La enfermedad de Fidel Castro está multiplicando toda serie de críticas a su persona y a su obra. No sorprende en absoluto la parcialidad y animosidad, cuando no el odio, de esos juicios negativos, realizados desde el subjetivismo más obcecado o desde la más fría objetividad de quienes saben que su sueldo aumenta en la […]
La enfermedad de Fidel Castro está multiplicando toda serie de críticas a su persona y a su obra. No sorprende en absoluto la parcialidad y animosidad, cuando no el odio, de esos juicios negativos, realizados desde el subjetivismo más obcecado o desde la más fría objetividad de quienes saben que su sueldo aumenta en la medida en que aumentan sus ataques a la emancipación humana. Sí sorprendería que se hiciera otro análisis de este revolucionario por los escribientes al servicio del capitalismo, por la sencilla razón de que la racionalidad históricamente burguesa no sirve para enjuiciar a las personas revolucionarias y menos aún a los procesos revolucionarios. Quiero decir que la ideología burguesa está esencialmente incapacitada para comprender la racionalidad de la praxis revolucionaria o, lo que es lo mismo, no sólo no puede comprender qué es el socialismo sino que, además, su función radica en luchar con todos los medios posibles, sobre todo el terrorismo, contra ese socialismo que ni comprende ni admite. La ideología burguesa lucha contra lo que desconoce y, al carecer de argumentos, no tiene más remedio que recurrir a los más sanguinarios y atroces métodos represivos. Y de la misma forma en que no puede saber qué es el socialismo, tampoco puede conocer realmente a las personas que dan su vida por ese logro histórico. Las objetividades axiológica, ontológica y epistemológica burguesa tienen su límite insuperable en el hecho de que sin la explotación no existiría clase burguesa. La fiera subjetividad del explotador la sufrimos todas las clases trabajadoras, las mujeres y los pueblos oprimidos.
Quienes hemos discutido y hablado con Fidel Castro sobre problemas candentes para la humanidad, sin tapujos, con una sincera libertad de aportación crítica y constructiva, sabemos que hablar con él es introducirse en la racionalidad históricamente socialista con una facilidad pasmosa, pero con un sofisticado contenido y rigor teóricos porque, además del ágil uso de las categorías dialécticas y del método marxista, también, y sobre todo, muestra su permanente conexión con los problemas más acuciantes y cotidianos de las masas. El método de pensamiento de Fidel Castro es un ejemplo perfecto de la capacidad de concreción de lo general en todo momento gracias a la acumulación de una enorme masa de datos ordenados y sistematizados. Un método de pensamiento que por ello mismo se basa en la exigencia de aprender y escuchar, de preguntar y de integrar lo escuchado en el almacén de memoria. Fidel escucha activamente la realidad vasca, la situación de las prisioneras y prisioneros, de sus familiares, la práctica de torturas, los datos socioeconómicos, las experiencias históricas, las luchas de clases en nuestra nación vasca, etc. La escucha activa no es otra cosa que la dialéctica de la pregunta y de la crítica, de la petición de más datos y de la exigencia hecha al que habla y responde de que, si puede, relacione lo que está diciendo con otros problemas aparentemente desconectados con el que se expone en ese momento, pero necesarios lógicamente para quien está escuchando y preguntado. También es un método que implica directamente a terceros, a quienes estando presentes sólo escuchan y callan, pudiendo aportar algo o mucho, porque Fidel los interpela, les pregunta sobre qué piensan, qué pueden aportar a lo que está diciendo la persona que habla en ese instante, de modo que se crea una interacción sinérgica en la que el conocimiento resultante es superior en calidad al mero intercambio de opiniones. Debatir con Fidel Castro es un placer y un riesgo, un aprendizaje y una aventura creativa, o sea, es praxis revolucionaria.
Teniendo esto en cuenta, yo no caeré en la reaccionaria cháchara superficial y tópica sobre las llamadas «limitaciones» y «errores» del socialismo en Cuba, o sobre la supuesta personalidad de este revolucionario. El problema es otro, porque la realidad es otra. De hecho, el método de pensamiento de Fidel Castro es sólo parte de la racionalidad históricamente socialista que se aplica en Cuba, y con bastante efectividad, por cierto. Los logros cubanos así lo confirman y los fracasos reiterados del imperialismo para acabar con este pueblo heroico también. Son los méritos, los logros y los avances de este pueblo los que explican tanto el fracaso del imperialismo como el carácter y contenido secundario de los problemas aún no resueltos en la isla, como, por ejemplo, el de la corrupción. Ahora bien, no es en modo alguno la corrupción capitalista, y esta diferencia cualitativa es incomprensible para los burgueses, corruptos por esencia económica, ética e ideológica. La corrupción bur- guesa es inherente al sistema por el irracionalismo del beneficio privado e individual; por la ley de la competencia y del canibalismo intraburgués; por la necesidad de ocultar el proceso de la obtención de plusvalía, es decir, de ocultar la explotación social; por las dificultades crecientes de la realización del beneficio industrial, lo que lleva a la financiarización y al tránsito del narcocapitalismo al narcoimperialismo, al aumento de la economía sumergida y «criminal», al armamentismo imperialista… y, por no extendernos, a los problemas inherentes a la transformación del valor de la mercancía en el precio de la mercancía. Estas y otras son las causas de la multiplicada corrupción estructural del capitalismo, que ya pudre su industria de la salud y su institución tecnocientífica, supuestos pilares últimos de la virtud del dinero.
No podemos extendernos ahora en este muy importante problema y menos en el proceso de corrupción postcapitalista y protosocialista en la extinta URSS y en la actual China Popular, porque para hacerlo deberíamos analizar antes el decisivo problema de la propiedad de las fuerzas productivas. El grueso de los restantes problemas y de la degeneración procapitalista nos remite a este crucial asunto. Por tanto, hay que recordar otra vez cómo fue Fidel Castro quien relanzó, con su célebre discurso del 17 de noviembre de 2005, la lucha pública de masas contra ese grupo social en aumento al que el propio Fidel definió así: «Hay, y debemos decirlo, unas cuantas decenas de miles de parásitos que no producen nada». Tanto esta denuncia como la lucha de masas no gustaron nada a la prensa imperialista que se lanzó a denigrar todo el proceso. Los burgueses son parásitos que no producen nada y que se apropian de lo que produce el pueblo. Verse reflejados tan directa y crudamente es para ellos un peligro, y por eso hay que acabar con Cuba, porque es un pueblo trabajador que combate a los parásitos improductivos y acaparadores del producto del trabajo popular. También hay que acabar con ella por sus muchos otros triunfos, pero sobre todo por su ejemplo práctico. La burguesía no puede razonar sobre qué son los procesos revolucionarios y sus militantes porque sólo piensa en términos de propiedad privada, de corrupción y crimen legales e ilegales, de acaparamiento parasitario, de explotación y violencia. Fuera de este universo delirante y obsesivo, genocida, no existe nada más, y todo aquello que lo cuestione es ya en sí mismo un peligro al que hay que domeñar o destruir. –