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Dos años después (XXIV)

Francisco Fernández Buey: estudiante antifranquista y comunista democrático, profesor universitario, maestro de ciudadanos y ciudadanas

Fuentes: Rebelión

Para Javier Gutiérrez Hurtado, por su afabilidad, por su bonhomía, por su magisterio, por su amor por FFB.   Se logró la creación de organismos permanentes de coordinación entre universidades que funcionaron durante años, señalaba FFB, salvando en la mayoría de los casos la persecución y la represión policíacas. El apoyo logrado por el movimiento […]

Para Javier Gutiérrez Hurtado, por su afabilidad, por su bonhomía, por su magisterio, por su amor por FFB.

 

Se logró la creación de organismos permanentes de coordinación entre universidades que funcionaron durante años, señalaba FFB, salvando en la mayoría de los casos la persecución y la represión policíacas. El apoyo logrado por el movimiento estudiantil en diversos sectores de la población, en particular entre el clero progresista, destacaba FFB, que «puso en numerosas ocasiones locales parroquiales a disposición de los universitarios antifranquistas», fue decisivo.

No se logró, en cambio, llevar a la práctica la idea de celebrar un Congreso Nacional de Estudiantes cuya finalidad debía haber sido la definición de una universidad alternativa en un estado democrático.

«Esta idea, que tuvo su origen en las acciones de 1956-1957, chocó en la década de los sesenta con la vigilancia policíaca del régimen, con las reticencias de algunas organizaciones políticas acerca de la finalidad del Congreso y con las primeras manifestaciones de los particularismos nacionalistas.»

Uno de los aspectos que resultan más llamativos para el historiador que estudia esta etapa de los sindicatos democráticos de estudiantes, prosigue el autor, es el perfeccionismo formal de los estatutos de aquellas organizaciones y más en aquellas circunstancias históricas, «particularmente teniendo en cuenta que eran consideradas ilegales y que iban a tener que actuar en situación de semiclandestinidad». Han quedado huellas de aquel perfeccionismo formal en algunos de nuestros movimientos actuales.

Los estatutos del SDEUB son tal vez el síntoma extremo de ese escrúpulo democrático en opinión de FFB: fueron discutidos y rediscutidos abiertamente en asambleas de curso, de centro y de universidad a lo largo de tres o cuatro meses; fueron aprobados formalmente por aclamación en la asamblea constituyente del sindicato celebrado en el convento de los padres capuchinos de Sarriá el 9 de marzo de 1966 (el encierro forzado por la policía fascista); editados en un número no inferior a los cinco mil ejemplares, señala FFB, distribuidos en todas las facultades y escuelas universitarias de Barcelona.

«A pesar de lo cual, como era de esperar, nunca llegaron a entrar en vigor. La anécdota es significativa no sólo de la ingenuidad con que a veces se luchaba entonces contra la tiranía, sino también de la solidez de las convicciones democráticas de aquellos estudiantes que no se fiaban de los líderes carismáticos ni de las delegaciones sin control de las mayorías.»

De ambas cosas, no sólo de una de ellas.

Este acaso exceso formalista fue una de las causas de la crisis del Sindicato Democrático de Estudiantes, particularmente en Barcelona, entre 1967 y 1968.

«Pues la combinación de una represión masiva, en 1966, con la represión más selectiva que se impuso en 1967 imposibilitaba la toma democrática de decisiones y la aplicación de reglamentos de funcionamiento demasiado rigorista, favoreciendo al mismo tiempo el discurso extremista, despreciador de las opiniones de las mayorías».

No fue, en todo caso, este admirable exceso formalista la única causa de la crisis de los sindicatos democráticos. Ni siquiera la más importante.

«Al menos tan importante como eso fueron: la dimensión de la represión (expedientes administrativos, expulsiones de estudiantes y profesores, negación de prórrogas en el servicio militar, detenciones en cadena, progresiva militarización de los centros universitarios…); el desfase en el ritmo de las luchas entre las distintas universidades (y particularmente entre Madrid y Barcelona); la imposibilidad de establecer vínculos estables con el movimiento obrero organizado (objeto entonces de fuerte persecución); ciertas contradicciones internas de la autoorganización estudiantil plásticamente reflejadas en la adopción del término mismo de «sindicato»; y, por supuesto, la influencia de las nuevas formas acuñadas a partir del mayo francés del 68 (comités de acción, tendencia a la ‘proletarización»).

Varios de los factores para explicar la crisis de los sindicatos democráticos de estudiantes en las principales universidades españolas estuvieron también en el centro de la discusión en los inicios del radicalismo estudiantil que se impuso en ellas a partir del siguiente curso, del curso 1968/1969.

La crisis, el consiguiente salto en el vacío, empezó en la Universidad de Barcelona, en los ambientes políticos que más habían contribuido a la creación y desarrollo del SDEUB.

«Puesto que no se había logrado por el momento la generalización de las luchas a todo el estado, ni tampoco la unificación de las reivindicaciones que se buscaba mediante el Congreso Nacional de Estudiantes, la vanguardia estudiantil empezó a poner el acento en la organización de la lucha común obreros-estudiantes. «Los contactos entre los dos movimientos se multiplicaron a partir del primero de mayo de 1966 pero por el momento no se logró otro resultado que la convocatoria de algunas manifestaciones con escasa participación. Había que reconocer que, también esta vez, la Dictadura había resultado más fuerte que el conjunto de sus oponentes.»

La estimación de los hechos dividió a la vanguardia universitaria en lucha

«Como suele ocurrir en estos casos, una parte de la misma prefirió interpretar la derrota no como una muestra de que la fuerza del adversario seguía siendo superior por el momento, sino como una mera consecuencia de la debilidad organizativa propia o del carácter meramente reformista de las plataformas reivindicativas de las organizaciones estudiantiles».

De hecho, la discusión empezó en Barcelona en octubre de 1966, con motivo de la organización de las manifestaciones conjuntas con las Comisiones Obreras de aquellos años y de la celebración en la Facultad de Derecho de un acto en favor de la amnistía en el que participaron trabajadores del cinturón industrial. La situación «condujo a una importante escisión, en la primavera de 1967, en la más numerosa de las organizaciones políticas de entonces, la sección universitaria del PSUC.»

En opinión de FFB, no hay que subvalorar su influencia en la reorientación del movimiento estudiantil de los años que siguieron. Empero, el desplazamiento del centro de las manifestaciones estudiantiles antifranquistas a la universidad de Madrid en 1967, puso sordina durante algún tiempo a la división que se estaba profundizando en Barcelona.

«Insisto en el desfase entonces existente entre los grandes núcleos universitarios (Madrid, Barcelona, Granada, Sevilla, Valladolid, Santiago), no sólo por el obstáculo que representó a la hora de coordinar y unificar las luchas estudiantiles antifranquistas de aquel momento, a pesar del positivo papel que tuvieron las reuniones de coordinación, sino también porque este factor acabaría siendo a la larga un elemento favorecedor de los particularismos.»

En el origen del radicalismo estudiantil de esta nueva fase (1968-1972), prosigue FFB, estaba la convicción de una parte de la vanguardia estudiantil de entonces, que «consideraba obsoleta una organización de masas abierta, no clandestina (del tipo de los sindicatos democráticos), y equivocado, por arcaico, un programa de mera democratización de la universidad y del estado». Estos sectores se veían de una forma muy distinta:

«Estos sectores de la vanguardia estudiantil tendían a verse a sí mismos como un destacamento favorable a la clase obrera en territorio enemigo, propugnaban la organización de los estudiantes en comités de acción clandestinos y un programa de actuación directamente socialista.»

Otro de los elementos del cambio de fase, remarca el autor de Conocer a Lenin y su obra, fue la aparición y difusión entre los estudiantes de la conciencia de la internacionalización del movimiento y de la voluntad consistente en hacer pasar a primer plano el tema de la relación con los profesores.

El ascenso de otro valor central, la solidaridad internacionalista, fue en aumento a medida que se consolidaba la criminal intervención norteamericana en Vietnam.

«El replanteamiento de la relación con los profesores fue seguramente la herencia más extendida y fértil no sólo del mayo francés, sino también de la Universidad crítica alemana y del movimiento estudiantil italiano. Pues con ello se ponía en cuestión la forma misma de la transmisión de los conocimientos en la Universidad, la didáctica y los métodos pedagógicos.»

De ahí salió, entre otras cosas, la práctica de las «ocupaciones de cátedras» por los estudiantes,

«[…] un movimiento de protesta que afectó en España no sólo a profesores que se habían beneficiado de las «oposiciones patrióticas», características del franquismo, sino a veces también a docentes conocidos por su autoritarismo o por sus ideas favorables a la tecnocracia.»

El crecimiento económico de España durante esos años, el anuncio de las reformas universitarias con la creación de las universidades «autónomas» (la UAB entre ellas) y los nuevos aires que llegaban de Francia favorecieron en aquella parte de la vanguardia estudiantil la consideración del franquismo como una forma más, no era la única, de dominación burguesa sobre la clase obrera y los sectores más desfavorecidos y de opresión ideológica capitalista sobre los estudiantes en general.

«Esta difuminación de las diferencias y particularidades encontraba apoyo argumental en la identificación del capitalismo tardío con un nuevo fascismo que era habitual entonces en las vanguardias estudiantiles de Francia, Alemania e Italia.»

Pero paradójicamente, remarca FFB se pasaba por alto un hecho central:

«[…] durante meses y meses, desde 1969 en adelante, muchas de las facultades y escuelas de las universidades españolas estuvieron ocupadas permanentemente por la policía, la cual impedía, con intervenciones constantes, la celebración de asambleas y el simple intercambio democrático de las ideas».

Las ideologías del reflujo del mayo francés, tal es la tesis del autor, produjeron aquí mucho irrealismo, mucho sectarismo, un irrealismo secrario «que poco a poco iba cortando el vínculo entre las vanguardias y la mayoría de los estudiantes.»

«Este vínculo sólo se restablecía parcialmente en aquellos momentos en los que la represión del régimen se hizo particularmente aguda. Pero como, por desgracia, tales momentos eran entonces frecuentes, se confundía a veces en la misma vanguardia la solidaridad elemental de las gentes, y hasta el reflejo de autodefensa, con la identificación masiva respecto de programas genéricos que ya sólo discutían algunos militantes obnubilados.»

Una vez más, señalaba FFB, había que matizar teniendo en cuenta las diferencias. Mientras que en Barcelona se imponía ya en 1968 el movimiento vanguardista denominado de los «juicios críticos» a profesores reaccionarios o considerados ineptos y mientras se sucedían las «ocupaciones de cátedras» (no masivas), en la universidad de Madrid, que conocía «por entonces algunos de los enfrentamientos más violentos de su historia entre estudiantes y policías», seguía existiendo el Sindicato Democrático de Estudiantes, sustituido en Barcelona por los comités de acción, y la polémica, viva, real, sobre el programa estudiantil alternativo se desarrollaba dentro de él, dentro del sindicato.

Además, en esta misma fase de radicalización, se daba una nueva paradoja, «expresiva del desfase entre universidades, del diferente tempo histórico«: mientras en Barcelona se imponía entre los estudiantes una orientación clara, nítida y explícitamente antinacionalista, en Euskadi ETA empezaba a desempeñar un papel importantísimo, con gran influencia en la Universidad. También en Santiago de Compostela el movimiento estudiantil se iba afirmando con muchos elementos procedentes del nacionalismo gallego (que siempre fue, eso sí, otro tipo de nacionalismo).

«Una de las consecuencias de tal situación fue que el debate estudiantil acerca de las nuevas formas organizativas (comités de curso, comités de acción, vinculación de éstos con las asambleas de centro, representatividad en los organismos de coordinación, etc.), y sobre los objetivos del movimiento no pudo ser, durante esos años, homogéneo».

Más incluso: el debate sobre los comienzos de la universidad tecnocrática que se esbozaba en las «autónomas», una discusión objetivamente interesante, en opinión FFB, «puesto que España se estaba convirtiendo entonces en una potencia industrial del mundo capitalista», apenas pudo pasar en aquellos meses de querella, ya no discusión, minoritaria entre los grupos de la vanguardia estudiantil.

«[…] y esto no sólo porque la reproducción mimética del organizativismo de ciertos grupos surgidos del mayo francés del Sesentayocho imponía ya tal limitación, sino también, y tal vez sobre todo, porque en esta fase el régimen siguió como política el cierre prolongado de universidades cada vez que se producía un conflicto de ciertas dimensiones.»

Además, no había que olvidar que a principios de 1969 la Dictadura fascista decretó un estado de excepción que iba a durar meses, poniendo a prueba la capacidad de resistencia de todos los partidos políticos de la oposición no verbal, especialmente de los más activos, los menos «silenciosos»

«De esta prueba puede decirse que sólo salieron indemnes las organizaciones que ya existían antes de 1968 y aquellas otras -pocas- que habían logrado crear entretanto un aparato organizativo no exclusivamente estudiantil.»

Entre ellas, entre estas fuerzas arraigadas en otros ámbitos sociales, algunas organizaciones de la izquierda comunista, no siempre alocada, no siempre irreal en sus planteamientos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes