El observatorio europeo Copernicus lo anunció el 9 de diciembre: 2024 será el año más cálido jamás registrado. Y será el primer año en que se ha rebasado el umbral de 1,5 °C de calentamiento de la atmósfera sobre el nivel del periodo preindustrial.
Este dato es simbólico porque representa uno de los límites que se fijaron unos 200 países que firmaron el acuerdo de París de 2015 sobre el clima: mantener el calentamiento del planeta “muy por debajo de 2 °C y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C […]”. Además, en noviembre, el consorcio científico Global Carbon Project calculó que en lo que va de año las emisiones mundiales de CO2 asociadas a la combustión de energías fósiles (petróleo, gas y carbón) han seguido aumentando un 0,8 % con respecto a 2023.
En todo caso, jamás la distancia ha sido tan grande entre la realidad social del caos climático actual y la acción política necesaria para responder a sus impactos mortíferos. Como subraya el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC), casi la mitad de la población mundial vive en territorios “muy vulnerables” a los desbarajustes climáticos. No obstante, la 29ª cumbre internacional sobre el clima (COP29, Conferencia de las Partes), reunida en noviembre en Azerbaiyán, no ha planteado de ningún modo la necesidad de abandonar las energías fósiles, cuya combustión está en el origen de alrededor del 90 % de las emisiones mundiales de CO2.
Por otro lado, los Estados que se dicen desarrollados han prometido conceder a los países del Sur global por lo menos 300.000 millones de dólares al año en concepto de ayuda financiera para combatir el cambio climático de aquí a 2035. Una cantidad del todo insuficiente ‒los países africanos y economistas mandatados por la ONU han calculado que harían falta 1,3 billones de dólares anuales–, dado que el extractivismo colonial de los recursos naturales por parte de los países ricos ha dejado a las naciones empobrecidas financieramente exangües para hacer frente al calentamiento del planeta.
Caos climático y democrático
Es más, mientras que el ascenso de temperaturas está provocando el caos climático, el ascenso de los nacionalismos genera caos democrático. Cuando el planeta necesita más que nunca la justicia social y el multilateralismo frente a la emergencia climática, que afecta sobre todo a las gentes más vulnerables (poblaciones precarias, mujeres, personas racializadas), las derechas conservadoras y las extremas derechas parecen unirse cada vez más alrededor de una misma cantinela: el antiecologismo.
El programa de Donald Trump, recién reelegido a la presidencia de EE UU, se basa, entre otras cosas, en un aumento de la producción de gas y de petróleo, el desmantelamiento de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA) y la retirada del acuerdo de París sobre el clima. En Argentina, el presidente, Javier Milei, mima desde hace un año a los grandes grupos extractivistas en detrimento del medio ambiente y pretende impulsar la producción de gas de esquisto en su país.
Los regímenes autoritarios petroleros, como Arabia Saudí, han movilizado todos sus recursos diplomáticos para frenar cualquier ambición de emitir una declaración internacional que mencione el abandono de las energías fósiles por parte de la COP29. El Partido Popular Europeo (PPE), que agrupa a la derecha conservadora en el Parlamento Europeo, aspira a desbaratar, junto con la extrema derecha, el Pacto Verde, que constituye la hoja de ruta climática de la Unión Europea. En Francia, mientras que el gasto presupuestario destinado a la transición ecológica no deja de menguar, el Reagrupamiento Nacional (RN) ha hecho de la oposición a la energía eólica y de la defensa del motor de combustión sendos tótems de su programa político.
Peligro fascista y aumento de la temperatura del planeta a + 3,5 °C
Estas diferentes formas de carbonacionalismo prolongan, e incluso endurecen, las violencias raciales y coloniales inherentes al caos climático. En primer lugar, porque las multinacionales occidentales acaparan cada vez más los recursos de energías fósiles, cuyo uso agrava el calentamiento del planeta, en detrimento de los y las habitantes de piel no blanca del Sur global. Así, por ejemplo, Total Energies fue nombrada en 2022 empresa pionera en el desarrollo de proyectos petroleros y gasistas en África.
En segundo lugar, porque desde 1991, el 79 % de muertes y el 97 % del número total de personas afectadas por los impactos de acontecimientos climáticos extremos se han dado en los países del Sur. Por ejemplo, como precisa un análisis del Unicef de agosto de 2023, tres menores de cada cuatro están expuestos en el sur de Asia a temperaturas extremadamente altas (más de 35 °C durante 83 días o más al año), frente a un menor de cada tres en el promedio mundial.
En el último informe del GIECC se presentan diversas proyecciones de emisiones de gases de efecto invernadero con el fin de esbozar las trayectorias futuras del desbarajuste climático. Uno de sus modelos, que proyecta “el resurgimiento del nacionalismo”, “escasa prioridad internacional otorgada a las preocupaciones medioambientales” y “la persistencia de las desigualdades”, conduce directamente a un calentamiento que oscila entre 3 °C y 3,5 °C de aquí a finales de siglo. Esto pone en peligro la habitabilidad misma de nuestro planeta.
Frente al negacionismo climático y al repliegue nacionalista, en torno a los cuales se recomponen a ojos vista los populismos, más que nunca la ecología política ha de ser antifascista e internacionalista.
Texto original: Médiapart
Traducción: viento sur