guernica, después en la de Gueridiaga y finalmente en la de Abellaneda, «y si fuere recibido en otras cualesquier villas e lugares del dicho condado le non reciban nin hayan por corregidor». La dinámica de exigencias, como se aprecia, tiraba desde el Señorío y no desde el trono. La Reina Católica Isabel acepta esta condición en carta de 10 de septiembre de 1479. Como otras muchas instancias.
El retoño que perpetúa estas legislaciones tiene 15 años. Está plantado en las granjas especiales que posee la Diputación de Bizkaia para estos menesteres. Antes de ser erigido en el lugar histórico deberá sustituirse la tierra contaminada por los hongos, instalar un sistema de drenaje y dotarle de mayor espacio. Después se constituirá de nuevo en símbolo de pacto entre poder central y libertades adquiridas. Más allá de la postal de recuerdo.