Un día como hoy, pero de 1980, el corazón de Félix García Rodríguez dejó de latir inesperadamente. Dicho así, sin más añadidos, estaríamos ante la triste noticia del fallecimiento de un ser humano acaecido hace treinta años; nada fuera de lo común, ya que, a partir del mismo momento en que nacemos, todos nos vamos […]
Un día como hoy, pero de 1980, el corazón de Félix García Rodríguez dejó de latir inesperadamente. Dicho así, sin más añadidos, estaríamos ante la triste noticia del fallecimiento de un ser humano acaecido hace treinta años; nada fuera de lo común, ya que, a partir del mismo momento en que nacemos, todos nos vamos muriendo un poquito cada día. Pero si ahondáramos un poco más en la noticia llegaríamos a la conclusión de que el caso que nos ocupa es bastante menos común de lo que inicialmente parece. La desaparición física de Félix García Rodríguez no la decidió una despiadada enfermedad, un accidente fortuito o la inevitable exigencia de una edad muy avanzada. Félix García Rodríguez era un revolucionario cubano que, en cumplimiento de su deber, residía en los Estados Unidos acreditado como diplomático de la Misión Cubana ante la ONU. Aquel 11 de septiembre de 1980 conmemoró, junto a varios compañeros chilenos, la resistencia del presidente Salvador Allende ante el golpe de Estado que, en contubernio con el gobierno imperialista yanqui, asestó Augusto Pinochet. También repartió algunos ejemplares del último número de la revista «Bohemia» en diferentes lugares de encuentro de los emigrados, y hasta de los contrarrevolucionarios, «para que se enteren de los avances del socialismo en Cuba». Pero más avanzado el día y frente a un semáforo en rojo hubo de detener el automóvil que manejaba, momento aprovechado por un individuo armado que, apuntando a Félix, apretó con rabia y odio el gatillo. Cuatro balas asesinas acabaron con su vida. Era el primer diplomático acreditado en la ONU asesinado en los Estados Unidos.
Tras el triunfo de la Revolución, la mayor parte de la actividad terrorista de la contrarrevolución tuvo lugar en territorio cubano -ahí esta el ejemplo de los 5.780 atentados perpetrados solamente entre el 30 de noviembre de 1961 y el 3 de enero de 1963-, pero también en suelo estadounidense desplegó su actividad destructiva y asesina contra intereses y personal cubano. Según el FBI, entre 1975 y 1983 la organización terrorista OMEGA 7 -fundada el 11 de septiembre de 1974 por Eduardo Arocena Pérez- consumó cerca de treinta atentados con explosivos en Nueva York, Nueva Jersey y la Florida.
El 11 de diciembre de 1964, Ernesto Che Guevara representó a Cuba en la Decimonovena Sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Mientras discursaba en el interior de la sede neoyorkina, un proyectil de bazuca fue disparado desde el otro lado de East River, y cayó en el río, a escasos metros del edificio de la ONU. En 1979, Fidel viajó a la ciudad de los rascacielos en calidad de presidente del Movimiento de Países No Alineados, con la intención de presentar el informe sobre los acuerdos de la Sexta Cumbre. La contrarrevolución no quiso desaprovechar la oportunidad de atentar contra la vida del líder de la Revolución. Dos individuos de OMEGA 7 intentaron colocar una bomba en su auto, pero afortunadamente no lo lograron. De regreso a la Isla, Fidel alertó al embajador de Cuba en la ONU: «Ten cuidado; la contrarrevolución no ha podido hacer nada contra mi y ahora querrán hacerlo contra ti».
Y, efectivamente, meses después los esbirros consiguieron colocar una bomba en el auto de Raúl Roa Kouri. El azar quiso que ésta se desprendiera del tanque de gasolina, donde estaba adosada. Los terroristas explicaron durante el juicio -Reagan no podía permitir hechos de este tipo en suelo norteamericano, aunque los autorizaba en cualquier otro país del mundo- que el explosivo no fue detonado porque, en el momento elegido, un grupo de niños estadounidenses pasaba junto al auto del diplomático cubano. Si los niños hubieran sido de otra nacionalidad, el hijo del «Canciller de la Dignidad» hoy no estaría vivo.
Quien no tuvo la misma suerte fue el compañero Félix García Rodríguez que, apenas seis meses después y como ya ha quedado dicho unas líneas más arriba, fue asesinado en plena calle de Nueva York.
Trasladado su cuerpo a Cuba, fue homenajeado por su pueblo. Tras una Guardia Final de Honor realizada por Carlos Rafael Rodríguez, Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros; Raúl Roa, Vicepresidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular; Ricardo Cabrisas, Ministro de Comercio Exterior; René Anillo, Ministro Interino de Relaciones Exteriores; el Poeta Nacional Nicolás Guillén, y otros compañeros, su féretro, escoltado por milicianos de la Guarnición Gerardo Abreú Fontán, del MINREX, fue acompañado hasta el habanero cementerio de Colón por miles de compatriotas. Félix García Rodríguez murió asesinado, pero nunca las nobles ideas que en vida siempre defendió, y mucho menos todavía el cariño y reconocimiento que su pueblo desde entonces le profesa.
Blog del autor:http://baragua.wordpress.com
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.