Los medios corporativos del gran capital repiten como si fuese una verdad consabida: «los revolucionarios son violentos» y los que abogan por mantener el status quo -es decir, los capitalistas–, «son tolerantes», y están en disposición de estrechar la mano del adversario. Como que aquellos suelen ser o representar a los poderosos, el concepto de […]
Los medios corporativos del gran capital repiten como si fuese una verdad consabida: «los revolucionarios son violentos» y los que abogan por mantener el status quo -es decir, los capitalistas–, «son tolerantes», y están en disposición de estrechar la mano del adversario. Como que aquellos suelen ser o representar a los poderosos, el concepto de «paz» es reducido a la aceptación por el oprimido de su condición, y en caso extremo, a la búsqueda de formas menos evidentes o más eficaces de explotación. ¿Sería capaz el capitalismo -su expresión más radical: el imperialismo–, de actuar en el bien de la Humanidad, de trascenderse a sí mismo? Hoy asistí a un acontecimiento trascendental: el revolucionario vivo más emblemático del siglo XX e inicios del XXI -un hombre que dentro de unos días cumplirá 84 lúcidos años–, alertaba sobre el peligro de una nueva guerra mundial, explicaba las consecuencias tremendas que tendría la conflagración, esta vez casi inevitablemente nuclear y se dirigía al Presidente del estado imperialista más poderoso del siglo XX e inicios del XXI, con la esperanza de que entendiera a tiempo la responsabilidad que asumía si ordenaba su inicio: «Quiso el azar que, en ese instante preciso, el Presidente de Estados Unidos sea un descendiente de africano y de blanco, de mahometano y cristiano. ¡No la dará!, si se logra que tome conciencia de ello. Es lo que estamos haciendo aquí».
El revolucionario Fidel no intervenía esta vez a favor de su país, ni siquiera de su región -no directamente involucrada–, sino de la Humanidad, hablaba como ciudadano del mundo: la guerra acabaría incluso con el bienestar de los ricos. La civilización que compartimos todos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, podría quebrarse. Lo hacía un día después de conmemorarse el aniversario 65 del lanzamiento injustificado de la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, y trataba de convencer al presidente actual del país que había ordenado aquel acto de prepotencia y barbarie. Los resultados de una guerra nuclear hoy serían mucho más devastadores, advertía. Como apuntaba uno de los diputados en el encuentro, los jefes de estado que promueven la guerra, ostentan irónicamente el Premio Nobel de la Paz; el demandante de la paz, el revolucionario Fidel, no. Por eso sus preguntas son tan importantes: ¿cree alguien que el poderoso imperio retrocedería en la demanda de que los mercantes iraníes sean inspeccionados?; ¿cree alguien que a los iraníes -un pueblo de milenaria cultura, más relacionado con la muerte que nosotros–, le faltará el valor que hemos tenido nosotros para resistir las exigencias de Estados Unidos?; ¿tienen alguna solución para esta contradicción? Si pudiesen ser conciliadas estas preguntas -no como acto de fuerza, no como triunfo de los intereses del más fuerte–, «la población del planeta (podría) ser regulada; los recursos no renovables, preservados; el cambio climático, evitado; el trabajo útil de todos los seres humanos, garantizado; los enfermos, asistidos; los conocimientos esenciales, la cultura y la ciencia al servicio del hombre, asegurados. Los niños, los adolescentes y los jóvenes del mundo no perecerán en ese holocausto nuclear».
La sala plenaria del Palacio de Convenciones estaba abarrotada, porque además de sus legítimos ocupantes, los convocados diputados a la Asamblea Nacional, asistían invitados, periodistas nacionales y extranjeros, y miembros del cuerpo diplomático. Cubavisión y CNN trasmitían en vivo el mensaje. TeleSur enviaba a su comentarista político más avezado. Aunque no vestía el uniforme de Comandante en jefe, Fidel usaba una camisa verde olivo: es su símbolo, el de un guerrero de las ideas que defiende una paz inclusiva. La expectación por verlo se justificó. Sin embargo, un hecho ya preocupa: CNN no quiso, no pudo, no supo trasmitir en sus cintillos el mensaje central, que era la exhortación a Obama. Hizo como si informara, y eludió cualquier alusión a la guerra que se prepara: «Castro habló de tensiones entre Estados Unidos e Irán», dijo para no decir nada. «El ex presidente se refirió a temas internacionales», agregó. Ciertamente, Fidel es noticia, su sola presencia. Pero la Humanidad espera que quienes toman decisiones que afectan a todos, sepan escuchar. Insistamos en repetir las advertencias de Fidel, para que lleguen a Obama.
Fuente: http://la-isla-desconocida.blogspot.com/2010/08/fidel-obama-y-la-guerra-que-no-debe.html