Alemania se ha despertado este lunes con la mayor huelga en el transporte de los últimos 30 años. Ni trenes, ni metro ni aeropuertos, ni siquiera los trabajadores de los concesionarios de las autopistas han acudido al trabajo. Los alemanes se unen así a británicos y franceses, que llevan meses protestando contra la carestía de la vida –los primeros– y la reforma de las pensiones –los segundos–. Este mismo martes están llamados de nuevo a la huelga los empleados del transporte de toda Francia, los de la recogida de basura van por la cuarta semana de paros. Y los de las refinerías llevan en conflicto desde el pasado día 7.
Mientras, en Reino Unido, la ola de protestas laborales en el transporte público, los hospitales y los organismos públicos que comenzó en diciembre ha obligado a los periódicos a publicar los calendarios de huelgas de los próximos meses para prevenir a los ciudadanos: ya hay convocados paros en el transporte ferroviario este jueves y el sábado, los médicos y los examinadores de Tráfico dejarán de trabajar varios días de abril. Antes lo hicieron las plantillas de las universidades, los profesores no universitarios y los trabajadores de las ambulancias.
La inflación disparada, que en el Reino alcanzaba el 10,4% en febrero, el 8,6% en Alemania o el 9,2% en Italia –todos ellos por encima de la media europea, aun así encaramada en el 8,5%– ha sacado a la calle a los trabajadores del continente para reclamar subidas salariales que les permitan llegar a fin de mes. Aunque Francia es de los países donde el IPC ha estado más contenido en el último año –el 6,2%–, las protestas contra la reforma de las pensiones han destapado un enorme malestar social.
¿Y en España? Médicos de atención primaria y letrados de la Administración de Justicia acaban de firmar sendos acuerdos para poner fin a sus respectivos paros. El otoño pasado, los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, emprendieron una campaña –Salario o conflicto– que no ha llegado a incendiar empresas y sectores. Por el contrario, los belgas probablemente se sorprendieron la semana pasada al enterarse de que, pese a las apariencias, las huelgas en el sector privado les habían hecho perder a ellos más días de trabajo –97– entre 2011 y 2020 que a los franceses –93–, según las estadísticas recopiladas por el European Trade Union Institute (ETUI), el centro de estudios de la Confederación Europea de Sindicatos.
Esos mismos datos revelan que, si bien España lideraba junto a Francia la intensidad de las huelgas en Europa en la primera década del siglo, desde la crisis financiera los trabajadores españoles paran cada vez menos para reclamar derechos laborales. Hasta el punto de que en los dos últimos años analizados por ETUI, 2020 y 2021, en España sólo se perdieron 29,7 días por cada 1.000 empleados, muchos menos de los que no se trabajaron en Dinamarca –49,1–, Finlandia –48,8– o Noruega –50,4–. En ese bienio, Francia perdió 79,1 días de trabajo por culpa de las huelgas, el país que más protestó, seguido de Bélgica, con 57,3 días, casi el doble que España.
Los menos dados a utilizar el más contundente instrumento de protesta laboral son Alemania, con sólo 12,6 días perdidos por cada 1.000 trabajadores; Irlanda, con seis días; Portugal, con 6,6, y Países Bajos, Austria y Suecia, que no dejaron de trabajar ni un solo día durante esos dos años por culpa de una huelga. ETUI carece de datos actualizados para Italia, Grecia y Reino Unido.
Cada vez menos huelgas
Desde 2000, el recurso a la huelga ha perdido mucho fuelle en Europa. En 2021 sólo se perdió una media de 19,9 días por 1.000 trabajadores en los 28 países de la Unión Europea, el mínimo del siglo, muy lejos del récord de conflictividad laboral alcanzado en 2002, con 85,3 días perdidos. No volvió a repuntar hasta la crisis financiera: en 2010 se alcanzaron 71,4 días. Desde entonces no ha llegado siquiera a los 40 días. Y a partir de 2018 la evolución ha sido descendente, a falta de lo que computen los años de la guerra, la inflación y el descontento.
Lo cierto es que el país que más días ha perdido por huelgas fue Dinamarca, que en 2008 batió el récord europeo del siglo con 743 días no trabajados. El conflicto por la subida salarial en la sanidad pública fue ese año el mayor de la historia danesa –10.000 trabajadores implicados– y duró más de dos meses. En 2013 se perdieron 397 días, otro récord en Europa, después de que un cierre patronal, decidido por los ayuntamientos, impidiera a 52.000 profesores dar clases durante un mes. El fracaso de la negociación salarial entre profesores y municipios fue el detonante del conflicto. En 2021, las huelgas en Dinamarca se llevaron por delante 95 días por 1.000 trabajadores, también el máximo europeo ese año: está por encima de Francia y Bélgica, y casi cuadriplica los 26 días de España. Cifras que siembran dudas sobre el elogiado modelo de negociación colectiva y diálogo social danés.
España es el siguiente país de la lista europea, con un máximo de 365 días por 1.000 trabajadores en 2002. El 20 de junio de ese año se llevó a cabo una huelga general contra lo que se conoció entonces como decretazo, la reforma de la prestación de desempleo elaborada por el Gobierno de José María Aznar. El ministro de Trabajo, Juan Carlos Aparicio, dimitió un mes después y su sucesor, Eduardo Zaplana, cambió la norma. El TC la declaró inconstitucional en 2007. En 2004 se perdieron 304 días por las huelgas de los astilleros y en la industria. En comparación, la intensidad de los paros decreció durante la recesión que siguió a la crisis financiera, con 90 días en 2008 y 89 en 2012, aunque en este último año ETUI no incluye la huelga general del 29 de marzo contra la reforma laboral de Mariano Rajoy. Como queda dicho, desde entonces la conflictividad laboral no ha dejado de bajar, hasta quedarse en una pérdida de 26 días en 2021.
Sólo un día menos que el máximo español, 364, figura como récord francés, en 2010, y la espoleta fue, también, la reforma de las pensiones. Entonces el presidente era Nicolas Sarkozy, quien pretendía aumentar la edad de jubilación de 60 a 62 años. Tanto antes de la crisis financiera como después, la conflictividad laboral medida en días de huelga supera en Francia a la española. De hecho, entre 2010 y 2019 los franceses perdieron 127,6 días por 1.000 trabajadores, casi el triple que los españoles –49,1–.
En Bélgica el récord alcanza los 221 días perdidos. Fue en 2014, cuando los belgas se levantaron contra las políticas de austeridad tras la crisis financiera. En 2021 pararon 80 días, uno más que los franceses.
En comparación, los alemanes se conformaron con perder sólo 57 días en 2016, pero las huelgas se extendieron a los sectores eléctrico y del metal, así como a la educación. En 2021 únicamente se dejaron de trabajar 16 días. En Italia también comenzó el siglo con grandes conflictos, que hicieron perder hasta 310 días de trabajo en 2002, mientras que en Grecia llegaron ese mismo año a los 314 días.
Noruega también es un país con huelgas de alta intensidad. En 2000 perdió 239 días, en una huelga que secundaron 80.000 trabajadores de todas las industrias del país, mientras que en 2010 la cuenta llegó a 222 cuando los paros fueron convocados en el sector público. Dos años después se alcanzaron los 154 días y el afectado fue el potente sector petrolero. En 2021 la pérdida por las huelgas se quedó en 46 días.
¿Hace falta una ley?
La mayoría de los países europeos reconocen en su Constitución como un derecho de los trabajadores el recurso a la huelga, cuyo desarrollo se ha dejado a la jurisprudencia de los tribunales. Es el caso español: no existe una ley de huelga y son las sucesivas sentencias del Tribunal Constitucional las que lo han ido moldeando. En otros países los convenios colectivos regulan este derecho. Alemania, por ejemplo, ha establecido restricciones para los trabajadores del sector público.
Pese a que los sindicatos defienden que no hacen falta cambios, la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ya ha planteado una “renovación completa del marco legislativo del trabajo” que incluya el derecho a huelga. Por su parte, la CEOE lleva años reclamando una regulación más restrictiva.