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Cinco años después

Francisco Fernández Buey (1943-2012), un filósofo y un filosofar que siguen siendo imprescindibles

Fuentes: Rebelión

Para Santiago Álvarez Cantalapiedra, Óscar Carpintero, Miguel Casado, Olvido García Valdés y Javier Gutiérrez Hurtado, que lo comprendieron y quisieron.  Y para Howard Zinn, in memoriam et ad honorem   Tu artículo [«Castilla-León: granero y basurero nuclear de España» [1]] sobre la industria nuclear vallisoletana me pareció buenísimo: perfecto de contenido y muy bien escrito. […]

Para Santiago Álvarez Cantalapiedra, Óscar Carpintero, Miguel Casado, Olvido García Valdés y Javier Gutiérrez Hurtado, que lo comprendieron y quisieron.

 Y para Howard Zinn, in memoriam et ad honorem

 

Tu artículo [«Castilla-León: granero y basurero nuclear de España» [1]] sobre la industria nuclear vallisoletana me pareció buenísimo: perfecto de contenido y muy bien escrito. El punto sobre la medicina nuclear es inobjetable en mi opinión (…) Eso es parte de un asunto más general y sin duda de importancia decisiva para lo que hagamos: es necesario articular científicamente los puntos de vista políticos alternativos en un modelo general para España. O, si los nacionalismos hacen todavía difícil ese planteamiento, en un modelo «abstracto» para una sociedad de 35.000.000 de habitantes, con 1.000 km de costas, una meseta cerealista, etc. ¿Está claro? Ese modelo tiene que resolver el problema general del tipo de organización económica y política, pero sin duda eso no es realizable sin trabajar al mismo tiempo los problemas sectoriales. La cuestión nuclear debería ser vista en esos trabajos como sector propio, no bajo el rótulo «política energética». Mi vieja obsesión por tener en el colectivo economistas, geógrafos, físicos, ingenieros, etc. arraiga obviamente en su imprescindibilidad para pasar de la simple crítica a las tesis políticas (…) También me parece bueno el artículo «Karl Marx y las ciencias sociales», en el que, sin embargo, lamento dos cosas: que no te decidieras a citar explícitamente a Bunge [2], y que la relación entre la ciencia y los valores, aunque tratada explícitamente, no quede suficientemente clara. La alusión a la ideología de Galileo y a sus metáforas es un acierto estupendo. Habrá que explotarlo, buscando en el texto de Galileo, o en el de Newton, filosofemas, ideologismos y metáforas.

Manuel Sacristán (4 de agosto de 1983, carta desde México D.F)

 

Conviene recordar, como hiciera hace años Silvio Rodríguez, un recitativo de «La Madre» de Brecht [3]: «Hay hombres que luchan un día/ y son buenos./ Hay otros que luchan un año/ y son mejores./ Hay quienes luchan muchos años,/ y son muy buenos./ Pero hay los que luchan toda la vida./ Esos son los imprescindibles». Hay también filósofos y filosofares que «luchan» y nos acompañan toda la vida y que nos resultan imprescindibles. El de Francisco Fernández Buey [FFB] por ejemplo.

Fue el suyo un filosofar praxeológico [4] y muy poliédrico que intentó ayudarnos -nos ayudó de hecho en muchas ocasiones- a saber a qué atenernos y que siempre aspiró a estar, pensando con cabeza propia, a la altura crítica de nuestras circunstancias socio-políticas, existenciales y culturales. Con coraje y a contracorriente cuando fue necesario. Y fue necesario muchas veces.

Dieciocho fueron -dos de ellos en coautoría con su discípulo, amigo y compañero Jorge Riechmann [5]- los ensayos publicados en vida. Leyendo a Gramsci, uno de sus grandes libro, su «Amor y revolución» es de lectura obligada, ha sido editado recientemente en inglés por Brill, traducido por Nicholas Gay, con el título Reading Gramsci. Son casi incontables, no exagero, sus ediciones de libros, presentaciones, artículos, materiales didácticos, separatas, cartas, conferencias, notas editoriales e intervenciones [6]. Tras su fallecimiento en agosto de 2012 han sido publicados cinco libros más [7], una antología de su obra entre estos cinco, y está a punto de editarse en El Viejo Topo otro libro más sobre movimientos sociales que incorpora también escritos de Manuel Sacristán.

Filosofía política, política (FFB nunca fue un entusiasta de las «ciencias» políticas o de la política como ciencia), ética y ética aplicada, altermundismo, marxismo (sin ismos), historia de las tradiciones emancipatorias, Gramsci, Marx, Galvano della Volpe, Guevara, Mariátegui, Fourier, Maquiavelo, Savonarola, barbarie (la nuestra en primer lugar) y civilización, movimiento universitario, grandes pensadores (y pensadoras) contemporáneos, movimientos sociales transformadores, redes que dan libertad, Einstein, ciencia con consciencia, la función social de la Universidad (también la de la ciencia crítica), Bartolomé de Las Casas y la gran perturbación, la tercera cultura, ciencia y humanidades, federalismo, Simone Weil, Karl Kraus, Benjamin, José María Valverde, Lukács, las grandes revoluciones del siglo XX, metafilosofía, pacifismo y antimilitarismo, reflexiones sobre la izquierda [8] y la transformación socialista, renovación del ideario comunista, arte y marxismo, filosofía e historia de la ciencia, crítica literaria, poesía, reflexiones (y prácticas) antinucleares , ecosocialismo, utopía y mundo contemporáneo [9],… son algunas de sus temáticas y de sus autores más transitados [10]. El resumen es apretado e injusto probablemente. Me olvido, por ejemplo, de sus traducciones, de sus diversas actividades editoriales, de su decisiva participación cuando menos en cuatro revistas: Materiales, mientras tanto, Un Ángel Más y Papeles de relaciones ecosociales y cambio global. Los lectores y lectoras podrán ampliar mi listado.

El profesor G.H. von Wright señaló en una ocasión los dos hechos más importantes que, en su opinión, había que tener en cuenta para comprender adecuadamente la obra de Wittgenstein. El primero, señaló, es que fue vienés; el segundo, que fue un ingeniero con concienzudos conocimientos de física [11] (La referencia, sea dicho entre paréntesis, sería seguramente del agrado de un filósofo gramsciano como fue el autor de «Nuestro Marx». En 2006, Janik publicó Assembling Reminders, un ensayo en el que trató de dar cuenta del impacto de un conjunto de pensadores en lo que el autor del Tractatus denominó su trabajo de clarificación, su filosofía propiamente para decirlo más claramente [12]. Fueron diez los autores citados: Loos, Kraus -otro de los autores estudiados (y admirados) por FFB-, Weininger, Ludwig Boltzmann, Heinrich Hertz, Arthur Schopenhauer, Oswald Spengler, Gottlob Frege, Bertrand Russell [13] y… Piero Sraffa, el gran amigo y compañero del autor de los Quaderni, al que él mismo hizo referencias frecuentes, especialmente en los trabajos que componen su citado Leyendo a Gramsci).

¿Y en su caso, y en el caso de Francisco Fernández Buey? ¿Qué «hechos» serían los más importantes para comprender su obra e incluso aspectos de su vida y de su dilatada y muy arriesgada práctica política? Los siguientes en mi opinión: 1. FFB fue un ciudadano palentino-barcelonés-vallisoletano, con raíces gallegas, muy comprometido -y no sólo de palabra: en su caso, no es un hablar vacío, una de sus mejores formas de decir fue siempre el hacer- con los pobladores de esas ciudades y del conjunto de España (y del mundo en general, y especialmente de los países latinoamericanos, Brasil no excluida, en las dos últimas décadas). 2. FFB fue discípulo, y más tarde amigo, camarada y compañero, de Manuel Sacristán, durante más de veinte años, una influencia, no sólo político-filosófica, muy importante en su obra y en su vida que nunca le convirtió en un mero seguidor de las «enseñanzas del maestro». FFB fue, sin ningún género de dudas, un filósofo con pensamiento propio. Unos pocos ejemplos: su lectura e interpretación de Marx, de Gramsci, de Lenin, de Guevara, su crítica al marxismo cientificista, su aproximación a la izquierda consejista, sus reflexiones más que sustantivas sobre las utopías emancipatorias,… 3. El autor de Poliética fue un lector deslumbrante. Pocas personas, pocos intelectuales han leído con la profundidad, rigor, complejidad y sabiduría con la que leyó el comentarista de, entre otros, Platonov, Dostoievski, Zinoviev, Wislawa Szymborka, José Ángel Valente, Zamiatin, Pasolini, Galeano, Benedetti, Saramago, Bloch, Claudio Rodríguez y, destacadamente, John Berger. Tampoco su gusto por la poesía -no sólo por Brecht- debería ser olvidado. 4. FFB fue un filósofo interesado no sólo en ciencias sociales, fue profesor de la metodología de estas disciplinas durante más de una década, sino también en ciencias naturales (no tanto en las formales), con conocimientos sólidos, no de especialista por supuesto, en muchas de estas disciplinas. No filosofó, no acostumbró a filosofar sin ciencia ni por supuesto en oposición a ella. 5. El coraje cívico y lo que llamo, con poca precisión, «intuición política» adquirieron en él dimensiones poco frecuentes. En una buena parte de sus escritos de intervención, algunos de ellos, en mi opinión, verdaderos clásicos del género [14], late ese coraje y esa intuición política que se alimentó siempre de fuentes anticapitalistas y humanistas críticas.

G.H. von Wright apuntó dos nudos esenciales para comprender cabalmente a Wittgenstein; yp lo he sobrepasado por goleada pensando en la obra del autor de Marx (sin ismos). No es posible aquí un desarrollo adecuado que justifique estas conjeturas que pueden ser leídas a título de sugerencias de interpretación. Estoy convencido, sin negar por supuesto la posibilidad de una enmienda cercana a la totalidad, de que todas ellas son centrales para entender-comprender-aproximarse a la obra y el hacer de este filósofo (más que filósofo) imprescindible y fructífero que renovó y revisó, como buen marxista libertario y feminista que era (y sin ismos por si faltara algo), todo lo que convenía renovar y revisar (que fue mucho), si bien nunca renunció a la lucha contra la injusticia ni apostó por la liquidación, por despedida y cierre, de las finalidades centrales de las tradiciones emancipatorias, las del comunismo democrático en su caso. Por supuesto, conviene hacer énfasis en ello, son posibles aproximaciones e interpretaciones de su obra, parciales en mi opinión, que dejen al margen ese eje político-cultural y se centren en sus aristas más filosóficas, más académicas, más culturales si queremos decirlo así. Los clásicos, Francisco Fernández Buey lo es en mi opinión, son de todos, no sólo de los próximos, de los que aprendieron o aprendimos de él o de los que combatieron junto a él por los mismos ideales.

El 17 de marzo de 1883, tres días después del fallecimiento de su amigo, Friedrich Engels recordaba que Karl Marx, el autor de El Capital, era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de un modo u otro, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de algunas instituciones políticas por ella creadas, «contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación», fue la verdadera misión de su vida. La lucha, añadía el editor (o coeditor con Tussy Marx) de los libros II y III de El Capital, era su elemento. «Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos.» [15].

No estoy seguro que la lucha fuera el elemento natural del autor de Utopía e ilusiones naturales a lo largo de toda su vida, de un comunista democrático como fue él, se diga lo que se diga o se oculte lo que se oculte, hasta el final de sus días, incluidos en ese existir los sufrimientos, desgarros y decepciones que esa cosmovisión (el término no sería de su agrado) ha comportado [16]. Sé, eso sí, creo saber, que cooperó, de un modo u otro, al intento de transformación (en serio) de la civilización capitalista (no le fueron ajenas en absoluto, en este ámbito, las reflexiones del Polanyi de La gran transformación), que luchó con pasión -pasión razonada matizaron él y su amigo Víctor Ríos numerosas veces-, entrega, consistencia y tenacidad como pocos, como muy pocos, y jugándosela (con la dura represión que sufrió en su piel durante el fascismo y de la que apenas hablaba [17]), evitando con el ejemplo (y con una capacidad pedagógica deslumbrante [18]) que algunos, acaso muchos, el que suscribe por ejemplo, nos convirtiéramos en unos pingos almidonados. Francisco Fernández Buey, Paco para amigos, discípulos, ciudadanos y estudiantes, un cariñoso «el Buey» para sus alumnos de la Pompeu Fabra, su última universidad pública, nos ayudó a tomar conciencia de nuestra situación e incluso de nuestras necesidades esenciales, tema este que tampoco le fue ajeno filosófica y vitalmente.

Estos días en los que una de sus ciudades, Barcelona, está golpeada por la barbarie, cabe recordar su entrega, su lucha -y el sufrimiento y dolor que le fueron anexos- por librarla (y al país en su totalidad) de las garras del fascismo. La ciudad que fue antifascista, con su probable oposición temperada desde alguna biblioteca celestial (no era dado a los elogios ni a los reconocimientos si era él el protagonista), debería recordar su nombre y su esfuerzo. Por justicia, por dignidad, por memoria.

Les dejo con una caricatura que nos dice mucho de este filósofo imprescindible. Esta aproximación amable le hubiera encantado… y le hubiera hecho sonreír, con esa sonrisa que muchos no hemos olvidado [19]. Era la sonrisa de un hombre bueno, de un gran profesor, de un excelente compañero, de una persona honesta y cabal, de un sabio socrático de nuestro tiempo. A él le mismo le gustaba citar en ocasiones los versos de su amado Brecht de la «Canción de la buena gente»: «A la buena gente se la conoce /en que resulta mejor cuando se la conoce». Él mismo resultaba, si cabe, mucho mejor cuando se le conocía.

 

Notas:

1) Nota editorial publicada en el número 32 de mientras tanto, 1987, pp. 3-9.

2) Manuel Sacristán fue traductor de La investigación científica de Mario Bunge. FFB habló en sus clases de metodología de las ciencias sociales de la obra del físico-filósofo argentino-canadiense.

3) Agradezco las indicaciones y traducciones de Nicolás González Varela, Juliana Mediavilla y María Soledad Bengoechea.

4) El término fue usado por Sacristán y, en algunas ocasiones, por el propio Fernández Buey. E n «¿A qué género literario pertenece El Capital de Marx?», mientras tanto 66, pp. 35-36 (ahora en Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, Trotta, Madrid, edición, presentación y anotación de Albert Domingo Curto), señalaba el primero:

El «género literario» del Marx maduro no es la teoría en el sentido fuerte o formal que hoy tiene esa palabra. Pero tampoco es -como quería Croce- el género literario de Ricardo. Y ello porque Ricardo no se ha propuesto lo que esencialmente se propone Marx: fundamentar y formular racionalmente un proyecto de transformación de la sociedad. Esta especial ocupación -que acaso pudiera llamarse «praxeología, de fundamentación científica de una práctica- es el «género literario» bajo el cual caen todas las obras de madurez de Marx, y hasta una gran parte de su epistolario. 

Por ello era inútil leer las obras de Marx como teoría pura, como teoría científica pura en el sentido formal de la sistemática universitaria. También era inútil leerlas como si fueran puros programas de acción política.

Ni tampoco son las dos cosas «a la vez», sumadas, por así decirlo: sino que son un discurso continuo, no cortado, que va constantemente del programa a la fundamentación científica, y viceversa. Es obvio -y desconocerlo sería confundir la «praxeología» marxiana con un pragmatismo- que la ocupación intelectual obliga a Marx a dominar y esclarecer científicamente la mayor cantidad de material posible y, por lo tanto, que siempre será una operación admisible y con sentido la crítica meramente científica de los elementos meramente teóricos de la obra de Marx…  

Lo único realmente estéril, concluía Sacristán, era hacer de la obra marxiana algo que tuviera por fuerza que encasillarse en la sistemática intelectual académica: «forzar su discurso en el de la pura teoría, como hizo la interpretación socialdemócrata y hacen hoy [1967] los althusserianos, o forzarlo en la pura filosofía, en la mera postulación de ideales», como hacían entonces numerosos intelectuales católicos «tan bien intencionados como unilaterales en su lectura de Marx».

5) Fueron los dos siguientes: Redes que dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos sociales . Barcelona, Ediciones Paidos, 1994 (1º reimpresión, 1995; 2ª edición, con un prólogo para la nueva edición, agosto de 1999; reimpresión de la 2ª edición en 2001) y Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa eco-socialista. Madrid, Siglo XXI, 1996.

6) Una bibliografía provisional, llena de insuficiencias (puedo decirlo en esta ocasión porque soy uno de los autores, autor principal en este caso) fue editada en el número 119, en papel, de mientras tanto (febrero de 2013, pp. 155-202).

7) Para la tercera cultura. Ensayos sobre ciencias y humanidades; Sobre federalismo, autodeterminación y republicanismo; Sobre Manuel Sacristán, y 1917. Variaciones sobre la Revolución de Octubre, su historia y sus consecuencias, todos ellos en El Viejo Topo, coeditados por Jordi Mir Garcia. También, como decíamos, la antología Francisco Fernández Buey. Filosofar desde abajo, Libros de la Catarata, Madrid, 2014 (edición de Víctor Ríos y Jordi Mir Garcia).

8) En un debate sobre la izquierda celebrado en Madrid, que tomó como base un trabajo de Norberto Bobbio sobre «Derechas e izquierdas», FFB se presentó como Paca Fernández Buey. La mesa estaba compuesta exclusivamente por hombres.

9) Una de sus reflexiones en este ámbito: «No está dicho, al menos, insisto, desde el punto de vista historiográfico, que la utopía comunista haya producido más muerte que la utopía judeo-cristiana que empieza con el Sermón de la Montaña o que la utopía liberal que se inicia, con las mejores intenciones, en el siglo XVIII europeo». La capacidad de producir muerte evitable, o no deseada,señala FFB, » no depende, en mi modesta opinión, de la potencia de una utopía, ni siquiera del contraste que pueda tener entre lo que se predica para un mundo mejor y eso que suele llamarse naturaleza o condición humana, sino que depende sobre todo del desarrollo tecnológico históricamente puesto a su servicio» (Francisco Fernández Buey, «Dimensión poética de la utopía en el mundo contemporáneo», Aventura n.º 3, pp. 9-24, «IV Jornadas Claudio Rodríguez: El lugar de la utopía»).

10) Su primer artículo «Heidegger ante el humanismo», fue publicado en Realidad, año II, nº 4, noviembre-diciembre de 1964, pp. 21-44. Fue escrito al alimón con Joaquim Sempere y firmado como A. Domenech y J. Bru. Tenía entonces 21 años.

11) Véase Allan Janik y Stepjen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, Sevilla, Athenaica, 2017, p. 62.

12) Tomado de Carla Carmona: «¿Qué habría sido de la Viena de Wittgenstein sin la Viena de Wittgenstein?». Ibidem, pp. 9-12.

13) Sin negar indudables diferencias, hay varios puntos de intersección nada vacía en la obra, en el hacer y en las preocupaciones político-sociales de Russell y FFB, un autor, el autor de los Principia, que siempre trató con el mayor reconocimiento.

14) Pueden verse, por ejemplo, sus notas editoriales en mientras tanto o -¡asunto a investigar!- sus documentos de trabajo para las discusiones internas de IU, IC y EUiA, especialmente en los años noventa del pasado siglo.

15) Véase Karl Marx, Llamando a las puertas de la revolución. Antología, Madrid, Penguin clásicos, 2017, p. 839. Edición, presentación y anotación de Constantino Bértolo.

16) Insisto en la posibilidad de aproximaciones alternativas, y por lo demás consistentes, desde otras perspectivas político-filosóficas más o menos próximas. No hay, no puede haber, unicidad de perspectivas.

17) Por modestia y humildad, dos de sus principalísimas virtudes, pensando siempre en otros que tuvieron peor suerte.

18) Salvadas, otra vez, todas las distancias, la capacidad del profesor Francisco Fernández Buey para explicar complicados temas filosóficos, políticos, artísticos y científicos, por escrito, en clase o en conferencias, me recuerda la del investigador científico del instituto Salk, Juan Carlos Izpisúa (incluso, en algunos casos, sus reflexiones éticas sobre la ciencia). En este orden de cosas, es difícil olvidar la clase que impartió durante dos horas -en un curso de doctorado del curso 1993-94 en la Facultad de Económicas de la UB sobre la obra de Manuel Sacristán- en torno a la tesis de este último sobre las ideas gnoseológicas de Heidegger, el más que temible rector de Friburgo en tiempos turbulentos y criminales. Curiosamente tanto Sacristán como FFB fueron muy generosos con el pensamiento, no hablo de la práctica política, del autor de Ser y tiempo.

19) A Paco Fernández Buey le gustaba mucho un poema de Claudio Rodríguez que citó en ocasiones en sus escritos:

Déjame que, con vieja

sabiduría, diga:

a pesar, a pesar

de todos los pesares

y aunque sea muy dolorosa, y aunque

sea a veces inmunda, siempre, siempre,

la más honda verdad es la alegría.

La que de un río turbio

hace aguas limpias…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.