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«Fugitivas en el desierto»: voces lesbianas en un paisaje heterosexual

Fuentes: Rebelión

«En lo inhóspito habitamos/ bellas criaturas de lengua atrevida/ herencia temprana de las que/ escaparon al engaño natural» Las formas figurativas, las metáforas como ficciones políticas presentan nuevas posibilidades interpretativas, que permiten exploraciones de carácter político y subjetivo. Son instrumentos deliberados para actuar en la realidad porque ejercen un impacto en nuestra imaginación, pero también […]

«En lo inhóspito habitamos/ bellas criaturas de lengua atrevida/ herencia temprana de las que/ escaparon al engaño natural»

Las formas figurativas, las metáforas como ficciones políticas presentan nuevas posibilidades interpretativas, que permiten exploraciones de carácter político y subjetivo. Son instrumentos deliberados para actuar en la realidad porque ejercen un impacto en nuestra imaginación, pero también son formas de conocimiento situado, por las visiones e imágenes que encarnan. Pueden ser usadas como paradigmas provisorios para indagar las diferentes formas de subjetividad de las mujeres lesbianas y de su lucha con/en el lenguaje, destinada a producir representaciones afirmativas de nuestra identidad. Estas figuraciones tensan la imaginación política feminista, y ponen énfasis en la estructura corporizada y sexualmente diferenciada de quien habla. Es un intento de mezclar voces o modos de habla, mezclar deliberadamente el modo teorético con el poético.

Monique Wittig dice que así como los siervos en la Edad Media se escapaban del sistema de señorío, las lesbianas nos escapamos de a una de la heterosexualidad. Y en esta huída, nos encontramos aquí en Rosario, «entre nosotras». «Fugitivas», escapando de la compulsividad heterosexual, del dispositivo de feminización que nos encapsula a todas como mujeres y por lo tanto como heterosexuales, de la lesbofobia, del silencio, de las diversas formas de violencia e invisibilización. Fugitivas como tránsito, como itinerarios en disputa. Una fugitiva cercana a la figura de la prófuga lesbiana, también de Monique Wittig, escapando de la clase «Mujer» como construcción patriarcal.

Ahora bien, ¿por qué situar a las fugitivas en un espacio como el desierto? Un poco por mi procedencia, un poco para mostrar cómo la construcción de lo natural o los paisajes «naturales» es una operación política. Nosotras venimos de Neuquén, de la Patagonia, paisaje que, en el imaginario social, está asociado al desierto. Si entendemos los imaginarios culturales como redes amplias que conectan temas, imágenes y formas narrativas que se encuentran disponibles dentro de una cultura dada en un momento determinado, podemos entender del mismo modo que el desierto patagónico es producto del imaginario del viaje imperial, y se fue constituyendo como el lugar ideal donde actualizar fantasías masculinistas y heterosexistas. Por lo tanto, el desierto tampoco es un paisaje del orden de lo «natural». Como ha comprobado la bióloga feminista Donna Haraway, las ciencias naturales han basado consistentemente sus interpretaciones de comportamiento animal en ideologías patriarcales sobre el sexo, la raza, la identidad nacional, la familia y la clase social. Por más objetiva que sea, toda representación supone siempre un proceso de selección y de jerarquización de lo representado.

El paisaje se refiere a un modo occidental de percibir el espacio e imaginar una relación con la naturaleza en términos de una escena situada a cierta distancia del observador como si se tratara de una pintura; de esta manera, el paisaje oculta la subjetividad que le es inherente y que le confiere sentido y valor. En este sentido, el paisaje es un instrumento de poder que refuerza una manera de ver el mundo, naturalizando una perspectiva cultural y política, representando el mundo como si estuviera dado. Y es así como se nos presenta la heterosexualidad, como un paisaje natural. De este modo, se oculta que el ordenamiento sexual de la sociedad es una construcción histórica y política y que el orden social es un orden regido por la heterosexualidad. Así como el paisaje funciona como escenografía del poder del sujeto y su otro u otra, la sexualidad es una tecnología que normatiza formas de relación y fabrica cuerpos, institucionaliza lenguajes y silencios, traza fronteras y límites, habilita y excluye términos, jerarquiza hablantes .

Como quedó fijado en la fórmula sarmientina de civilización y barbarie, se mantuvo (y se mantiene, creo, bajo otros códigos) la premisa de que la única garantía de progreso era la domesticación agresiva de la naturaleza, de las sexualidades y de las comunidades no modernas que habitaban la geografía de las nuevas jurisdicciones políticas de la naciente nación argentina. El desierto como manifestación extrema de lo natural produjo dos tipos de representaciones, ambas correspondientes a operaciones mentales imperialistas de los imaginarios masculinos y heterosexistas, de carácter expansivo y homogeneizador propio de la modernidad. Por un lado, la representación de la patagonia como límite absoluto de la razón y de lo humano, de la barbarie extrema, de la frontera entre lo humano y lo infrahumano o abyecto. Y por otro, el desierto como vacío, como espacio desmesuradamente abierto. El desierto, así como la heterosexualidad, marcan la frontera, una línea divisoria que someterá a algunos sujetos al más severo de los castigos como es la supresión de la existencia. Pero el desierto no era un lugar vacío, había gente, pueblos originarios. Construirlo como espacio vacío es una operación hegemónica de invisibilización de manifiesto desprecio por la diferencia. La heterosexualidad, que aparece como paisaje neutro, dado por la naturaleza, invisibiliza y silencia la diferencia.

Desierto y heterosexualidad son construcciones sociales que nos imponen la naturaleza como principio normativo y sobredeterminado. Son paisajes sociales cargados de significaciones políticas. Por eso propongo pensarnos como fugitivas en el desierto, lesbianas que huyen de esa construcción mental del desierto como naturaleza, de la heterosexualidad como destino biológico. Esta figuración con la que intento trabajar, de muy reciente experimentación, esboza el sitio desde dónde hablo, ubicándome en una política de la localización. Es decir que, de las diversas posiciones de sujeta que puedo ocupar: como lesbiana, mujer, feminista, docente, trabajadora, escritora, blanca, joven, atea; de estas múltiples posiciones, privilegio para hablar y activar políticamente, mi sexualidad, es decir, como lesbiana feminista. Y antepongo lesbiana al de feminista porque sino nuevamente mi identidad sexual sería invisibilizada, ya que es una sexualidad degradada socialmente y destinada al secreto. La política de localización pone, en primer término, la comprensión de la especificidad de nuestros conocimientos y posiciones situadas, desde donde se mapean las condiciones espacio-temporales para interrogar lo posible en lo existente, y no para producir una política de la instalación permanente.

No puedo dejar de mencionar el contexto en el que habito y desde el cual vengo y escribo, donde transcurren mis sentido vitales. Vivo en la ciudad más poblada de la Patagonia argentina (de aproximadamente 200.000 habitantes), ciudad con el mayor índice de pobreza. Haciendo una mezquina descripción del contexto socio-político, la provincia de Neuquén está marcada por un progresivo avance de la derecha, con la judicialización de los conflictos sociales, una justicia y una legislatura adictas al poder gobernante, la represión de las protestas sociales, la desaparición hace más de un año de un joven universitario, una docente sumariada por trabajar el tema de la dictadura militar con sus alumnas/os, el derecho a paro anulado de facto mediante la coerción y la persecución, los aprietes policiales al movimiento estudiantil. Pero, por otro lado, se desarrollan experiencias de oposición como la fábrica Zanón bajo control obrero, el pueblo mapuche contra el estado monocultural y las petroleras, y un incipiente movimiento feminista que intenta poner en el debate público temáticas como la violencia hacia las mujeres, los femicidios, el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, la anticoncepción, el aborto y, con menor énfasis, la libre elección sexual.

Mi aporte para la reflexión en esta jornada consiste en hacer algunas consideraciones de orden argumentativo sobre la relación entre feminismo y lesbianismo, como aporte teórico e intelectual desde este lugar de «fugitiva», consideraciones que van a estar centradas en: la construcción de genealogías feministas, en la concepción de identidad a la que, por lo menos hasta el momento, adhiero y la importancia política de la visibilidad. Todo ello a modo de andamiaje teórico y político que sustentan las acciones y la propia cotidianeidad feminista. Luego, voy a realizar consideraciones más bien de carácter práctico, acerca de: por un lado, qué pasa con el lesbianismo y feminismo en Neuquén, y por otro, qué me pasa mi con eso y con la visibilidad, analizando algunos aspectos tanto de la lesbofobia social como la internalizada.

Sobre las genealogías feministas

Me reconozco en una tradición de pensamiento y acción feministas, y más que nada en un feminismo situado. Donna Haraway insiste en la naturaleza corporizada de toda mirada a partir de la noción de saberes ubicados. Ella dice que la idea de una mirada infinita es una ilusión. Aceptar la existencia de saberes parciales, situables y críticos permite respondernos acerca de cómo aprendimos a ver.

La mirada siempre depende del poder de ver, y quizá, de la violencia que está implícita en nuestras prácticas visualizadoras. ¿Con la sangre de quién se han construido mis ojos?, se pregunta Haraway. Este asunto exige también una referencia a la propia posición; eludirla es esquivar cuestiones políticas serias.

Perseguir un proyecto político común de conocimiento e intervención en el mundo por parte de las mujeres, tal como plantea Teresa de Lauretis (teórica lesbiana feminista), implicaría definirse con y contra la creciente globalización del mundo. Para ello, considera necesario revalorizar las diferencias que existen entre nosotras y en nosotras, y dejar de pensarlas como obstáculo para entenderlas como estímulo de una renovada creatividad política y personal.

«Entre nosotras» hay seguramente diferencias de experiencias, diferencias de niveles en la relación con los textos, diferencias de planteamientos, diferencias de perspectivas, sin embargo, sin ánimo de homogeneizar puedo decir que estamos aquí para construir formas inéditas de relación entre lesbianas, para autorizarnos entre nosotras, para situar algunas coordenadas de lectura que sean colectivas, para pensar juntas, para hacer habitable la propia posición de lesbiana.

Entiendo el feminismo no sólo como un movimiento intelectual y político a favor de las mujeres, sino también y principalmente como movimiento subjetivo de politización de la vida cotidiana, que hace de lo personal, de lo cotidiano, de lo más ínfimo, una constante problematización, capaz de subvertir los modos de vida y ampliar nuestra capacidad de decisión y autonomía sobre nuestras vidas.

Y para pensar en estos términos, es imprescindible referenciarse en las producciones de las mujeres y lesbianas que nos precedieron. Esa descendencia dispersa, fragmentada, pero históricamente presente de pensamiento y escritura que se ha llamado genealogía de mujeres. Ésta no es una tradición, ni un vínculo de sangre entre madres e hijas desheredadas, sino más bien es el rastro de un recorrido, de un deseo: una genealogía feminista discontinua y evasiva, reconstruida día a día, como dice de Lauretis.

Como parte de esas genealogías es necesario dejar que otras hablen en mi texto, inscribiendo mi trabajo en un movimiento político colectivo. Dejar que las voces de otras resuenen a lo largo de mi texto es un modo de construir esas genealogías. Las genealogías feministas son las prácticas discursivas y políticas comúnmente compartidas, una especie de contramemoria o un espacio de resistencia. Conforman una escala acumulativa de mujeres incardinadas y embebidas de experiencia, que constituye un legado simbólico que entrelaza el cuerpo sexuado, el tiempo y la memoria. Y aquí las lesbianas tenemos una gran tarea por delante ¿podemos hablar de genealogías lesbianas? Parece que dentro de estas memorias de mujeres, nuevamente «las fugitivas» seguimos casi desapercibidas, suprimidas, secundarizadas o anuladas. Si privilegiamos nuestra identidad sexual como el primer sitio de resistencia, empezar a buscar las huellas de nuestras predecesoras, sus vidas, sus palabras, sus propuestas, sus dolores, constituye una tarea axial.

Sobre las Identidades

Si entendemos que las condiciones que rigen la constitución de toda identidad son la afirmación de una diferencia, la idea de exterior constitutivo muestra el carácter relacional de toda identidad y el establecimiento de una jerarquía. La identidad es atravesada por una multiplicidad de discursos y de relaciones de poder. En las identidades se juegan relaciones de fuerzas, son sitios de conflicto. Abrir el término lesbiana a la discusión política entre las propias protagonistas es indagar acerca de las jerarquías sobre las que se estableció y que pueden ser desestabilizadas.

La identidad no es una esencia, es tránsito, devenir, en todo caso, con una estabilidad provisoria; es un juego de aspectos múltiples y fracturados del sí mismo o sí misma en disputa con los otros/as. No es una esencia monolítica definida de una vez y para siempre, sino el sitio de un conjunto de experiencias múltiples, complejas y potencialmente contradictorias.

También por eso, el tropo «fugitivas» connota movimiento, trazados más bien inciertos, que se desordena y se vuelve a re-ordenar, que llega y parte.

Políticamente sostengo que es crucial insistir en las identidades lesbianas, justamente porque son borradas y suprimidas del paisaje heteropatriarcal, por la violencia de una eliminación pública sostenida.

Ahora, ¿cuál versión de las lesbianas debe hacerse visible, y qué exclusiones internas instituirá el hacerse visible? Seguramente el uso de la categoría lesbiana es un riesgo porque puede convertirse en un sitio de impugnación, es decir, que puede suprimir ciertos modos de vivir el lesbianismo, lo cual puede hacer de esa categoría una cuestión normativa. Sin embargo, este riesgo no puede paralizarnos políticamente, porque también es cierto que en la medida que dejemos de nombrarnos, dejamos de existir. Y lesbiana es una identidad impugnada social e históricamente. En todo caso, será necesario dejar el significante lesbiana como un horizonte abierto a múltiples significaciones, pero que, en determinados contexto socio-históricos, se cargarán con la referencialidad de quienes lo pongan en juego y lo sostengan políticamente.

Sobre la visibilidad lésbica

Unido estrechamente al tópico de la identidad lesbiana, se encuentra el de la visibilidad. Ser visibles en la sociedad heteropatriarcal, reconocerse públicamente como lesbiana. Fugarse de la heterosexualización que opera sobre las mujeres.

Partamos de que la existencia de las lesbianas ha sido omitida, cancelada y penalizada durante siglos y de forma sistemática por el orden patriarcal, llegando a constituir una ignorancia institucionalizada. Ya lo decía Adrienne Rich, el lesbianismo es una forma de deseo femenino que amenaza seriamente la estabilidad del modelo de sexualidad reproductiva que ordena los sistemas de parentesco, y con ellos, las relaciones sociales primarias en las formas patriarcales.

La heterosexualidad obligatoria, tal como ella afirma, garantiza un modelo de relación social entre los sexos en el cual el cuerpo de las mujeres siempre es accesible para los hombres. No existen ni opción ni preferencia reales donde una forma de sexualidad es precisamente definida y sostenida como obligatoria. De ahí se deriva su carácter de institución social y política. La heterosexualidad es producida y reproducida socialmente, imponiéndose de manera normativa. Por lo tanto, cuando las lesbianas criticamos la heterosexualidad, no nos referimos a un comportamiento sexual o a una relación en particular, sino a un sistema, casi el más naturalizado, de prácticas, normas y creencias que otorgan privilegios y jerarquiza las sexualidades.

En el caso de las lesbianas, la opresión no opera a través de actos de abierta prohibición, sino encubiertamente, a través de la producción de un dominio de lo impensable y de lo innombrable. Judith Butler dice justamente que: El lesbianismo no ha sido explícitamente prohibido, en parte porque no se ha dado a conocer en lo pensable, en lo imaginable, esa red de inteligibilidad cultural que regula lo real y lo que puede ser nombrado. Las lesbianas, por lo tanto, ni siquiera calificamos como objeto de prohibición porque ni siquiera podemos ser imaginadas, ya que se ejerce sobre nosotras una suerte de «violencia epistémica», borrándonos como sujetas posibles de existir.

La identidad lesbiana marca una diferencia, diferencia que no es un atributo fijo, sino producto de una relación contingente. Pero las marcas de esta diferencia se subvierten mostrando las particulares marcas de la indiferencia, de «lo neutro», aquello invisibilizado por normativo, hegemónico y sobre-representado, que en este caso es la heterosexualidad. Por ello, la visibilidad, desde mi punto de vista, no es la consolidación de una esencia lésbica sino una estrategia de intervención política que denuncia la dictadura invisible de un modelo de sexualidad normativo, del fundamentalismo heterosexual que imponen las instituciones con su política del silencio. Y esto sí constituye una «amenaza» porque se ataca uno de los pilares fundamentales que estructura a esta sociedad: el heterosexismo.

Qué pasa en Neuquén

Los frentes en los que una lesbiana feminista confronta, son varios, aunque con distintos niveles de intensidad y conflictividad, fuerza, alianzas y reciprocidades. Entre otros, podemos nombrar: la iglesia y sectores de derecha o conservadores, los movimientos sociales, el movimiento feminista, el movimiento LGTTTBI, la propia comunidad de lesbianas y cada lesbiana consigo misma. Al que voy a hacer referencia es al movimiento feminista, no sólo a solicitud de las coordinadoras, sino porque es donde una espera encontrar interlocutoras válidas para desarrollar su pensamiento.

En el incipiente movimiento feminista que se está dando en la región, la heteronormatividad no es un tema de discusión. Visualizo posibilidades teóricas de pensar el lesbianismo, pero políticamente hay cuestiones sin resolver, asuntos pendientes, aunque considero que esto es histórico en la relación entre lesbianismo y feminismo. Pero este proceso se dá en la medida en que se intenta configurar una voz distinta, una voz diferenciada como lesbianas dentro del feminismo. Si hubiera que caracterizar esa relación, diría que es de tensión y disputa. Y, seguramente porque una se fue entrenando en ver algunas cuestiones con su ojo lésbico, también hay silencios y muchos. Y esos silencios no son un vacío, no es ese desierto como construcción mental del conquistador occidental, sino que en ellos se viven dilemas encarnados, se habitan conflictos y confusiones, hay afectos que se afectan. A veces, tengo la sensación de que el lesbianismo fuera un tema menor dentro de la agenda de las mujeres, secundarizado, aplazado por demasiado urticante. Y, para mí misma, pienso: cuántas veces habremos cedido protagonismo a otros debates, adscribiendo a lo supuestamente «común» entre mujeres, lo que oculta nuestra posición excluida en el diálogo.

Las estrategias políticas se definen en función de los contextos y procesos socio-históricos de cada lugar. Y en función de esos contextos se piensan las decisiones que una va tomando y dónde se va ubicando (y con quién). Muchas discusiones teóricas y, por lo tanto políticas, son discusiones que devienen de determinadas geografías. Una puede leer, impregnarse de esas discusiones, estar al tanto, compartir algunas posiciones y otras no, estar atenta a ciertos señalamientos, pero las posibilidades de acción son muy distintas en el lugar que se habita cotidianamente.

En Neuquén no hay ningún movimiento LGTTTBI, apenas estamos algunas muy poquitas lesbianas tratando de pensar juntas, reflexionar sobre lo que nos pasa en nuestras vidas, de organizarnos. Y además somos lesbianas feministas, que participamos del incipiente movimiento feminista de la región. Pero que no encontramos el espacio para expresar nuestra voz y nuestros deseos, por eso a partir de la decisión que tomamos con Macky, comenzamos a juntarnos en un espacio «separado», a crear nuestros propios materiales y acciones.

En este contexto es que decidimos tomar la acción en nuestras manos y armar el grupo de reflexión, una boletina, el relevamiento de las condiciones de vida de lesbianas del Alto Valle; asentadas en una percepción muy fuerte: nadie lo haría por nosotras. Este separatismo lo entendemos no como aislacionismo, sino como «la ruptura de ciertos lazos con los hombres y con las prácticas al servicio de los varones» (y podríamos agregar, de las mujeres heterosexistas). Es una herramienta política para que las lesbianas podamos configurar y desarrollar nuestra propia voz.

Como «fugitiva», en algunas circunstancias cabalgo como una lesbiana en los términos de Wittig, que está más allá de las categorías del sexo (mujer y hombre),escapando a la relación de servidumbre con el hombre, y, en otras, me pienso como una mujer lesbiana compartiendo con las otras mujeres las mismas opresiones, ya que no puedo dejar de ser leída por esta sociedad como mujer. Estos son los desplazamientos que hago por ahora, y son construcciones provisorias que coexisten. Tal vez, cuando logremos construir una voz pública con las otras lesbianas, y la relación de fuerzas con el movimiento feminista sea distinta, nos obligará a otro tipo de posicionamientos.

No quiero terminar este punto sin dejar de hacer un comentario sobre la presentación de la ley de Unión Civil el año pasado en la legislatura neuquina. Fue presentado por una diputada del ARI, siendo una copia del que la CHA presentó en la ciudad de Buenos Aires. Nosotras, como lesbianas, cuestionamos la presentación del ante-proyecto haciendo dos consideraciones: el nivel de discusión y aceptación social de la temática, poniendo de manifiesto que en la región está sumamente silenciado, y segundo, que la ley tiene que ser una expresión de las demandas y deseos de las/os ciudadanas/os afectados por la misma, y que en este caso, el apuro político nos desplazó del debate democrático que entendemos debió darse.

En este contexto, nuestras acciones como lesbianas feministas se van construyendo en la conjunción, no exenta de conflictividad, de deseos y derechos, atentas al disciplinamiento de las que pueden ser objeto. Por eso se impone desequilibrar los deseos, constantemente pacificados bajo el signo de la tolerancia y la coexistencia.

Qué me pasa a mí

El proceso de visibilidad es algo que no se acaba nunca. No se sale del closet de una vez y para siempre, sino que se multiplican, como si cada relación que una establece fuera un closet. Desde que, progresivamente, fui tomando la palabra en mi boca, reconociendo mi condición de lesbiana frente a mi familia de origen, amigas, compañeras/os de trabajo, en los medios de comunicación, en la escuela con mis alumnas y alumnos, esto hizo sentirme entera, menos fragmentada. Y paradójicamente, a medida que salía de más closets, más consciente era/soy de mi propia lesbofobia, de esa opresión internalizada, de esa vergüenza enraizada tan fuertemente en mí, esa desvalorización de mis pensamientos y de mis palabras.

En el principio de mi historia lesbiana, cuando comencé a asumir que «me pasaban cosas con otras mujeres», era una «fugitiva» que huía sin saber muy bien por qué, con un equipaje compacto de sensaciones y percepciones, consistentes en no querer, no obedecer, en no desear ese lugar destinado para las mujeres, que te imponen de forma silenciosa pero profunda, los mandatos sociales. Y a medida que escapaba, enredada en el lenguaje, con nuevas voces resonando en mi cuerpo, algunas más tímidas otras más fuertes, le fui poniendo nombre a esas sensaciones, dibujando los mapas materiales y simbólicos de los lugares en los que había estado; porque la conciencia de la opresión no comporta tan sólo una reacción a luchar contra ella, comporta también una verdadera y propia organización simbólica del mundo como práctica subjetiva y cognitiva.

Por supuesto que la escuela ha sido el lugar más difícil donde visibilizarme como lesbiana, pero también marca un hito en mi trayectoria personal, una suerte de epifanía que me movilizó profundamente. Una pequeña batalla ganada a la lesbofobia social y personal.

La escuela es una institución por excelencia que produce la heteronormatividad, y en ella, los cuerpos y deseos de las maestras están sometidos a profundos dispositivos de control. Cuando digo que soy lesbiana frente a mis alumnas/os, ante inquisiciones como: ¿tiene novio?, ¿tiene hijos?, soy consciente de los riesgos que corro, pero también reconozco lo que habilito y lo que me posibilito a mí misma. No quiero ubicarme en la posición, cuando desarrollo los talleres de sexualidad por ejemplo, que dice: «tengo una amiga lesbiana», porque es una posición que me victimiza, que pone la diferencia afuera de la escuela, que mantienen la armonía heterosexual Me transformo, así, en una maestra fugitiva porque huyo de la figura asexuada, deserotizada de la maestra, de su imagen de pureza y de segunda mamá.

Todas las violencias no tienen el mismo peso, ni la misma intensidad, no generan el mismo dolor. Las violencias se entrelazan, se conjugan, se suman, se multiplican, a veces son tan cotidianas que ni siquiera las entendemos como violencias. Por eso se hace necesario nombrarlas, hacerlas visibles, enfrentarlas.

Las lesbianas sufrimos violencia por invisibilidad, por omisión, por condena y por exclusión. Una de las mayores violencias es la invisibilización.

Por eso, es sólo a través de la visibilidad que llegaremos a nuevas lesbianas que podrán sumarse a la construcción de este movimiento, volviendo eficaz la lucha contra el heterosexismo.

No quiero dejar de hacer una referencia al orgullo, dado que estamos en vísperas del día del orgullo LGTTTBI. Y para ello, voy a retomar palabras de Adrienne Rich que escribe en relación a la identidad judía como identidad anulada. «El orgullo surge con frecuencia del lugar en que rehusamos ser víctimas, de allí donde experimentamos nuestra propia humanidad bajo presión, donde comprendemos que no somos las odiosas proyecciones de otra gente, sino intrínsecamente nosotros. ¿Adónde nos lleva esto? Primero nos ayuda a luchar por sobrevivir, porque sabemos, y esto procede de algún lado, que merecemos sobrevivir. «No soy una forma de vida inferior», se convierte en «Existe en mí, y en otras personas como yo, una vida sagrada, energía y plenitud, que estáis intentando destruir».

Las fugitivas en el desierto sobrevivimos con reflexiones íntimas engarzadas en nuestros cuerpos, conviviendo con la incertidumbre, des-ubicadas de los mapas disponibles, invitando a imaginar la realidad desde un lugar ubicado, rechazando los paternalismos tolerantes que usurpan la palabra, desmontando sin descanso nuestra propia racionalidad heterosexual, resistiendo la descalificación.

Y como fugitivas, como Rosario y Dora a quienes dedico especialmente este trabajo para cicatrizar un poco su dolor, buscamos seguridad. Y nuevamente Rich. Uno de los sentidos que le dá a la palabra seguridad es la de un lugar en el cual podemos tomar aliento, descansar de la persecución, ser testigos, lamer nuestras heridas, sentir compasión y amor a nuestro alrededor en lugar de hostilidad o indiferencia… La seguridad implica, en este sentido, un lugar donde reunir fuerzas, un lugar del cual partir, no un destino. Así, como este encuentro de fugitivas.

Bibliografía

<> Donna Haraway citada en Braidotti, Rosi (2000). Sujetos nómades. Editorial Paidós. Buenos Aires.
Adrienne Rich
(1986) Sangre, pan y poesía. Editorial Icaria, Barcelona,.
María M. Rivera Garretas (1994). Nombrar el mundo en femenino. Icaria. Barcelona.
Monique Wittig (1981) Nadie nace mujer. Traducción Sérgio Vitorino. La Jornada Semanal, 25 de octubre de 1998, México
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Monique Wittig
(1987) «A propósito del contrato social»
Gabriela Nouzeilles
(2000). Ficciones somáticas. Naturalismo, nacionalismo y políticas médicas del cuerpo (Argentina 1880-1910). Beatriz Viterbo Editora. Rosario.
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(2000) «Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo». Ed horas y Horas, Madrid.
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Claudia Card ( ) Feminismos y pedagogías en la vida cotidiana. Carmen Luke comp. Ed Morata, Madrid.
Otras inapropiables (2004) Introducción a cargo de Eskalera Karakola. Ed. Traficante de sueños, Madrid