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Fritz J. Raddatz

Fuentes: Rebelión

Ha muerto el editor y crítico literario Fritz J. Raddatz a los 83 años. Había nacido el 3 de septiembre de 1931 en Berlín y voluntariamente apagó la llave de su vida en Suiza este febrero del 2015. Anota en sus Diarios que a sus setenta y pico años se compró un panteón en la […]


Ha muerto el editor y crítico literario Fritz J. Raddatz a los 83 años. Había nacido el 3 de septiembre de 1931 en Berlín y voluntariamente apagó la llave de su vida en Suiza este febrero del 2015. Anota en sus Diarios que a sus setenta y pico años se compró un panteón en la isla frisia alemana Sylt, «entre Suhrkamp, Avenarius y Baedeker, ¿qué más se puede pedir en la vida?», y en el 2000 calculó hasta cuándo le llegaría el dinero ahorrado viviendo dispendiosamente como vivía. Con diez años más se plantaría en los 83, «demasiado viejo», y pensó «quizá fuera mejor gastar más para así acelerar el fin». Que es lo que ha hecho.

Fritz J. Raddatz caminó por el mundo con ojos y corazón abiertos. Dispuesto siempre a recibir y a dar, a batirse en la vida, y eso le granjeó en la empresa cultural, rica en denostaciones, muchos sinsabores y enemigos. Sus dos Diarios y su biografía «Unruhestifter», que conforman 2000 páginas, son sobre todo un documento del desengaño. Tras acabar sus estudios de Historia, Germanística, Artes dramáticas, Historia del arte y Ameracanística en la Universidad Humboldt de Berlín trabajó como lector en la Editorial estatal de Berlín Oeste «Volk und Welt». Tras pasarse a la República Federal en 1958 ocupó el puesto de lector jefe en Kidler, más tarde pasó a Rowohlt. En 1977 asumió la dirección del Feuilleton de Zeit, convirtiéndose en uno de los críticos literarios alemanes más influyentes, temido por su belicosidad y admirado por su elocuencia. A partir de 1985 trabajó como corresponsal cultural para Die Zeit. Fue además profesor de Universidad, traductor, autor y editor. Tuvo gran reconocimiento su tesis a cátedra sobre «Traditionen und Tendenzen», valorada como la primera exposición completa de la literatura de la DDR. Escribió varias novelas y algunas biografías como la de Heinrich Heine y Gottfried Benn. Fue muy valorado como editor de la obra de Kurt Tucholsky.

Este hombre ha jugado un importante papel primero en la famosísima editorial alemana Rowohlt y después en el Feuilleton del periódico Die Zeit. ¿Por qué escribe estas intimidades en su «Diario»?, le preguntó un día Von Sven Michaelsen. Y Fritz Raddatz le respondió: «Es ist nun mal so, dass Indiskretion zum Wesen eines Tagebuchs gehören. Ich bin ja auch mir selber gegenüber indiskret«. (Sucede que la indiscreción es parte sustancial de un Diario, y (en él) yo soy indiscreto también conmigo mismo). Y no se corta un pelo cuando habla de Günter Grass, de su amigo Peter Rühmkorf y otros varios.

Ya en la última década de su vida se da cuenta que no son muchos los amigos que le quedan: su esposo y tal vez Inge Feltrinelli, Rolf Hochhuth, Joachim Kaiser y Kurt Drawert. Se ve ya caduco, miembro de una generación en desguace, un Matusalén de la vida. Es lo que ya le ocurrió a Goethe, que ningún autor joven le apreciaba. Escribía: «Todos me saludan y me odian a muerte».

Un día el periodista Von Sven Michaelsen, tras leer sus «Diarios«, le espetó: «Señor Raddatz, en ellos la figura más repugnante es su padre, un coronel jubilado del ejército imperial, que en la República de Weimar perteneció a la dirección de la Ufa».

La contestación de Fritz Raddatz en esa entrevista fue larga y detallada, de las que producen daño y dan mucho qué pensar al lector: «La palabra padre la entrecomilleo en mis adentros. A su muerte me confesó mi madrastra que no era mi padre biológico. Y me dijo quién fue. Me he preguntado todos los días de mi vida por qué mi padre fue tan bestia conmigo, por qué a la mínima me golpeaba de manera tan brutal que hasta el mismo perro casero sentía compasión de mí y mis niñeras mediaban entre ambos, suplicando y llorando, cuando él, furioso, me golpeaba hasta abrirme la piel y llenarme de cardenales. Siempre pensé que aquellos arrebatos orgiásticos de ira y odio obedecían a cierta venganza contra mí. Puede ser que tuviera razón mi madrastra cuando me dijo: «Maltrataba a un bastardo». Para ello utilizaba un rebenque tejido con cuerdas finas de cuero o una fusta hecha con una vara de acero, envuelta en cuero y paja. La fusta al no ser tan flexible causeaba menos dolor. Me golpeaba o bien en el trasero desnudo o en el pantalón de cuero, que por entonces vestíamos los niños».

Pero en esa misma entrevista confesó algo todavía más espeluznante: «Aunque hoy soy ya un hombre mayor nunca he podido olvidar aquella noche, que marcó y destrozó mi vida, aquella noche en la que me indujo mi padre a tener que copular con su mujer y mi madrastra. Mi padre entró en mi dormitorio como berraco en celo, desnudo, mostrando su pito erguido, y me condujo al dormitorio de los padres, a la cama de mi madrastra. A mis once años no tenía ni idea lo que me aguardaba. Todavía jamás me había hecho una paja. Mi sexualidad se alimentaba de cochinadas inentendibles y chistes oídos en la escuela de cómo nacían los niños. Mi padre en persona me mostró cómo ocurre, su pene enhiesto -inmenso a los ojos de un chaval de once años- produjo en mí un schock aterrador. Sencillamente, fue una violación física y psicológica. Mi padre fue un delincuente sexual. Mi primera experiencia sexual fue con mi madrastra».

Pero no termina aquí su triste historia infantil. El periodista le pregunta de nuevo cuándo se decidió a hablar de este abuso. «Lo guarde bajo siete llaves en el rincón más recóndito de mi ser para nunca más recordarlo. Pero cuatro años después le conté a mi tutor, al pastor Mund, con el que viví tras la muerte de mi padre en 1946. Yo tenía entonces 15 años». Y, como dice el dicho, «a perro flaco, todo son pulgas». En sus «Diarios» Fritz Raddatz describe a este pastor como un «carismático embustero de doble vida, hacia fuera un marido religioso ejemplar, amante de los niños, pero con él un depredador sexual, a veces practicaban sexo hasta detrás del altar mientras su mujer preparaba la comida, y por supuesto rezaban antes de ponerse a comer. Hasta este momento no había tenido ninguna experiencia sexual, salvo la violación relatada, y pensé que aquello era amor, que era lo que yo realmente sentía por él y creo que también él por mí, no sólo fue simplemente una historia de seducción de un treintañero con uno de 15. Y aunque me engañaba yo casi me sentía su esclavo… Luego he tenido relaciones relativamente largas con mujeres. Hoy soy incapaz de decir si soy homosexual por naturaleza o a causa de la seducción del pastor. Lo que sí sé es que tras ser seducido por él mi deseo se orientó exclusivamente hacia él».

El gran escritor Peter Handke dice que su acné le llevó a escribir y John Updike aduce el vitiligo como motivación. Raddatz padecía vitíligo. El vitiligo o vitíligo es una enfermedad degenerativa de la piel. Las causas de aparición de esta enfermedad aún no han sido dilucidadas por completo y los mecanismos por los cuales se desata esta alteración todavía se encuentran en proceso de estudio. En la mayoría de los casos comienza entre los 10 y los 30 años y se manifiesta por la aparición de manchas blancas que resultan de la ausencia del pigmento en la piel. Hacia finales del siglo XIX el dermatólogo húngaro Moritz Kaposi (1837-1902) definió el vitiligo como una distrofia pigmentaria.

Raddartz responde: «La misma enfermedad que Michael Jackson. La piel me castigó con manchas asquerosas, que yo intenté eliminarlas. Por entonces nadie sabía que era una enfermedad. Yo creo que el vitiligo tiene raíz anímica». Me recuerda a la fotofobia de Hannelore Kohl, desatada con los años, posiblemente como consecuencia de un trauma: cuando a los doce años, huyendo con su madre en mayo de 1945, fue violada por un grupo de soldados rusos y luego arrojada por la ventana como un saco. Su madre biológica, Alice, una bella parisina de rica familia, murió en su nacimiento. Y Raddatz no recuerda ser nunca acunado en brazos de nadie, ni recuerda un beso en su espalda, ni una caricia en su mejilla, tan sólo recuerda el lameteo del perro. La falta de cariño y de una madre protectora supuso para él una profunda humillación del ego, que intentó compensar creando mediante letra su propio mundo protector. Su misma relación con el pastor Mund fue una huida en busca de amparo, «en aquel tiempo me hubiera abrazado con las farolas y besado a loa pájaros buscando encontrar alguien que me ayudara a vivir. Aquella carencia de amor provocó en mí, por una parte, una especie de búsqueda terrorífica y una exigencia permanente de amor, ya fuera en mujeres u hombres y, por otra, algo que maliciosamente podría denominarse dependencia excesiva de afán de agradar y de gloria, yo lo describiría como buscando un reconocimiento en el mercado de las vanidades».

Y como dice Volker Weidermann, redactor responsable del Feuilleton del Franfurter Allgemeinen Sonntagszeitung en Berlín, «como despedida -y antes de ser editado- nos ha dejado un libro titulado Jahre mit Ledig, sus recuerdos con el editor de Rowohlt, del que fue su delegado y alma mater durante 9 años largos. Es un libro de amor, naturalmente, como todos los libros de Raddatz. Escribe Raddatz, «es la historia de dos hombres, que en un tiempo casi fueron uno, indisolublemente unidos entre sí, separándose por herida mutua y dolor tormentoso, sin olvidar jamás el amor que en tiempos llegó a ser tan íntimo». En este libro increíblemente bello, pasional, desgarrador, ha puesto en letra todo el arte que Fritz Raddatz encerraba. Sobre todo describe cómo comenzó, por qué al principio necesitó alguien que le soplara, le animara, le estimulara, le inflamara, que le colocaran al frente de un gran aparato como es una editorial. «Y éste fue Ledig, que con alegría y entusiasmo sopló bajo mis alas y cómo ambos descubrieron autores, encumbraron e hicieron importantes para el público alemán a escritores americanos y ensayistas, cómo confeccionaron libros y festejaron la vida. Y yo guié hacia el caos fantástico y lleno de fantasía de mi vida, hacia una relación de amor llena de enigmas, de aventura desconocida, austera pero entregada a la literatura».

Y termino en su memoria con aquel escrito memorable de otro gran crítico de la literatura alemana, tan temido como loado, de Marcel Reich-Ranicki con motivo del 80 cumpleaños de Raddatz:

«Durante muchos años he leído detenidamente artículo suyos y sobre usted, querido Fritz J. Raddatz. Y he aprendido mucho de usted, el joven. Se lo crea o no, siempre le he estado agradecido a mi manera, muy agradecido.

Hace diez o quizá veinte años me hirió una manifestación suya. Y preferí en adelante guardar silencio, hasta hoy. Y así debe ser: Me callaré y seré agradecido. Así debe ser. ¿Sí? No, hay que añadir algo más. Siempre que yo hablé de Raddatz y él de mí sabíamos que nosotros nunca nos hemos aburrido. ¿Y qué ocurría a nuestros lectores? ¿Ellos se han aburrido alguna vez? De ello mejor no hablar.

Sólo una cosa más: El mejor de nosotros dos siempre fue el otro. Lo digo en serio. Le felicito de corazón . Su colega y amigo». Marcel Reich-Ranicki

Pues eso, hay recuerdos que difícilmente mueren mientras uno viva, y uno de esos son las 2000 páginas de los Diarios de Fritz Raddatz. Y no, estoy seguro que los lectores no se han aburrido con sus discusiones, enseñanzas y diatribas, con sus puntiagudas críticas literarias. Un eskerrik asko sentido a su muerte.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.