Recomiendo:
0

Fondo de armario

Fuentes: La Directa

«El propósito de los medios masivos no es tanto informar y reportar lo que sucede, sino, más bien, conformar la opinión pública de acuerdo con las agendas del poder corporativo dominante» Noam Chomsky Sostiene Marlaska, con puño de hierro, guante de esparto y epístola oficial, que desde 1978 en la Via Laietana todo es fiesta […]

«El propósito de los medios masivos no es tanto informar y reportar lo que sucede, sino, más bien, conformar la opinión pública de acuerdo con las agendas del poder corporativo dominante»
Noam Chomsky

Sostiene Marlaska, con puño de hierro, guante de esparto y epístola oficial, que desde 1978 en la Via Laietana todo es fiesta de la democracia y festival de los derechos humanos. De un día para otro, de la noche a la mañana, por generación espontánea y del negro al blanco. Y mira que de grises había un montón. Literal, el cuarto párrafo [1] de la carta dirigida a la alcaldesa Ada Colau arranca diciendo: «Desde 1978, con la llegada de la democracia y el Estado de Derecho, la comisaría de Via Laietana (…)». Fábula. Pura fábula. «Borbón y cuenta nueva». Chim-pum. A pesar de que en el párrafo segundo el ministro reconoce contradictoriamente que «tenemos un deber de memoria para que nuestra historia pasada no se olvide, aúnque sea una historia que muchos preferiríamos olvidar». Síntesis: el arte mediocre de la magia constitucional se está convirtiendo hace años en un insulto continuado a la inteligencia y una humillación permanente en la memoria. Se ve que 40 años después aún no se puede decir que el último poli de la dictadura fue el primer poli de la democracia. Pero no, no se cambia la historia de un plumazo y si las paredes de Via Laietana hablaran, hablarían de torturas en dictadura y de golpes en democracia. Y de allí llora la criatura todavía en tantos sentidos. ¿Exagerado? Exagerado -e inaceptable, peligroso e inquietante- es que un ministro en misiva oficial se atreva a vender humo de olvido y agua de borrajas de amnesia.

La Santa Hemeroteca está llena, pero digámoslo así, señor ministro: sólo un año después del milagroso 1978, CCOO protestaba indignada por la designación de Genuino Navales García como nuevo jefe superior de la policía de Barcelona en la Via Laietana. Era 1979 y en el comunicado decían: «su especial represión contra la lucha por la democracia y como elemento destacado de la Brigada Político-Social y directo responsable, entre otros, de innumerables detenciones, torturas y vesanía contra trabajadores, estudiantes y ciudadanos; […] no se pueden admitir en puestos de responsabilidad civil personas que brutalmente se distinguieron por su feroz represión». Basta leer el periodista valenciano Lucas Marco, por ejemplo, que acaba de publicar Simplemente es profesionalidad. Historias de la Brigada Político Social de Valencia [2]. Un libro que arranca con una dificultad -«Hay un pacto de silencio en Jefatura sobre este tema, nadie va a hablar», como interesante declaración democrática de intenciones- y que recuerda –cuentáme, Marlaska– que los represores de la dictadura acabaron catapultados a los puestos de mayor responsabilidad policial de la demoblanda. No esperen una historia de reconocimiento y reparación a las víctimas; sino de silencio, premios y continuidad de los victimarios. Así es, también, la historia policial española. Pero se ve que no se puede decir demasiado, por interdicción expresa de los propagadores de la doctrina de la fe constitucional.

O dicho de otra forma: si todo fuera como fantasea Marlaska -uno de los jueces más cuestionados por Estrasburgo, con unas cuantas sentencias en su contra por no investigar torturas en democracia-, entonces los primeros interesados en mantener la placa deberían ser los propios miembros del cuerpo policial. Se ve que no es el caso. A por ellos, oé, oé. Y ahora hablo de 2017, no de 1978, aunque sospeche que la consigna sirva para algunos, indistintamente del tiempo en que se pronuncia. En cambio, no es nunca indistinto hablar y matizar sobre las distancias insalvables entre represión en dictadura al cuadrado y represión en democracia a la deriva. No, no es lo mismo. Una cosa es una dictadura fuerte y otra una democracia débil: a pesar de que el punto de contacto sea que los que siempre quieren fortalecer la primera y los que quieren debilitar la segunda suelen ser exactamente los mismos. Y a pesar de que siempre olvidamos la factura de impunidad y todas las continuidades intactas en el poder y las fortunas de los que mandaron en dictadura y continuaron mandando en democracia. Los ejemplos, desgraciadamente, sobran. Ya lo dijo hace mucho tiempo alguien: lo más complicado de la transición será explicarla a los niños. Javier Ortiz, palabra añorada, en 2001: «Ni sé el tiempo que he invertido en poner de manifiesto que es eso precísamente lo que explica que los grandes vencedoras de la Transición hayan sido, alternativamente, los herederos de la dictadura y los que jamás hicieron nada ni arriesgaron nada en contra de ella».

Érase una vez un lobito bueno, por huronear el espejo de silencio, hace poco que en Cataluña Radio han entrevistado largamente y en prime-time a Mikel Lejarza, Lobo, otra paradoja transicional del pacífico tránsito nuestro. Reclutado por los servicios secretos franquistas de Carrero Blanco, continuó prestando servicios desde el primer día de 1978. Espía en dictadura, espía en democracia: el fondo de armario de la alcantarilla, intacto. Cualquier periodista querría entrevistar a Lejarza, ciertamente, pero me sorprendieron tres cosas del programa: que la excusa fuera que ha publicado un libro -cuando hace años que lo hace, con la misma cantinela, y aún se lo compramos como novedad editorial-, que se pasara antes de puntillas por el hecho de que fuera reclutado por el franquismo policial más irredento y que se dijera, sin más, que el Lobo también había trabajado para el Conde de Godó. No porque fuera mentira, porque es una verdad catedralicia, sino porque resulta que se omitió que aquellos trabajos eran ilegales y que por aquellos trabajos resultó condenado a siete meses de prisión, en confabulación con el coronel del CESID Fernando Rodríguez. En la misma vista oral, el agente encubierto -en dictadura y en democracia, entre el servicio de estado y el negocio privado- exoneró al propietario de La Vanguardia a cambio -dicen, dicen, dicen y lo decía Vinader- de un buen pellizco monetario vitalicio. Si no lo explicamos todo, entonces no explicamos nada.

Sostiene el Comisario Villarejo, tiempos modernos, que en 1972 ya prestaba servicios bajo la dictadura en la Brigada Político Social y en la lucha contra ETA en el País Vasco. Queda claro que bajo democracia, razón de Estado, los ha prestado indistintamente contra el proyecto político democrático de Podemos y contra las corrupciones y evasiones de la saga Pujol. La memoria cuando quema siempre deja relatos y contrarelatos que ligan con la actualidad. Este fin de semana, por ejemplo, en la avenida María Cristina, los haters de la gomina y la gasolina han bramado y ladrado contra «la reacción de la dictadura progre y separatista que nos viene oprimiendo desde hace cuarenta años». Si el problema son los últimos 40 años, no hace falta decir dónde nos quieren retrotransportar. A Albert Rivera también se le escapó hace poco, probablemente más freudianamente, esta idea de la democracia como problema: «en España llevamos 40 años cediendo al nacionalismo». En todo caso, escribo haters de la gomina por no decir el nombre del partido que todos sabemos, porque Google no me encuentre citándolos y por no puntuar en la estrategia digital trumpista de los mencionados. Por cierto, preguntita al margen: ¿prohibirá la Junta Electoral Central, ahora que le da por prohibir palabras a unos medios públicos catalanes siempre en el punto de mira, la campaña electoral gratuita que se le hace cada día a los profesionales del odio? La pregunta es retórica, pero no sobra. No, no lo hará. Show must go on.

Sostiene Josep Borrell, corolario casi final y asombro alemán, que me haces las preguntas que quiero o me levanto de la entrevista. ¿Una versión estatal del «Ahora no toca» más pujoliano? ¿Novedad inquisidora, excepción censora o patrón de conducta habitual cuando el poder se ve cuestionado? A David O’Shea, periodista australiano, le pasó exactamente lo mismo en 2008 con el Secretario de Estado de Interior de Zapatero, Antonio Camacho. El periodista le preguntaba entonces por las palabras, datos e informes de Theo Van Boven, Relator Especial de la ONU, sobre la pervivencia de la tortura y el maltrato en márgenes muy concretos del espacio policial en España. Respuesta oficial: «Vamos a ver, apaga esto un momento, corta, corta, y vamos a plantearnos los términos de esta entrevista» [3]. Y sí, una mano de la razón de estado entró en escena y, efectivamente, cortó la entrevista. O’Shea acabó titulando el reportaje, con deontológico criterio y ética obligada, con un título elocuente: «Spanish Inquisition».

Sostiene Pereira, escribía Tabuchi, «que al otro lado de la línea hubo un momento de silencio». No conozco ningún problema que se haya solucionado en la casa twitter. Pero en todo caso, la realidad dice que Oriol Pujol ya está en la calle, tras el brevísimo paso por la cárcel tras la condena -pactada, reconocida, asumida- por tráfico de influencias en el caso ITV. Dos meses y fuera. ¿Este es el precio escandaloso y barato que se paga por una corrupción que nos sale carísima? ¿En serio? Decimos Oriol Pujol en primera persona -otra trampa- para menospreciar que se le condene en calidad de Secretario General de Convergencia Democrática de Cataluña. Individualizamos la conducta para aislar la hermenéutica de un dispositivo de poder convergente -¿se puede decir ya o cuánto tiempo debe pasar para recordarlo?- que tiene el presidente onorífico con deje andorrano, su ex secretario general condenado y en tercer grado y tres tesoreros imputados, uno de ellos ya condenado. Pero al final, la prueba de fuego de los derechos y del humanismo penal es su universalidad y alteridad -son derechos si son, también, para los demás. El populismo punitivo, además, no es mi fuerte y nunca he creído en la cárcel, ni para amigos ni enemigos. Pero lo bueno, si no es generalizable, es feo. Y malo. E injusto. Y muy clasista. Y del todo excluyente. A mí me parece correcto que si Zaplana tiene una enfermedad grave, salga de prisión, a condición -siempre y sine qua non que el trato sea igual para el resto de presos. A mí me parece excesiva la prisión provisional para Sandro Rosell, a condición -siempre y sine qua non que nos parezca excesiva del uso y abuso general de la prisión preventiva, incluida la antifascista encarcelada ayer. Clasismo, desigualdad y cinismo es, precisamente, eso: que hablamos de derechos de los presos solo cuando los presos son personajes de altos vuelos. Mientras leía la nota de prensa sobre el tercer grado a Oriol Pujol -donde se contextualizaba todos los terceros grados por primera condena que se otorgan en el sistema penitenciario catalán cada año-, leía que uno de los motivos de la concesión era «la preparación para la vida en libertad». Tras dos meses sin ella, no sé qué preparación es necesaria, sinceramente, más aún si tenemos en cuenta que la media de cumplimiento de pena en Catalunya es de más de 2500 días. Algunos entran y salen rápidamente. Y el mismo día que Oriol Pujol accedía al tercer grado, se colaba -nunca en gran titular- que en las cárceles del Estado, a un estado hecho prisión para tantos, han muerto los últimos cuatro meses sesenta presos -dieciseis por suicidio y doce por presunta sobredosis. Vuelve La Polla Records porque nunca se fueron: en prisión, los ricos nunca entran y los pobres nunca salen.

Hipérboles de la memoria, no sé cómo acabar cuando todo sigue igual. Primero de abril. 80 años después, cautivo y desarmado el Ejército rojo, las tropas nacionales no han alcanzado aún sus últimos objetivos militares. Las posiciones mediáticas, me atrevería a polemizar que sí. Las bancarias ni se han movido, sino que se han ampliado. No queremos creer lo que ya sabemos, para no tener que hacer urgentemente lo que también sabemos que habría que hacer, me escribe una amiga. Pantalla y realidad, realidades contra pantallas, resistencia al algoritmo digital, ya no sé si Black Mirror es la realidad del 2019 y El cuento de la criada, la pantalla de 1978. O al revés.

Notas

1/ https://beteve.cat/politica/carta-marlaska-colau-placa-via-laietana/

2/ http://www.alfonselmagnanim.net/?q=val/Llibres/simplemente-es-profesionalidad-historias-de-la-brigada-pol%C3%ADtico-social-de-valència

3/ https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=Ga84rl-4gqg

Fuente: https://directa.cat/fons-darmari/